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¿Crisis en tierras infinitas?: una mirada al cine de superhéroes de 2017

23/11/2017

93,8 millones de dólares. Esa es la cifra que ingresó “Liga de la Justicia” en su primer fin de semana en la taquilla estadounidense. Números que serían la envidia de la gran mayoría de producciones que Hollywood lanza cada año (que se lo digan, por ejemplo, a “Blade Runner 2049”) pero que resultan ciertamente decepcionantes para un all-star definitivo de superhéroes de DC en el que se han invertido (extraoficialmente) 300 millones de presupuesto y cuyo objetivo natural era estar, al menos, al la altura de los Vengadores de Marvel en el box-office. Números imperdonablemente inferiores a los de todas las películas anteriores englobadas en el cuestionado universo superheroico creado por Warner. Números que lamentan los fans y simpatizantes de un DCEU cuya continuidad se ve un tanto amenazada y que celebran los haters, que han saludado el batacazo como si se tratase de un gol marcado por su equipo en la final de la Champions. Incluso los detractores generales de este tipo de películas de entretenimiento, aquellos que llevan años vaticinando el estallido de la burbuja y esa parte del público hastiada de que las cintas de supertipos copen las carteleras (¿alguien les obliga a verlas?) pueden creer tener motivos para el optimismo. ¿Es el ‘fracaso’ -y pongan ahí todas las comillas del mundo que quieran- de “Liga de la Justicia” un indicio, aunque sea ligero, de que el género enfila ya su decadencia? Nada más lejos de la realidad. No al menos en el corto-medio plazo. Porque esa realidad señala que cinco de las once películas más taquilleras en todo el mundo en 2017 están protagonizadas por superhéroes, proporción idéntica a la del año anterior. Pese a la saturación, la audiencia sigue respondiendo magníficamente, y nada hace indicar que en 2018 no lo siga haciendo. Si el objetivo principal de la industria de entretenimiento es la rentabilidad económica, el género superheroico sigue siendo un valor tan seguro como las cintas de animación, la saga Fast & Furious o las adaptaciones a imagen real de los cuentos de Disney. Sí se empieza a estabilizar la franja de los 800 millones de dólares como el techo para estas producciones (“Spiderman:Homecoming”, 880 millones; “Guardianes de la Galaxia Vol.2”, 863 millones; “Wonder Woman”, 821 millones; “Thor: Ragnarok”, a la que a día de hoy todavía le queda carrera comercial, 739 millones), quedando ya la frontera de los 1.000 millones para los mash up colectivos de los Vengadores.

Pero más allá de la buena salud de los los números, el género también ha gozado en 2017 en general de la aceptación de crítica y público. Quizás no hayamos tenido ninguna película verdaderamente sobresaliente, pero ha cundido un nivel medio bueno, incluso notable (siempre teniendo en cuenta lo que se le pide a este tipo de producto, que principalmente es entretenimiento puro y duro con un mínimo de sentido y coherencia), que es mucho más de lo que se podía decir en otros tiempos. La ausencia de verdaderos riesgos artísticos que impone el férreo control creativo de las majors se viene supliendo con eficacia, sentido de la diversión bien entendido y variadas zambullidas en subgéneros afines (el western, la aventura pulp, la space-opera, la comedia teen) con disfrutables resultados. Como siempre, ha habido ejemplos mejores y peores, aciertos indiscutibles y decisiones más cuestionables, pero en global ha sido una cosecha lo suficientemente generosa y abundante como para contentar tanto al espectador de multisalas como al friki de las viñetas. Aprovechando que con el reciente estreno de “Liga de la Justicia” concluye la campaña superheroica anual, vamos a repasar lo que ha dado de sí esta variedad del blockbuster contemporáneo a la que, por diversos motivos, en estos últimos meses no le hemos dado tanta bola en el blog.

