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Anna B Savage: cuando la belleza derriba monstruos

16/10/2023

Pocas escenas musicales tan deslumbrantes hay en la actualidad como la que nos están brindando las islas británicas post-Brexit, todo un crisol de artistas que, respetando la tradición, están despuntando gracias a su imaginación, a su rabia más o menos contenida ante la situación nacional y mundial, su franqueza emocional y el desafío a los límites prefigurados. Fontaines D.C., Shame, Idles, Yard Act…, así podríamos continuar durante varías líneas. Y, entre todo este frondoso vergel, aparece una flor solitaria, apenas perceptible, pero de una belleza descomunal. Sin aparente relación con sus contemporáneos, pero con profundas coincidencias, surge Anna B. Savage, una cantautora que, sin haber alcanzado aún grandes cotas de popularidad, ya nos ha dejado dos de las obras más sugerentes de lo que llevamos de década.

Enfrentarse a la música de Anna B Savage no es tarea fácil, requiere de ejercer el arte perdido de dedicarse a escuchar un disco sin más distracción, o al menos alguna no muy intrusiva. No esperen bonitas melodías ni infecciosos riffs. El sonido de Savage se compone, en más de un 70 %, de su poderosa voz en primer plano, ya sea susurrando, recitando, cantando de una manera muy particular -en muchas ocasiones sin seguir el compás que le marca la música- y, solo en escasos momentos aunque muy significativos, alzando el tono. La británica tiene una voz particular: poderosa, con matices casi operísticos, recuerda a divas torturadas como PJ Harvey (en su versión más minimalista) o Beth Gibbons; se le ha llegado a comparar con Jeff Buckley (aunque no lo comparto del todo) y, sobre todo, se le puede identificar con Antony -actualmente ANOHNI-, ese talentazo que nos deslumbrara con «I’m a Bird Now» (2005).

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10 joyitas de los 2000 a rescatar del olvido

23/02/2023

Una vez superados los apocalípticos designios acerca del cambio de milenio, la primera década del siglo XXI, marcada por el contraste entre los estremecedores efectos del 11-S y una bonanza económica que no llegaría al final del decenio, será recordada como aquella en la que internet se instaló definitivamente en nuestras vidas y, con él, sus infinitas nuevas posibilidades y sus no menores efectos negativos. Y, ya cinematográficamente hablando, los años 2000 se confirmaron como la última gran época del cine como espectáculo de masas si lo enmarcamos dentro de las salas. Tras los revolucionarios 90, el gran público decidió apostar por la fantasía y los grandes espectáculos y triunfaron las sagas de «El señor de los anillos», «Piratas del Caribe» y «Harry Potter», al mismo tiempo que la mejor Pixar hacía historia en la animación y los superhéroes comenzaban a reclamar el trono que asaltarían en la década siguiente.

Pero los triunfadores no son el objetivo del texto que aparece debajo de estas líneas. Dando continuidad al post que ya hicimos al respecto de los 90, lo que a nosotros nos interesa es intentar rescatar obras tan estimables como aquellas que acapararon los grandes titulares pero que, por una razón o por otra, obtuvieron un pedazo más pequeñito del pastel y han ido quedando enterradas por las arenas del tiempo. En la muy heterogénea lista de películas a reivindicar que sigue caben desde varias muestras del gran auge del documental como una cinta de animación japonesa, un western a contracorriente, dos de las obras más singulares de dos de los cineastas más exitosos de Hollywood, una reliquia del indie estadounidense, una cinta de amor francesa e, incluso, una de las comedias más disparatadas que podamos recordar. Una playlist cinematográfica que, esperemos, sirva para descubrir o recuperar películas que a nosotros nos hicieron disfrutar de lo lindo. Que empiece la función…

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10 años y un día a bordo de «El Cadillac Negro»

