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10 joyitas de los 2000 a rescatar del olvido

23/02/2023

Una vez superados los apocalípticos designios acerca del cambio de milenio, la primera década del siglo XXI, marcada por el contraste entre los estremecedores efectos del 11-S y una bonanza económica que no llegaría al final del decenio, será recordada como aquella en la que internet se instaló definitivamente en nuestras vidas y, con él, sus infinitas nuevas posibilidades y sus no menores efectos negativos. Y, ya cinematográficamente hablando, los años 2000 se confirmaron como la última gran época del cine como espectáculo de masas si lo enmarcamos dentro de las salas. Tras los revolucionarios 90, el gran público decidió apostar por la fantasía y los grandes espectáculos y triunfaron las sagas de «El señor de los anillos», «Piratas del Caribe» y «Harry Potter», al mismo tiempo que la mejor Pixar hacía historia en la animación y los superhéroes comenzaban a reclamar el trono que asaltarían en la década siguiente.

Pero los triunfadores no son el objetivo del texto que aparece debajo de estas líneas. Dando continuidad al post que ya hicimos al respecto de los 90, lo que a nosotros nos interesa es intentar rescatar obras tan estimables como aquellas que acapararon los grandes titulares pero que, por una razón o por otra, obtuvieron un pedazo más pequeñito del pastel y han ido quedando enterradas por las arenas del tiempo. En la muy heterogénea lista de películas a reivindicar que sigue caben desde varias muestras del gran auge del documental como una cinta de animación japonesa, un western a contracorriente, dos de las obras más singulares de dos de los cineastas más exitosos de Hollywood, una reliquia del indie estadounidense, una cinta de amor francesa e, incluso, una de las comedias más disparatadas que podamos recordar. Una playlist cinematográfica que, esperemos, sirva para descubrir o recuperar películas que a nosotros nos hicieron disfrutar de lo lindo. Que empiece la función…

«GHOST WORLD» (2001)

Ni efecto 2000 ni leches. Como siempre sucede, la entrada en la nueva década, el nuevo siglo y el nuevo milenio no supuso una ruptura radical con lo inmediatamente anterior. Por ello, la primera parada de este repaso representa una continuidad clara respecto a uno de los grandes protagonistas de la anterior década cinematográfica: el cine indie estadounidense. Tomando como base la novela gráfica homónima del prestigioso Daniel Clowes, el director Terry Zwigoff nos proporcionó un coming of age tan iconoclasta y subversivo como emotivo y profundo. Las relación de dos adolescentes con una inteligencia muy superior a la media, pero una integración muy por debajo, se describe ejemplarmente, con sus complicidades, sus discusiones y, sobre todo, las dificultades que conlleva el inevitable e impecable proceso de madurez. Todas las virtudes del filme hubieran quedado cojas de no haber dado con las protagonistas adecuadas, pero el casting de «Ghost World» difícilmente pudo ser más acertado; Scarlett Johansson y Thora Birch (¡qué carreras más diametralmente opuestas las suyas!) se postularon como dos de las mayores promesas de Hollywood con sendas interpretaciones repletas de frescura, desparpajo y hondura. A este impepinable acierto se sumó el del melómano Seymour, seguramente uno de los mejores personajes secundarios de la década, que proporcionó al gran Steve Buscemi uno de los papeles clave de su carrera. Si a todo ello le sumamos una banda sonora de verdadera altura, es innegable que «Ghost World» resultó un excelente preludio de todo lo que se nos avecinaba.

«BALSEROS» (2002)

