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¡Alegra esa cara, vuelven The Darkness!

30/07/2012

El humor no ha tenido nunca buena prensa entre el mundillo de la crítica. Si bien hay excepciones notables, no es nada arriesgado afirmar que los dramas siempre le han ganado el terreno a las comedias en cuanto a reputación y prestigio. Si en cine ocurre esto, imaginaos en el mundo de la música. Pocas bandas o solistas únicamente dedicados a hacernos reir con sus canciones podemos encontrar entre la «creme de la creme» (si acaso, y siendo muy condescendientes, Spinal Tap). Sin embargo, el humor no era extraño a la temática de las grandes bandas y podemos recordar a gigantes de los años 70 y 80  como Queen, Van Halen -¿qué sería de esta banda sin los cómicos discursos de David Lee Roth?- o Cheap Trick, que no dudaron en hacer odas al desenfado en canciones, videoclips, escenografías o vestimentas.  Por no hablar de ese dúo tan particular e injustamente infraconocido llamado Sparks, que desplegaron (y siguen en ello) toda una carrera dedicada a la fina ironía. Tampoco podemos pasar por alto los descacharrantes videoclips ochenteros (¡definitivamente eran otros tiempos ) de bandas como Judas Priest (¡genial el de «Breakin’ the Law»!) o Twisted Sister (no se pierdan el de «We’re Not Gonna Take it»). Sin embargo, la eclosión del «grunge» terminó acabando con estos coletazos de humor y, pese a que muchas bandas alternativas eran unos bromistas de cuidado, se extendió el pernicioso axioma calidad=seriedad. Pocas bandas faltaron a esta máxima, como mucho podemos recordar ejemplos de cierta hilaridad en el punk pop californiano (con NoFX y las publicaciones de Fat Wreck como paradigmas en este asunto), los inefables The Presidents of the USA, la legión de curiosos versionadores de temas famosos como Richard Cheese o Hayseed Dixie y el humor macabro utilizado por Tool en su obra maestra «Aenima». Héte aquí que descolocara tanto el repentino despegue en 2003 de una desprejuiciada banda de hard rock inglesa llamada The Darkness. Sí, sí, en Inglaterra, innegable potencia de este estilo pero que en los años anteriores lo había desdeñado por completo y que tenía a los Thunder de los primeros años noventa como último precedente remotamente válido.

Imaginaos el pasmo que supuso que en pleno reinado de la angustia existencial de Radiohead el número uno británico fuera de repente conquistado por una banda hard rockera que contaba con un cantante embutido en unas mallas rescatadas del túnel del tiempo, un guitarrista a una camiseta de Thin Lizzy pegado y un bajista tan «cool» como para lucir orgulloso un tremendo mostacho. Un «look» que hacía equilibrios entre lo decididamente kitsch, la parodia y el homenaje. La escucha del disco se convirtió en una tarea urgente. Y cuando pudimos oir «Permission to Land», inmediatamente supimos que dicho artefacto iba a ocupar un lugar de preferencia en nuestras estanterías. Un cantante particularísimo, extravagante, en permanente falsete, pero con la capacidad de gritar desaforadamente en un momento dado y cambiar a un registro similar al de Jeff Buckley en apenas segundos. Un tipo curioso ese Justin Hawkins, pero sin duda lleno de carisma. Un sonido que bebía tanto de la ortodoxia rockera de AC/DC y los mencionados Thin Lizzy como del virtuosismo melódico de unos Def Leppard y la fastuosidad de los Queen setenteros.  Como ocurría antes del dominio absoluto del CD, el disco estaba estructurado en dos caras prácticamente simétricas.  La que podríamos llamar «cara A» comenzaba con dos balazos rápidos como «Black Shuck» y la tremenda «Get your Hands off my Woman» y finalizaba con una balada tan clásica como «Love is Only a Feeling», enmarcando a los dos grandes temas de esta sección: «Growing on me» y «I Believe in a Thing Called Love», dos «hits» instantáneos, dos canciones que aunaban perfectamente la potencia rockera y unos estribillos contagiosos a más no poder, dos himnos a la  altura de los grandes del estilo de los 80, sucesoras naturales de las grandes «anthem songs» de Bon Jovi, Def Leppard, Skid Row o Aerosmith. La presumible cara B también comenzaba rockeando de lo lindo con «Givin’ Up» y «Stuck in a Rut» (¿quizá los temas más flojos del disco?) y concluía con otra balada, ésta más desnuda, llamada «Holding my Own». En medio se volvían a situar los temas más interesantes: «Friday Night», o la brillante incursión de la banda en el pop más típicamente británico, y «Love on the Rocks with no Ice», una extensa pieza llena de cambios de ritmo que certificaba la calidad del grupo entre los rockeros más recelosos. En definitiva, una obra ináudita, tremendamente fresca, un eficaz antidepresivo, que nos hacía recuperar el placer de berrear y saltar mientras hacemos «air guitar» en nuestra habitación. Una sensación de euforia que se veía aumentada por unos estrambóticos y humorísticos videoclips que se convirtieron en todo un placer culpable.

