El «White Album» de The Beatles: el principio del fin
Hay muchas y diferentes formas de acercarse al monumental legado de The Beatles y cada uno de nosotros tiene su particular historia de cómo se adentró por primera vez en una de las discografías más apasionantes de la historia de la música, pero para las generaciones que no vivimos aquellos dorados años 60 porque ni siquiera habíamos nacido siempre hubo una puerta de entrada ideal al universo Beatle: los dobles recopilatorios 1962-1966 y 1967-1970, popularmente conocidos como “el rojo” y “el azul”. Estos dos discos permitían realizar un eufórico recorrido por la fulgurante trayectoria de los “Fab four”, desde la candorosa energía de sus primeros tiempos hasta la madurez rugosa de “Let it be”, desde sus éxitos más aplastantes hasta aquellas canciones que nunca fueron single pero forman parte fundamental del “corpus” beatle, y todavía hoy se mantiene como el mejor resumen posible de la banda, muy superior al posterior “1”, que solo incluía los temas que habían sido número uno en listas. Yo aún guardo como oro en paño mis ediciones en vinilo y los recuerdos que me traen. Pero lo bueno del “rojo” y el “azul” es que aunque juntos formaban una panorámica bastante certera de lo que habían sido aquellos ocho años en la vida de John Lennon, Paul McCartney, George Harrison y Ringo Starr, en realidad apenas rascaban la superficie. 54 canciones no eran pocas, pero dejaban demasiado terreno sin cubrir. Eran una recopilación perfecta para enganchar neófitos, pero sobre todo suponían una invitación a ir a por más, a descubrir los placeres ocultos en cada uno de los 13 discos oficiales de la banda.
Por supuesto, había y hay otras opciones para una primera aproximación a la magia beatle: la inmediatez arrebatadora de “A hard day’s night”, el aureola mítico de “Sgt. Pepper’s lonely hearts club band” o la perfección pop-rock de “Abbey road”, pero me atrevo a asegurar que poquísima gente tiene su primer contacto con la banda con “The Beatles”, aka “The White Album”. Para empezar, contiene pocos de esos clásicos universales que todo el mundo conoce, de hecho solo tres de sus temas (“Back in the U.S.S.R”, “While my guitar gently weeps” y “Ob-La-Di, Ob-La-Da” ) figuran en las recopilaciones al uso; su generosa duración (casi 94 minutos) tampoco hacen de él un trabajo accesible y la música que contiene, bueno, en su mayoría no es la que un advenedizo identificaría con el característico sonido beatle. No, el doble blanco es un disco para avanzados, para perderse en su inmensidad y dejarse llevar por sus picos y valles. Su inabarcable naturaleza posibilita que en cada escucha se encuentre un detalle nuevo que antes había pasado desapercibido, aromas que no se percibieron la vez anterior, locuras que parecían no estar ahí antes. Pero además de todo eso es el disco que marca, mucho más que “Revolver” o “Sgt. Pepper’s”, un antes y después en la carrera de la banda, un punto de inflexión definitivo a partir del cual ya nada volverá a ser igual.
En 1968 The Beatles eran poco menos que dioses de la música reverenciados por millones de acólitos. Habían roto en mil pedazos las reglas del juego en varias ocasiones, la última el año anterior con “Sgt. Pepper’s”, y eran plenamente conscientes de su trascendencia musical y cultural. Ellos iban siempre por delante, y el resto solo podía sentarse a mirar hacia donde apuntaban con el dedo. En cualquier otra época habría sido el momento idóneo para desaparecer durante un largo periodo de tiempo, dedicarse a proyectos personales o simplemente a vivir de las rentas y regresar cinco años después, pero eran los 60, y el ritmo de producción musical en aquellos tiempos era sensiblemente distinto al de décadas posteriores. Lo cierto es que en aquel momento la presión de ser un Beatle y estar a la altura de su propio mito empezaba a pesar demasiado entre los componentes del grupo. La lucha de egos, que hasta entonces siempre había revertido en beneficio de su unión, comenzó a generar tensiones inéditas entre ellos, y tampoco ayudó el constante ajetreo de reuniones ejecutivas al que estaban obligados como consecuencia de la creación de su propia empresa, Apple. Pero, sin duda alguna, el hecho que marcó esta época fue la presencia de Yoko Ono en las sesiones de grabación, quebrando ya para siempre la armonía y el espíritu de equipo que siempre había existido entre ellos; era el principio del fin.
