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El cine del siglo XXI (II): «¡Olvídate de mí!»

13/04/2012

Continuamos la serie sobre el cine más memorable de los primeros años del siglo con uno de las películas más especiales, originales y audaces de la pasada década, «¡Olvídate de mí!» (2004), asesinable adaptación española del bellísimo título original, “Eternal sunshine of the spotless mind” -extraído de un poema de Alexander Pope que se cita en el filme-, punto de encuentro definitivo entre la postmoderna generación de directores estrella del videoclip (Michel Gondry, Spike Jonze, Jonathan Glazer, David Fincher) y la camada “indie” que proliferó en el inicio del nuevo milenio (Sofia Coppola, Alexander Payne, Diablo Cody y, por encima de todos, Charlie Kaufman).

Kaufman ya había dado muestras de una creatividad y una imaginación más allá de lo común como guionista de las marcianas  «Cómo ser John Malkovich» ” y «Adaptation. El ladrón de orquídeas», cintas extravagantes y rupturistas que exploraban juguetonamente las posibilidades de la meta-ficción,  pero fue en “¡Olvídate de mí!” donde destapó todo su talento. Su prodigioso libreto (galardonado con, esta vez sí, un merecido Oscar al guión original) es un rompecabezas que se lanza sin red en el laberinto del tiempo y la memoria y que invita a infinitos visionados, cada uno distinto al anterior. Por su parte, Michel Gondry llegaba a su segundo largo con una sensación de reválida, tras la decepción que supuso su opera prima “Human nature”. Del tipo que había derrochado imaginación e inventiva en la creación de videoclips para Björk, The White StripesRolling StonesKylie Minogue o Foo Fighters, se esperaba bastante más de lo que mostraba en aquel debut  disparatado y visualmente poco potente. En “¡Olvídate de mí!” aparece por fin el Gondry que todos esperaban.

La unión de los dos talentos es la clave principal de este OVNI cinematográfico, algo distinto a todo lo que se había visto antes en una pantalla de cine. Se mueve entre la comedia romántica extraterrestre, el drama de ciencia-ficción, la vanguardia y el surrealismo, pero la fábula de Joel y Clementine también posee un romanticismo melancólico que probablemente sea la causa de que tantos y tan distintos espectadores se enamoraran de ella, convirtiéndose automáticamente en una cinta de culto.

Durante sus maravillosos primeros 17 minutos la película se toma su tiempo para presentarnos a sus dos inolvidables personajes principales, cómo se conocen en un tren, cómo sus personalidades tan distintas (él, serio e introvertido; ella, extrovertida y alocada) conectan y salta la chispa adecuada. Todo parece perfecto hasta que llega una brutal elipsis y vemos a Joel devastado y con la cara desencajada mientras comienzan los títulos de crédito y suena el «Everybody’s gotta learn sometimes»  de Beck.

A partir de ahí vamos descubriendo a jirones que Clementine ha recurrido a una empresa imaginaria, Lacuna  (el reverso “freak” de la Memory Call de “Desafío total”), para borrar de su memoria a Joel y pasar página en su relación. Despechado, Joel decide hacer lo mismo. Sin embargo, durante la operación de borrado irá recordando los motivos por los que se enamoró de ella, mucho más poderosos que las pequeñas trifulcas diarias y los desacuerdos que les llevaron a la ruptura, y se lanzará en una huida desesperada hacia los rincones más recónditos de su mente para impedir que los técnicos de Lacuna acaben con el último recuerdo de su amada. Esa trama principal se ve reforzada por las historias secundarias que suceden fuera de la cabeza de Joel –el affaire entre el jefe de Lacuna  y su secretaria condenado a repetirse;  el oportunismo de uno de los trabajadores de la empresa, que trata de conquistar a Clementine utilizando sus diarios- y que aportan más riqueza y texturas al relato y a su moraleja: que el verdadero amor nunca muere y que no podemos remediar amar a quien amamos.

Como decíamos, el guión de Kaufman es una patada en la entrepierna de la comedia convencional y aséptica tan habitual en el cine norteamericano, mezclando con habilidad tonos y sensaciones muy distintas,  pero también es justo reconocer el mérito de Gondry al traducirlo en una refrescante  imaginería bizarra, naïf y ligeramente siniestra. Alejado del canon clasicista, el cineasta francés utiliza con creatividad  filtros, desenfoques y colores saturados para crear metáforas visuales de fuerte carga poética (esa cama en la playa nevada, la casa que se cae a pedazos mientras se desvanecen los últimos recuerdos de Joel) y utiliza unos efectos especiales de sabor artesanal que reflejan a la perfección la arquitectura onírica del subconsciente.

