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Último regreso a «Twin Peaks»: la revolución del sueño

11/09/2017

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El 21 de mayo de 2017 quedará impreso en nuestra memoria como el día en que, veintiséis años después, una de las series más importantes de la historia regresaba a nuestros hogares. Una fecha que los más fervientes seguidores esperaron con curiosidad, con miedo, con un millón de preguntas y unas expectativas inexactas ante la falta de información sobre esa suerte de revival en el que estábamos a punto de saltar sin red. Y fue un parto exquisito. Si en los noventa esta serie marcara un punto de inflexión en el terreno televisivo, en la forma de entender la ficción serializada y en la experiencia colectiva, un David Lynch con casi tres décadas más en los huesos quiso dejar más clara que nunca su manera de entender arte y realidad en el que posiblemente quede como su testamento. Un testamento magistral.

Pero si una fecha va a representar un evento histórico en el universo de la ficción audiovisual, esa es la del 4 de septiembre de este mismo año: el día en que acabó «Twin Peaks». Escribo estas líneas unas veinticuatro horas después de haber visionado el episodio doble que pone cierre a esta historia de demonios y personajes de antología y aún tiembla un poco el pulso. Aún se siente el nudo en la garganta de la despedida. Aún no hemos terminado de dar vueltas a unos sesenta segundos de metraje que pueden significarlo todo en este universo. Podrían ser años, podrían ser siglos. Y si el mundo sigue en pie en un tiempo muy lejano, habrá quien siga intentando averiguar qué quiso decirnos el genio y será lo de menos. Hoy entendemos muchas cosas y poco tienen que ver con la trama. Esto es parte de algo mayor, algo mucho más grande. Algo único.

Durante estas dieciocho semanas, en el Cadillac hemos ido recorriendo con vosotros esas catacumbas lynchianas episodio a episodio, perdiéndonos en exquisitos detalles, hablando de las sensaciones que nos iba dejando esta gran experiencia y analizando las piezas del puzzle en la medida en que era posible. Es esta, quizá, una ocasión tan única, es un momento tan íntimo y a la vez tan de todos esta despedida, que en este último post el análisis de cada parte como un ente solitario carece de sentido. Porque, ¿para qué querríamos hacer cábalas sobre a qué conduce un giro determinado o sobre qué esconde tal escena si ya disponemos del lienzo completo? Ha llegado el momento de hablar desde nuestra parte más humana, de la parte que duda y siente, de la intensidad de un camino eléctrico y oscuro donde hay héroes y villanos. Y qué vivencias tan bonitas han llegado de la mano de estas dieciocho horas de televisión que son más cine que televisión. La ilusión, la espera, el baño de magia que ha impreso en los lunes durante cuatro meses, las conversaciones durante horas después de cada episodio, las lágrimas de pura nostalgia y de absoluta belleza. Nada va a parecerse a esta tercera temporada de «Twin Peaks» jamás.

two coopers

(AVISO SPOILERS: Con este post se cierra el recorrido por el regreso a «Twin Peaks». Si aún no has disfrutado del doble episodio que concluye la serie, vuelve después de hacerlo. Mientras tanto, puedes pasar por los análisis de temporada que hemos publicado en el Cadillac: Episodios 3×01-3×04, episodios 3×05-3×08 y episodios 3×09-3×13.)

En el último análisis que publicamos, hace ya unas cinco semanas, hablábamos de la tanda previa de episodios (3×09-3×13) como la más endeble en todos los aspectos dentro de este todo. Una etapa más pausada que por aquel entonces y sin mirarla dentro del contexto adecuado se nos antojaba más superficial y menos estimulante con algunas joyas importantes dentro. Una tanda más marcada por Frost y su texto de ficción publicado meses antes. Lo que no sabíamos es que este barco de papel parafinado que navegaba en aceite se dirigía hacia una tormenta preciosa y demencial, que volveríamos a ahogarnos en el «Twin Peaks» más puro y a la vez en el surrealismo más exquisito. Que las cinco partes que compondrían esa recta final no nos iban a dar una tregua, episodio sobresaliente tras episodio sobresaliente. Que el parto real aún estaba por llegar. Y parió la madre negra al mismo tiempo que la madre blanca. Y esto se convirtió en una guerra entre el bien y el mal por encima de todo lo palpable. Y de nuevo:

Through the darkness of future past
The magician longs to see
One chants out between two worlds
Fire walk with me.

monica

«What year is this?», se pregunta un Cooper desconcertado que necesita respuestas. Es el año en que uno de los cineastas más creativos de la historia ha vuelto a revolucionarlo todo, querido Dale. El año en el que el Bang Bang Bar se ha llenado de grandes bandas y artistas, del «Wild West» de Lissie, del «Out of Sand» de Eddie Vedder, del «Axolotl» de The Veils mientras una chica con ansiedad social grita en el suelo. Es el año en el que se nos ha regalado la certeza de que los casos blue rose se relacionan estrechamente con los doppelganger malignos de la logia, el año en que Gordon Cole sueña con Monica Bellucci en blanco y negro.

