«Oceania», de The Smashing Pumpkins: back to the 90’s
Pocas bandas asocio más claramente a una época concreta como a The Smashing Pumpkins con mediados de los noventa. En 1995 yo no conocía a la banda de Billy Corgan, Jimmy Chamberlain, James Iha y D’arcy Wretzky pero recuerdo perfectamente cómo en aquel templo de la música mítico para cualquier chaval de mi generación, el Madrid Rock de Gran Vía (ahora reconvertido en un aséptico Bershka), cierto día me llamó la atención la portada de uno de los discos que estaban disponibles en aquellos expositores con auriculares en los que podías pasarte las horas muertas comprobando si la inversión monetaria iba a merecer la pena. Aquel (doble) CD era “Mellon Collie and the Infinite Sadness”. Me puse los casos y empecé a escuchar las canciones. “Tonight, tonight” me pareció una enormidad, y a la altura del sexto corte, el ahora clásico incontestable “Bullet with butterfly wings”, decidí en un impulso que me lo iba a agenciar. No sabía entonces que ese disco exageradamente ambicioso y excesivo, que parecía querer abarcar toda la historia del rock de los últimos 20 años, terminaría siendo uno de los más emblemáticos de la década ni que el cráneo rapado de Corgan y la camiseta de Zero se convertirían en iconos de su tiempo.
Y aunque pinché mucho “Mellon Collie…” y posteriormente descubrí el más enfocado y posiblemente superior “Siamese dream” (1993), nunca me convertí en un die hard fan del grupo de Chicago. Seguí con interés la elegante apuesta electrónica de “Adore” (1998) e incluso adquirí en el Top manta (en la época de esplendor de la cosa) el discutido “MACHINA/The machines of God (2000), pero cuando la banda se disolvió me olvidé completamente de ellos. No seguí la aventura de Corgan en Zwan, no me despertó mayor interés su proyecto en solitario, “The future embrace” (2005), ni tampoco moví un músculo cuando recuperó la marca junto a Chamberlain en “Zeitgeist” (2007). Sencillamente para mí The Smashing Pumpkins se habían quedado en los noventa y mis intereses musicales circulaban en otras direcciones. Por eso me he sorprendido volviendo a ellos con motivo de la publicación de “Oceania”, tal vez empujado subconscientemente por las buenas crónicas de su reciente concierto “sorpresa” en Madrid o por la excelente recepción crítica que estaba teniendo el nuevo trabajo, o simplemente por otro impulso como el que me acercó a “Mellon Collie…”, aunque esta vez regido por la melancolía (valga la redundancia).
Investigo un poco y me encuentro con que este disco forma parte de un proyecto mucho mayor llamado “Teargarden by Kaleidyscope”, concebido como una serie de 44 canciones que en principio iban a publicarse por descarga digital según se fuesen grabando. Sonrío. La pretenciosidad y grandilocuencia del “calvo” sigue intacta y eso me parece entrañable. Investigo un poco más y encuentro que en el grupo no queda nadie de la antigua formación. Nuevo batería, Mike Byrne; nuevo guitarrista, Jeff Schroeder; y nueva bajista, Nicole Fiorentino. Vuelvo a sonreír. Siempre supimos que Corgan era Smashing Pumpkins, y los demás (por muy buenos que pudieran ser en lo suyo) no eran más que meros accesorios. Qué diantres. Está bien que no apele zafiamente a la nostalgia reclutando a los viejos miembros y que asuma totalmente las riendas. Si en los créditos figurara “composed, performed, arranged and produced by Billy Corgan” ya sería ideal. Procedo a la escucha de “Oceania” y lo que me encuentro es una máquina del tiempo que me lleva directamente a aquellos felices 90. Un disco de Smashing Pumpkins como los de antes, que son los únicos que conozco. Ignoro si este esfuerzo es el mejor de Corgan en los últimos diez años, pero sí puedo decir que apenas ha cambiado nada en el sonido que yo recuerdo.
Comienzan fuerte con “Qasar”, un contundente monolito de densos y entrecortados riffs de guitarra y solos escupidos con furia sobre una base rítmica turbo-propulsada (el joven Byrne se gana las habichuelas durante todo el minutaje). Es evidente que pretende ser su nuevo “Cherub Rock”, aunque se queda lejos de la redondez de aquella. “Panopticon” es un perfecto ejemplo de lo que siempre fue el sonido Pumpkin: un tierno corazón pop latiendo con furia debajo de una lustrosa coraza de rock distorsionado. “The Celestials”, elegida acertadamente como primer single, posee una melodía sensacional arropada por guitarras acústicas y cuerdas sintetizadas que rompe hacia la mitad en uno de sus célebres estallidos épicos. La sobria y grave balada “Violet rays” introduce sintetizadores robados a Emerson Lake & Palmer sin pasar de la corrección, mientras que la contagiosa “My love is Winter”, que no desentonaría en el repertorio de Muse, es uno de mis temas favoritos pese a su sonrojante letra (“there is love enough for the both of us” repite una y otra vez en el estribillo).
Unos sintentizadores de sabor ochentero son los protagonistas de “One diamond, one heart” pieza de pop empalagoso que sería fácil reconocer en la voz de Chris Martin, y de la introducción de “Pinwheels”, otro remanso acústico casi folk adornado puntualmente por coros femeninos y una guitarra eléctrica muy “harrisoniana”. El ambicioso pero un tanto irregular tema titular hace transitar a The Cure por los senderos progresivos de Pink Floyd durante 9 minutos en los que lo más brillante es la producción (a cargo del propio Corgan y Bjorn Thorsrud). El tono downtempo se mantiene en la atmosférica y melódicamente intrigante balada “Pale horse”, desde la que se encara una recta final guitarrera y enérgica en la que sobresale la euforia de “The Chimera” e “Inkless”, mientras que “Glissandra” suena algo más rutinaria y plomiza.
