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El irresistible y añorado collage sonoro de Mano Negra

31/01/2017

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Todo suma. Este podría haber sido el primero de los estatutos sobre los que se formara Mano Negra, aquella banda multicultural liderada por Manu Chao que durante finales de los años 80 y la primera mitad de los 90 azotó la escena musical europea con una propuesta que llevaba el mestizaje y el eclecticismo a su máxima expresión, un collage sonoro en el que tenían cabida todos los estilos, desde el rock hasta el reggae, del flamenco a los ritmos árabes, del punk a la canción francesa, del hard-rock al hip-hop. Esta descarada propuesta quemó sus cartuchos en muy poco tiempo, aproximadamente seis años en los que llegaron a publicar cuatros discos de estudio e incendiar los escenarios de más medio mundo.

Echando la vista atrás y mirando de reojo la actualidad, ¡cuánta falta hace un grupo así! Reconozcámoslo, necesitamos una inyección de positivismo y un buen azote de energía. Mano Negra representaba una forma de encarar la música sin prejuicios pero sin perder de vista el rumbo; todo valía, sí, pero sin olvidar de dónde venían y cuál era el objetivo. Y es que no es necesario ser constantemente intensos y trascendentales para mostrarse reivindicativos, no es obligatorio dejar de pasarlo bien para enarbolar cualquier bandera.

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La historia comenzó en Francia en 1987, cuando un inquieto Manu Chao, un músico francés de padres españoles, después de pertenecer a varias formaciones, formó junto a su hermano y su primo el germen de Mano Negra, nutriendo a la banda de las cenizas del grupo Dirty District. Al año siguiente publicarían su primer disco, «Patchanka», título con el que habían dado nombre a su peculiar estilo de mezclar cualquier sonoridad que tuvieran a su alcance y darle un toque festivo. El álbum, el extraordinario álbum de debut, resultaba un puzzle totalmente desenfadado y frenético, con espacio para multitud de ritmos, idiomas e intenciones, ejemplificándose esta amalgama de sonidos en la mestiza y trompetera «Indios de Barcelona», en el hard-rock rapeado de «Killin’ rats», en la aflamencada «Salga la luna» o en la tabernaria «Darling darling». Pero sin duda el tema que les dio a conocer y que a día de hoy es aún una de sus canciones más reconocidas es «Mala vida», una irresistible composición con idioma e influencias españolas y con los vientos como grandes protagonistas.

 

El disco no pasó desapercibido y rápidamente ficharon por la multinacional Virgin. Lo que podría propiciar un tick nervioso en sus numerosos seguidores rápidamente quedó en el olvido con la publicación de «Puta’s fever», un álbum continuista en el que seguían pasando por la batidora cualquier género musical que se pusiera a su alcance. Quizás un atisbo más descarado de denuncia en las letras fuera el mayor avance con respecto a «Patchanka», pero musicalmente Mano Negra continuaba mostrándose insultantemente variado, con espacio incluso para la música árabe y para destellos de tex-mex. Con tremendos temas como «Soledad», «Rock ‘n’ roll band» o «Magic dice», entre sus surcos, la carta de presentación llegó a ritmo de hip-hop (un hip-hop muy a su estilo, por supuesto) con «King Kong five», haciendo evidente su gusto por los Beastie Boys, a pesar de ser considerados ya los Clash franceses. Un color más a la paleta.

 