La actualidad manda y toca volver a “Liga de la Justicia”, la película con la que Warner se jugaba la credibilidad de su DCEU, extremadamente tocada tras los (merecidos) palos que se llevó el año pasado con “Batman v. Superman” y “Escuadrón suicida”, y a pesar del feliz pelotazo de “Wonder Woman” hace solo unos meses. Las expectativas no eran nada halagüeñas y las primeras críticas parecían confirmar un nuevo y tal vez definitivo trastazo, pero, vista la película, lo cierto es que el desastre no llega a producirse y, a pesar de que los problemas estructurales de este universo construido a toda prisa para equipararse al de Marvel siguen ahí, el decente resultado final ofrece motivos para la esperanza. Escarmentados ya del tono grave y solemne impuesto como libro de estilo en “El hombre de acero” que terminó derivando en tostón y grandilocuencia indigesta, los directivos de Warner ya habían decidido que lo que procedía en este momento era una “bajada de pantalones” para salvar la papeleta. Y dicen que rectificar es de sabios. “Liga de la Justicia” iba a ser una película más ligera y lúdica antes incluso de que Zack Snyder, el arquitecto de este universo dark, saliese de la producción por motivos personales tras haber rodado prácticamente todo el material y llegara Josh Whedon con sus añadidos de guión y múltiples reshots. Así, la cinta conserva mucho de la estética Snyder (que por mucho que se critique a mí me sigue pareciendo adecuada para un filme basado en un cómic), pero se libera de su vocación de trascendencia, apostando, ya sí descaradamente, por acercarse a la fórmula Marvel que Whedon plasmó tan bien en sus “Vengadores”. Puede interpretarse como una traición a un modelo, sí, pero dado que el modelo no le convencía a casi nadie era necesario un cambio de rumbo, y lo cierto es que una fiesta de supertipos en la que importan menos sus traumas individuales que las dinámicas que se generan entre ellos era la ocasión perfecta para ello. Y, para venir de donde veníamos, la cosa funciona razonablemente.

Tampoco nos engañemos; a “Liga de la Justicia” le falta personalidad, se le nota a la legua su condición de “frankenstein” armado con piezas de distinta autoría, su historia es tan simple y liviana que cabría en la esquina de una servilleta de papel, el CGI es mejorable para una producción de esta envergadura (lo del bigote borrado de Henry Cavill canta por soleares incluso aunque no se sepa de qué va la vaina) y aún tenemos que lidiar con el lastre de un supervillano de opereta que da mucha vergüenza ajena, tanto en su estética desfasada como en sus obtusas motivaciones. Pero a cambio tenemos entretenimiento con ritmo (qué bien le sientan las dos horas peladas, pese a que muchos estén ya clamando por un Snyder’s cut de tres horas) y sin desvíos hacia la circunspección impostada, unas agradecibles dosis de humor que ya venían haciendo falta, mucho rock’n’roll y toneladas de fan service apoteósico. Por fin Superman es Superman en una película del DCEU, el Batman de Affleck sigue siendo el Batman mejor traducido de las viñetas en lo puramente estético (fabuloso en su secuencia de presentación) y Wonder Woman se confirma como el verdadero corazón de este universo. Además, las incorporaciones de un divertido Flash (casi un émulo de Spiderman), un molón y muy macho Aquaman y un Ciborg más correcto de lo esperado no menoscaban el resultado final e incluso nos dejan con más ganas que hace un año de saber más sobre todo este tinglado.

No deja de ser una lástima que precisamente ahora que empiezan a intuirse brotes verdes en el DCEU la continuidad del mismo sea tan incierta. Aunque, en realidad, la propia Warner se lo buscó al dilapidar demasiado crédito con “Batman v. Superman”. Muchos espectadores potenciales decidieron después de aquello no volver a picar, y la taquilla, obviamente, se ha resentido. Si a eso le sumamos que la crítica profesional ha machacado con saña a “Liga de la Justicia” (ahí sí veo yo demasiada manga ancha con Marvel y muy poca tolerancia con DC, pero bueno), el panorama vuelve a ser problemático. A falta de conocer la trayectoria final de la cinta en el box-office (yo estimo que, a pesar de todo, les dará para salvar los muebles -en torno a los 600 millones totales-) todavía es pronto para saber cuáles serán los próximos pasos de Warner respecto a su universo superheroico. Más allá del estreno de “Aquaman” en 2018 y la secuela de “Wonder Woman” en 2019, nada es realmente seguro, salvo que Snyder está fuera de la ecuación. Y los mil rodeos que están dando alrededor de la próxima cinta en solitario de Batman (Affleck sí, Affleck no; ahora reboot, ahora secuela post-LJ) tampoco contribuyen a ofrecer estabilidad ni a dar la impresión de que alguien sabe realmente lo que se traen entre manos. Ese fue siempre el problema de Warner. Nunca pareció haber un plan serio a largo plazo y sí mucha improvisación.

