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«Perverts» de Ethel Cain: el eco de la culpa y la resonancia de lo terrenal

13/01/2025

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Me re-presento. Me llamo Irene y solía escribir a menudo en este rincón de internet que es El Cadillac Negro. Mucho ha transcurrido desde mi último post, cuyo contenido, dicho sea de paso, ni siquiera recuerdo. Pero hay algo inherente a los momentos en los que una tiene una revelación, y es el hecho de que llegan sin avisar, a veces de las formas más extrañas y durante un paseo nocturno, tratando de terminar la semana en un estado mental medianamente sosegado. Una revelación que hoy ha llegado al escuchar por primera vez, porque era la ocasión idónea, un disco que lleva cinco días publicado y que esperaba con ganas, Perverts, de la grandísima Ethel Cain.

No he seguido a Ethel Cain desde el principio de los (sus) tiempos, la artista logró captar mi atención gracias a una recomendación de Spotify (porque, a veces, podemos decir eso de «bendito Spotify» sin miedo). Toda esa cantinela de no juzgar un libro por su portada está muy bien y más vale llevarla guardada en el bolsillo, por aquello de no perdernos alguna que otra obra de arte que lleve un envoltorio más de andar por casa. El caso es que servidora, a este libro concreto, lo juzgó por la portada. Concretamente por la de Inbred, uno de los EP anteriores a su álbum debut, Preacher’s Daughter. No sé qué vi, pero ese crucifijo, esas paredes de madera, ese gesto severo de la cantante, ese cuello vuelto, esa marca en la frente… me llevaron a un millón de ficciones de terror sobre hogares represivos y a un millón de historias enmarcadas dentro del gótico sureño que me resultaron completamente irresistibles. Así que escuché todo lo que la plataforma antes mencionada me ofreció. El resto es historia.

Es difícil describir lo que me evoca la figura de Ethel Cain por sí misma, de ese personaje construido a través de la narrativa de su propia vida. Una escucha «Strangers» y, pudiendo errar completamente las predicciones, un batiburrillo de imágenes a caballo entre Carrie y Las vírgenes suicidas se le vienen la cabeza. La imagino bendiciendo la mesa y bajando al sótano a rezar por la culpa de haberse enamorado de un chico. La imagino siendo una de las chicas de Manson y escupiendo en la sopa del predicador, que es su propio padre. La imagino abrazando a un extraño después de un mal día y diciéndole que merece el amor de dios. Qué sé yo. Nada de esto es importante, ni asunto mío, y queda en mera anécdota, pero merece la pena traerlo a colación antes de entrar en faena y ponerme a hacer lo que he venido a hacer: hablar de Perverts, su último álbum. Porque no se puede escuchar Perverts y guardar silencio.

Antes de nada, y un poco a modo de disclaimer, cabe mencionar que no pretendo llevar a cabo en este espacio ninguna crítica musical elaborada. De eso ya se han encargado, si es que tal misión es posible, otros medios y revistas especializados desde hace días. He venido aquí a hablar de atmósferas y sensaciones. Del instante en que, escuchando uno de los cortes que componen el disco, me he dado cuenta de que cuando mi sombra se desdobla por el efecto de la luz artificial, corre bastante más que yo. Es como si no importaran, todas esas sensaciones que nos evoca el arte, como si hubieran de quedar enterradas bajo el peso de toda esa terminología que se refiere a géneros musicales, estilos, recursos, subgéneros, técnicas y lo de más allá. Por supuesto que no puedo marcharme hoy de aquí sin decir que este conjunto de temas (¿temas?) se aleja del folk, del indie, del rock alternativo y de todas las cosas a las que a estas alturas nos tiene acostumbrados la artista. Pero es que esto se aleja de cualquier álbum común, también.

Se me antoja que los álbumes más experimentales y conceptuales con capacidad de revolucionarnos por dentro quedaron en otro tiempo (también puede ser mentira y que yo me esté convirtiendo en una señora que clama a los cielos por deporte), y Ethel Cain ha querido resucitarlos, llevarlos al extremo, comérselos, regurgitarlos, vomitarlos y construir con ellos un templo nuevo de hormigón y desconcierto. Y qué bien lo ha hecho, queridos y queridas. Qué bien lo ha hecho. Aunque el resultado pueda llegar a ser agotador, no he vuelto al Cadillac para esconderme.