We’re like the dreamer who dreams and then lives inside the dream. But who is the dreamer?

El año en que la pureza de Andy lo ha elevado a la condición de héroe elegido por «The Fireman», nuestro gigante, la madre blanca. Que lo ve todo en ese vórtice que conduce a la otra logia, la de los destellos de oro. Poseedor de la verdad y salvador de Naido. El año en que hemos sabido que Diane y Janey-E son hermanas, y que esa Diane no es Diane sino un alter ego maligno. El año en el que hemos conocido a «Guante Verde», nuestro nuevo superhéroe favorito. El año en que nos damos cuenta de que el mal habita en el interior de Sarah Palmer, y de que ésta es Judy que al mismo tiempo está en todas partes, omnipotente y despiadada.

fireman

De esa Audrey Horne que lleva semanas manteniendo la misma conversación repetitiva sin nunca llegar a salir de casa para bailar su última danza cuando llega por fin al Roadhouse. Y ni siquiera es real. Y por supuesto que no carecía de sentido. Porque Audrey, la chica de ensueño, nos confirma la teoría de que vive encerrada. Encerrada en sí misma, encerrada en una institución, encerrada entre realidades, encerrada en las cavernas de la psique. No importa. Lo que importa es que probablemente su estado mental se deba al horror de un contacto con el mismo mal. Que Mr. C nos deja ver que Richard Horne es hijo suyo y probablemente producto de una violación, como ocurría en otro tiempo con Diane. De ahí que el vástago de Horne sea una encarnación del sadismo y de la carencia de empatía, de la maldad más pura. Esa naturaleza y distinción entre pureza y corrupción es el motor de este producto.

Que ese habitáculo encima de la convenience store desafía toda la lógica espacio-temporal y nos pone los pelos de punta (y la señora de la bata, también), que Phillip Jeffries es ahora una tetera gigante y posee todas las verdades de un universo que va más allá de lo terrenal. «In loving memory of David Bowie«. Que la pareja de Tarantinos muere de la forma más exagerada y paródica posible en una escena brillantemente ridícula. Que Dale Cooper despierta, al fin, porque Dougie está cansado de ser Dougie e introduce un tenedor en un enchufe, después de escuchar el nombre de Gordon Cole en «El crepúsculo de los dioses», confirmando de nuevo que la electricidad tiene un papel absolutamente fundamental en esta historia.

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Pero hemos de mirar, antes de entrar en la doble sesión de cierre, a dos momentos de la «Twin Peaks» más pura que nos hicieron soltar unas lágrimas, que nos conmovieron de felicidad y de tristeza. Porque Nadine, dispuesta a salir de la mierda cavando, camina durante kilómetros con su pala dorada para decirle a Big Ed que ya es hora de ser feliz, que es libre, que vaya a por Norma. Una apertura maravillosa con el «I’ve Been Loving You Too Long» de Otis Redding como banda sonora, con una decisión que tomar y un «marry me» como espectáculo. El momento feliz en contraposición del que cerraría el episodio.

Queridos lectores: Lady Leño ha muerto. Y no podían haberlo hecho de una manera más bonita y representativa. Como el signo de lo que es y ha sido. Dando un último mensaje al único que realmente ha sabido escucharla. «Hawk, I’m dying». Increíblemente significativo el hecho de que su leño se esté volviendo dorado, símbolo de la bondad más pura. «Good night, Margaret«. Hawk los reúne a todos para decirles que Margaret ya no está mientras Lucy nos representa a todos y se nos encoge el corazón: «The Log Lady’s dead?». Y todas las luces de la cabaña se apagan. Hasta siempre, Señora del Leño, ve con las estrellas.