La banda ya estaba totalmente asentada en numerosos países de Europa como una de las principales referencias de la música alternativa, pero sus miras iban más allá y su próximo objetivo era Estados Unidos. A su conquista se embarcaron de la mano de Iggy Pop, pero los resultados no fueron lo esperado. Aquella aventura norteamericana, de escaso éxito, sí dejó poso en su música, como se pudo comprobar en su tercer disco, «King of Bongo», seguramente el más dubitativamente recibido por la crítica y por parte de sus seguidores. A pesar de que la banda seguía mostrando un amplio abanico de estilos, por primera vez el rock más clásico, más duro incluso, ocupaba una parte bastante considerable del vinilo («Bring the fire», «Mad man’s dead», «Welcome in Occident», «Letter to the censors» …), que se inundaba a la vez de letras en inglés y se mostraba por momentos menos inspirado. La parte canalla y mestiza la mantenían cortes como «El Jako», «Madame Oscar» o «It’s my heart», pero en general el disco, que definitivamente se hundía en su tramo final, resultaba más oscuro y especialmente menos fresco que sus dos primeras obras. Incluso su primer single, cartas de presentación que hasta ahora habían resultado grandes éxitos, fue el tribal pero plano «King of Bongo» (canción que tendría una versión más curiosota en el primer disco de Manu Chao en solitario titulada «Bongo Bong»). El tema, al igual que algún otro del álbum, resultaba una crítica a la sociedad y costumbres de los amigos de USA, de donde salieron escopetados y con el grupo hecho añicos.

 

Con Europa ya más que conquistada y reconquistada, Mano Negra tenía claro que lo último que quería era acomodarse. Hasta ver el rumbo que tomaría el barco, en alguna de sus giras mundiales se fueron ni más ni menos que a Japón a prender la llama, quedando para su edición unos incendiarios conciertos que serían publicados bajo el nombre de «In the hell of Patchinko» y que dieron buena cuenta de cómo se las gastaban en directo, donde desprendían una energía muy difícil de igualar hoy en día. Un documento indispensable.

 

Escarmentados por su frustrada aventura norteamericana, con el recuerdo de la tibia recepción de «King of Bongo» y con las fisuras en la banda más marcadas que nunca, Mano Negra se embarcó en un viaje de no retorno por Latinoamérica, continente que marcaría de forma fundamental los últimos coletazos de su trayectoria, y es que su espíritu contestatario no podía tener mejor escenario y más elementos de denuncia que el sur de las Américas. Con numerosos componentes del grupo abandonando el barco, Manu Chao se empeñó en continuar tirando de la orquesta, y cuando ésta se daba ya por rota, sorpresivamente publicaron su cuarto y, a la postre, último disco de estudio, el igualmente sorprendente «Casa Babylon», donde Mano Negra se redescubría y firmaba un epílogo espectacular. El collage de Mano Negra llegaba a su fin con un nuevo tapiz, estaba vez con las sonoridades panamericanas como auténticas protagonistas, pero pasadas por la inquietud de la banda, llenando de programaciones, loops y cambios de ritmo tonadas de estructura y composición tradicional. Así, la herencia europea y más salvaje quedaba totalmente apartada, pero a cambio adquirieron una riqueza de colores y ritmos que darían a este canto del cisne una dimensión realmente inesperada y sobresaliente, con «Santa Maradona» dando un himno a cualquier afición futbolera, con «The monkey» retomando y mejorando sus orígenes», con «La vida me da palo» sirviendo para quitarse los escasos corsés que aún tenían y con «Señor Matanza» sonando en todas las radios.

 

Y tras la publicación de «Casa Babylon» nada más se supo de Mano Negra. El disco, que se grabó con el grupo ya mermado y se publicó con la banda rota definitivamente, no tuvo presentaciones en directo y quedó como el luminoso, arriesgado y comprometido epílogo de una formación urgente y necesaria, y este combo multirracial se convirtió posteriormente en influencia y espejo para muchas otras bandas con semejante propuesta. Manu Chao emprendería pronto una carrera en solitario en la que continuaría descubriendo el legado latinoamericano y las diversas músicas del mundo, siendo bandera de una forma de entender la música y la vida, una actitud de reivindicación y solidaridad que tuvo su germen en Mano Negra y que me atrevo a asegurar hoy está más presente que nunca, como atestigua el mestizaje reinante en ciertos rincones como Lavapiés o Las Ramblas, donde la patchanka (y la play list que adjuntamos a continuación a modo de brochazo de su carrera) debería ser, si no lo es, banda sonora obligatoria.

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