Saltar al contenido

Jon Lord: teclista, músico, héroe, Dios

06/08/2012

16 de julio de 2012. En un precioso apartamento cerca del pueblecito italiano de Bellagio, con piscina y terraza con vistas al Lago de Como, la velada tiene todas las papeletas para ser perfecta, y lo cierto es que la compañía y el lugar son, sin duda, inmejorables. Pero hay dos cuestiones que harán que la jornada se tuerza y no resulte todo lo idílica que debería. La noche anterior, mi mujer y yo hemos asistido al espectacular, aunque rácano (racanísimo, apenas 80 minutos), concierto de The Cult en el Carroponte de Milán. Cuando llegamos al lugar del evento, coincidimos en que aquél parecía un lugar perfecto para disfrutar de un recital de rock… y así hubiese sido, salvo por un pequeño detalle: los mosquitos. Mientras Astbury, Duffy y sus compinches iban descargando de forma brillante “Rain”, “Wild Flower”, “She Sells Sanctuary” o “Love Removal Machine”, estos deleznables animalejos iban haciendo de las suyas pero aún tardaríamos unas horas en ser conscientes de las consecuencias. Ambos salimos mal de aquella aventura, pero yo fui el peor parado de los dos, con 91 picaduras, 61 de ellas repartidas entre las dos piernas. Os lo digo, no es fácil conciliar el sueño en esas condiciones. La otra cuestión que ha empañado el día es que, al poco de entrar en el apartamento, he recibido un sms de un buen amigo y compañero de correrías rockeras: “Noooooo!!! Jon Lord, no!…” comienza el mensaje, y enseguida me conecto al wi-fi del hotel para confirmar lo que ya sé. El teclista y alma de Deep Purple, enfermo de cáncer desde hace poco más de un año, ha fallecido en un hospital de Londres a los 71 años de edad.

Dicen que cuando estás a las puertas de la muerte, toda tu vida desfila ante tus ojos, o quizás sean sólo los eventos más importantes. Por suerte desconozco si esto es cierto, y espero salir de dudas dentro de mucho, muchísimo tiempo. Lo que sí puedo decir es que cuando se muere alguien que ha sido especial en tu vida, y Jon Lord lo fue, a su manera, en la mía, son muchísimos los recuerdos que de repente se agolpan en tu memoria, algunos con una extraordinaria viveza. Inmediatamente, cierro los ojos y viajo en el tiempo 18 años atrás, hasta el 30 de junio de 1994.

 

En realidad, mi mente se traslada hasta unas semanas antes. Creo que fue en la ‘Heavy Rock’, pero bien pudo ser en la ‘Metal Hammer’ o en la ‘Kerrang’. Por aquel entonces no existía Internet, y si alguien nos hubiese explicado en qué consistiría el invento, nos hubiese parecido un maravilloso cuento de ciencia ficción, así que los fanáticos del rock teníamos que esperar todos los meses a devorar aquellas revistas para enterarnos de todo lo que se cocía en el seno de nuestras bandas y artistas favoritos. En una de aquellas páginas sorteaban una entrada para el concierto que Deep Purple ofrecerían en Madrid, con Joe Satriani sustituyendo al recién fugado (o expulsado) Ritchie Blackmore. Yo entonces ya había saltado de Queen a AC/DC, Van Halen, Aerosmith, Led Zeppelin, Def Leppard, Alice Cooper, Black Sabbath, pero mis conocimientos sobre los Purple no iban mucho más allá de “Smoke on the Water”. Sí tenía, en cambio, un par de discos de Satriani, y sabía que aquella era una banda mítica por la que aún no había tenido tiempo de interesarme, por lo que recorté aquella página, rellené mis datos, la metí en un sobre con su pertinente sello y la envíe. Ahora todo consistiría en mandar un par de sms, y admitámoslo, tiene menos encanto y a la larga resulta más caro. Ya casi me había olvidado de aquello cuando recibí una llamada de teléfono preguntando por mí, y la emoción fue inmensa cuando me comunicaron que había resultado agraciado. Aún quedaban unos días para el concierto, así que sin tiempo que perder corrí a comprarme el disco que presentaban en aquella gira, “The Battle Rages On” (1993), y ya de paso un CD doble pirata con algunos de sus clásicos de los 70 en directo, con una calidad bastante decente. Aquel disco de estudio me pareció, y me lo sigue pareciendo ahora, extraordinario, pero el otro me dejó completamente atónito.