16/02/2022

El 15 de febrero de 2012 arrancó la andadura de El Cadillac Negro con la publicación de nuestro primer post. O mejor dicho, de nuestros tres primeros posts, lo cual viene a recordarnos las enormes ganas que teníamos entonces, hace hoy exactamente 10 años y un día, de poner en marcha el motor de este blog. Y es que aunque en esa fecha publicamos las entradas «Leonard Cohen, ese perezoso bastardo que vive en un traje», review de su disco «Old Ideas», «Amando (y odiando) a Van Halen» y ««War horse», el caballo de Spielberg», el trayecto en realidad comenzó mucho antes. La puesta a punto de la maquinaria hasta que conseguimos tenerlo todo bien engrasado para echar a rodar fue compleja y no estuvo exenta de obstáculos y curvas, pero fue sobre todo muy emocionante y extremadamente divertida. Como siempre ha sido todo lo relacionado con este blog. Un blog que nació como el proyecto conjunto de Alberto Loriente, Jorge Luis García y Rodrigo Martín, tres amigos y ex compañeros de trabajo. Esto último no es un dato azaroso y sin importancia, pues fue precisamente cuando cerró la empresa en la que llevaban trabajando juntos casi una década cuando se dieron cuenta de que echarían de menos esas largas y apasionadas conversaciones en el curro sobre música, cine y series, y esos interminables intercambios de listas, recomendaciones y pareceres, siempre tan enriquecedores aunque en no pocas ocasiones derivaran en alguna acalorada polémica o algún saludable pique. Así que puede decirse que, en cierto sentido, El Cadillac Negro no fue más que la prolongación de ese hábito apasionado que Alberto, Jorge y Rodrigo compartieron y cultivaron desde un principio y les fue uniendo cada vez más durante sus casi diez años de andadura laboral conjunta. La diferencia es que en ese momento, a comienzos de 2012, pensaron que podían compartir sus listas, recomendaciones y pareceres con, básicamente, todo aquel que quisiera leerles. Sin muchas esperanzas de que hubiera mucha gente que quisiera hacerlo. Pero sí la hubo. Vaya si la hubo.

Pero no nos adelantemos. Es difícil no soltar ahora incluso alguna lagrimita recordando esas maratonianas jornadas, casi siempre en casa de Rodrigo, en las que fueron dando los primeros detalles al proyecto. El problema fue que muchas de esas primeras reuniones concluyeron sin algo fundamental y sin lo cual, a pesar de tener muy claros sus propósitos e intenciones, se veían incapaces de avanzar: ¡no encontraban un maldito nombre para el blog! Todas sus formidables ideas primigenias, la mayoría de las cuales ahora serían incapaces de recordar, tuvieron que ser descartadas porque, sí, lo habéis adivinado… ya existían. Otras ideas (algunas de ellas catastróficas, vistas ahora con perspectiva) han logrado sobrevivir al olvido porque quedaron documentadas en las larguísimas cadenas de mails que se intercambiaron por aquel entonces: «La estantería de Rob Gordon», «Banquete de mendigos», «Pastillas para soñar», «El martillo de los Dioses», «La mano derecha del Diablo», «Power Trio», «Imperio de suciedad», «La base rebelde»… Por suerte, ninguna de ellas prosperó y sí lo hizo «El Cadillac Negro». Le inspiración les vino por la canción «Black Cadillac» de Rosanne Cash, dedicada a la memoria de su padre, el gran Johnny Cash. Les moló la referencia pero, sobre todo, les sonó de puta madre (no me digáis que no), y les pareció que la imaginería, el rollo clásico y todo el concepto del viaje y la carretera encajaba como un guante en su propuesta. Una vez que tuvieron a ese flamante Cadillac negro en su cabeza, toda la parte del diseño del blog (los más fieles sabrán que, ejem, no ha variado demasiado en estos 10 años), para el que usaron fotografías originales del reciente viaje de Rodrigo a tierras norteamericanas, fue como la seda. Y cuando quisieron darse cuenta, ya estaban listos para publicar. 

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«Sin tiempo para morir»: 007 y el largo adiós

05/10/2021

Rodéate de seres humanos, querido James. Es más fácil luchar por ellos que por los principios (…) pero no me defraudes y te vuelvas humano. Perderíamos una máquina fantástica.

