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«Carnivale»: obra maestra maldita…¡maldita obra maestra!

30/09/2016

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(ALERTA SPOILER: Este post narra algunos de los acontecimientos clave de las dos temporadas de «Carnivale», aunque no desvela los más importantes: ustedes mismos).

Todavía recuerdo mi ‘big bang’ personal por el cual comencé a interesarme en aquella incipiente ‘edad de oro’ televisiva, tras años y años sin seguir producción catódica alguna. Fue un artículo de la insigne revista «Popular 1» -que como todos deberíais saber es mucho más que una publicación sobre rock- el que me puso en alerta. Versaba sobre tres series estadounidenses de reciente estreno que estaban causando un notable revuelo y que ejemplificaban perfectamente el cambio de temáticas imperantes y, sobre todo, el salto de calidad que era tendencia: nada menos que «Perdidos», «Mujeres desesperadas» y «Carnivale». Pude saciar mi curiosidad con las dos primeras relativamente pronto gracias a que, por aquel entonces, a Televisión Española le dio por apostar por esa nueva ola que venía desde la otra orilla del Atlántico: siempre tendré en mi mente el impacto que me causó el estreno a traición -un somnoliento domingo por la tarde, justo después de una larga final de Roland Garros- de ese excepcional piloto de ‘Perdidos’, así como lo bien que lo pasé con aquella reivindicable primera temporada de las moradoras de Wisteria Lane, justo antes de que fueran echando por la borda todo lo conseguido. Sin embargo, de forma previsible, ninguna televisión generalista se atrevió con la tercera en cuestión y, cuando otros medios de adquisición aún se hacían costosos, «Carnivale» se quedó apartada de ese momento de ansiedad, durmiendo el sueño de los justos ante la posterior avalancha de jugosas producciones, aunque un servidor nunca la olvidó del todo y siempre quedó como una tarea pendiente.

Por fin, tras abrirme camino entre las numerosas obras actuales, pude conseguir mi objetivo y descubrir esa maravilla oculta. Y tras el visionado de sus dos temporadas y con la emoción aún a flor de piel, sólo puedo decir que, viendo ‘Carnivale’ en pleno 2016, el 90% de las series actuales parecen anticuadas. Tal es la moderna atemporalidad y la magia que desprende esa virtuosa mezcla de la vertiente más enigmática de un David Lynch -no en vano su querido Michael J.Anderson es uno de sus principales intérpretes-, la irónica excentricidad en personajes y situaciones de los hermanos Coen y la épica y el contexto histórico de la mítica «Las uvas de la ira» de John Ford.

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En todas las épocas de auge, por cada triunfador que surge, hay inevitablemente varios perdedores que se quedan por el camino. Y, en ese aspecto, «Carnivale» es el perfecto ejemplo del desheredado en tiempos de las ‘vacas gordas’ de hitos como «Los Soprano», «The Wire» o la misma «Perdidos». Lejos de ser un producto minuciosamente analizado por un estudio, «Carnivale» representa el sueño de toda una vida de Daniel Knauf, un trabajador del sector de los seguros de salud que un buen día, allá a principios de los años 90, se hartó de su empleo y se empeño en ser guionista, centrándose en desarrollar una historia sobre los ‘carnivales’ americanos -una suerte de circo ambulante con ‘freaks’ de todo tipo- , un mundo en su opinión muy insuficientemente reflejado en la pantalla. Pensado inicialmente para ser una película, distintos compañeros guionistas le persuadieron que su material era más idóneo para ser convertido en una serie de televisión de varias temporadas y, convenientemente adaptado, el libreto comenzó su largo viaje de negativas varias por los diversas estudios televisivos hasta que, al fin, llegó a manos de una HBO absolutamente crecida por aquellos comienzos del siglo XXI y que, ejemplificando su amor por el riesgo, se mostró entusiasmada por la idea y se prestó a desarrollarla, aún a condición de que el inexperto Knauf dejara la labor de ‘showrunner’ en manos de un más experimentado Ronald D.Moore.