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Y ha llegado el momento de dejarnos arrastrar por ese tendido eléctrico, por esa carretera en plena noche que son las dos últimas entregas de la serie, dos caras de una misma moneda que flota en el aire. «The Return: Part 17» es aquello que deseábamos y junta todas las piezas del puzzle antes de hacerlo estallar. Nos habíamos dejado a Dale Cooper de camino a Twin Peaks, al fin, en plenas facultades y lleno del entusiasmo tan particular del que siempre ha hecho gala. El momento más esperado en este recorrido mientras otro Dougie Jones (gracias a la semilla) que apenas sabe repetir tres palabras vuelve a casa. Mientras, en comisaría, se está gestando una batalla. Negro y dorado, bien y mal, Cooper contra Cooper sin llegar ni a cruzarse. Llegamos a temer por la seguridad de todos los personajes, llegamos a temer por la magnitud de lo que está a punto de acontecer.

Tiene sentido, de nuevo y aunque haya que reiterar la idea de «bien vs. mal» (y no por última vez), el hecho de que sea Lucy, con su inocencia frente al mundo moderno y su pureza de espíritu, la que dispare a Mr. C. Tanto como lo tuvo que Andy fuera el receptor del mensaje en la logia blanca. «Andy, I understand cellular phones now». Es una escena desquiciada y deliciosa al mismo tiempo que absurda. Esos demonios arrastrándose para sacar a Bob del cadáver del Evil Cooper mientras el verdadero llega a comisaría sólo para ponerle el anillo de una vez por todas. Porque quien tiene que matar a Bob, ya que ese es su destino y para eso siguió de forma metódica todas las ordenes que «The Fireman» le dio, es nuestro joven «Guante Verde». Llamarlo Freddie es más mundano teniendo en cuenta su misión en la vida, pero qué fiel a la esencia de esta serie viene a ser que quien derrote al verdadero asesino de Laura Palmer sea un muchacho cualquiera de vida sencilla y mano de hierro. Todo ello mientras Truman ni se levanta de la silla, Gordon llega tarde, las conejitas traen sandwiches y se confirma la teoría de que Naido es Diane.

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Pero en toda esta escena hay algo que empieza a no encajarnos, pues el rostro de Cooper se convierte en un espectador presente sólo a medias, un outsider al fondo de nuestra pantalla que contempla una escena romántica que no viene a cuento y a unos personajes que se mueven acorde a un guión delirante. Y lo que vendrá después es maravillosamente oscuro y turbador. Un Dale que se adentra en el callejón en el que James se adentrara episodios antes acunado por ese zumbido eléctrico para abrir esa misteriosa puerta con la llave de la 315 del Great Northern Hotel y dar un paso hacia la logia negra que vuelve a desafiar las leyes de la lógica. Allí, Mike volverá a recitar su encantamiento de fuego y volveremos a cuestionarlo todo: «Is it past or is it future, mientras Phillip Jeffries lo reducirá todo a un concepto que hemos de tener muy presente, el infinito.

Me vais a permitir perderme en la que, para mí, es la escena más maravillosa, no ya de esta entrega sino incluso de la serie. Una escena en la que volvemos a «Fuego camina conmigo», al momento en que Laura Palmer se dirige hacia su muerte. Sin embargo, esta vez, Dale Cooper está allí para tomarla de la mano a través del bosque como Orfeo a Eurídice y evitar que llegue a donde la espera su fin. Suena «Laura’s Theme» y por un momento llega a salvarla. «We’re going home«. Por un momento el cadáver de Laura, envuelto en plástico, llega a desaparecer de esa orilla pedregosa y todo en la «Twin Peaks» original transcurre de otra manera. Porque ese día Pete Martell no la halla muerta. Y el nudo en la garganta se suelta para dejarnos llorar un ratito durante unos segundos nos parece precioso. Olvidamos todo lo demás y Cooper ha salvado a Laura Palmer. Lynch ha cambiado el curso de los hechos. Sólo un instante. Porque Judy, o Sarah, o toda la rabia del mundo, enfurece y la chica vuelve a desvanecerse. La entrega se cierra con el retorno de la maravillosa Julee Cruise y Badalamenti, no podía ser de otra manera. Y casi llegamos a tocar la década de los noventa con la punta de los dedos.

