«The Midnight» y la nostalgia ficticia
Fue tan bonito el concierto que ofrecieron los angelinos The Midnight en La Riviera madrileña, este jueves 2 de octubre de 2025, que se les perdona que más de un tercio del setlist se centrara en un álbum que, cuando se celebró el show, aún no había sido publicado. Tocaron siete temas (de un repertorio de 18) de «Syndicate», disco del que sí, conocíamos ya seis singles de adelanto, pero de los cuales sólo sonaron tres. Esto podría ser una decisión muy cuestionable para cualquier banda, pero a los (para mí) reyes indiscutibles del synthwave la jugada les salió bastante bien. A The Midnight debí descubrirles allá por finales de 2017, cuando me pegó muy fuerte por el rollo synthwave, hasta el punto de que pude pasarme semanas y semanas prácticamente sin escuchar otro tipo de música. Puedo fechar fácilmente cuando me metí aquel atracón porque una de las primeras playlists que creé en mi perfil de Spotify, titulada muy oportunamente #SYNTHWaVeaCHoLóN, fue abierta en noviembre de 2017. De aquella fiebre, los que más destacaron desde el principio, los que más han perdurado y los que ya seguro que nunca se irán, fueron The Midnight.
Pero.. ¿Synthwave? ¿Qué coño es eso del synthwave? Pues, resumiéndolo mucho, es un género actual pero marcadamente retro y nostálgico de los 80, tanto en lo musical como en lo estético, con muchos sintes, como bien indica su nombre, sus buenas baterías electrónicas y una buena profusión de solos de guitarra y saxo. Es una música, y en esto The Midnight cumplen a la perfección, que en teoría te transporta irremediablemente a aquellas noches veraniegas (por lo que sea, la noche y el verano son otros de los elementos icónicos esenciales y muy recurrentes en el synthwave) de los años 80… lo que pasa es que mis años 80, o tal y como yo los recuerdo, no se parecían en nada a aquello que evocan las canciones de The Midnight. Mis noches veraniegas ochenteras en el pueblo sonarían más bien a Mecano, Duncan Dhu, si acaso Rick Astley o Pet Shop Boys, olerían a vaca y aftersun, y se verían más como «El coche fantástico» o «El equipo A» en una tele de pantalla minúscula en blanco y negro. The Midnight, en cambio, me hacen viajar a las noches veraniegas ochenteras de una Los Angeles que no existe y probablemente nunca existió, iluminada permanente por luces de neón, ambientada por el olor a gasolina de los descapotables que arañan y dejan su marca en el asfalto, y poblada por chicas de pelo cardado y piernas larguísimas, y macarras con sus enormes radiocasettes de doble pletina (loros, los llamábamos aquí) sentados a la puerta de los recreativos, perdón, del arcade.
Aunque ahora que lo pienso, en mi barrio a finales de los 80 y principios de los 90 también había unos recreativos, aunque nosotros los llamábamos la Sala de Máquinas o simplemente la Sala, y básicamente venía a ser el centro neurálgico de nuestras vidas. La Sala olía, pero una barbaridad, a tabaco, pues poco importaba entonces que el 95% de los que la pobláramos fuéramos menores de edad. Allí se fumaba, y mucho. De hecho recuerdo a dos gitanillos, el Kiri y el Buche o algo así, dos hermanos que no tendrían (o no aparentaban) más de 7 y 9 años, peleándose todo el rato por las colillas que la peña dejaba en los ceniceros del local. Sí, por aquel entonces podías ver a dos pequeñajos de menos de diez años chusteando a plena luz del día en una zona muy transitada y aún te parecía algo «normal». La Sala estaba regentada por dos hermanos que eran también propietarios del Santillana, un bar situado en uno de los parques principales del barrio, relativamente cerca del instituto y, por lo tanto, otro de los puntos de encuentro indispensables de nuestro día a día. Luis era el encargado de La Sala, o más bien el amo y señor del lugar. Siempre con su riñonera lista para aquellos que necesitaran cambio de 25, era un tío enrollado pero imponía respeto y conseguía, casi siempre y milagrosamente, que la cosa nunca se desmadrara demasiado. Algún altercado serio hubo allí en aquellos años, pero tampoco tantos. Lo normal, vamos. Su hermano Rodolfo, en cambio, era quien atendía a la clientela del Santi. Rodolfo era un gay con muchísima pluma que soltaba obscenidades todo el rato y de vez en cuando le tiraba los trastos descaradamente a algún chavalillo. Eso, en aquella época, era una cosa loquísima, pero también nos parecía normal. Luis y Rodolfo, a los que ahora que lo pienso creo que nunca vi juntos, acabaron vendiendo la Sala a Caja Madrid y el Santillana a La Caixa. Debieron hacer muy buen negocio los hermanos, pero al barrio le asestaron una puñalada mortal. O al menos a los jóvenes de entonces, que de la noche a la mañana vimos cómo se acababa toda la diversión y de paso aprendimos, ya nos iba tocando, que el capital siempre gana. Los padres, en cambio, debieron celebrarlo a lo grande.
