«Invisibles»: caminando por la vida

A veces no hace falta más. Con algo tan cotidiano como los consecutivos paseos semanales de tres mujeres por un parque y sus conversaciones sobre lo divino y lo humano se puede armar una de las películas más entretenidas e interesantes de lo que va de año.
Pero no. Nada es tan fácil. Para ello hay que saber confeccionar un guión preciso, veraz y fluido, que sepa capturar con nitidez los problemas de las mujeres que han sobrepasado la cincuentena, ofrecer diálogos creíbles y, sobre todo, saber construir tres personajes extraordinariamente definidos. Ya si se quiere poner la guinda en el pastel es vital saber elegir a tres actrices formidables que se carguen el peso de la película sobre sus hombros, sin que por ello dejen de mostrar algunos registros inéditos en su trayectoria. Todo ello lo ha conseguido la directora y guionista Gracia Querejeta en su nueva película, «Invisibles».

Julia (Adriana Ozores), Elsa (Emma Suárez) y Amelia (Nathalie Poza) quedan todos los jueves en el mismo parque, ataviadas de chándal y zapatillas, con el presumible y saludable objetivo de perder unas calorías andando, pero con la meta real de contarse sus novedades vitales de los últimos días, desahogarse e intentar alejar sus problemas mediante el sano ejercicio de exponerlos oralmente,
Las tres han sobrepasado la cincuentena, esa crítica barrera tras la que ya no es que se abandone la juventud (se supone que eso ya ha pasado diez años antes), sino que se deja la edad prevista por la sociedad para que una persona sea autenticamente relevante. La época de lograr las más altas cotas personales y profesionales soñadas se esfuma para dar paso a otra en la que el objetivo es saber sobrellevar las circunstancias actuales lo mejor que se pueda, ya mirando de frente a la jubilación y la vejez. Es la época en que nos hacemos ‘invisibles’ -especialmente las mujeres- tanto para el sexo opuesto como para los encargados de hacer progresar nuestras carreras.

Las tres protagonistas lo llevan como pueden. Julia, bajo su apariencia fuerte y vehemente, carga en su interior con la decepción de la vocación perdida: su entusiasmo por enseñar en su rol de profesora de instituto se ha acabado por transformar en desdén e incluso odio hacia un indiferente alumnado, agarrándose con fuerza a las escasísimas excepciones, a la vez que mantiene por mera rutina un largo matrimonio que ya hace mucho que vivió sus mejores días. La triunfadora, independiente y egocéntrica Elsa vive con auténtico terror tanto el progresivo estancamiento de su brillante trayectoria laboral como la creciente indiferencia de los hombres hacia un físico que le ha permitido llevar una desahogada vida sexual. Por último, la apocada Amelia se muestra como el elemento más dependiente del trío, buscando continuamente la aprobación de las demás y la vida en compañía, aunque sea torturada por la hostilidad hacia ella de la hija de su nueva pareja.
Querejeta continúa en el estado de gracia -permítanme el chiste fácil- que ya mostró en la muy recomendable «Felices 140» (2015) -con el posterior inciso en forma de comedia negra de «Ola de crímenes» (2018)- y, como en aquella, vuelve a aplicar una desoladora visión sobre el comportamiento humano, aunque con alguna dosis menos de vitriolo y unas pequeñas gotas de humor muy oportunas. El libreto logra dar una creíble progresión a los conflictos de cada una de las protagonistas, logrando mantener el interés del espectador pese a que tenga que vivirlos en ‘off’, esto es, sin presenciarlos y expuestos únicamente a través de las confesiones de los personajes. Asimismo, se va reflejando la alambicada y aguda enredadera que rige la relación entre los tres personajes. Este virtuosismo de Querejeta en el guión hace que podamos disculpar fácilmente que rinda algo menos en su faceta de directora, con alguna que otra escena no del todo bien resuelta.

Pero, en una obra tan minimalista, la herramienta fundamental para que el engranaje funcione a la perfección son, sin duda, las actrices. Acompañado puntualmente, en breves intervenciones, por titanes de la talla de Blanca Portillo y Pedro Casablanc, el trío protagonista se apropia de sus personajes de manera voraz y eleva por sí solo la estatura de la película en unas cuantas tallas. Emma Suárez, una de las grandes ‘sex symbols’ de la historia del cine español, se antoja una elección perfecta para su altiva Elsa, aportando tanta sobriedad como vulnerabilidad y gracia. Por su parte, la casi siempre enérgica Nathalie Poza hace un meritorio ejercicio de apaciguamiento para encarnar esa Amelia tan débil que le ha tocado en suerte. Pero si alguien logra sobresalir entre tan talentoso elenco es una portentosa Adriana Ozores, que bien podría situar aquí una de las cimas de su carrera. Agraciada con varias de las mejores líneas de diálogo del libreto, su interpretación no solo brilla cuando muestra la faceta más colérica de su muy directa Julia, es especialmente virtuosa cuando logra mostrar esa faceta tan vulnerable que posee y que intenta ocultar por todos los medios. Esperemos que esta demostración de talento le sirva a Ozores para volver al sitio de privilegio en nuestro cine del que parecía haberse alejado en los últimos años.
No vayan engañados al cine. «Invisibles» no les hará viajar a otros mundos, ni cambiar su idea de la existencia, ni siquiera les provocará grandes emociones. Es una película pequeña, sin grandes pretensiones. Sin embargo, lo último de Gracia Querejeta se crece ante sus limitaciones, penetra en nuestra psique como una agradable brisa y uno acaba sumido en un bienestar de lo más agradable. Como esas charlas con amigos que uno acaba recordando más que un largo viaje transatlántico.