(Ian Fleming)

Hoy, 5 de octubre, día mundial de James Bond (aniversario del estreno de «007 contra el Dr. No«), rendimos homenaje al que ha sido, es y será el mejor James Bond de todos los tiempos: Daniel Craig…al menos, para la gran parte de una generación. Esa que sólo relacionan el personaje de Robin Hood con los rostros de Taron Egerton y Kevin Costner (y ni conocen a Errol Flynn o Douglas Fairbanks). Los mismos que nunca antepondrán los nombres de Peter Cushing o Basil Rathbone a los de Robert Downey Jr y Benedict Cumberbatch cuando hablamos de Sherlock Holmes. En El Cadillac Negro no entraremos en juicios de valor, que difícilmente aportarán algo constructivo a nuestro análisis. Bastará con decir que Craig protagonizó dos de los veinticinco mejores títulos que el agente ha protagonizado a día de hoy. Las películas de 007 siempre han sido fieles representantes de las épocas a las que pertenecían y, sus casi sesenta años de historia abarcan diferentes tiempos, diferentes sociedades…y diferentes agentes. Sean Connery insufló vida, carisma y carácter a un personaje al que él convirtió en icónico; pero que jamás habría sobrevivido hasta nuestros días sin un proceso de adaptación que llevaron a cabo el resto de actores que se enfundaron el esmoquin y la Walther PPK. Así, el modelo australiano George Lazenby, aportó un perfil más sentimental y humano en un título (el único al que se comprometió) que ya era de por si más realista que las últimas entregas con Connery. Roger Moore (que, de no haber sido por su contrato con la serie de televisión «El santo«, habría sido el sustituto de Connery) asumió el riesgo de demostrar que Bond podía ser un personaje con vida más allá del rostro de Connery, haciéndole más relajado y sofisticado, mientras las tramas se adaptaban a temas de mayor actualidad (narcotráfico, crisis energética, carrera espacial…) e incluso lanzándose con historias alejadas de las novelas de Fleming. El galés Timothy Dalton llevó a Bond de vuelta a sus raíces, retomando las novelas de Fleming, interpretando a un personaje más oscuro y directo con sus objetivos, dispuesto incluso a ser insurgente con sus superiores; siendo además el primer Bond que se alejó en cierta medida del concepto clásico de galán con el que jugaron todos sus predecesores. Pierce Brosnan (que, al igual que pasó con Moore, su contrato televisivo con «Remington Steel» le impidió ser el sustituto de Moore) revivió la franquicia, la adaptó al siglo XXI a través de un Bond que combinaba todo lo bueno de sus predecesores (rudeza, elegancia, humor, carisma, seriedad) mientras abandonaba ciertos clichés machistas y caducos del personaje. Era un 007 al gusto de todos.

Tras un casting de año y medio por el que pasaron más de 200 candidatos, el 14 de octubre de 2005, los productores Barbara Broccoli y Michael G. Wilson comunicaban oficialmente el nombre del actor elegido para encarnar durante los próximos tres títulos (entregas 21, 22 y 23 de la saga) al agente secreto James Bond. Hasta donde alcanza mi memoria, dos han sido los actores que tuvieron que soportar la mayor campaña de odio al hacerse público su elección para un determinado papel: Heath Ledger como el Joker de «El caballero oscuro» y Daniel Craig como el nuevo James Bond. Los primeros indicios apuntaban a que Craig sería un nuevo Lazenby o Dalton: un actor de transición. No llegaba a la franquicia con el carisma y la admiración del gran público que sí tuvieron Moore y Brosnan, ni poseía una filmografía que permitiera vislumbrar con qué recursos contaba, ni qué aportaciones haría al personaje. Pero, esos aparentes hándicaps, se acabarían convirtiendo en su mejor baza para sorprender al mundo entero.

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Cinderella: recordando a los grandes olvidados

11/07/2021

Hay pocas cosas más injustas que la memoria. Muchas veces tendemos a pensar cómodamente que se trata de un mecanismo de objetividad infalible, pero, muy al contrario, pocos dispositivos humanos son más subjetivos y azarosos que el recuerdo. Si juntamos todas esas pequeñas aleatoriedades individuales tendremos que hemos conformado una ‘memoria global’ de lo menos fiable. Situándonos en terrenos más mundanos, todo lo anterior nos lleva a que retengamos en nuestras neuronas a un montón de bandas insignificantes y, sin embargo, hayamos borrado casi por completo cualquier remembranza de formaciones realmente importantes y que merecerían un lugar mucho más privilegiado en nuestro ‘disco duro’ particular.