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Personalmente, el hecho de que Laura Palmer haya sido un pilar fundamental de nuevo en el cierre de «Twin Peaks» ha sido muy, muy especial. Imagino que para toda la audiencia, pero en este preciso instante hablo desde mi experiencia subjetiva. Siento un amor inmenso hacia el personaje de Laura y una empatía enorme hacia ella por distintas razones. Es el eje central de todo en la serie original, la víctima del crimen que lo hace girar todo. Sin embargo, de manera evidente porque está muerta, es una chica sin voz. Lo único que sabemos de ella es lo que nos cuentan los diferentes habitantes del pueblo, los juicios baratos, los «no nos extraña, con la vida que llevaba». «Fuego camina conmigo» me parece un filme maravilloso por dar esa voz al personaje, por enseñarnos el sufrimiento y la situación desgarradora que estaba viviendo cuando una se ha cansado de escuchar lo golfa que era en lugar de tratarla con el respeto que se merecía como víctima de un asesinato, como persona, como mujer. Recuperarla ahora era esencial.

Pero volvamos al cierre, porque si la entrega anterior era lo que la audiencia deseaba, «The Return: Part 18» es lo que nunca imaginó. Es el desarme, es un juego magnífico donde nada puede predecirse. «Kiss me», dice Cooper a Diane justo al llegar a ese tramo de la carretera, siempre guiados por la electricidad, donde está a punto de ser de noche, una noche oscura que alberga el infierno, la logia negra, ese otro plano desapacible. «Bésame», por si al cruzar esta puerta no somos los mismos, por si nuestro coche, nuestro hotel y nuestras identidades cambian, por si nos encontramos con otra versión de nosotros mismos. Todo ello ocurre. Ocurre el sexo sin rostro por no reconocernos y por despertar con demasiadas cuestiones como para no seguir buscando a Laura, porque, ¿Richard y Linda?

Part 18

Lo que tenía que ser un estado de absoluta confusión para el personaje no llega a serlo de manera inicial y un Cooper menos Cooper conduce por Odessa hasta dar con Laura, viva, no sin antes freír unas cuantas pistolas en la cafetería más sureña del lugar. Sólo que Laura no es Laura sino Carrie, pero acepta volver a una casa que no es su casa con una madre que no es su madre en un pueblo que no recuerda porque hay un cadáver en su sofá. Y en ese viaje nosotros tampoco recordamos Twin Peaks, que de repente tiene menos encanto, se nos antoja vulgar y le faltan detalles primordiales. Miramos cuánto le queda al episodio, tratando de encajar que se escapa el tiempo para que Lynch nos diga qué está ocurriendo ahí. Nos plantamos ante la casa, la de los gritos al teléfono, la del drama, el 708, y Sarah no está. Es la propietaria real (la real, real) quien abre la puerta y asegura que la compró a la Señora Chalfont (¿recordáis a la señora mayor en el habitáculo sobre la convenience store?). Nadie reconoce nada, Carrie no recuerda nada. Dale, cabizbajo, pronuncia en voz alta la pregunta que más estragos ha causado, «what year is this?», intentando entender qué piezas no encajan. Y entonces se escucha, la voz de Sarah, descarnada, llamando a Laura, y Carrie, que vuelve a no ser Carrie, deja salir un grito desgarrador mientras todas las luces de la casa se funden. Todo se apaga. Los títulos de crédito bañan la imagen de Palmer y Cooper en la habitación roja, ella le dice algo al oído. Nunca sabremos qué es.

Soy consciente de la locura que es el párrafo anterior. He tratado de recrear con un vulgar teclado lo que íbamos sintiendo conforme avanzaba el episodio. Porque luego llegó el desconcierto y tuvimos que dejar pasar las horas antes de hablar de lo que acabábamos de presenciar casi en un estado de shock. ¿Es el final de «Twin Peaks» el más raro y desconcertante de la historia? Sí, no esperábamos menos. Pero también es el más brillante y magnífico que se ha podido dar a esta serie. Durante dieciocho semanas hemos defendido que la tercera temporada funciona con las estructuras y recursos de algunos de los filmes más herméticos o inaccesibles de Lynch, hemos jugado a ordenar piezas y a dibujar líneas temporales. Hemos sido espectadores activos y curiosos. Justo lo que el autor ha querido siempre para su obra. No hay un final más estimulante que este ni lo habrá. Y tiene sentido, claro que lo tiene, en ese juego hemos de entrar. Es un cierre maravilloso porque es el cierre de Lynch, y el mío, y el de algunos de mis compañeros del Cadillac, es el final de todos y cada uno de vosotros, que leéis esto desde cualquier lugar posible. Son decenas de teorías las que he leído ya y casi todas tienen un punto en común: son posibles y probablemente ciertas. Ahí duerme el sentido de todo esto.