La bonita y etérea “Wildflower” echar el cierre de un correcto álbum que parece hecho para reconciliarse con los viejos fans y que en la ausencia de grandes riesgos juega su mejor baza. Pese a que no es un disco redondo y tiene algunos bajones a lo largo de sus 60 minutos, “Oceania” es un trabajo competente y coherente, un ejercicio de reciclaje muy superior al realizado por otros artistas veteranos que en el intento de recuperar su sonido clásico terminan dando un poco de vergüenza ajena. Reencontrarme con The Smashing Pumpkins ha sido para mí como volver a ver después de muchos años a aquel tipo que era genial para salir de copas y echarte unas risas pero un poco cargante para considerarle realmente amigo tuyo y comprobar que sigue siendo igual que entonces. El condenado sigue usando los mismos viejos chistes y lo bueno es que todavía tienen su gracia. Así que, como se suele decir cuando te despides en estos casos: “¡Hey Billy, a ver si quedamos algún día!
Fíjate tú, que yo los daba por muertos y enterrados aunque sabía que Corgan seguía a lo suyo haciendo proyectos kilométricos y tal pero creía que había perdido la chaveta definitivamente. Pero, mira, me alegra de que vuelvan por sus fueros, Nunca fui un gran seguidor, de hecho es el único gran grupo de la explosión «grunge» del que no soy fan desbocado, pero siempre aprecié mucho «Siamese Dream» y admito que en «Mellon Collie…», pese a que se me haga pesado por su larga duración -sobre todo el segundo disco- , hay canciones imperecederas como «Tonight Tonight» o «1979». Y, por cierto, el disco de Zwan siempre me ha parecido un trabajo a reivindicar. Muy bueno siempre que no esperes una obra maestra. Pero lo que más me ha gustado de tu magnífico post, Jorge, son los recuerdos del Madrid Rock, epicentro de la cultura musical capitalina en nuestros años mozos, y ese fantástico último párrafo sobre las amistades pasajeras. Otro disco que me tengo que agenciar y van…
Uno de mis grupos favoritos en la adolescencia. Corgan, cuando sacó el Mellon Collie, tuvo más razón que un santo diciendo que era el «The Wall» de los años 90. A partir de ahí, exceptuando el «Adore», perdieron el rumbo de manera clamorosa, a ver qué nos depara este disco.
Muchas gracias Albert y Alex por vuestros comentarios. Respecto a la comparación con «The Wall», yo creo que el amigo Corgan se excedió un tanto, porque la obra de Pink Floyd SÍ es un disco conceptual con una historia que se desarrolla desde el principio al fin y motivos y frases musicales que se repiten. «Mellon Collie» es un disco largo con mucha y variada música pero sin hilo conductor.
Y me alegro, Albert, de que te haya gustado ese recuerdo al Madrid Rock en el que muchos nos dejamos nuestros buenos dineros. Fíjate que cerró no hace tantísimo,en 2005, y a mí ya me parece una eternidad. As time goes by!
Hola! que bueno descubrir tu blog y encontrarme con este post dedicado a Billy y compañía.
Oceanía rescata lo mejor de Los smashing y agrega algún nuevo sabor que se agradece, pero claro, ya no son los 90s. Realmente yo seguí escuchando a SP todo este tiempo y Oceanía me ha convencido mucho mas que aquel Zeitgeist del que no pasé de unas escuchadas. Este nuevo material me ha llegado con mucha mas claridad y es de agradecerse que aún aparezcan estas joyitas de vez en cuando. Te puedes arriesgar con el The future embrace del Billy en versión solitario, contiene material genial, guitarras estratosféricas y algunas colaboraciones interesantes.
Saludos desde Venezuela y ya nos leemos en cuanto salga la última del Batman Nolaniano.
Pdta: Por estos lados la desaparición de las ventas de discos también son increíbles, creo que ya se cuentan con los dedos de las manos los sitios donde comprar material original.
Los placeres ya no son registrar los estantes a ver que disco te encuentras, si no revisar que los links no estén muertos y que tu conexión se comporte a la altura. You said: As time goes by
Hola Koke, muchas gracias por tu comentario. Tomo nota de «The future embrace». Tal vez me arriesgue en algún momento. Qué razon tienes con lo de los estantes y los links. Curiosamente lo que sí que está regresando con fuerza es el vinilo. Se ve que todavía quedan románticos. Algún día de estos tendré que recuperar mi viejo equipo de música de casa de mis padres. Un saludo!
SP es una de mis bandas favoritas. Siempre vuelvo a ellos (o A Billy) y eso no lo puedo decir de muchos grupos, o mejor dicho, de casi ninguno. Oceanía me ha gustado, adoré (aunque debo de ser una de las pocas) The Future Embrace, y siempre me invade, no sé si con razón o no, la tímida impresión de que el mundo es ingrato con Corgan. Echo de menos a Iha, D’arcy y Chamberlin, Juntos los cuatro eran pura magia y Estética en mayúsculas, pero no se está haciendo demasiado justicia con los últimos trabajos no sé si porque, en parte, no le perdonamos que ya no estén los otros y lo que es peor, porque hayan acabado como el cerro de la aurora, con D’arcy en su mundo y con los labios cada vez más grandes y Iha diciendo que simplemente el contacto se pierde, cuando fue él el primero en unirse al sueño de Corgan de crear una banda. En fin, melancolía.