Knauf había ideado un vasto universo que sería paulatinamente desgranado a lo largo de seis temporadas, en un arco temporal que abarcaría desde 1934 -año en la que EE.UU se encuentra en plena Gran Depresión- hasta 1945 -cuando las dos bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki pusieron un trágico broche final a la Segunda Guerra Mundial- . Todo parecía marchar perfectamente después de la emisión de una primera temporada que, entre la extrañeza y el elogio crítico- parecía haber metido el gusanillo a una cantidad razonable de televidentes para garantizar una larga vida al ‘show’. La renacida confianza de HBO hizo poner definitivamente a Knauf a los mandos de la nave en la segunda entrega de episodios. Sin embargo, esta temporada, pese a su potencia dramática, no consiguió calar entre la audiencia, que fue descendiendo hasta llegar a una media de 0,5 millones, lo que hizo que HBO -a la que también le molestaba el alto presupuesto de la producción- decidiera cortar de cuajo las esperanzas de una nutrida minoría de espectadores y cancelar «Carnivale» y, de paso, el gran sueño personal de Knauf. La por aquel entonces adorada cadena nos recordaba de sopetón a todos que, pese a la gran mejora de la producción televisiva, la realidad económica seguía mandando y no todo el monte era orégano  -algo muy parecido ha sucedido este año con «Vinyl»-. Quedaba así mutilada para siempre una serie única y magistral que, además, estaba en su mejor momento. Ni siquiera el creciente culto surgido hacia «Carnivale» en posteriores años en la Red permitieron a Knauf completar la serie .ni en otra televisión ni siquiera en formato cómic como llegó a proyectar ; la HBO tiene los derechos y ha frustrado cualquier intento de reverdecer sus laureles. Así fue como «Carnivale» quedó para la historia como aquel ‘patito feo’ de la edad dorada de la cadena, algo que no merece en absoluto. Nuestro objetivo con este post no es lamentarnos, sino mirar al vaso medio lleno y celebrar la existencia de una obra maestra de dos únicas temporadas.

Como ya es tradicional en muchos de los productos señeros de HBO, «Carnivale» no tiene uno de esos arranques arrebatadores que atrapan enseguida. El guión se toma su tiempo para ir presentando personajes e introducir al gran protagonista Ben Hawkins, recogido por los feriantes justo cuando su madre acaba de morir y su modesta casa va a ser demolida. Pronto tendremos la mosca detrás de la oreja cuando vemos a Ben hacer una curación milagrosa, descubrir una carroza de lo más misteriosa en la que el encargado de la feria, Samson, consulta al Patrón, una figura invisible al parapetarse detrás de un telón; y al ser introducida una trama paralela que protagoniza un humilde sacerdote, el Hermano Justin. Pero el verdadero punto de no retorno, aquel que ya nos hace adictos para siempre -como ya lo fueran el oso polar de «Perdidos» o la Habitación Roja de «Twin Peaks»– es ese extraño sueño en el que coinciden Ben y el cura en un misterioso diner típicamente 50’s.

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Y es que el que se enfrente a «Carnivale» esperando una serie convencional, sinceramente,…va listo. Knauf se encargó de crear un compendio desbordante de referencias religiosas, históricas y esotéricas que van desde multitud de apelaciones a la Biblia como a otras creencias como el judaísmo, pasando por el tarot, el credo templario o alusiones a distintos periodos históricos, algunas veces claramente, muchas otras de forma metafórica. Los aficionados a este tipo de disecciones han pasado días y días dilucidando todo este universo. La buena noticia es que un espectador que no se moleste en realizar todas estas averiguaciones podrá seguir la trama y emocionarse con ella sin ningún tipo de problema, no en vano todo ello no deja de remitir a la eterna lucha entre el Bien y el Mal, representada de las más diversas formas por las más diferentes civilizaciones a lo largo de siglos y siglos.

La mejor baza con la que cuenta la temporada inaugural es su perfecto equilibrio entre el seguimiento de la vida cotidiana de la feria y el aspecto más esotérico de la serie, ambos mundos se van superponiendo con fluidez, siendo perfectamente complementarios y dándole a ‘Carnivale’ su característica singularidad. Es una enorme virtud del guión el dar una entidad definida y los matices suficientes al variado crisol de atractivos personajes que vagan por la América ya no profunda sino abisal con su espectáculo de variedades, incluso pese a que algunos no tengan una importancia definitiva en la trama. Así iremos conociendo paulatinamente a Lila, la lasciva mujer barbuda; el romático Jonesy, capataz de los trabajadores frustrado por su cojera; la agitada familia Dreyfuss, en la que el débil y derrochón Stumpy dirige el equipo del show de ‘striptease’, compuesto por su mujer Rita Sue y sus hijas Libby y Dora Mae, todas ellas hartas de su dura vida ambulante; la madura y atractiva Ruthie, encantadora de serpientes y madre de un hijo de tan gran cuerpo como pequeño cerebro; y una de las parejas madre-hija más bizarra jamás vista en la televisión: la adorable Sofie, heredera de la lectura de cartas del tarot de su madre, Apollonia, postrada en estado vegetativo en una cama pero, sin embargo, siempre dispuesta a amargar la vida de su primogénita con sus impertinentes observaciones ‘mentales’. A través de ellos se reflejará de forma meridiana el pesimista estado de la cuestión en esos duros años 30 en EE.UU. La Gran Depresión azota, las condiciones de vida son cada vez más espartanas y lo peor es que apenas se vislumbra la esperanza, pese a que los sueños de todos ellos siguen impulsándoles imaginariamente muy lejos de allí. ¿Os suena este panorama de algo?