Hagan lo que hagan, en Warner no deberían olvidar el camino marcado por “Wonder Woman”, su otra muestra del género en 2017, y esta sí un hit en toda regla, tanto de público como de crítica (¡por una vez!). La receta, al fin y al cabo, no asumía demasiados riesgos pero triunfaba al conseguir ser exactamente aquello que se proponía. En las manos de Patty Jenkins -extrañamente en barbecho desde “Monster” (2003)- “Wonder Woman” era una propuesta más clásica, aún un tanto deudora del estilo Snyder pero dueña de una luz propia, que se abrazaba al relato de aventuras matinales con delicioso sabor pulp y que desprendía en todo momento un maravilloso halo de idealismo romántico. No todo era perfecto en ella (en el acto final la cabra tiraba al monte y nos volvían a obsequiar con toneladas de esa pirotecnia sobrecargada marca de la casa que tanto nos cansa ya), pero había algo que sí que lo era sin ninguna duda: Gal Gadot como la mujer maravilla, probablemente el mayor acierto de casting en una película comiquera desde el Lobezno de Hugh Jackman. Ella sola se bastaba y sobraba para adueñarse de la función y elevar el invento varios centímetros por encima de los que realmente le correspondían, exudando un carisma y un encanto que no se veía en el género desde Christopher Reeve. El mensaje orgullosamente feminista también fue muy bienvenido en un ámbito eminentemente masculino (y ahí a Marvel sí le han ganado la partida, por mucha Viuda Negra y Bruja Escarlata que hayan tenido ellos antes) y facilitó que “Wonder Woman” se convirtiese casi en un fenómeno social, sobre todo en EE.UU., donde ha sido la segunda cinta más taquillera del año, solo superada por “La bella y la bestia”.

Y sería imperdonable olvidarnos de una película que está fuera del DCEU de Warner pero que sin duda se mantiene en los límites del género, aunque sea a base de parodiarlo, descojonarse de sus clichés, dinamitarlos y volver a construirlos. “Batman: La LEGO Película” no llega al nivel de aquella pequeña gran maravilla que era “La LEGO Película”, pero es tal la cantidad de chistes, referencias y hallazgos visuales que despliega por minuto a expensas del superhéroe más oscuro de DC que uno desearía ver pasar a toda la aristocracia del género por esta subversiva terapia de choque con apariencia de parque de atracciones chiflado.

Frente a las dudas y el desconcierto de Warner, la estabilidad y suficiencia de Disney-Marvel, que sigue cumpliendo escrupulosamente los plazos de su gran plan en fases para el UCM. Este año han facturado tres comedias de acción y todas ellas han funcionado fantásticamente en taquilla. Sin ningún crossover de tronío en la agenda, la Casa de las Ideas en 2017 se ha entregado sin disimulos (más aún) al humor, convenientemente mezclado con las necesarias dosis de épica superheroica, y la fórmula parece perfecta para seguir atrayendo al público en masa. Es cierto que Marvel funciona como una gran corporación en la que los riesgos (si los hay) están muy bien medidos, pero también es justo reseñar que están apostando por directores jóvenes poco conocidos que, aunque a la hora de la verdad estén sometidos a los límites impuestos por la productora, aún pueden dejar su impronta creativa en su salto a la Primera División. Es el caso de Taika Waititi, autor de la revindicable “Lo que hacemos en las sombras” y responsable del lavado de cara que ha sufrido el Dios del Trueno en “Thor: Ragnarok”, el más reciente producto de la franquicia y todavía en cartelera. Que las películas del heredero de Asgard son las más flojas de la factoría creo que es vox populi. Más que flojas son malas. Nadie en su sano juicio daba un duro por otra película más en la onda de “Thor” y “Thor: El mundo oscuro”, pero si en algo Disney-Marvel es inalcanzable para el resto es en saber vender su mierda como nadie. Y esta vez nos dejaron claro, desde los trailers promocionales, que esto iba a ser otra cosa. Donde antes había un intento de drama shakespeareano (es un decir, que hablamos de Marvel) con tintes épicos ahora hay pan y circo (romano) a saco. Y el público se lo ha comprado. Y no deja de ser curioso que mientras la crítica profesional una vez más ha acogido con mimos y cariño a la última cinta de Marvel (me gustaría saber qué habría sucedido si esto lo hubiesen parido en Warner), el fandom marvelita ha quedado dividido como pocas veces antes en el UCM. Mi impresión es que “Ragnarok” no es mucho mejor que “Liga de la Justicia” en muchos sentidos (argumento muy elemental, escaso desarrollo, desaprovechamiento de personajes y situaciones), pero en algo sí le le gana por la mano: es una película mucho más convencida de ser lo que es. Y no se avergüenza en absoluto de ser puro entertainment palomitero, una aventura espacial desmadrada y trufada hasta el exceso de un humor tan descacharrante como absurdo. No tiene ningún problema en despojar a Thor de su martillo y su larga melena rubia y convertirle en Star Lord, y que le den por saco a los lloricas que claman al cielo porque aquí ni está ni se espera al héroe que crearon Stan Lee y Jack Kirby y sublimó Walt Simonson. Si hay que hacer borrón y cuenta nueva se hace, y punto. Y ponemos muchos colorines pop, y sacamos a Hulk desatado en plan Gladiator (lástima que esto impida que veamos algún día “Planeta Hulk” en pantalla grande), a Cate Blanchett ejerciendo como solo ella puede de arrebatadora diosa de la muerte, a Loki enredando como siempre, a Jeff Goldblum como salido de una fiesta drag non stop, y el “Inmigrant Song” de Led Zeppelin para molar a tope en los momentos cumbres. Y todo fluye en una dirección (que podrá gustar o no) sin titubeos y sin pedir perdón por nada.