Así que así me presenté, con los deberes más mal que bien hechos, el día del concierto en el Palacio de los Deportes de Madrid. Yo tenía 14 años y sólo había asistido a un concierto antes en mi vida, el de Brian May en la sala Aqualung el 15 de diciembre de 1993. Efectivamente, la primera vez nunca se olvida, pero a veces la segunda consigue acabar siendo igualmente imborrable. Y aquella banda, desde que arrancó con un arrollador “Highway Star”, me voló la cabeza. Tengo que deciros, si no estuvisteis allí, que Satriani se ganó verdaderamente el pan en aquella gira, al menos aquella noche, que Ian Gillan aún era capaz de tumbarte con su garganta y que la perfecta sección rítmica conformada por Ian Paice y Roger Glover me pasó por encima, pero lo que más me alucinó fue ver a aquel señor, vestido totalmente de negro, con gafas de sol, largos bigotes y cabellera blanca recogida en una coleta, casi escondido en el lateral izquierdo del escenario tras una pila de teclados, haciendo AQUELLO. Yo entonces tenía ya mis cantantes, guitarristas, baterías e incluso bajistas favoritos, pero que un teclista pudiese ser el putísimo amo de la función, que pudiese derrochar tanta clase y furia a la vez, me rompió totalmente los esquemas. Conseguí hacerme poco después, en cinta de cassette, con una grabación de aquella noche, y aún sonrío cuando escucho el portentoso solo de Lord, con fragmentos del “Concierto de Aranjuez” y desembocando en un potentísimo “Knockin’ At Your Backdoor”, y se oye a alguien del público gritar un muy ilustrativo “¡¡Me corrooooooooo!!”. Difícilmente puede describirse un momento con más exactitud, a pesar de que la expresión sea poco decorosa. Después, he llegado a ver a Deep Purple en directo hasta en ocho ocasiones más, otras cuatro de ellas con Jon Lord. A ninguna banda le he guardado jamás semejante fidelidad, y ellos nunca me han decepcionado, pero aquel concierto fue, por razones obvias, especial, inolvidable.

Quién sabe qué hubiese sido de Deep Purple si Satriani hubiese continuado en la banda, pero tras esa gira ambos toman rumbos distintos, como por otra parte estaba acordado, y el grupo se ve obligado a buscar un relevo permanente en las seis cuerdas. Y yo aprovecho mientras para ir recuperando el terreno perdido y me voy haciendo con todo el material grabado por la formación clásica de la banda, el llamado ‘Mark II’, tanto sus álbumes clásicos de los 70 como su triunfal regreso en los 80 con “Perfect Strangers” (1984). Jon Lord era un músico con una solidísima formación clásica, que pronto se dejó seducir por el jazz y el blues y llevó todo eso al terreno del rock, llegando y llevando a sus compañeros hacia cotas no transitadas jamás por nadie. Todo eso ya lo sabéis, y además lo han remarcado decenas de reseñas, con más o menos aciertos, escritas en medios especializados y generalistas durante estas últimas semanas, así que no voy a comentar mucho más al respecto porque esto es otra cosa, es, simplemente, una crónica sentimental y personal sobre mis propias vivencias. Cada nuevo disco del grupo que pasa en aquella época por mi reproductor me deja más y más pasmado, y por supuesto que flipo con sus dos trabajos más celebrados, “Machine Head” y “Made in Japan”, ambos de 1972, pero mi favorito es “In Rock” (1970), el primer álbum de rock duro de la historia, que me descubre que un teclado Hammond puede rivalizar, en los dedos de Jon Lord, en virtuosismo y pelotas con el sonido de un guitarrista desatado como nunca como Ritchie Blackmore. “In Rock” marcó un antes y un después en la historia de la música y tuvo un efecto parecido en mi vida.