Las sesiones de grabación del “White Album” se prolongaron desde el 30 de mayo de 1968 hasta el 14 de octubre en los estudios de Abbey Road. Los Beatles habían pasado el invierno meditando en la India, invitados junto con otras celebridades por el Maharishi Mahesh Yogi (con el que saldrían tarifando), y de ese viaje surgiría un buen puñado de las nuevas canciones con las que iban a trabajar. El primer día en el estudio Lennon ya se presentó con Yoko debajo del brazo. John estaba profundamente enamorado de ella y consideraba que debía seguirle allá donde él estuviera. Eran inseparables y así se lo quiso hacer saber a Paul, George y Ringo. John desafió a los demás transgrediendo la norma implícita de que sus mujeres no entraban en los estudios, y siguió haciéndolo durante los siguientes meses. Lo peor fue que la presencia de Yoko, permitiéndose hacer sugerencias y críticas, inhibía al resto del grupo, y la camadería y diversión que siempre presidió sus aventuras en el estudio se tornó en un clima de fría seriedad y, en el peor de los casos, de puro resentimiento, aunque en ciertos momentos (por ejemplo en la grabación de «Helter Skelter», cuya primera toma duraba 25 febriles minutos ) recuperaban su primigenio entusiasmo y ardor juvenil. Si Lennon no hubiese estado tan cegado por el fulgor de Yoko se habría dado cuenta de que la presencia de ella en el seno de los procesos creativos de la banda no era en absoluto beneficiosa para la convivencia de The Beatles y habría obrado en consecuencia, pero en lugar de eso tomó la determinación contraria. O en realidad sí lo sabía, pero ya le daba igual. Probablemente John, aunque fuera entonces de manera inconsciente, ya no se sentía un beatle y de alguna forma estaba buscando la ruptura que no tardaría en llegar.
El factor Yoko, aunque decisivo, no fue el único que contribuyó a mermar la estabilidad de la banda. Las maneras cada vez más dictatoriales y egoístas de McCartney estaban creando cierta animadversión en sus compañeros. Harrison veía minusvaloradas sus aportaciones y años después se quejó amargamente de que Paul solo estaba dispuesto a ayudar en sus canciones cuando ya habían terminado con las suyas. Y Ringo se pasaba la mayor parte del tiempo jugando a las cartas y sintiéndose irrelevante, soportando las constantes indicaciones de McCartney sobre cómo debía tocar la batería, hasta el punto de que llegó a coger las maletas y largarse (si bien fue convencido a los pocos días por el resto para que regresara a su puesto). Así que en “The Beatles” hay al menos dos temas (“Back in the U.S.S.R” y “Dear Prudence”) en los que la batería la toca Macca.