Pero antes de “Ragnarok” tuvo lugar uno de los eventos más importantes en la historia de la Marvel cinematográfica: El regreso a casa de Spiderman (cameo en “Civil War” aparte), su personaje más popular y el mejor que ha parido nunca la Casa de las Ideas. Y aunque no dejaba de ser un regreso de aquella manera (ya saben, los derechos siguen siendo de Sony, que se avino a ceder al trepamuros a Marvel pero con “opción de recompra” y manteniendo parte del control creativo), en lo que a mí respecta y desde mi condición de fan, el resultado de esa maniobra debía estar a la altura; esto es, si no ser la mejor película Marvel hasta la fecha, sí al menos una de las tres mejores. Y “Spider-Man: Homecoming” está bien pero se queda muy lejos de esa meta. De hecho, ni siquiera me parece la mejor película del hombre araña (ese honor le corresponderá siempre, me temo, a “Spider-Man 2”), ni la segunda mejor (esa sería el primer “Spider-Man” de Raimi). Hay que admitir que después de cinco películas protagonizadas por el personaje en 15 años (algunas de ellas muy olvidables) era difícil sorprenderse a estas alturas con el lanzarredes. Y no, definitivamente no valía volver a contar de nuevo la picadura de la araña y el asesinato del tío Ben. En ese sentido, Jon Watts resolvía bien el desafío, nos daba a un buen Peter Parker (muy bien Tom Holland) de nuevo adolescente (pero esta vez adolescente de verdad, más Ultimate que Ditko), le enmarcaba en un entorno plenamente teen, le insuflaba la energía, entusiasmo y frescura que tiene que tener un Spiderman todavía primerizo y le ofrecía en el Buitre un villano creíble. Pero en su afán de desmarcarse de lo visto anteriormente en el cine se terminaba desdibujando un poco la esencia del personaje. ¿Dónde quedó el poder y la responsabilidad marcada a fuego por el complejo de culpa? ¿Por qué un super-traje tecnológico le tiene que hacer todo el trabajo a Peter? (que quizás ocurra en algún cómic reciente, no digo que no, pero servidor es más de Lee y Romita). Y hay algo en el resultado global que da cierta impresión de “pobreza”, de falta de ambición, de producto de andar por casa. No me parece un trabajo en el que se haya invertido todo el mimo que la ocasión merecía. Desde las secuencias de acción (la mejor es la del monumento a Washington, pero la del clímax final, torpe y mal rodada, parece directamente de serie B) hasta el desarrollo de secundarios (muy difícil no ya encariñarse, sino llegar a conocer un poco a alguno de ellos), pasando por una trama central muy low-key, nada es realmente memorable en este “Homecoming”, hasta el punto de que incluso las acrobacias del amistoso arácnido me parecen menos convincentes que en otras ocasiones. Sí es una cinta entretenida, con un Spidey desenfadado y chistoso (a veces más de la cuenta), quizás más orientada hacia la chavalada que a quienes ya tenemos una cierta edad, pero no es el golpe en la mesa que algunos demandábamos para el icónico trepamuros. En cualquier caso, figura como la peli de superhéroes más taquillera del año a nivel mundial y sus notas en filmaffinity o imdb indican una satisfacción general de la audiencia. Marvel aún podrá utilizar a Spiderman en “Infinity War” y se responsabilizará también de la secuela de “Homecoming”, pero más allá de ahí no se sabe qué pasará con el personaje. Sony, por si acaso, está anunciando spin-offs del spiderverso, el más inminente, el de “Venom” ya el próximo año y con Tom Hardy, pero sin ninguna relación con el universo Marvel, y en principio sin Spidey. Todo un poco raro.