Hasta el seguidor más casual del rock puede citar casi de carrerilla la lista de bandas que se ha ido estableciendo como ‘oficial’ a la hora de hablar de la ola de hard rock festivo que invadió EE.UU, y por ende el mundo occidental, en los años 80. Sin duda, en ella siempre aparecerán Guns’N’Roses, Bon Jovi, Mötley Crüe, Poison y Skid Row e incluso algún seguidor más avezado incluirá a grupos de destello más fugaz como Warrant. Pero de ese listado se cae en muchas ocasiones, sin duda demasiadas, un nombre que resultó igualmente importante en aquella época, en términos tanto cualitativos como comerciales, pero que las arenas del tiempo -y el hecho de tener la peor de las suertes en el momento menos adecuado- ha acabado sepultando de manera muy injusta: los fantásticos Cinderella. Dado que en los últimos 26 años sus seguidores apenas nos hemos podido echar a la boca una cantidad ingente de lanzamientos en directo y recopilatorios -además de la reciente y muy recomendable trayectoria en solitario de su sempiterno líder, Tom Keifer,-, nos centraremos en repasar sus cuatro discos en estudio, cuatro obras tan diferentes como interesantes cuya recuperación debería bastar para que muchos melómanos volvieran a colocar el nombre de Cinderella en el lugar que les corresponde: la eternidad. A por ello vamos:

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«Un lugar tranquilo 2»: más ruido, menos eco

18/06/2021

Iluso de mí, uno andaba tan contento allá a mediados del marzo de 2020 por haber confirmado su asistencia para el pase de prensa de «Un lugar tranquilo 2», la secuela de una de las películas que más le habían sorprendido en los últimos tiempos. Pero pocos días antes de esa anhelada proyección…el mundo cambió para siempre. La retahíla de nuevas fechas de estreno del filme y sus sucesivas cancelaciones se desarrollaron al compás de una sociedad que iba alternando momentos de tibia esperanza con nuevas y brutales decaídas. Pero, al fin, un día de comienzos de junio de 2021, el que esto escribe se sentaba en una sala de cine, bien provisto de mascarilla y gel hidroalcohólico para disfrutar, 15 meses después, de una producción que había visto recompensada su paciencia con la hazaña de conseguir el mejor estreno en cines estadounidenses desde el inicio de la pandemia y haber marcado la definitiva vuelta del cine comercial a la gran pantalla. «Un lugar tranquilo 2» ya se ha convertido, mucho más que en una película, en todo un símbolo. Como nos enseña el argumento de sus dos entregas, incluso en el más devastado de los mundos siempre existe, por mucho que cueste encontrarla, una brizna de esperanza.

Trasladándonos ya a terrenos mundanamente cinematográficos, John Krasinski afrontaba con esta secuela un reto de enormes proporciones: ofrecer una continuación digna de una primera parte que había logrado la cuadratura del círculo. Porque «Un lugar tranquilo» representó el sueño de todo productor. Dentro de un terreno tan trillado como el de las invasiones extraterrestres, el filme de Krasinski logró una reinvención del subgénero sin forzar la postura, simplemente mediante una brillante idea (la amenaza de unos aliens letales pero ciegos, que cazan gracias a su agudísimo sentido del oído), una perfecta ejecución (una cuidadísima puesta en escena, un ingenioso uso del sonido, una dirección sobria pero certera que propició algunas de las mejores secuencias de puro terror del cine reciente) y, sobre todo, de un guion con alma que ofrecía una profunda disección del verdadero significado de lo que supone ser una familia. El resultado fue un merecido triunfo tanto a nivel comercial como crítico, contentando tanto al espectador más casual como al menos tendente a dejarse seducir por el género del terror.