La primera década del siglo supuso -como se podrá comprobar a lo largo de este post– toda una era dorada para el documental cinematográfico, llegando por fin varios de sus exponentes a audiencias más o menos mayoritarias y saliendo del injusto ostracismo que había sufrido durante muchos años. Esta corriente internacional se dejó sentir también en España con una serie de títulos imprescindibles entre los que destacó -por su repercusión y por su calidad- esta auténtica maravilla que es «Balseros», que logró el hito de meterse en las nominaciones al Oscar a Mejor Documental de 2004. Con una inteligente utilización de material previo, el filme codirigido por Carles Bosch y Josep María Domenech i Graells parte del reportaje realizado por TV3 en 1994 sobre la masiva salida de balsas desde Cuba en dirección Florida, centrándose en aquellos inmigrantes que fueron rescatados en alta mar y llevados a la base de Guantánamo. Siete años después, el mismo equipo viajó a EE.UU. para localizar a los protagonistas de aquel reportaje y comprobar qué había sido de sus vidas. El resultado es simplemente demoledor. «Balseros» muestra, con una sensibilidad infinita, un amplio muestrario de todos los posibles destinos que la caprichosa vida puede llegar a deparar. Desde los entrañables ‘triunfadores’ que han logrado cumplir los sueños que perseguían cuando se echaron a la mar hasta aquellos que no pudieron prosperar en el inmisericorde territorio estadounidense y se vieron obligados a volver o, aún mucho peor, a tener que integrarse en oscuras redes delictivas para poder sobrevivir. El conjunto trasciende ampliamente el mero retrato grupal o el documento coyuntural y se alza como un un humanísimo mosaico sobre el destino, la justicia, la integración y muchos temas más. Una obra cumbre para la historia del documental español…y mundial.

«SER Y TENER» (2002)

En demasiadas ocasiones nuestras ajetreadas existencias nos impiden contemplar los pequeños milagros cotidianos que nos regala la vida. Y esa es precisamente la experiencia que nos proporcionó uno de los más prestigiosos documentalistas franceses, Nicolas Philibert, en esa auténtica maravilla que es «Ser y tener». El cineasta sigue con pasmosa transparencia el día a día de un curso en la modesta escuela de la Francia vaciada en la que conviven en la misma clase niños de un amplio rango de edades. Asistir en primera fila a los pequeños logros de cada uno de los alumnos, a la abnegada dedicación de su profesor y al espíritu fraternal de ayuda y aprendizaje mutuo que se vive en ese aula supone una experiencia mágica y tremendamente emocionante, que logra una implicación total del espectador en el seguimiento de las dificultades que van surgiendo, la superación de esos obstáculos y el miedo y la expectación que se producen simultáneamente en aquellos estudiantes que van a abandonar ese acogedor caparazón para marcharse a otros centros y descubrir el mundo que les espera fuera. La espectacular acogida del filme -con una carrera comercial jalonada de numerosos galardones- se vio empañada por la denuncia presentada por el profesor retratado en el documental por supuesto incumplimiento de lo pactado y una sobrexplotación de lo rodado por Philibert, cuya inesperada repercusión habría afectado psicológicamente a los alumnos, pero lo cierto es que «Ser y tener» sigue permaneciendo en el recuerdo como una de las cumbres de no ficción de lo que va de siglo y, sobre todo, como la gran película a evitar para todo aquel que tenga tomada la decisión de no tener descendencia…verla y querer ser partícipe del desarrollo y crecimiento de un pequeño ser humano es todo uno.

«GRIZZLY MAN» (2005)

El trío de documentales de este artículo finaliza a lo grande con uno de los grandes referentes del género en la década que nos ocupa: el fabuloso «Grizzly Man». Poseedor de una extensa y rica filmografía de ficción y considerado uno de los cineastas clave de los años 70 y 80, el alemán Werner Herzog decidió fundamentar su trabajo en el siglo XXI en el documental, que ya había cultivado con éxito anteriormente. Su característico interés en individuos que deciden apartarse del mundo convencional, que buscan caminos de existencia alternativos, que acometen empresas en las que la grandeza y la locura pugnan en un pulso infinito, se trasladó también al documental y ha ido cristalizando en obras señeras, aunque ninguna de ellas tan popular como la que narra y reflexiona sobre las andanzas de Timothy Treadwell, un chico popular y bien parecido que decide, de buenas a primeras, huir de un futuro prometedor para comenzar una serie de largas expediciones anuales a Alaska para convivir durante meses con una manada de osos grizzly. Herzog parte de la espeluznante cinta que recoge los sonidos previos al ataque mortal que sufrieron Treadwell y su novia por parte de uno de los osos para intentar recomponer un escurridizo perfil personal del fallecido mediante las propias imágenes grabadas por Treadwell en sus excursiones y los testimonios tanto de allegados suyos como expertos naturalistas. El resultado es una exploración fascinante de la psique humana que Herzog maneja narrativamente con sorprendente virtuosismo, siempre optando por ir brindando más preguntas y cuestiones para la reflexión y evitando respuestas definitivas y juicios de valor innecesarios. Un clásico ya eterno.