En medio de inacabables y absurdas discusiones sobre si el grupo era una broma o no (creo que la calidad de «Permission to Land» hablaba por si sola), la tremenda repercusión de The Darkness con su ópera prima no decayó en todo 2004 entre altos números en listas, enormes ventas de discos y recogida de premios varios (entre ellos, nada menos que tres Brits). Mientras, la gira de presentación se tornaba en una de las más exitosas en el Reino Unido, abarcando todo tipo de audiencias y experimentando con versiones tan poco previsibles como el «Street Spirit (Fade out)» de Radiohead. El periplo recaló en España por dos veces, la primera de ellas, en la extinta Aqualung madrileña, ante los escrutadores ojos de los tres redactores de este blog. Era una especie de examen para comprobar si todo el fenómeno que habían generado se correspondía con una banda grande de verdad. En estudio ya vimos que sí, pero en directo aún les faltaba camino por recorrer. Era un buen concierto pero se dejaba ver en demasía a una banda aún un tanto plana que dejaba casi todo el protagonismo a un Justin Hawkins que se tenía que pluriemplear para cantar, animar a la audiencia, hacer algún numerito especial y llevar el peso de las guitarras, especialmente en los solos.

2005 se presentaba como el año de la confirmación y del siempre difícil segundo disco. La primera pista sobre el nuevo trabajo nos la dio el productor elegido: nada más y nada menos que el legendario Roy Thomas Baker, el gran arquitecto del sonido de Queen. Se avecinaba un disco ambicioso. Pero también pudimos comprobar que el ambiente de trabajo no era el mejor. El carismático bajista bigotón Frank Poullain abandonó el barco en medio de la grabación para ser sustituido por Richie Edwards. La pugna parecía evidente una vez que escuchamos el disco, llamado «One Way Ticket to Hell…and Back». Estaba claro que el amor de Justin Hawkins por la extravagancia y pomposidad de Queen y Sparks se había tratado de imponer al resto de la banda, que siempre se había mostrado mucho más sujetas a los cánones tradicionales del hard rock. Esta pugna puede explicar la variedad y la menor cohesión del trabajo. «One Way Ticket», «Bald» (una tronchante canción sobre la calvicie) e «Is it Just Me?» mantenían el sonido clásico de la banda, aunque con más influencia de Def Leppard que nunca. Grandes coros para canciones rockeras pegadizas y efectivas aunque sin poder rivalizar con un «I Believe in a Thing Called Love». Incluso «Seemed Like a Good Idea at the Time» sintonizaba bien con las baladas del primer álbum. El festival Justin Hawkins tenía sus tres grandes bazas en «Hazel Eyes», una bizarrísima pero fenomenal canción; la descocada «Girlfriend», que podría ser la sucesora de «Friday Night» como la canción pop del disco, aunque mucho más kitsch; y «English Country Garden», mastodóntico rock de juguete a mayor gloria de Sparks. Algo por debajo se situaba, aunque aún estimulante, el medio tiempo pop de «Dinner Lady Arms», mientras que la sosa «Knockers» y «Blind Man» adolecían de un mimetismo demasiado descarado con Queen. De hecho, hay momentos en el disco en los que parece que Baker había cogido fragmentos no utilizados por la banda de Freddie Mercury dada la enorme similitud del sonido. «One Way Ticket to Hell…and Back» fue para muchos un pequeño paso atrás; para otros. su definitivo abandono merced a su menor querencia hacia el hard rock; para mí, otro gran disco que abría interesantes nuevos caminos al grupo.

Pero el cemento de la banda comenzó a agrietarse. Las ventas, aún sin ser nada desdeñables, no respondieron a lo esperado; estaba claro, el fenómeno The Darkness había sido pasajero y a él se subieron muchos atraídos por la frescura y la «extravancia» de su propuesta pero igual de rápido que se apuntaron se desinteresaron. La banda tuvo que asumir que su estatus masivo había acabado y ahora se circunscribirían únicamente al público rockero, algo nada fácil para un grupo prácticamente novel que había alcanzado tal éxito. Ya en 2006 se conocía el internamiento de Justin Hawkins en una clínica de rehabilitación por adicciones varias, lo que conllevó un trágico parón en el que los miembros se fueron distanciando. El ya rehabilitado líder decidió probar en solitario y, tras varias tentativas, creó el grupo Hot Leg. Las sospechas sobre las diferencias musicales se confirmaban. Mientras que Hot Leg debutaban en 2009 con un más que correcto «Red Light Fever», en el que Justin extremaba su gusto por el glam y las canciones tan divertidas como recargadas, sus excompañeros creaban Stone Gods (con Richie Edwards ahora a las voces), lanzando en 2008 el disco «Silver Spoons and Broken Bones», de un hard rock mucho más ortodoxo. Ninguno de los proyectos fructificó en demasía más allá de los fans más fieles de The Darkness y un servidor ya recordaba al grupo como un pasajero buen momento y solo albergaba interés por ir siguiendo la carrera de Justin Hawkins, un tipo al que siempre he visto madera de estrella pese a sus altibajos.

Sin embargo, a todos nos sorprendió el año pasado el anuncio del regreso de The Darkness. Parece que los componentes del grupo no querían dejar pasar mucho tiempo para darse una nueva, y puede que última, oportunidad para reverdecer viejos laureles. Nunca confié demasiado en una reunión que parecía más forzada que otra cosa y la expectación mediática tampoco fue demasiado potente. Sin embargo, en este 2012 han pisado el acelerador, anunciando la salida de su tercer disco para este mes de agosto y poniendo en circulación tres canciones («Nothing’s Gonna Stop us», «Every Inch of you» y «Everybody Have a Good Time») bastante esperanzadoras, siguiendo la línea de sus grandes éxitos, aunque quizás sin el tremendo gancho de aquellas, además de anunciar el teloneo de la gira europea de ¡¡Lady Gaga!!! e ir mostrando en los festivales de este verano -como el Azkena- una palpable mejora en directo, y, de repente, me hallo con ganas de nuevo de someterme a la alegría de vivir que proporciona una banda más necesaria que nunca en los tiempos que vivimos. ¡Funny or die!

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