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Paralelamente, en un territorio menos ‘mundano’, comienza a desarrollarse la pugna entre Ben y el padre Justin. Esta temporada inicial se centra en narrar como cada uno de ellos toma conciencia de su verdadera naturaleza y de su misión vital pese a sus iniciales resistencias. Así, Ben, una especie de Luke Skywalker ‘redneck’, empieza a sufrir unos extraños sueños que le van revelando la importancia de encontrar a su desconocido padre, un Harry Scudder que se convertirá en el efectivo ‘mcguffin’ de la serie. Las pesquisas en su busca irán guiando el camino que toma la feria, por voluntad del Patrón expresada en la boca de su fiel Sanson, mientras el mentalista ciego Lodz, algo así como un Yoda perverso, le va instruyendo en el uso de unos poderes que nunca creyó poseer.

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A Justin comenzamos a seguirlo con simpatía, no parecer ser más que un humilde sacerdote californiano que vive con su apocada hermana Iris y que, presa de unos lúgubres sueños, asume que ha sido elegido por Dios para erigir una iglesia en la que también puedan vivir niños huérfanos, algo que el mismo fue. Todo cambia para él, cuando una vez conseguida su meta y tras las amenazas ejercidas por las autoridades para cerrarlo, el local sufra un misterioso incendio que termina con las vidas de sus infantes moradores, proporcionándonos uno de los primeros grandes ‘highlights’ de «Carnivale», uno especialmente desolador. A partir de ese momento, un hundido Justin, al modo de Jesús en el desierto, comienza una travesía hacia ninguna parte en la que conoce a un periodista que será posteriormente decisivo en su vida, se confronta a su pasado en una secuencia realmente perturbadora e intenta el suicidio. En su posterior estancia en un psiquiátrico es cuando se le revela su verdadero destino. Las fuerzas del mal ya le envuelven cuando regresa a casa, algo de lo que no tardará en irse dando cuenta su entorno más cercano.

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Dado este estado aún embrionario de esta confrontación entre los dos grandes polos magnéticos de la serie, «Carnivale» vive en esta primera temporada de la fascinación que nos provocan unos personajes y unas situaciones completamente únicas, de esa satisfacción de estar en un territorio virgen e inexplorado y, por lo tanto, imprevisible, además de por habernos sabido hacer empatizar con cada uno de ellos, interesándonos por sus escarceos amorosos o sus dudas sobre el futuro. Todo ello resulta en un alto nivel medio durante esos 12 capítulos -exceptuando quizás alguna de las pesquisas de Ben algo críptica y alargada- que sube repentinamente en momentos de extraordinaria brillantez como ese paso por la fantasmagórica Babylon, que despierta sensaciones no muy diferentes a la mítica Comala de «Pedro Páramo», en la que todos los elementos de «Carnivale» -misterio, tragedia, ocultismo, drama de personajes- se mezclan armoniosamente para regalarnos una experiencia que nos lleva directamente a otro mundo, Algo muy cercano a lo que veríamos si el Lynch más onírico se decidiera a filmar un ‘western’. La emoción también se desata en los fantásticos dos últimos episodios de la tanda, en la que el ritmo de la hasta ese momento parsimoniosa trama se desboca en una frenética sucesión de momentos decisivos que nos preparan para la segunda temporada, no sólo argumentalmente sino, sobre todo, en términos de intensidad. Los prolegómenos han concluido.

Llegamos a la segunda temporada con las muertes de Apollonia y de Lodz, asesinado por Ben en venganza por una agresión a Ruthie, y la revelación de la cara del misterioso Patrón; un buen puñado de momentos decisivos con el que concluyó frenéticamente la primera sesión. Pero poco preparados estamos para lo que se nos avecina. El capítulo inaugural de la, desgraciadamente, última tanda deja las cosas claras: las ‘bromas’ se han acabado, entramos de lleno en el tenebroso territorio de la definitiva pugna entre el Bien y el Mal con 55 minutos repletos de símbolos y referencias, tan fascinante para los iniciados como seguramente disuasorio para aquellos que se asomaban por ahí por curiosidad. A partir de este momento, comienza una de las temporadas más intensas, sugerentes y satisfactorias de la historia de la televisión.