Esperaba muchas cosas antes de pulsar en «reproducir», habiéndomelas apañado para no leer nada sobre Perverts. Ninguna de las que he hallado se encontraba en el abanico de posibilidades. El álbum da comienzo con un tema homónimo que nos regala la entonación de una cancioncilla religiosa que acaba por distorsionarse, a modo de efecto de película de terror. Un recurso a todas luces (u oscuridades) ya seductor por sí mismo. Lo que no es tan de esperar, es que, los aproximadamente doce minutos que dura esta apertura, los componga una suerte de ruido blanco que se mueve entre el sonido de una cabina de avión y la corriente eléctrica. Un ruido blanco solo interrumpido por una voz aún más distorsionada, efectos de sintetizador y las ininteligibles palabras «Heaven has forsaken the masturbator».

Por un momento he pensado que mi reproductor había saltado del disco a alguno de los episodios de podcast que llevo descargados y lo que mis oídos captaban era una psicofonía, pero no. También he tenido la sensación de estar ante música compuesta por el mismísimo David Lynch, errando en mis elucubraciones. Y tiene sentido, cuando al llegar a una pieza como «Thatorchia», se me ha venido a la memoria aquel corto/vídeo funesto y agónico llamado Industrial Soundscape. Me gustaría aclarar que, a pesar del tono, a estas alturas yo ya andaba fascinada y rozando la euforia, porque nada me hace más feliz que comprobar que, a menudo, la creatividad nace de la oscuridad, y Perverts, oscuro es un rato.

El primer sencillo, «Punish», nos devuelve a un estado más reconocible, con la voz etérea de Ethel ocupándolo todo y un acompañamiento musical que va in crescendo. Casi una Lana del Rey bañada en terror religioso, con la culpa como tema principal. Porque es la culpa, precisamente, la culpa de esa búsqueda natural del placer sexual, la que baña todo el disco. Una se pregunta si la artista está enseñándole el dedo medio a todos sus traumas o si trata de plasmar el que, debido a su propia educación, ha sido su sentir durante un largo tiempo.

Shame is sharp, and my skin gives so easy
Only God knows, only God would believe
That I was an angel, but they made me leave

Paseamos así por «Housofpsychoticwomn» o «Pulldrone», temas que se extienden hasta casi el cuarto de hora llenos de ruido industrial, hormigueos sonoros y más sintetizadores que fácilmente consiguen evocar a esa puerta oscura, en medio de la noche, donde una espera que ocurra todo, aunque no ocurra nada, en la polémica cinta Skinamarink. Quizá el hecho de que la disfrutara tanto explique cómo he podido dejarme llevar por los noventa minutos de Perverts con tanta satisfacción. Por el ambient sucio de «Vacillator», el onirismo del más allá que destila «Onanist», las maneras de folk depresivo de «Etienne» o las formas emocionales de «Amber Waves» a las que es imposible resistirse. «’Cause the devil I know is the devil I want». ¿No supone una conquista? ¿No son esas las palabras de alguien que ha conseguido sobreponerse a la culpa de lo que nunca fue un pecado? Nunca lo sabremos.

Si algo hay que reconocerle a una artista que, a estas alturas, tiene poco que demostrar, es un valor inmensurable, una capacidad de arriesgar que casi rozan el suicidio comercial. Siendo honesta, por fascinada que haya salido de la experiencia, una experiencia que me ha llevado a teclear para este blog después de tantos años, he de reconocer que este trabajo solo van a trillarlo los más acérrimos. No me imagino caminando hacia el tren, de camino al trabajo, escogiendo una canción de quince minutos compuesta por ruido blanco. Es posible que tarde meses, si es que ocurre, en volver a escuchar algunos de los temas de Perverts, algo que no se da en sus producciones anteriores. Sin embargo, no pienso en estos términos como en un detrimento de su valor. Valor es lo que se necesita en el arte. Ímpetu para crear lo posible y lo imposible, para dar a luz a nuestros propios monstruos, para moldear la penumbra y convertirla en algo perdurable. Para la confusión estética. Para plantar cara a lo establecido. Probablemente Perverts vaya a contar con un directo apabullante acompañado de grandes performances, lo cierto es que lo ignoro, pero no se va a reproducir de manera masiva en las distintas plataformas que utilizamos para escuchar música hoy día. Y andaba yo pensando que…ni falta que hace. Los números son números. El arte es arte.

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