Con todo, el flujo creativo no había disminuido. No había un problema de falta de canciones, sino más bien al contrario. Tanto John, como Paul y George tenían una buena pila de temas que querían incluir en el álbum, lo que propició que al final fuese un disco doble. De hecho, el productor George Martin, que siempre había guiado los pasos de los cuatro de Liverpool, no estaba seguro de que todas las canciones tuviesen el nivel deseable y les sugirió que se concentrasen en un álbum sencillo realmente espléndido de catorce o quince temas, pero nadie le hizo caso. Fruto de ese impulso individualista el “Album blanco” es el trabajo de los Beatles en el que suenan menos unidos que nunca. John dijo una vez que en este disco “era yo y un grupo de acompañamiento, Paul y un grupo de acompañamiento, y George un grupo de acompañamiento”. Probablemente fuera una exageración, pero en cualquier caso, esa heterogeneidad permitió que este doble álbum sea una obra de una riqueza y diversidad extraordinaria, un excelso y ambicioso compedio de la música popular en el que caben pop, rock, folk, music-hall, blues, country, vanguardia, heavy metal y muchas cosas más. Alejado también de los múltiples trucos de estudio, los experimentos de producción, las trabajadas armonías vocales y la psicodelia que impregnó su obra inmediatamente anterior, “The White Album” suena más básico y visceral, en consonancia con la minimalista portada en blanco (tan contrapuesta al colorido chillón de la del “Sgt. Pepper’s”), y se postula como un modelo a seguir en el rock de la década siguiente. De hecho, “The Beatles”, en muchos sentidos, da carpetazo al idealismo sixties e inaugura una nueva era, los años 70.
Desde “Rubber soul” Lennon no aportaba más temas que McCartney a un disco de The Beatles, pero en el doble blanco vuelve a recuperar la hegemonía con una inspirada y potente selección de la que quedó más satisfecho que en ocasiones precedentes porque era más representativa de su personalidad. “Dear prudence”, dedicada a la hermana de Mia Farrow, con la que compartieron experiencias en la India, se expande como una intrigante balada en la que aún quedan rescoldos psicodélicos, mientras que “Glass onion” es un destemplado número rockero surgido como reacción a las variopintas interpretaciones que el público solía hacer de sus canciones. “The continuing story of Bungalow Bill”, que incluye el debut vocal de Yoko, parece un mero divertimento de aires satíricos en comparación con la obra maestra “Happiness is a warm gun”, en la que conviven de forma sublime tres canciones distintas y el ritmo muta constantemente. “I’m so tired” y especialmente “Julia”, con su inasible melancolía en tonos menores, también muestran a John en su mejor forma, precisamente en canciones en las que el influjo de Yoko es más evidente. En el disco 2 Lennon aporta la suciedad suicida de “Yer blues”, la desquiciada y divertida “Everybody’s got something to hide except me and my monkey”, la exuberante “Sexy Sadie” –en la que ajusta cuentas con el Maharishi- y la tierna “Cry baby cry” (de la que luego renegaría). Además, incluye una versión lenta de “Revolution”, (el eléctrico rock publicado en un single unos meses antes), el montaje musical abstracto creado mano a mano con Yoko utilizando loops de cintas y todo tipo de ruidos desagradables y que recibió el nombre de “Revolution 9”, y la azucarada y disneyana “Goodnight” para Ringo como acusadísimo contrapunto al tema anterior.
McCartney, por su parte, deja entrever algunos de los rasgos que definirían su carrera en solitario en su variopinto lote de canciones. A él le toca abrir el disco con la potente “Back in the U.S.S.R” y su parodia-tributo a los Beach Boys, demostrando que siguen funcionando perfectamente como banda de rock’n’roll. “Ob-la-di, ob-la-da”, con su melodía tan infantil como pegajosamente perfecta y su ritmo de ska es uno de esos temas que John odiaba con todas sus fuerzas y cuyo lanzamiento en single fue vetado por todos los miembros del grupo pero que se convertiría en inevitablemente popular, mientras que “Wild honey pie” es un pequeño despropósito del que lo mejor que se puede decir es que dura un minuto. “Martha my dear” y “Honey Pie” traen deliciosos efluvios de music-hall y cabaret con sus sentimentales arreglos de cuerda y metales (“música para abuelitas”, que decía John) y “Rocky Racoon” picotea del ragtime y el country de la mano de un maravilloso piano tabernero. Paul se lo guisa y Paul se lo come sin ayuda de casi nadie en la desnuda y bucólica belleza folk de “Blackbird” y “Mother Nature’s son” , la pletórica energía boogie rock de “Why don’t we do it in the road” y el remedo dulzón de “I’ll follow the sun” que es “I will”. La vertiente más enloquecida de McCartney aparece en “Birthday” y sobre todo en “Helter Skelter”, brutal descenso a los infiernos con ampollas en los dedos y azufre en la garganta que anticipa el heavy metal antes incluso que Led Zeppelin.