Estamos en 1996 y Deep Purple regresa con Steve Morse en sus filas y nuevo trabajo discográfico, “Purpendicular”. Aprovecho para comprarme el álbum en Londres, durante un viaje con el instituto, y las primeras escuchas me dejan totalmente descolocado. Es un álbum extrañísimo, con el que la banda visita territorios entonces desconocidos, pero con el tiempo acaba convirtiéndose en uno de mis favoritos. Morse confirma que no ha llegado para ser un mero comparsa e impone su sonido y su estilo con rotundidad, pero además parece espolear al resto de la banda, que recupera la ilusión y las ganas de experimentación. Jon Lord acepta el reto y está, una vez más, sublime. Desconozco qué significa “Purpendicular” para los fans del grupo, y para los propios músicos que lo crearon, pero para mí ocupa un lugar, sin duda, privilegiado. Así, llegamos al 4 de septiembre de ese mismo año, y Deep Purple ofrece un concierto en la Plaza de Toros de Móstoles con entradas a, agárrense, 1.000 pesetas de la época. Yo llego a Madrid del pueblo un par de días antes y me encuentro con que las entradas están agotadas… No me desanimo, o no nos desanimamos, puesto que con un par de colegas nos plantamos allí a una hora temprana, confiando en pillar aunque sea tickets en reventa, que aunque doblen o tripliquen las mil pelas originales seguirán saliendo a un precio asumible. Allí, nos encontramos con muchísima gente con nuestros mismos propósitos y oh, mierda, ningún reventa. En lugar de competir, hacemos piña (así somos los rockeros, todo hermandad y buen rollo), y hay rumores de que hay entradas a la venta en el Madrid Rock de Móstoles, pero alguien regresa de allí con la cabeza baja desmintiéndolo. Desde fuera de la plaza podemos escuchar la prueba de sonido. La intro de “Perfect Strangers”… ¡maldición, tenemos que entrar como sea! Se acerca la hora del concierto y conseguimos una entrada por 1.500 pesetas, pero somos tres… Y el milagro sucede, y de repente abren las taquillas, y corremos como posesos y conseguimos comprar los dos tickets que faltan. La emoción de cualquier concierto aquí tiene además sabor a victoria, y lo disfrutamos como nunca. Yo ya he aprendido la lección y sé que, para disfrutar plenamente de un concierto de Deep Purple, hay que situarse en el lado izquierdo de la pista, justo enfrente de ese Dios de los teclados.

Dos años después, la banda lanza “Abandon” (1998), un álbum que en cierta manera consigue que el nuevo sonido de Morse prevalezca y a la vez haya un regreso a las raíces. Otro disco extraordinario, y otra fecha ineludible: 15 de septiembre en el Polideportivo Fernando Martín de Fuenlabrada. Hasta allí vamos una legión de amigos, cada vez somos más en la familia Purple, y en las cercanías del pabellón nos sorprendemos al encontrarnos con muchísima gente de nuestro barrio. Nadie del Virgen del Cortijo Rock City ha querido perderse el evento. Deep Purple ofrece uno de sus recitales más enérgicos, y el más largo en el que he estado, más de dos horas y cuarto tras verse obligados sus músicos, por la insistencia del público, a salir de nuevo para un segundo bis a interpretar un “Black Night” que miles de personas corean a pleno pulmón. El grupo es una maquinaria casi perfecta, los abueletes rockean como nadie pero yo prácticamente sólo tengo ojos para él. Jon Lord es una figura mítica, mística, legendaria, es un Mago Blanco vestido permanentemente de negro lanzando hechizos por doquier desde la izquierda del escenario. Joder, para este grupo no parece pasar el tiempo, está en plena forma, que así sea por muchos años. El idilio con Madrid también parece especial, y así lo confirman menos de un año después, regresando el 24 de julio de 1999 a La Cubierta de Leganés, en el segundo tramo de la gira “A Band On Tour”. Set list renovado y complementario al de hace unos meses. Otra noche que no decepciona. Que vuelvan siempre que quieran.

