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JOHN EL LADRÓN

(Primera página de la autobiografía «I am Ozzy» de Ozzy Osbourne)

Mi padre siempre pensó que algún día haría algo grande: «Tengo una corazonada contigo, John Osbourne», me decía después de unas cuantas cervezas, «o acabas haciendo algo muy especial o acabas en la cárcel».

Y llevaba razón el viejo.

Antes de cumplir los dieciocho ya estaba en la cárcel.

Robo con escalo, por eso me condenaron. O por decirlo con las palabras de la acusación, «allanamiento de morada y sustracción de 25 libras». Eso equivale hoy a unos trescientos mangos. Vamos, que no fue precisamente el robo del siglo. Como ladrón era un petardo. Una y otra vez repetía el mismo golpe. Le tenía echado el ojo a una tienda de ropa, Sarah Clarke’s, que estaba en la calle trasera de mi casa en Aston. La primera vez que di un palo allí arramblé con un montón de perchas y pensé: de puta madre, verás lo bien que se vende todo esto en el pub. Pero se me había olvidado llevar una linterna y resultó que toda la ropa que me llevé eran petos de bebé y calzoncillos de niño.

Igual podría haber intentado vender un cagarro.

Así que volví. Aquella vez robé una tele de 24 pulgadas. Pero el puto trasto era demasiado pesado, y cuando intenté saltar el muro trasero se me cayó sobre el pecho y estuve una hora sin poder moverme, tirado en una zanja llena de ortigas y sintiéndome gilipollas. De verdad que era como Mr. Magoo pero pasado de drogas. Al final conseguí quitarme el televisor de encima, pero tuve que dejarlo allí.

A la tercera conseguí pillar algunas camisas. Tuve incluso la brillante idea de llevar puestos unos guantes, como un verdadero profesional. El problema estuvo en que a uno de los guantes le faltaba el pulgar y fui dejando huellas perfectas por toda la tienda. La pasma vino a casa pocos días después y encontró los guantes y mi botín. «Conque guantes sin pulgares, ¿eh?», me dijo el poli mientras me ponía las esposas, «desde luego, Einstein no eres».