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«Reyes de la noche»: furia en las ondas

14/06/2021

Pocas fuentes de inspiración tan prometedoras han surgido en los últimos años como la de «Reyes de la noche»: la consistente en la furibunda lucha mantenida en los últimos años 80 y los 90 entre las dos grandes figuras mediáticas de los programas deportivos nocturnos: José María García y José Ramón de la Morena. Más que nada porque, más allá del atractivo congénito de los dos personajes, esta pugna podía alcanzar cotas mucho más ambiciosas: un retrato de la escena mediática nacional de aquellos años, el enfrentamiento entre las sempiternas dos Españas, el permanente conflicto entre lo viejo y lo nuevo….y un largo etcétera. La premisa podía haber dado para un excelente documental (ya fuera en forma de largometraje o serie) o para ficciones de muy distinto cariz. Podría haber deparado un retrato íntimo de los dos contendientes o bien una ambiciosa panorámica de la sociedad española de la época o incluso una vitriólica farsa humorística. Lo malo es que la producción de Movistar+ quiere hacer un poco de todo lo señalado anteriormente, quedándose, sin embargo, en un romo término medio.

Adolfo Valor y Cristóbal Garrido, creadores de la serie, han decidido abordar el relato por medio de la comedia dramática, ofreciendo un tono desenfadado, ligero y muy accesible a todo tipo de públicos (no en vano dirige la mayoría de los capítulos Carlos Therón, último rey de la comedia comercial española), pero nunca decididamente cómico, con el objeto de poder introducir, como contraste, elementos realmente dramáticos sin que el edificio acabe colapsando.

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¿Dónde estabas tú en el 91?

17/05/2021

1991 comenzó con los tambores de guerra que sonaban en el golfo Pérsico y terminó con el estruendo de un gigante, la URSS, desplomándose y rompiéndose en pedazos. Entre medias, empujamos a Miguel Indurain hacia la conquista del primero de sus cinco Tours de Francia, conocimos los extravagantes gustos culinarios de un tal Hannibal Lecter, se nos cayó la mandíbula al suelo con los revolucionarios efectos líquidos de “Terminator 2” y el SIDA se empeñó en golpearnos castigando a nuestros dioses, primero a Magic Johnson y poco después, de un modo más trágico, a Freddie Mercury. Y precisamente si hablamos de música, la huella que dejó 1991 en la cultura popular se agiganta exponencialmente. Porque aquel no fue simplemente un año más. De ningún modo. De hecho, podía percibirse en el ambiente que había una revolución en ciernes. Que soplaban vientos de cambio. Los 80 se dirigían hacia su extinción mientras que los 90 se abrían ya paso a machetazos. Se oían cantos de cisnes obligados a marcharse y de gallos que anunciaban una nueva era. Y fruto de esa maravillosa confusión entre lo viejo, lo nuevo y lo atemporal, de esa abrupta colisión entre los sonidos y estilos que dominaron la década anterior y los que estaban llamados a reinar en un futuro que ya estaba ahí, llegó una de las cosechas de discos más impresionantes y fructíferas de la historia, comparable a otras añadas legendarias como las de 1967 o 1977. Algunos, los que ya peinamos algunas canas, lo vivimos en todo su esplendor y podemos dar fe de que aquellos fueron tiempos verdaderamente apasionantes. Uno de los mejores tiempos posibles para ser joven y flipar con la música que te toca vivir. De excitantes descubrimientos y confirmaciones que, aunque en ese momento uno no sea plenamente consciente, terminan marcándote a fuego. Y en lo que se refiere al rock, probablemente sea el último año en el que el género tuvo un impacto real y relevante en la sociedad.

Muchos de los álbumes publicados en aquellos doce meses ocupan hoy posiciones destacadas en las listas de discos más importantes de la historia de la música. Varios de ellos contribuyeron a cambiar esa historia, otros sencillamente nos cambiaron la vida, y algunos no necesitaron cambiar nada para hacernos pasar ratos tan endemoniadamente buenos que se quedaron para siempre en un rincón especial de nuestra memoria. Con estas líneas hemos querido rendir tributo a todas esas obras que significaron algo para cada uno de nosotros, no necesariamente en el momento en el que se publicaron, y que juntas ofrecen la instantánea más nítida posible de una época irrepetible. Por ello os invitamos a acompañarnos en uno de esos viajes en el tiempo que tanto nos gustan, empezando por enero y terminando en diciembre de 1991, y a zambullirnos a fondo, sin límites ni restricciones de tiempo o espacio, en el cúmulo de sensaciones, sonidos, olores, sabores y colores que nos dejó un período inolvidable a través de sus protagonistas, sus discos, sus canciones y sus videoclips. Abróchense los cinturones y disfruten del trayecto, que tenemos para un buen rato:

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