«LOS TRES ENTIERROS DE MELQUIADES ESTRADA» (2005)

Los tipos aparentemente más duros suelen albergar los corazones más sensibles. Eso nos ha ido enseñando Clint Eastwood desde que saltara a la dirección y eso mismo hizo en el nuevo milenio todo un Tommy Lee Jones, proporcionándonos una de las sorpresas más morrocotudas de la década, de la mano de uno de los mejores westerns de los últimos treinta años. El sobrio intérprete texano eligió sabiamente para estrenarse como cineasta uno de los mejores guiones jamás escritos por Guillermo Arriaga -hombre clave de ese decenio por su trabajo con Alejandro González Iñárritu-, en el que, basándose muy libremente en un suceso real, narra el asesinato accidental de un inmigrante mexicano, los intentos de ocultarlo por parte de las respectivos cuerpos de seguridad y, esencialmente, el viaje de venganza y redención que emprende el mejor amigo del fallecido, un Pete Perkins (encarnado por el propio director) que se convierte en uno de esos personajes inolvidables que el cine regala de cuando en cuando. Un trayecto sorprendente, macabro, incluso con afilados toques de humor, y pleno de inesperados encuentros que, en un continuo crescendo aúna de forma ejemplar el espíritu iconoclasta de Sam Peckinpah con la discreta profundidad de John Ford, sin por ello dejar de lado una narrativa rabiosamente actual. Lástima que la racanería de los galardones de su temporada y lo poco que ha vuelto a prodigarse Tommy Lee Jones tras la cámara hayan dejado tan inadvertida una obra maestra como ésta. No lo duden, descúbranla (o revisítenla) en cuanto puedan.

«UN FUNERAL DE MUERTE» (2007)

No se puede decir que el siglo XXI esté siendo un periodo propicio para la comedia cinematográfica. Con gran parte de los popes del género desarrollando sus proyectos para televisión, en salas apenas hemos podido contar con el corpus de peterpanismo generado por Judd Apatow y Gregg Mottola y las contribuciones de genios recientes como Will Ferrell y Sacha Baron Cohen como salvavidas habituales para los degustadores del cine más desenfadado. Por eso fue tan inesperada la aparición de un artefacto tan a contracorriente como «Un funeral de muerte», un gozoso disparate en torno al funeral del patriarca de una familia absolutamente disfuncional, que presenta una galería de miembros digna del mayor museo de los horrores. A los mandos de la nave, todo un emblema de la comedia, el angloamericano Frank Oz («Muppets», «In & Out», «Bowfinger»), que se encargó de manejar los hilos con pericia de una trama que combinaba a la perfección los tintes clásicos británicos de la factoría Ealing y del mejor Peter Sellers (ese imparable crescendo cómico en un único escenario recuerda tanto a «El guateque»…) con la vocación escatológica más norteamericana de referentes como los hermanos Farrelly. La alocada escalada de desopilantes secuencias no habría podido aterrizar en firme sin el apoyo de un entregado y perfectamente escogido reparto que huyó de grandes estrellas para potenciar la caracterización absolutamente única de cada personaje. Aún así, varios de ellos han ascendido desde entonces hasta lograr el estatus de grandes estrellas (Peter Dinklage, la adorable pareja que forman Matthew MacFayden y Keeley Hawes, Rupert Graves). «Un funeral de muerte», más allá de generar un remake estadounidense en 2010 que ni me he atrevido a revisar, no supuso ningún revulsivo para esa actual carencia de la comedia cinematográfica, pero, cuando menos, permanece en el recuerdo como una de las últimas veces que pudimos reir a mandíbula batiente en una exhibición cinematográfica.