Por su parte, George Harrison alcanza su mejor versión como compositor hasta el momento, especialmente en la sublime y emocionante intensidad de “While my guitar gently weeps”, posiblemente el mejor tema del álbum. Si John había roto el equilibrio interno del grupo introduciendo a Yoko en el círculo, entonces George también podía invitar a tocar a una estrella ajena a la banda y así fue como Eric Clapton, en un principio remiso a tocar en un disco de The Beatles, se hizo cargo de la guitarra solista en este tema , ayudando además a calmar los ánimos con su presencia en el estudio. “Piggies”, dominada por un clavicordio renacentista, carga contra los excesos de la burguesía, la hermosa delicadeza de “Long, long, long” bien puede ser una de las canciones más infravaloradas del repertorio beatle y la vigorosa “Savoy truffle” convierte una broma a propósito de una caja de bombones en un avance del sonido que Harrison tendría en solitario en el futuro. Finalmente, Ringo aporta la voluntariosa y entrañable “Don’t pass me by”, probablemente una de esas canciones que George Martin consideraba que hacían bajar la nota media del disco.
En agosto de 1968, mientras el grupo seguía trabajando en Abbey Road, se decidió lanzar un nuevo single (el anterior “Lady Madonna” databa de marzo) que aliviara la espera de los fans y la elegida fue la colosal “Hey Jude”, una impresionante canción-río que no se incluyó en el álbum y que se convirtió rápidamente en uno de los sencillos más vendidos de la historia. Incluso Lennon, que vio relegada a regañadientes su subversiva “Revolution” a la cara B del single, admitió que la canción de McCartney era una obra maestra. Cuando “The Beatles” apareció en el mercado a finales de noviembre habían transcurrido casi 18 meses desde la publicación del “Sgt. Pepper’s”, su último álbum como tal (“Magical Mystery Tour” era un EP inflado artificialmente con singles ya editados), y el ansia del público por lo nuevo de los “Fab Four” se tradujo en espectacular éxito de ventas, alcanzando con facilidad el número uno tanto en EE.UU como en Reino Unido y manteniéndose en lo más alto durante dos meses, un logro aún más notable si se tiene en cuenta que se trataba de un álbum doble (y a precio de álbum doble). Se estima que sus ventas totales a día de hoy, 45 años después de su publicación, alcanzan los 23 millones de copias en todo el mundo. El público ignoraba entonces que las desavenencias internas estaban a punto de acabar con la banda y saludó la variedad estilística del trabajo como una nueva muestra de la magistral creatividad del grupo, y no como un síntoma de una fractura que se agrandaría durante las aún más tortuosas sesiones de grabación de su siguiente proyecto, el que tras muchos tiras y aflojas acabaría siendo publicado como “Let it be” en 1970. Pero esa, amigos, es otra historia que merece un capítulo aparte.
mi primer disco-beatle también fue el blanco
es todo lo que tengo que decir. el resto ya está dicho
Como dice Sergio, poco más que añadir un excelente repaso a un disco que ha marcado a todo el que ame la música. Hay tantos detalles, tantos temazos (‘Helter Skelter’, ‘Happiness…’, ‘While my Guitar…’, uff, en fin, imprescindible. Yo no creo que Yoko Ono acabara siendo tan determinante en el final del grupo, simplemente fue el chivo expiatorio perfecto para finiquitar unas relaciones ya muy deterioradas. Solo una cosa, siento ser quisquilloso, pero no considero a ‘Helter Skelter’ precedente del heavy metal, la relaciono más con la suciedad proto-punk de Stooges y MC5. Para mi, y esto es discutible, el heavy metal comienza con Black Sabbath y le resto algo de importancia a Led Zeppelin en su nacimiento. Pero nada, ya sabes, es un pequeño detalle de friki de la música. Por lo demás, chapeau, Jorge.