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Una visión en el lugar donde se erige un solitario y tenebroso árbol le indica a Justin el emplazamiento en el que debe situar su soñado Nuevo Caná, un enorme establecimiento de caridad en el que alojar a cientos de desheredados y, de paso, proporcionarle un instrumento definitivo para alcanzar el poder y la influencia que ansía y de la que ya está saboreando sus primeras mieles, merced a la creciente fama de sus discursos radiofónicos. Con Ben ya al corriente de su misión, cada vez más cerca de encontrar a Scudder y consciente de que tiene una némesis a la que derrotar, prácticamente todo el interés de la trama en el acercamiento paulatino, y cada vez más peligroso, de El Elegido hacia los dominios de su objetivo final, en una ruta que se sigue con una emoción y tensión similar a la que sentíamos cuando Frodo y Sam iban llegando hasta el oscuro Mordor. En este caso, el Gollum que intenta torpedear esta llegada sería Stroud: mano derecha, investigador y matón de Justin, que parece recién sacado de aquella negrísima «Sangre fácil» coeniana, cuya tenebrosa y exhaustiva labor le convierte en uno de los grandes aciertos de estos 12 capítulos.

Esta concentración de la trama, esa predilección por una de sus ramas, hace, inevitablemente, que la otra, todo lo que acaece en la feria nómada y a sus trabajadores, quede mucho más reducida. Apenas hay ya momentos ‘ligeros’ -salvo esa subtrama con los problemas financieros del manirroto Stumpy- que nos permitan tomar un respiro; lo poco que acontece allí es porque es decisivo para el futuro de Ben, como la creciente confusión de Sofie en pleno ‘duelo’ por su madre o la creciente atracción entre el Jonesy y la menor de los Dreyfuss, Libby. Pero, sin duda, los momentos más destacados los protagoniza el espíritu de Lodz, que toma posesión del cuerpo de Ruthie, para ir dejando pistas de lo que ha sucedido y está por suceder. Unas escenas sobrecogedoras, dignas de la mejor película de terror que podáis imaginar.

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Pero no cabe duda de que el gran beneficiado en esta segunda temporada es Ben. Al contrario de lo que sucedía en la primera, en la que algunas de sus pesquisas eran lo menos apasionante de la serie, ahora la situación cambia completamente y sus andanzas se convierten en una sucesión de grandes momentos sin interrupción, casi atropellándose unos a otros: desde los tenebrosas y malsanas  atmósferas conseguidas en la memorable ‘visita’ a su abuela (o cómo mezclar el mejor gótico sureño con la brutalidad de «Deliverance») y en su paso por la casa del hombre de las máscaras hasta el lirismo y belleza sin igual de la consagración de su relación con Sofie y la resolución del accidente de la noria.

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Mientras, Nuevo Caná alberga en su seno un ‘thriller’ de lo más intenso. Un cúmulo de sospechas y secretos entre cuatro personajes principales que se irá deshilvanando poco a poco, de forma siempre sutil. Justin va dando cada vez muestras mayores de ser el auténtico Mal, algo que van observando, aterrorizados y con sus propios planes al respecto, su hermana Iris -también con muchas cuestiones que ocultar-, su mentor Norman -que se convierte en una de las estrellas de la función pese a estar postrado en una silla de ruedas y privado del habla- y el periodista Dolan. Cada escena en esa casa es un prodigio de suspense bien llevado, terror psicológico y tensión asfixiante.

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Todos estos logros no serían posibles si, aparte de tener en la dirección  a activos tan prestigiosos como Rodrigo García o Todd Field, si el heterodoxo reparto no rayara a una altura excepcional. La palma se la llevan seguramente un tipo tan veterano y talentoso como Clancy Brown, que hace del hermano Justin una de las creaciones más inquietantes de la historia de la pequeña pantalla sin tener que recurrir apenas al histrionismo, y un Michael J.Anderson que nunca fue tan especial y entrañable, superando incluso a sus colaboraciones con Lynch. Pero sería injusto olvidar la difícil labor de Nick Stahl para dar vida a un héroe tan improbable como Ben, la turbia dulzura de Clea DuVall (Sofie) y Cynthia Ettinger (Rita Sue) o la solidez de Tim DeKay (Jonesy).