«EL DESAFÍO: FROST CONTRA NIXON» (2008)

La condición de chico para todo que ha adoptado Ron Howard -y que seguramente le ha reportado pingües beneficios materiales- no cabe duda que le ha supuesto al pelirrojo cineasta el ser uno de los directores que ha sufrido mayor número de chanzas de la historia del séptimo arte. No cabe duda de que en algún caso se lo ha ganado a pulso, pero tanto como justo es reconocer que el número de buenas películas de las que puede presumir en su filmografía es respetablemente abultado. Y, entre ellas -y sin ser una de las célebres pese a sus numerosas nominaciones a los premios de su temporada-, brilla especialmente «El desafío: Frost contra Nixon», para un servidor la obra más sobresaliente de su trayectoria. Inicio de una breve pero fructífera colaboración con Peter Morgan -recuerden también la notable «Rush» (2013)-, el filme adapta a la gran pantalla de la exitosa obra teatral estrenada por el británico apenas un año antes. El inmenso talento de Morgan para sacar a la luz los rasgos mas íntimos de las mayores celebridades es plasmado de forma ejemplar por un Howard que logra, a un tiempo, evitar el estatismo del original y respetar su profunda indagación en dos personajes tan contrapuestos como el triunfador periodista David Frost y el único presidente estadounidense apartado de su cargo durante su mandato, Richard Nixon. La serie de entrevistas que mantuvieron ambos en 1977-uno de los grandes hitos televisivos de la historia- es el campo de batalla del que un comedido y eficaz Howard sabe sacar petróleo fílmico. Primero, en forma de precisa recreación histórica, luego proponiendo un absorbente thriller íntimo y, por último -en un giro inolvidable-, en un lírico drama humanista que deja absolutamente noqueado. Y, por encima de todo, dos actuaciones soberbias de Michael Sheen y, muy especialmente, de un Frank Langella absolutamente insuperable. Una obra ejemplar. Piensen en ella cuando vuelvan a burlarse del pobre Ron.

«LA BODA DE RACHEL» (2008)

Consumado el relativo fracaso de «El mensajero del miedo» (2004), Jonathan Demme -uno de los cineastas más importantes de los años noventa gracias a dos rotundos éxitos consecutivos como «El silencio de los corderos» y «Philadelphia»– decidió volver a sus primigenias esencias independientes y se descolgó en 2008 con la sorprendente «La boda de Rachel», la espléndida plasmación en pantalla grande de un acidísimo guion escrito por Jenny Lumet -sí, la hija del gran Sidney-. La entrada como un elefante en una cacharrería de Kym -una drogadicta recién salida de rehabilitación- en los preparativos de boda de su hermana, Rachel, sirve en bandeja un drama desprejuiciado, despojado y agrio -bien colmado de diálogos punzantes- sobre la posibilidad del perdón y la redención y las múltiples grietas que el pasado va acumulando en toda familia, por muy ideal que ésta parezca. Una Anne Hathaway en su mejor momento afrontó con valentía inusual uno de los personajes más antipáticos de la historia reciente del cine americano y no solo salió indemne, sino que redondeó el mejor papel de su carrera -junto al oscarizado de «Los miserables»-. Pero no estuvo sola, una Rosemarie DeWitt galáctica se consolidó como una de las secundarias más solventes de lo que va de siglo y la recuperada Debra Winger brilló en una de sus más agradecidas intervenciones una vez acabada su etapa de éxito masivo. Todo este talento fue amalgamado con brillantez por Demme, que sorprendió con su enfoque ágil e inmisericorde, alejándose del habitual tono melifluo con el que trata muchas veces el cine estadounidense al espinoso asunto de la familia y mostrando un tono mucho más cercano al incómodo bisturí utilizado posteriormente por directores franceses como Arnaud Desplechin u Olivier Assayas. Resultando apenas agraciada en la carrera de los Oscar de su año, «La boda de Rachel» ha dejado una estela de recuerdo demasiado atenuada. Ya es hora de volver a colocarla en el lugar que se merece.