La tercera producción Marvel de 2017, la primera de ellas que se estrenó, fue “Guardianes de la Galaxia Vol.2”, continuación de una de las cintas más emblemáticas de la factoría y, desde un punto de vista creativo, quizás la más importante, pues fue la primera en la que arriesgaron de verdad inyectándole unas maravillosas dosis de irreverencia y gamberrismo a la receta básica de la mano de un (hasta ese momento) desconocido atajo de entrañables losers y marginados. Tres años después, con James Gunn de nuevo a los mandos, los Guardianes de la Galaxia ya no disponían a su favor del factor sorpresa pero a cambio jugaban con el factor reencuentro, y eso demandaba no tocar todo aquello que funcionaba en la cinta original, que era mucho (maravillosas aventuras de space-opera de colores psicodélicos, personajes rebosantes de carisma, un sentido del humor efervescente y desenfrenado, espectaculares escenas de acción y una buena ración de nostalgia ochentera), y añadir algo más. Y ese ingrediente extra nos llegaba por la vía emocional, ahondando en el corazón de los personajes y reforzando unos vínculos que se revelaban más poderosos que los meramente familiares. Y, claro, también estaba Baby Groot, la criatura más adorable a este lado del universo conocido, protagonista de una magistral secuencia de créditos inicial, con toda la pirotecnia habitual de las batallas superheroicas en segundo plano. Quizás la ausencia de una misión común y la división del grupo en distintas facciones durante la mayor parte del metraje afectara un poco al ritmo, no tan trepidante y cañero como el del primer volumen, pero como secuela con unas gigantescas expectativas que cumplir y un altísimo listón que mantener, “Guardianes de la Galaxia Vol. 2” salía más que airosa y se confirmaba como la segunda gran franquicia de la Marvel cinematográfica tras la de los Vengadores. Mi compañero José Manuel ya analizó de cabo a rabo la película aquí, así que no me extenderé más.

Para 2018 Marvel nos tiene programadas otras tres películas que previsiblemente seguirán apuntalando su hegemonía. De un estudio que convirtió en éxito hasta las aventuras de un personaje tan menor como Ant-Man ya no sorprende que sigan apostando por superhéroes de la segunda línea, así que tendremos el debut en solitario de “Black Panther” ( ya presentado en la “Civil War” ), que promete seguir expandiendo los límites del UCM hacia territorios exóticos, y la secuela del hombre hormiga, acompañado en esta ocasión por la Avispa. Aunque el plato fuerte, el evento destinado a reventar todas las taquillas, será “Vengadores: La guerra del infinito”, pantagruélico crossover de toda la plantilla Marvel haciendo frente común ante un Thanos que tras años jugando a supervillano en la sombra dará por fin su esperado paso al frente. Si esto no machaca la barrera de los 1.000 millones de dólares en el box-office mundial entonces será cuando tendremos que empezar a preocuparnos de verdad por el devenir del género.

El tercer estudio en discordia es la Fox, muy en boca de todo el mundillo en los últimos tiempos debido a las negociaciones con Disney primero y con Sony después para vender parte de su rama de entretenimiento, que incluiría sus codiciadas licencias Marvel. El solo hecho de pensar en unos X-Men y 4 Fantásticos integrados en el UCM ha hecho salivar a más de uno, pero lo cierto es que, a día de hoy, no hay acuerdo alguno con nadie y Fox sigue manejando el universo mutante a su antojo. 2017 ha sido un año de transición en ese aspecto, después de que la campaña anterior se pegaran un buen costalazo con la mediocre “X-Men: Apocalipsis” y disfrutaran de un inopinado hitazo de la mano del corrosivo “Deadpool”. El inesperado éxito de una película violenta y provocadora etiquetada con la calificación R para adultos abrió los ojos de los directivos de la Fox a otro modelo de negocio y ha hecho posible disfrutar de la película que Hugh Jackman quería y se merecía para despedirse de Lobezno, después de diecisiete años sacando las garras. Así, “Logan” (que en este blog ya reseñamos aquí) es, en primer lugar, todo aquello que no fueron “Lobezno: Orígenes” y “Lobezno inmortal”: un filme digno del héroe más icónico de la Patrulla X. Y, en segundo lugar, supone un alejamiento no solo del universo mutante tradicional, sino del molde prototípico del género. Desde “El caballero oscuro” no veíamos en la gran pantalla una lectura del cine superheroico tan pegada a (algo parecido a) la realidad, una película recorrida por un aliento fatalista y crepuscular en el que los héroes se cansaron hace mucho tiempo de luchar y de perder y solo buscan morir, con el cómic “El viejo Logan” de Mark Millar y Steve McNiven sirviendo más de leve inspiración que como guía. No exenta de algunos lugares comunes y alguna arritmia en su tramo central, “Logan” se agiganta cuanto más se acerca al western clásico y a la furia árida de George Miller y más profundiza en esa paradójica relación paternofilial entre Xavier y Lobezno. Y que cabezas, brazos y piernas vuelen por los aires como nunca antes habíamos visto en una cinta del género, esa desaforada violencia salvaje, es algo que quizás no necesitábamos pero que Logan nos debía. Sus 616 millones de dólares amasados a nivel mundial (cifra muy superior a la de las anteriores cintas en solitario de Lobezno, y también a la de “Apocalipsis”) y el reconocimiento crítico prácticamente unánime son un merecido premio para el personaje y todo un alivio para Fox. Para el futuro queda esa letal X-23, una lobezna en pequeñito que no tardará mucho en tener su propio spin-off para continuar el legado.