Pues esos años 80 de mi pueblo y mi barrio no se parecen en nada, pero absolutamente en nada, a la música que hacen The Midnight, y sin embargo aquí estoy, acordándome de ellos. Y aún así, si tengo que precisar el sentimiento exacto que me generan The Midnight sigue siendo una profunda nostalgia. Pero no es una nostalgia real, más bien sería una nostalgia ficticia, o más bien nostalgia por un mundo que nunca vivimos y nunca existió más allá de en la ficción, en las películas, series y videojuegos de nuestra infancia, o quizás sólo en nuestros sueños. O en cómo creemos recordar ahora que eran nuestros sueños entonces. Es un género tan visual, el synthwave, tan cinematográfico, que no es de extrañar que sus dos grandes espaldarazos fueran las bandas sonoras de «Drive» en 2011 y la música original de Kyle Dixon y Michael Stein para «Stranger Things» en 2016, y en menor medida el famoso tráiler y toda la estética de «Thor: Ragnarok» en 2017. Tiene ese rollo tan atemporal y añejo pero a su vez no deja de ser un género joven, con apenas dos décadas de existencia. Apuesta por una estética retro pero a la vez imagina mundos imposibles, muy influido por la fantasía, la ciencia ficción y el cyberpunk. Abarca muchas corrientes, es un paraguas muy amplio, pero igualmente tiene unos rasgos distintivos muy marcados. Cada grupo y artista tiene su propia personalidad, encontrando siempre puntos en los que reconocerse unos y otros, y si hay una banda con una fuerte personalidad y un estilo muy sólido y definido, eso son The Midnight.
Por eso no es de extrañar que los temas nuevos de un disco que no saldría hasta la medianoche (qué cosas) después del concierto, como no dejó de recordar en repetidas ocasiones el cantante Tyler Lyle, empastaran tan bien con el resto de su repertorio. Sobre todo los tres que ya habíamos escuchado: el poderoso arranque del recital con «Shadowverse», una «Love is an Ocean» muy intensa, y esa preciosidad titulada «Summer’s Ending Soon», que ha sido para mí uno de los temas del verano y que sirvió para abrir los bises. «Syndicate», que ya es el sexto álbum del dúo (habría que sumarle dos EPs), no ofrece novedad alguna respecto a su discografía anterior. Es lo que se podría esperar, pero en el mejor de los sentidos, pues en un grupo que apuesta tanto por lo que apuesta, lo de explorar y abrir nuevos caminos no tendría el más mínimo sentido.
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Fue tan bonito el concierto que ofrecieron los angelinos The Midnight en La Riviera madrileña, este jueves 2 de octubre de 2025, que casi casi les podría haber perdonado (bueno, no lo tengo tan seguro) que hubieran dejado fuera mi tema favorito, pero muy favoritísimo, de su repertorio, «The Comeback Kid». Perfectamente pudo haber pasado pues la canción, fija en sus conciertos desde 2016, se cayó del setlist en el arranque de la gira a mediados de septiembre, hasta que la presión de los fans (Tyler, bromeando, habló incluso de «amenazas») les hizo incluirla de nuevo hace pocas fechas en Holanda, perdón, Países Bajos. Y ahí se ha quedado. Así que «The Comeback Kid» sonó, con especial dedicatoria a todos aquellos que están atravesando o han atravesado una época muy jodida, y yo casi lloro. Sí que llamó la atención que no hubiera una sola concesión a su anterior álbum, el también magnífico «Héroes» (2022). Una pena, porque «Brooklyn. Friday. Love» bien podría ser mi segundo tema favorito del grupo.