«PONYO EN EL ACANTILADO» (2008)

El genial director japonés Hayao Miyazaki, al frente de los ya legendarios estudios Ghibli, había sido uno de los grandes protagonistas fílmicos del fin del anterior milenio y los comienzos del presente al explotar creativamente y comercialmente, conquistando definitivamente el mercado occidental, con dos triunfos tan rotundos como «La princesa Mononoke» (1997) y «El viaje de Chihiro» (2001). Tras dos obras tan expansivas y espectaculares, tendencia que continuó con «El castillo ambulante» (2004), «Ponyo en el acantilado» supuso una especie de vuelta a los orígenes -con unos trazos claramente más sencillos que en sus espectaculares precedentes-, un retorno a la esencia más pura de la animación que no pudo resultar más agradecida. Sin abandonar el tono fantástico y mítico -nos encontramos ante la particular versión del maestro nipón de «La sirenita»-, la historia de un pececillo rescatado por un niño nos sumerge -nunca mejor dicho- en una experiencia onírica, casi lisérgica, de una belleza insuperable (esos inolvidables paseos por los fondos marinos), que abruma desde su silente sencillez pero que no renuncia a la ambición temática. El cuento que nos ofrece Ghibli va desplegando con calma, sin aspavientos, sus múltiples capas, sabiendo como nadie transitar entre el mundo real e imaginario y ofreciendo, en definitiva, un emocionante canto al amor y la solidaridad humanas y, sobre todo, erigiéndose en uno de los más rotundos, y a la vez elegantes, manifiestos en favor de la necesidad de la preservación del medio ambiente que hayamos visto nunca en la gran pantalla. Una maravilla que, pese a triunfar incontestablemente en Japón, no logró en el resto del mundo la repercusión de las obras precedentes del estudio. Una pequeña injusticia que habrá que ir reparando poco a poco, no dejando de visionar periódicamente una de las más grandes cintas de animación que nos ha legado el siglo XXI.

«MADEMOISELLE CHAMBON» (2009)

Eficaz y de cuando en cuando inspirado, Stéphane Brizé es un director consolidado dentro de la pujante industria francesa, pero no inserto entre los grandes nombres cinematográficos del país vecino. No obstante, hay veces que un cineasta determinado encuentra un proyecto con el que se siente especialmente confortable y da un do de pecho inaudito en su carrera. En espera de obras de similar dimensión, está claro que «Mademoiselle Chambon» supuso ese momento de especial inspiración para Brizé. La adaptación de la novela homónima de Éric Holder se inscribe con honores en ese fructífero subgénero del cine romántico que conjuga breves encuentros de dos personas cuyo amor es imposible, ese que conjuga el amor sublime, no dañado por la rutina, con el drama que supone su escasa prolongación en el tiempo. «Breve encuentro», «Antes del amanecer» o «Un extraño en mi vida» son referentes válidos para enmarcar a «Mademoiselle Chambon», una historia de pequeños gestos y elocuentes silencios que narra el apasionado romance que vive el modesto y trabajador Jean con la maestra de su hijo. Dos gigantes del panorama galo como son Vincent Lindon y Sandrine Kiberlain bordan con total naturalidad dos personajes protagonistas que iremos conociendo muy poco a poco, lo que les dota de un misterio que funciona maravillosamente para que el espectador no pueda ni quiera apartar los ojos de la pantalla mientras el preciso -y precioso- guion va deshaciendo deliciosamente el ovillo y Brizé muestra una madurez y una delicadeza extremas para crear una pieza de auténtica orfebrería. La progresiva erupción de la pasión ocultada durante semanas y su sobrio y perfecto final acaban otorgando a «Mademoiselle Chambon» la vitola de una de los grandes filmes románticos de lo que va de siglo y una de la joyas menos reivindicadas de la década que hemos repasado.

2 comentarios leave one →
  1. Miguel Angel permalink
    15/03/2023 21:47

    ¡Qué alegría volver a veros por aquÍ!

    • Alberto Loriente permalink*
      15/03/2023 23:47

      Mil gracias, Miguel Ángel,

      Esperamos, al ritmo que vayamos pudiendo, ir subiendo nuevos contenidos.

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