Por aquellas fechas, aunque no consigo ubicarlo exactamente, pues la mente no es infalible e Internet sirve para refrescar muchas cosas pero no todas, me entero con inmensa alegría de que Deep Purple estará firmando discos en el añoradísimo Madrid Rock de Gran Vía. Allí llego corriendo y compruebo, entusiasmado, que los dos miembros de la banda allí presentes son sus dos fundadores, Ian Paice, el mejor batería vivo sobre la faz de la tierra, y el mismísimo Jon Lord. Consigo que me firmen la entrada de ese primer concierto con Joe Satriani y los libretos de “Machine Head” y “Purpendicular” y, mejor aún, estrecharles las manos. No todos los días uno es capaz de respirar el mismo aire que dos Dioses, y mucho menos tocarles. Y llegamos al 20 de octubre de 2000, y de algún modo, el círculo se cierra. Deep Purple regresa al lugar del crimen, seis años después actúa de nuevo en el Palacio de los Deportes. Aún era imposible saberlo, pero aquélla sería la última vez que vería a Jon Lord, y también mi último concierto en aquel recinto antes de que ardiese hasta los cimientos. El evento es, además, especial. El grupo ha grabado de nuevo, 30 años después, el célebre “Concerto for Group and Orchestra” con la Orquesta Sinfónica de Londres en el Royal Albert Hall, y ha publicado un doble CD con esta pieza histórica y revolucionaria compuesta por Jon Lord, acompañada de algunos temas de la carrera en solitario del teclista, de Roger Glover, Ian Gillan y Steve Morse, así como un puñado de clásicos de la banda. Ahora lo presentan en una gira acompañados de la Orquesta Filarmónica de Budapest. En otra velada única, Lord, vestido para la ocasión de riguroso blanco, se erige en el amo de la función, en el conductor de un espectáculo inigualable en el que, como broche de oro, hace su aparición el grandioso Ronnie James Dio, la única vez que pude ver en directo a esa otra leyenda tristemente fallecida hace un par de años. En realidad, flota en el ambiente cierto aire de despedida, pero aún éramos incapaces de verlo.

En 2002, Jon Lord anuncia su salida de Deep Purple, de su criatura, del proyecto de su vida. A pesar de no ser ni mucho menos unos jovenzuelos, el grupo lleva un ritmo endiablado en los últimos años, y el teclista se ve incapaz de seguirlo, quiere afrontar la vejez con más calma y dedicarse a otras cosas. Es una decisión totalmente entendible, pero duele como un aguijonazo clavado directamente en el corazón. La banda sigue adelante y su relevo natural, en realidad el único posible, es Don Airey (Rainbow, Black Sabbath, Whitesnake, Ozzy Osbourne, Gary Moore y un larguísimo etcétera), otro musicazo que consigue suplir con ciertas garantías al insustituible Lord. Nunca nos imaginamos unos Purple sin el imponente teclista de larga cabellera blanca, pero sucede, y el grupo graba, hasta la fecha, dos discos más, “Bananas” (2003) y “Rapture of the Deep” (2005), el segundo mejor que el primero pero por debajo en calidad y energía que toda su obra anterior. Mientras vamos perdiendo tristemente la pista al bueno de Lord, tenemos que ser agradecidos con quien nos ha dado tanto, y por eso no faltamos a las siguientes visitas de la banda. El 25 de octubre de 2003, el 17 de julio de 2004, el 21 de enero de 2006, las tres veces de nuevo en La Cubierta de Leganés, y el 15 de septiembre de 2009 en el Palacio de Vistalegre de Madrid. El grupo sigue haciendo los deberes sobre el escenario, aunque es notable cierto desgaste y la estrella de la autopista ya es incapaz de pisar el acelerador al máximo, pero es que lo contrario sería un verdadero milagro. Don Airey realiza un trabajo estupendo, y Lord ya no está pero su sombra, en cada una de esas fechas, está permanente presente, sobrevolando sobre cada tema, sobre cada nota. Lo siento, Don, sé que no estoy siendo justo, pero cuánto le echamos de menos…