Con este triunfo en la mano, Fox redoblará en 2018 sus esfuerzos con una triple apuesta. Primero llegarán “Los nuevos mutantes” en clave de terror con adolescentes como bien promete el trailer promocional, lo cual no deja de ser un envite arriesgado que habrá que ver cómo resulta; después tendremos la esperada segunda parte de “Deadpool”, con un nuevo arsenal de poder e irresponsabilidad en su mochila de gamberradas, obscenidades y macarradas, un éxito seguro en taquilla; y finalmente insistirán con los X-Men más canónicos en “Dark Phoenix”, adaptación de la mítica historia de Chris Claremont y John Byrne (que ya se profanó de mala manera en “La decisión final”) que tendrá la responsabilidad de reflotar este maltrecho universo o hundirlo en el fango para siempre. Tanta fe parece tenerle la Fox a sus X-Men que ya planea secuelas para “Los nuevos mutantes” y dibuja en el horizonte películas de Gambito o Multiple Man, en la confianza de dar con un nuevo Deadpool.

No vendría mal una pizca de prudencia, tanto para Fox como para los demás, porque si un peligro real se cierne sobre el género es el de atiborrar al público con más material del que puede o quiere consumir. De momento, la gallina de los huevos de oro sigue a pleno rendimiento, pero quizás convenga concentrar los esfuerzos, el talento y el dinero en menos títulos y garantizar la calidad y originalidad de los mismos antes que levantar proyectos a diestro y siniestro en torno al último mono de cada casa. La sobreproducción es algo que ya estamos padeciendo en la televisión, hasta hace muy poco una saludable guarida en la que albergar productos que por su propia idiosincrasia no tenían clara salida en la pantalla grande. Netflix-Marvel nos trajo en cursos anteriores series que se salían del molde impuesto por el Marvel cinematográfico, obras con personalidad adulta y callejera tan disfrutables y valiosas como “Daredevil” y “Jessica Jones”, pero este año el bajón ha sido muy acusado con “Iron Fist” (algo quizás previsible, visto el antecedente de “Luke Cage”) y, más grave aún, con “The Defenders”, crossover con los cuatro magníficos que defraudó muchas expectativas y que terminó pasando inesperadamente con más pena que gloria (a “Punisher” todavía no nos ha dado tiempo a valorarla). Pero la oferta es sencillamente mareante. No hay espectador que disponga del tiempo y la falta de prejuicios (o de criterio) necesaria para seguirlas todas. “The Gifted”, “Runaways”, “Powerless”, “Agents of S.H.I.E.L.D.”, “Gotham”, “Arrow”, “Flash”, “Supergirl”, “Legends of Tomorrow”… y las que quedan por venir (¿alguien ha dicho “Watchmen”?, ¿otra vez?). Y siempre podemos encontrarnos con un sorpresón del calibre de “Legión”, el producto más desafiante, demente, lisérgico y juguetón que ha dado nunca el género sin importar el tamaño de la pantalla, pero también podemos toparnos con una ruina total como la de “Inhumans”, o al menos eso cuentan los pocos que la han visto. Así que sí, pese a los malos augurios y las predicciones de fin de ciclo, el género ha seguido en 2017 más vivo que nunca, tanto que lo único que le puede matar ahora mismo es el éxito.

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