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Mi primer pensamiento fue que Dale Cooper llegó a salvar a Laura Palmer, o al menos a cambiar el curso de la historia. O que al cruzar ese punto en el tendido eléctrico Dale pasó a una realidad diferente, como ya anunciara el gigante, pasando a ser Richard, y en esa realidad encontró a Carrie, llamémosla doppelganger, llamémosla versión de otra realidad. Pero el mal sigue existiendo y Judy no ha muerto, y Carrie de repente recuerda todo de una realidad en la que no ha vivido y grita con horror. Ese fue el primero, desordenado y contradictorio. Luego llegaron los demás, agolpados. Cada detalle me venía a la memoria sin pedir permiso. Y las teorías de amigos y compañeros, y todo lo que empezó a leerse por las redes. Teorías sobre realidades alternativas y viajes temporales que además no carecen de sentido, pues vemos cambiar las cosas de manera evidente a lo largo del episodio (el coche, el hotel…), teorías sobre los límites entre realidad y ficción. No estoy aquí para dar una explicación definitiva porque como todos vosotros no la tengo. Tampoco la necesito y definitivamente no la quiero. Aunque sí os voy a recomendar un vídeo absolutamente maravilloso e imprescindible que argumenta a la perfección varias explicaciones, una de ellas situando el final en nuestra propia realidad, la del espectador, la del mundo real. Podéis ver el vídeo aquí y podéis encontrar a su autora en esta cuenta de Twitter.

No, Lynch y Frost no han querido tomarnos el pelo ni vendernos humo en una bolsita de terciopelo. No, la nueva «Twin Peaks» no es una engañifa, como sostienen algunos gurús aunque no sean aficionados a la meditación. Este producto y este final son algo irrepetible y de un nivel inalcanzable para cualquier otra serie, preñado de más recursos cinematográficos que televisivos y fiel a un artista tremendamente ambicioso y de una creatividad extraordinaria y estimulante. Esta tercera temporada poco tiene que ver con el origen de la historia que tuvo lugar en los años noventa. La expande hasta el infinito, le asigna una mitología mucho más rica y le otorga una dimensión abrumadora. Esto no iba de quién mató a Laura Palmer, ni de lo raros y sospechosos que eran los habitantes de ese pueblecito llamado Twin Peaks. Iba del mal que impera en el mundo y lo impregna todo, de lo imposible que resulta huir de nuestra propia realidad, de que aún así, siempre habrá héroes anónimos en calles normales y con empleos ordinarios dispuestos a luchar contra ese mal. Esto iba de no dejarse dormir, de prestar atención a lo que tenemos alrededor, de mirar los detalles, de no contentarse con las explicaciones mundanas ni oxidarse en la zona de comfort. Iba de folladas mentales que lo son todo menos gratuítas, de no entender la realidad como algo plano y bidimensional sin replantearse nada. De soñar y gritar con las pesadillas para convertir el horror en arte y no desperdiciarlo. Porque el arte no siempre imita a la vida, a veces es al revés. Es perderse en laberintos y dejarse inspirar por quienes más admiramos. De ahí que cada maldito plano de esta «Twin Peaks» haya sido un homenaje a los más grandes artistas, a pintores y cineastas (pasad por este enlace y maravillaos). No, no hay nada ridículo aquí. Ni gratuito. Hay mucho de un genio que plasma sus ideas en la gran pantalla y en la pequeña, pero también a través de sus pinceles, de sus lápices, de su pluma, de su amor infinito por la música. Un artista con el que hemos tenido la fortuna de compartir período vital. Nunca quiso desvelar quién mató a Laura Palmer porque era lo de menos y esta fue la prueba más fehaciente de que los corsés no sirven para nada en el proceso creativo. Esta vez, ha revolucionado su propia revolución.

No sé despedirme de «Twin Peaks», ni quiero, ni puedo. Sé que algunos de vosotros tampoco. Gracias, Lynch.

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(Gracias por haber leído este post, y muchas más gracias aún si nos habéis acompañado a lo largo de todo el camino. Si, como nosotros, aún queréis seguir un poco más, os invitamos a que descubráis otro «Twin Peaks». El nuestro. Las puertas están abiertas, sólo tenéis que buscarlas y entrar sin miedo. Las lechuzas (y los links) no son lo que parecen.)

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