Tampoco sería justo olvidar la actuación de Jim Carrey, que, en la línea que abrió en la también sobresaliente “El show de Truman”,  aporta hondura y humanidad a su personaje, demostrando que como actor es capaz de ir más allá de su habitual imitación del gorila gesticulante de las montañas, ni la de Kate Winslet, que se alejaba por fin de los papeles de corsé que le habían dado fama para corroborar que es una de las actrices más versátiles de su generación. El potente equipo de secundarios –formado por el siempre sólido Tom Wilkinson, una enamorable Kirsten Dunst, ese francotirador que hace a todo que es Mark Ruffalo y un Elijah Wood que por entonces luchaba por sacarse de encima el estigma de Frodo (y me temo que aún sigue en ello)- está perfecto en su labor de coro griego que arropa a la pareja protagonista.

Es revelador comprobar que, tras “¡Olvídate de mi!”, ninguno de los principales implicados volvería a volar a alturas semejantes, a excepción de Kate Winslet, que después ganaría un Oscar y no dejaría de involucrarse en proyectos atractivos. La inspiración de Kaufman, que por entonces era el guionista más cool del planeta, parece haberse secado. Tras esta película se vio preparado para dirigir él mismo sus propios guiones, pero su primer intento, “Synecdoche, New York”, no entusiasmó a casi nadie y desde entonces no ha vuelto a prodigarse, aunque se espera que en 2013 estrene “Frank or Francis”.  Gondry aprovechó la inercia y, ya sin Kaufman, rodó la estimable pero acaso demasiado autocomplaciente «La ciencia del sueño». Después, “Rebobine por favor” gustó a algunos y decepcionó a otros (me encuentro entre los segundos) y tras  el encargo alimenticio de “Green hornet”  parece haber bajado muchos enteros en su cotización. Tiene pendiente de estreno «The We and the I», pero no se espera de él otro chispazo de inspiración de semejante calibre.

Finalmente, Carrey  ha alternado algún papel serio (“I love you, Philip Morris”), intentos de cambio de registro (“El número 23”) y personajes en su línea (“Lemony Snicket”) pero su carrera inició una etapa descendente en popularidad y su ruptura matrimonial le abocó a una grave depresión que le llevó a protagonizar algún episodio desconcertante en las redes sociales, aunque nada como anunciar secuelas de sus viejos éxitos (“Como Dios”, “Dos tontos muy tontos”) para recuperar la autoestima. Pero en cualquier caso, lo que importa es que hubo un momento en el que los talentos de todos ellos colisionaron en una pieza de cine inolvidable e irrepetible, a la que el paso del tiempo no ha restado ni un ápice de su magia, encanto y autenticidad.

6 comentarios leave one →
  1. Arzu permalink
    15/04/2012 19:49

    Ésta es una de mis películas favoritas en cuanto a guión (casi a la altura de la perfecta estructura de «Adaptation») y a montaje. Es de esas de las que no me canso por muchas veces que la vea, aunque sea poco recomendable si pasas por un momento flojo, emocionalmente hablando (si se ha estado enamorado alguna vez…). Esta vez sí nos topamos con la mejor interpretación de Carrey (¿alguien más piensa que «El número 23» es una de las peores películas de la historia?), pero es que el reparto en general está muy, muy bien (si nos olvidamos del Hobbit), especialmente el femenino.
    En definitiva, me parece un filme genial, de esos que en los últimos lustros aparecen con cuentagotas, sin embargo, esta vez me gustaría poner una pequeña pega a tu artículo (que me ha gustado bastante): para aquellos que aún no hayan tenido la suerte de verla, más que recomendársela se la destripas un poquillo (lo digo con cariño). Un saludete.

  2. Jorge Luis García permalink*
    15/04/2012 20:11

    Siempre estimado Arzu, muchas gracias por tu comentario. Celebro que coincidamos en nuestra adoración por esta obra maestra. En cuanto a la pega que me pones, me explico. En esta serie de artículos sobre películas estrenadas hace mucho tiempo y que ya pueden ser consideradas como «clásicos» me permito el lujo de destripar un poco porque entiendo que el lector ya la conoce. A mí tampoco me gustan las críticas que «spoilean» el argumento, es algo que procuro no hacer cuando hablo de estrenos recientes, pero estos casos me parecen distintos. Salvando las distancias, yo enfocaría de forma distinta una crítica de «Ciudadano Kane» o «Lo que el viento se llevó» que otra de «Los juegos del hambre».
    No obstante, en el caso de «¡Olvídate de mí!» aún he dejado un par de sorpresas sin revelar para el neófito ;-)
    Saludos.

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