Muchas gracias Sergio, Alberto y Jesús por vuestras aportaciones.
Sergio, quizás no me haya expresado correctamente, pero mi primer disco-beatle no fue el blanco, sino el rojo y el azul. Me congratula que sí que fuera el tuyo. Pensándolo bien, a tí te pega más que ningún otro disco de ellos.
Respecto a «Helter Skelter», Albert, creo que una cosa no quita la otra. El tema tiene la densidad, la contundencia rítmica y la agresividad sonora que se asociaría con el heavy metal aunque no sea todavía propiamente un tema metalero, pero también desprende la grasa y, como bien dices, la suciedad del punk de Stooges y MC5.
En cualquier caso, el nacimiento del heavy daría para un debate aparte, porque mucha gente lo sitúa, siendo muy rigurosos, en el riff del «You really got me» de los Kinks, y lo que hacían Blue Cheer, Cream e incluso Hendrix también podía considerarse precursor del movimiento. De todas formas, te doy la razón en que el heavy metal como tal comienza con Black Sabbath, pero en mi opinión el primer riff verdaderamente heavy es el de «Whole lotta love» de Led Zeppelin. En fin, benditos detalles frikis. ¡Un saludo!
mi primer disco beatle fue una casette grabada de la television con la banda sonora en español de que noche la de aquel dia. aun a dia de hoy mi mente recurre a frases como sigue sigue si te da un calambre te libraras de ello, no se que quiere decir pero sonaba distinguido, etc etc. aun pasarian muchos años hasta que me regalaron mi primer tocadiscos.
caramba he salido anonimo jejejejejejej
Lo primer es felicitarte. Tremenda reseña digna de un álbum con el que cualquier término se queda corto.
Lo segundo, una pregunta. Son realmente ciertas aquellas anécdotas de que Martin trató de convencerles del disco simple o que Ringo abandonó el buque y la batería grabada en 2 temas es de Paul? No tenía idea de esto último.
Y bueno, lo tercero es sumarme a los elogios frente a esta obra. Un disco que tal como mencionas basta oír para entender lo fracturada que ya se encontraba la agrupación. Las canciones «Paul», «John» y «George» están marcadísimas, los cambios son abruptos, se aprecia una intención porque el sonido de saltos tremendos entre tema y tema. En fin, es un album genial.
Saludos.
Esteban
http://politomusica.blogspot.com
Esteban, Mccapunk y Jesús, muchas gracias por los comentarios y los elogios. Todas las anécdotas que cuento en el post están contrastadas y documentadas por más de una fuente (ingenieros, los propios miembros del grupo…). Concretamente la espantada de Ringo se produjo a finales de agosto y fueron los días en los que grabaron «Back in the USSR» y «Dear Prudence». Después de una semana los miembros del grupo convocaron a Ringo a una reunión en casa de George y ahí le convencieron de que era el mejor batería posible para los Beatles. A su regreso al estudio le recibieron con la batería cubierta de flores. ¡Saludos!
Ringo Starr sin el no serian los beatles-
El blanco ,es sin duda un album notable ,muy bien por George y sus cuatro temas de miedo,.
Bien por George y su aporte de cuatro temas maravillosos-John en su mejor momento.-
El album blanco el album blanco,por la cresta como lo hicieron ,es sencillamente magico,.
Y el bueno de Ringo tambien tiene su aporte,.
Muy bueno el post. Yo también empecé con el rojo, el azul, y luego el blanco. Me gusta mucho ‘Happiness is a warm gun’.