«The Pelayos», desbanco a la americana
Siempre he pensado que el cine español ha dejado pasar un buen número de sucesos históricos nacionales que podrían haber propiciado películas interesantes y, sobre todo, rentables, teniendo en cuenta el morbo y la atención que despierta en el espectador la narración de un hecho real del que tuvo noticia en el pasado y en el que, por la inevitable falta de tiempo que nos impone esta loca época actual, no pudo adentrarse en profundidad en su momento (¿para cuando un filme sobre las aventuras de «El Dioni» en plan «¡Atrápame si puedes!?». Una excepción es la recién estrenada «The Pelayos», la nueva película de Eduard Cortés, ese director que tanto prometía tras «La vida de nadie» y cuya carrera ha quedado un tanto desdibujada. La cinta nos propone transitar una de esas rocambolescas historias hispanas: la de la titánica misión de la familia García-Pelayo en busca de desbancar a casinos de todo el mundo mediante la invención de un método matemático basado en los pequeños fallos del mecanismo de la ruleta. Un proyecto loable, tanto por atractivo potencial como por sus ambiciones de éxito comercial.
Y Cortés no se ha cortado. Ha concebido el filme muy a lo Hollywood: apostando por el entretenimiento puro y duro (en un entorno tan al alza en contextos de crisis como es el del juego), por una factura ambiciosa y moderna y un reparto de campanillas con actores de prestigio (Lluis Homar, Daniel Brühl, Eduard Fernández), la pareja emblema del nuevo «star system» español (el binomio Miguel Angel Silvestre–Blanca Suárez viene a representar para los más jovenes algo similar al formado por Javier Bardem y Penélope Cruz para los mayores de 30) y sólidos secundarios (Vicente Romero, Oriol Vila). Si, ya sé que todo esto les suena a «Ocean’s Eleven» y sus secuelas. Pues no se equivocan.
En este sentido, el envoltorio ha quedado muy llamativo. Una ambientación perfecta, unos aspectos técnicos dignos de presupuestos mayores y un montaje rápido y muy actual convencen, aunque se eche de menos algún atisbo de originalidad, de aportación propia; todo remite en demasía al actual cine comercial estadounidense. Asimismo, las secuencias en el casino logran su objetivo: entretener. Pese a que nos pueda sonar a demasiado visto, las estrategias seguidas por la familia a la hora de apostar, la oposición de un carismático villano en el rol del dueño del establecimiento y un conseguido y atrayente «mcguffin» como el que proporcionan los detalles ocultos en las distintas mesas consiguen mantener alta la emoción.
Pero poco más ha funcionado. Las peripecias de los Pelayo darían para una buena serie televisiva de 10 capítulos. Sin embargo, lo que pretende abarcar Cortés no es posible hacerlo con éxito en un metraje de 100 minutos. El cineasta barcelonés no quiere apostar todo a una sola carta (la de las vicisitudes en el casino) y se interna también en la vida íntima de los integrantes de la familia, haciendo especial hincapié en el modo en que afecta a cada uno de los personajes el salto de una vida rutinaria a una dedicación extrema a las apuestas. Brühl se erige en protagonista en su papel de Iván, hijo del gran ideólogo del plan (el Gonzalo que se erige en gran gurú y que es encarnado por Homar), un joven taciturno que se debate entre sus deseos de emanciparse y dedicarse a la música y la imposibilidad de huir de la influencia de su padre y su gran proyecto, dilema que se recrudece cuando entra en escena una joven china de la que se enamora, mientras que la trama también privilegia los personajes de los primos de Iván (Silvestre y Vila), dos hermanos muy unidos que evolucionaran de forma radicalmente distinta. Mientras que uno, tan apuesto como descerebrado, disfruta del aspecto más lúdico del asunto y se enamora de una «croupier» (Suárez); el otro se obsesiona con el proyecto de su tío y demuestra su potencial con nuevas y decisivas aportaciones. Todo este caudal de posibles ramificaciones fracasan en su intento de dar más profundidad a la trama, ya que (salvo en el caso del rico personaje de Vila) o bien no aportan el dramatismo que se pretende (la relación entre Iván y la joven china es más bien esquemática y carece de verdadera emoción) o bien son tratadas de una forma demasiado sucinta. De esta manera, ambas vertientes quedan poco desarrolladas e imbricadas entre sí y el filme acaba resultando excesivamente plano.