La emoción reinante en los tres últimos capítulos es difícil de describir. Tras tanto tiempo concentrados en tramas paralelas, tener a todos los personajes principales juntos da unas posibilidades enormes que Knauf sabe aprovechar de forma maestra. Cada escena mejora a la anterior, todas contribuyen a construir un compendió de tensión irrespirable ante la imprevisibilidad de los acontecimientos y de genuina emoción. Las sorpresas se suceden a cada plano hasta el espléndido y desolador final, al que el espectador llega tan emocionado como felizmente agotado. No era el desenlace previsto para la serie y aún quedaba territorio por explotar, pero no puedo dejar de pensar que se trata de una conclusión perfecta para dos temporadas magníficas y en lo difícil que hubiera sido igualar esas cotas en siguientes temporadas.

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Así que, dejémonos de lamentos, su malhadado destino no debería agotar nuestra visión de «Carnivale». Mejor no pensar en lo que hubiera poder sido, cuando lo que sí tenemos son dos temporadas prácticamente perfectas a las que recurrir para siempre -huelga decir que por ella el tiempo no ha pasado por ella sino para mejor- cuando queremos recordar las majestuosas cotas a las que llegó una vez la televisión. Disfrutemos de una de las series más singulares, mágicas y entrañables que hayamos podido presenciar.

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7 comentarios leave one →
  1. 06/10/2016 20:33

    Pense que era el único que se acordaba de esta serie. La vi cuando la emitió HBO en latinoamerica y me enganchó de inmediato, simplemente grandiosa, quién no la ha visto lo envidio, la estoy viendo de nuevo online, cuesta encontrarla en la red, no la he pillado subtitulada, pero en fín aunque sea en español castizo vale la pena

  2. Esther permalink
    30/10/2016 16:55

    Qué bueno haber encontrado esta entrada: acuerdo en un todo con la percepción de la serie. La primera vez que la vi fue apenas algunos capítulos de la primera temporada y luego le perdí la pista. Mucho más tarde la encontré, de pura casualidad, en la trasnoche de un canal que ya ni recuerdo cuál era (vivo en Argentina) y logré ver ambas temporadas, a costa de dormir menos pero dispuesta a hacer el sacrificio por una serie fenomenalmente buena. Me quedé esperando la tercera temporada… ¡Ahora sé por qué no llegó!

    Un abrazo,
    Esther

    • Alberto Loriente permalink*
      31/10/2016 9:16

      Hola, Esther,
      Me alegro de que te haya gustado y te haya servido este post, en buena parte va dedicado a todos los que hemos ido descubriendo «Carnivale» a lo largo de los años y, al no haber estado de actualidad, apenas hemos podido leer cosas sobre esta pedazo de serie.
      Siento que aún esperaras la tercera temporada, en mi caso el trago fue mejor porque, cuando la ví, ya sabía que la cosa se reducía a dos y lo tenía asumido. Aún así, nos queda una obra maestra que podemos revisitar siempre que queramos.

      Un saludo y muchas gtacias por comentar

  3. Mañi permalink
    02/03/2017 23:27

    HOLA, SABRIAS DECIRME EL TEMA D EL CAPITULO DEL INCENDIO DEL ORFANATO??LO TENIA HACE AÑOS EN YOUTUBE Y FUE ELIMINADO, Y EN LAS BSO TAMPOCO LO ENCUENTRO! GRACIAS , GRAN SERIE.

    • Alberto Loriente permalink*
      03/03/2017 20:00

      Hola, Mañi,
      La verdad es que somos mucho más de almacenar sensaciones o emociones en nuestro particular disco duro que datos concretos, pero en esta ocasión, tras una previa investigación en la red, he hallado que la escalofriante canción a la que te refieres se llama ‘Mar Stanke Le’ y está interpretada por Le Mystere des voix Bulgares. Aquí te dejo el enlace de You Tube: https://www.youtube.com/watch?v=z1wcQBj63uk

  4. Anónimo permalink
    10/12/2023 14:13

    Diez años pasaron de tu reseña y aquí estoy, reviviendo Carnivale, que sigue en HBO+. En Argentina acaba de ganar un presidente mediático, carismático, mesianico. Su plan dice que es dictado desde el mas allá. Tiene una hermana que lo cuida y manipula. Promete mucho sufrimiento y la mayoría igual lo votó. Refugiada en las series y literatura espero que aparezca un Ben Hawkins. Final abierto. Saludos.

    • Anónimo permalink
      10/05/2024 5:08

      el mejor comentario que leí. Gracias!!

      Resistamos y esperemos a nuestro Ben Hawkins.

      fuera Milei Justin y Karina Iris

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