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«No me llores», de Irene X: no abrir en caso de incendio

11/11/2015

ireneX

Su nombre invita a mirar. Su edad, a sospechar. Inquieta su piel apresuradamente tintada, igual que la casi inmediatez con la que se ha hecho prácticamente foco de una generación. Irene X. 25 años, similar número de tatuajes y tres libros de poesía. Habitual de las redes sociales y, como al parecer ahora se estila en llamar a la gente que antes simplemente ‘molaba’, ‘influencer’, seguro que muy a su pesar. Una sonrojante legión de ‘lovers’ y un buen puñado de ‘haters’, como dios manda. «No me llores» es su última colección de fracturas, «pedazos rotos del espejo interior» que dice alguna canción. Cristales que hicieron herida y que hoy, al removerlos para intentar sacarlos, siguen doliendo. Irene X habla de ellos, pero también de ella, simplemente de ella, de su cabeza, de sus vísceras, de su aprendizaje y de sus errores. «El sexo de la risa» y «Grecia» la pusieron en el escenario y la convirtieron en parte fundamental de esa nueva ola de jóvenes escritores que han agitado al fin el panorama poético. Muchos de ellos ya han pasado a engrosar las arcas de las grandes editoriales. Irene X ha preferido optar por lo romántico y fichar por una nueva y pequeña editorial (Harpo Libros) para reeditar sus dos primeros poemarios y publicar su tercer asalto.

N. del E. Precaución, este texto contiene:
litros de oscuridad-cienmil lágrimas
toneladas de sed-años de sangre
una mujer-un libro
me la suda-pozo de fango
varias hostias-gotas de ironía
kilos de insatisfacción-ganas de resurrección

irene_sangre

En «El sexo de la risa» se veía a una joven descubriendo, empezando ya a desaprender cosas, a veces con la ingenuidad y falta de mala hostia perfectamente propias de la adolescencia en la que se gestaron algunos de esos textos. «Grecia» hacía ya alarde de mala baba. Más duro, más oscuro, más robusto. Ya empezaba a tocarle los ovarios esto de vivir.

Vamos con «No me llores».

Desde  las primeras páginas se aprecia que las nubes ni mucho menos se han disipado. Es más, son si cabe más negras. Los poemas se adornan extremadamente pesimistas, oníricos y terroríficos en algunos casos, concienzudamente transparentes cuando más duelen. Se intuye una madurez y, a la vez, ya un hastío de ella. El aprender escuece. Y en un alarde de horrorosa y seguramente equivocada intuición pienso que hasta aquí ha llegado el ‘fenómeno Irene X’. Se me antojan paisajes demasiado crudos para su audiencia (que mucha de ella aún ni siquiera ha alcanzado la insultante poca de edad de la propia escritora).

Soy un fruto más,
mi camuflaje es el suicidio,
pero sólo soy un fruto más de tu cosecha.
Mi lamento se traduce en cientos de lenguas muertas
y la tuya discurre mi nuca y dicta:
nadie vendrá a buscarte cuando hayas madurado.

Poco a poco los poemas van perdiendo dificultad, o te vas acostumbrando a ella, pero sin dejar de lado esa oscuridad que sólo en la segunda parte del libro dejará pasar algún rayo de luz. Empieza a aparecer también una crítica al exterior. El dolor ya no es sólo por las situaciones que ha vivido, sino también por lo que ve. Esa madurez recién estrenada le hace tomar conciencia de su sitio, con pleno orgullo, arremetiendo contra lo que está fuera de él.

Ni vuestro sueño idílico de llegar a casa,
tras el trabajo,
en enero.
Ni vuestros perros pagados con billetes sucios de quinientos.
Ni la salvación
me hará olvidar a los que quisisteis ser felices a vuestra manera
y no nos dejasteis estar tristes a la nuestra.

Reza así «Odio». Y tras él, uno de los más destacados, «No te lo puedo explicar», una suerte de metapoema en el que casi ironiza con su propio estilo para desnudarse de él y quedar así más expuesta aun. Y poco después «Oye, ¿no tienes nada de sueño?» muestra un nuevo registro, más sosegado, en una bonita prosa que da idea de su potencial. Sin embargo, la paz (ojo, sólo en apariencia) queda de nuevo rota por una serie de textos que acaban por ser una especie de despieces, imágenes de una pesadilla, de la pesadilla de una niña o de los delirios de una mujer o simplemente de los terrores de una persona.

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«Carried away» podría en cierta medida marcar el punto de inflexión. Un texto en el que el lodo empieza ya casi a ser asfixiante.


irene

Oblígame a masticar lápices
cuyas minas
introducirás en mis ojos cuando mire a otro lado. 

Llámame puta,
después,
cuélgame inocente.
Hazme sentir,
culpable.
Revalorízame cuando me saltan escorpiones por la boca,
directos a la tuya.
Llámalo beso.
Golpéame hasta que no sepa la suerte que tengo.
Sé del bate las astillas que se claven en mis encías.

Irene-X-revista2Irene-X-revista2Irene-X-revista

Así, en «The dreamer» asoma el primer destello de luz, un resquicio de respiro entre la arena. Y en «Lo bestia» hace acopio de derrumbes, mirando por primera vez el destrozo con perspectiva, planteándose el anterior regocijo en el dolor.

No todo lo perdido era bello.

Y con esta nueva panorámica emerge uno de mis favoritos, «Dacrifilia», un collage de heridas desde la calma, sin furia, pero inevitablemente desde la tristeza que da la asimilación de la batalla perdida.

He estado tanto tiempo tan triste
que ahora la felicidad me parece una taza de café ardiendo
y no voy a saber llevarlo hasta cualquier mesa
sin arrojarla
y quemarme las manos.

Después de la primera aparición explícita de sexo en «Me pones tonta», ese sexo bastante más presente en sus anteriores libros, «Cuando yo tenía diecisiete años» es una nueva muestra de ese inventario de heridas al que está haciendo frente, sin duda uno de los textos más inspirados, de escritura ágil y juguetona, aunque de contenido y fondo nada lúdico. Llega la ironía y hasta el humor en «Tenemos que hablar», e incluso el optimismo en «La extinción», si bien la lectura la encuentro algo más atropellada, pero ¿quién no ha tropezado palabras en momentos de emoción, como si el expresar rápidamente el deseo de una intuición fuera a hacer avanzar el tiempo más rápidamente hacia ella?

irene_defrente

Y llega el último bloque del libro, «No estoy rota, es que no quiero jugar», en el que ya ha quedado definitivamente rebajado el tono, lejos de la desesperación, ira y rabia de la primera mitad, quedando la pluma repleta de resignación, lo cual muchas veces duele más, pero también deja espacio para la luz, para nuevas aventuras, para poder sacar pecho y reafirmarse. Por supuesto que quedan miradas por el retrovisor, dolores no curados y lágrimas de impotencia. Por supuesto que la felicidad plena se encuentra a años luz y que la alegría no es ni mucho menos el adjetivo que vaya a inundar las líneas que restan, pero la actitud ha cambiado, la mirada se ha enfocado y el corazón se ha endurecido. Aunque esa rigidez pueda hacerlo saltar hecho añicos en cualquier momento. Y en ese juego de equilibristas se encuentra Irene X, como diría Escandar Algeet, con la sonrisa iluminada al jugar con el fuego.

 (x)

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nomellores

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