Siempre tuve la sensación de que Jon Lord era un venerable señor mayor, en realidad mucho más de lo que ciertamente era. La primera vez que le vi tenía 53 años y ya aparentaba fácilmente sesenta y muchos, así que a pesar de todo no hay nada que pueda reprocharle, y durante años sólo fui capaz de desear que estuviese disfrutando a tope de su merecidísima semijubilación. Se cumplen justo tres semanas y mi mente regresa ahora, de nuevo, a ese 16 de julio de 2012. Un último recuerdo. El más doloroso. Ese día, murió un teclista de rock. Ese día, nos dejó un músico enorme, irrepetible. Ese día, uno de nuestros mayores y más intachables héroes dejó de caminar entre nosotros, dejó de respirar nuestro aire. Ese día, Jon Lord alcanzó finalmente la inmortalidad, y se alzó definitivamente como un Dios eterno, imperecedero, indestructible.

Anuncio publicitario
4 comentarios leave one →
  1. Alberto Loriente permalink*
    07/08/2012 0:08

    Precioso recordatorio, Rodrigo, sabía que te ibas a sacar un texto así sobre el bueno de Lord. Un teclista inigualable y todo un precursor. Yo también estuve en aquel concierto de Móstoles y lo disfruté de lo lindo, pese a que ya por aquellas fechas Gillan había perdido buena parte de su portentosa voz. Apenas he seguido su carrera desde los últimos años 80, pero está claro que Deep Purple hicieron tantas cosas increíbles desde sus inicios (Mark II vs. Mark III, ¡qué dilema!) que cualquier cosa que hayan hecho desde entonces debería tener asegurado el más comprensivo perdón. Eso sí, Paice es grande, muy grande, pero no me toques a Mitch Mitchell del trono de mejor batería de la Historia!

    • Rodrigo Martín permalink*
      09/08/2012 21:01

      Gracias, Albert, como siempre, por tus bonitas palabras! Gran concierto ese de Móstoles, engrandecido en mi caso por toda la batalla de los prolegómenos, pero te aseguro que con el paso de los años se notó que Morse aún estaba acoplándose al resto de la banda en directo por aquel entonces, y las tres posteriores fechas que pude disfrutar con él ya totalmente crecido y Jon Lord aún en la banda fueron co-lo-sa-les… Yo siempre he sido totalmente del Mark II, aunque todos mis respetos para «Burn» y «Stormbringer», por supuesto. De los 80 realmente sólo merece la pena, pero de qué manera, «Perfect Strangers», pero su producción en los 90, tanto con Blackmore o Morse en las seis cuerdas, es muy rescatable. El presente ya es otra cosa…

      Y respecto a lo de los baterías, pues como todo es cuestión de gustos y preferencias! A mí Paice me parece el mejor batería VIVO del mundo, porque para mí, los cuatro mejores baterías de la historia, mi póker inigualable, son John Bonham, Keith Moon, Cozy Powell e Ian Paice. No necesariamente en este orden, pero con Bonham siempre en cabeza. Ya ves, los tres primeros muertos… Al menos pude ver a Powell en directo, precisamente en el 93 con la Brian May Band, y aún me vibran las pelotas (y las tripas) por el retumbar de su doble bombo en el colosal solo que se marcó. En cualquier caso, que viva Jon Lord, que vivan Bonham, Moon, Powell y Mitchell, y que viva el Rock and Roll!!!

    • Arzu permalink
      29/08/2012 19:10

      Sí señor, gran concierto aquél, en Móstoles, que como tantos otros tuve la suerte de compartir contigo. ¡Qué recuerdos!

Trackbacks

  1. Llorando a Van Halen | El Cadillac Negro

Responder a Arzu Cancelar la respuesta

Introduce tus datos o haz clic en un icono para iniciar sesión:

Logo de WordPress.com

Estás comentando usando tu cuenta de WordPress.com. Salir /  Cambiar )

Foto de Facebook

Estás comentando usando tu cuenta de Facebook. Salir /  Cambiar )

Conectando a %s

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.

A %d blogueros les gusta esto: