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«El ritmo de la venganza»: percusión sin melodía

05/03/2020

Blake Lively es una de esas actrices que son relativamente famosas, que nos son relativamente familiares…pero a la que no acabamos de colocar del todo. Y parece que Hollywood tampoco. Tras su fulgurante salto al estrellato con la serie «Gossip Girl» y amortizada ya su fase de reveladora juventud, su carrera va traqueteando con un pie en proyectos ‘mainstream’ y otro en el cine independiente. Nunca ha desentonado, su crecimiento como actriz es evidente -aunque no deslumbrante- y aún puede sacar a relucir participaciones en cintas notables como «The Town» o «Café Society», pero la verdad es que no ha llegado a ocupar un estatus verdaderamente relevante en la industria ni creo que haya ningún guionista escribiendo un libreto pensando en ella expresamente como protagonista. Precisamente, el intento de introducir a Lively como futurible estrella de acción parece ser el único motivo de peso para sacar adelante un proyecto como el que nos ocupa: el thriller «El ritmo de la venganza».

La apuesta es muy parecida a la que protagonizara el año pasado Nicole Kidman en «Destroyer» (lee aquí nuestra crítica) : dar credibilidad a una gran belleza afeándola hasta límites casi ridículos, con la excusa de haber acabado siendo un alma torturada tras sufrir una gran tragedia en el pasado. Su único motor vital es la venganza, el ajusticiamiento de todos aquellos que provocaron semejante crisis en su existencia.

Producida por los dos ‘factótums’ actuales de la saga Bond, Barbara Broccoli y Michael G.Wilson, «El ritmo de la venganza» comparte con esa legendaria serie de filmes la pugna de diversas agencias nacionales de inteligencia en un escenario global en el que se suceden los viajes a las más variadas latitudes internacionales. Sin embargo, ahí concluye la semejanza. En todo lo demás, la cinta que nos ocupa podría ser el reverso perfecto de las andanzas de 007, contraponiendo al ‘glamour’ del todopoderoso agente y sus virtuosos cacharros una protagonista femenina frágil sin medio alguno e inmersa en una historia de un tono absolutamente malsano y mortecino.

Stephanie (Lively) es una prometedora chica que ha acabado hundiéndose hasta llegar a la prostitución y la drogadicción tres años después de que un accidente de avión acabara con la vida de toda su familia. En un estado depresivo y desesperanzado, Stephanie solo reaccionará cuando es contactada por un periodista que le revela que dicha tragedia no fue realmente un accidente, sino un atentado encubierto mediante el que un país islámico se deshizo de un peligroso disidente, sin importarle las numerosas víctimas -en forma de ‘daños colaterales’- que se cobró la acción. Impelida en una acción secreta por la madre del objetivo del ataque y por un exagente del MI6, Stephanie recibirá un largo entrenamiento y una identidad falsa para posteriormente ir acabando con los distintos ejecutores del atentado, siempre en busca del objetivo final: el autor intelectual.

Mark Burnell es el encargado de adaptar su propia novela homónima en la que se basa el filme y boicotea su creación con un moroso preámbulo que llega a ocupar la mitad del metraje, sin que esta desmedida extensión sirva ni siquiera para presentar claramente a los personajes ni sus motivaciones. Muy al contrario, la película parece sentirse realmente a gusto recreándose una y otra vez en la -ya de por sí muy evidente- torturada mente de la protagonista (¡ay qué mal esos ‘flashbacks mentales’ de Stephanie!).

Una vez reconvertida en secreta justiciera, nuestra Nikita particular se pone en marcha para acometer su deseada y laboriosa venganza. El segundo tramo se convierte así en una sucesión de ‘set pieces’ en distintos lugares del mundo -cobrando Madrid un relevante espacio- apenas hilvanadas con una intriga llamativamente débil y dispersa. Avanza así el guión a machetazos, proponiendo una serie de soluciones tan azarosas como, en ocasiones, directamente disparatadas, sin que incluso el giro final llegue a hacer apenas mella.

Estas deficiencias del guión apenas puede arreglarlas la prometedora cineasta Reed Morano (ganadora de un Emmy por su labor en «El cuento de la criada» y prestigiosa directora de fotografía), con una cámara muy vivaz pero también muy atosigante en su seguimiento de la protagonista. Mientras que en ciertas ocasiones sus decisiones no hacen sino ralentizar aún más la cinta, también es verdad que brilla en determinadas secuencias de acción, muy especialmente en una muy inmersiva persecución automovilística en Tánger.

Lively se encuentra ante la gran oportunidad de su vida para afianzar su trayectoria como gran actriz con una protagonista omnipresente, pero solo la aprovecha a medias. Su composición es más que correcta pero tampoco logra epatar como debiera para contrarrestar lo errático de la cinta. Tampoco lujosos secundarios como Jude Law y Sterling K.Brown (el premiado actor de la serie «This is Us») tienen oportunidad de lucirse con sus respectivos personajes, apenas perfilados más allá de la mera funcionalidad.

La frase «el corazón es la percusión y la respiración, el bajo» se repite como un mantra a lo largo del metraje. Una pena que la película no respete su propio lema y ofrezca una mezcla muy descompensada: ante tanta percusión se queda sin ese bajo que menciona y apenas puede respirarante la ausencia de melodía. La venganza se queda así…sin ritmo. Y eso lo paga muy caro. Tanto que su reciente estreno en EE.UU se ha convertido en uno de los más ruinosos que se recuerdan.

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