Más llamativo si cabe es el poco acierto del reparto. En una película de estas características (y de nuevo nos remitimos a «Ocean’s Eleven») es decisivo que los actores aporten carisma y desparpajo incluso en los papeles más reducidos, algo que en «The Pelayos» sucede con cuentagotas. Homar no va más allá de la corrección en un papel mucho menos desarrollado de lo que se esperaba, mientras que Brühl, ese chico que cayó tan bien en «Good Bye Lenin», está empezando a caer en una previsibilidad y una asepsia en sus interpretaciones que le puede costar cara en el futuro. Mientras, los grandes reclamos del filme, Silvestre y Suárez, tropiezan en un filme que, por su proyección, puede ser decisivo para sus incipientes carreras. Mientras que el nuevo gran galán de la escena nacional sobreactúa de lo lindo en un personaje alocado al que una mayor moderación le habría venido de perlas, la bellísima actriz no sabe muy bien qué hacer con un papel exiguo y rígido, que hubiera merecido mucha más atención. Acude al rescate la «clase media» del cartel: un sorprendente Vila, un Romero siempre eficaz y cada vez más (justamente) solicitado y el mejor actor de la lista: un Eduard Fernández que vuelve a eclipsar a cualquier compañero con el que aparezca en el mismo plano.
Los Pelayo consiguieron hacer historia en los casinos en la vida real, pero ¿conseguirán triunfar en taquilla con fichas tan vistosas como poco significativas? ¡Hagan juego, señores!
Pues tal y como lo pintas, sí que parece que ahí había material para una buena serie, de no más de diez capítulos como apuntas. Es una lástima que ese hito que fue «Crematorio», tanto por su calidad como por navegar contra corriente en este país, no haya tenido continuidad hasta la fecha. La de los Pelayo parecía una historia que podría haber funcionado perfectamente en ese formato. Pero aquí lo que se sigue llevando son las series de capítulos de hora y media, temporadas inagotables, que se perpetúan año tras año y que, rascando un poquillo, vienen a ser todas iguales y a esconder los mismos tópicos y esquemas sobeteados, con los mismos actores, los mismos personajes, una y otra y otra y otra vez… Pero si es lo que se ve (al menos en antena, porque los internautas claramente vamos por otro lado) pues qué se le va a hacer. Me pregunto cuántas buenas ideas o cuántas buenas tramas que darían para una buena serie se han quedado olvidadas en un cajón, o convertidas en el guión de una película, perdiendo parte de su recorrido. No creo que en este caso ni se lo planteasen, pero en EE.UU, con una historia así, además creo que apoyada en un libro, se marcan una seriaza tranquilamente.
Y por cierto, que yo soy muy fan de Blanca Suárez. Ni siquiera sé si es buena actriz, porque va a ser que no he visto una sola serie o película suya, pero que soy superfan.
Un abrazo, Big Man, y excelente crítica, que me ha amenizado una mañana complicada!
¡Me has leído el pensamiento, compañero! Cuando hablaba de la serie de diez capítulos, estaba pensando precisamente en «Crematorio» (que más tarde o más temprano tendrá que aparecer en este Cadillac). Un ejemplo de cómo se deben hacer las cosas. Otro abrazo, Rodrigo, y espero que no tenga que amenizarte más mañanas complicadas.
Aunque estoy de acuerdo contigo en que el reparto no es el más indicado para esta película, difiero en el resto.
La ambientación me parece pésima, si la historia de esta familia comenzó en los 90 porque detalles como las matrículas o los DNIs no se han ajustado a esos años… El director de arte comete fallos de bulto.