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La verdad es que no podía ni imaginarme la acogida que una banda como The Midnight podía tener en una ciudad como Madrid, y lo cierto es que fue extraordinaria. Si La Riviera no colgó el lleno total lo rozó, el ambiente era sanísimo y la respuesta del público fue muy entusiasta. Con la mitad del dúo, el productor y percusionista Tim McEwan, apartado de las giras desde 2024, el peso en directo recae ahora sobre un Tyler Lyle, vocalista, guitarrista y teclista, que está arropado en todo momento por una banda excelente. Sobre los escenarios, The Midnight pasan de ser ese grupo perfecto para escuchar en la intimidad de tu cuarto a una potente banda de rock. No faltaron los solos de guitarra, muy generosos y escenificados como se escenificaban hace 40 años (el tal Royce Whittaker me pareció que llevaba un rollo muy Marty Friedman), pero quién nos iba a decir que la gran estrella de la noche acabaría siendo el pequeño Justin Klunk y sus solos de saxo, con baño de masas incluido en «Vampires». La fantástica vocalista, teclista y guitarrista Leila Broussard también tuvo sus momentos de lucimiento, muy celebrados, y su voz empasta de maravilla con la de Tyler. Temas como «Days of Thunder», «Gloria» o «Jason» sonaron con mucha garra, con la peña incluso pegando botes en la pista, aunque la mayor comunión con el público se alcanzó como era previsible con «Los Angeles», encargada de cerrar antes de los bises, y «Sunset», encargada de cerrar el show, con la gente emocionadísima.
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Tenemos últimamente un encendido debate interno dentro del Cadillac sobre los múltiples inconvenientes, cada vez mayores, de los macroconciertos en estadios. Precios desmesurados, distancias kilométricas al escenario (a menos que te hayas gastado medio sueldo), sonido muy mejorable cuando no muy deficiente y, todo hay que decirlo, demasiada gente muy payasa que parece que va a cualquier cosa a esos eventos menos a disfrutar de ellos (y dejar que los demás los disfruten). Todo lo contrario a esto es lo que nos encontramos este jueves en La Riviera. Y es que La Riviera raramente nos falla, y ya son muchos años. El sonido en concreto fue inmejorable, potente y nítido, y se pudo comprobar ya con los teloneros, a los que pude ver un rato. Pale Blue Eyes sonaron compactos y atmosféricos, y bien pueden merecer una escucha más concienzuda. Nombrados así por una canción de la Velvet, como curiosidad son también un cuarteto con una chica a la batería. En cualquier caso gustaron y no desentonaron en el clima general de la noche. Lo que quizás más desentonara con el aire nostálgico del evento fueron los precios del merchandising, ni remotamente similares a los de épocas pasadas. Aparte de los vinilos (curiosamente no el de «Syndicate», por unas horas) a 30 pavos, la camiseta de la gira, bastante normalita, se vendía por 40, mientras que por la sudadera y otra camiseta estilo fútbol, con el 89 a la espalda y esta sí chulísima, te clavaban 70. Teniendo en cuenta que el concierto nos salió por 36 euros, a todas luces la cosa se ha salido ya de madre. Así que no creo que este fin de semana en Madrid y Barcelona (3 de octubre en la sala Apolo) vayáis a ver o hayáis visto muchas camisetas de The Midnight por las calles. Aunque alguna sí pude ver yo de camino al metro.
Fue precisamente el largo regreso a casa en transporte público (a veces se da bien, otras veces se da peor) lo que me fue sacando poco a poco del trance, alejándome de las luces de neón de esa irreal Los Angeles y devolviéndome a la fea realidad de un vagón de metro que a esa hora de la noche ya había visto desfilar a demasiadas personas y olía demasiado a vino (????). Aun llegué a tiempo de darles un beso de buenas noches a mis hijos. Es lo que tienen los conciertos que empiezan a las 20:30 de la tarde (tarde en Madrid, claro, en el resto del mundo lo llamáis noche) y exactamente a medianoche, y ya en la intimidad de mi cuarto, pude por fin sumergirme en «Syndicate». Y ya estamos de vuelta. O como reza la letra de «Summer’s Ending Soon», «no matter where you go, there you are again».





















