“Los Miserables”: la lucha que no cesa
No tengo mucha costumbre de ir a ver musicales. Con esto no estoy diciendo que sea poco o nada partidario del teatro en general o de este género en particular, no tiene nada que ver, simplemente es eso, cuestión de costumbre. Ver una película, ya sea en el cine o en casa, tragarse uno o dos o quince capítulos de una serie tirado(s) en el sofá, ir a un concierto… siempre son planes a los que uno acaba recurriendo con mucha más asiduidad. Quería aclarar esto desde el principio para que, cuando afirme ahora que “Los Miserables” es el mejor musical que he visto en mi vida, lo podáis valorar en su justa medida. En realidad, creo que es de justicia reconocer que el montaje que tuve la suerte de ver en noviembre de 2010 en el madrileño Teatro Lope de Vega es uno de los espectáculos en vivo más apabullantes y emocionantes a los que he asistido jamás. Ahí lo dejo.
No es extraño, dicho todo lo anterior, que un servidor tuviese una cita obligada con la versión cinematográfica estrenada esta semana no del novelón de Víctor Hugo, que de ésas ya hay unas cuantas, sino del mismo musical que parieron en los ochenta Claude-Michel Schönberg, Alain Boublil y Jean-Marc Natel. Y eso a pesar de mis reticencias con el encargado de dirigir la función, el británico Tom Hooper, un tipo al que tengo que admitir que cogí cierta manía hace un par de años tras la, para mí, injustificada avalancha de premios que cosechó “El discurso del rey”, la gran triunfadora de la 83ª edición de los Oscar. El film protagonizado por Colin Firth no pasaba de estar bien, sin más (en todo caso, en mi opinión, era muy inferior a “La red social”, “Toy Story 3”, “True Grit”, “Cisne negro” u “Origen”, ahí es nada), mientras que la dirección de Hooper, que también se llevó la estatuilla, se quedaba en muy profesional, muy correcta, pero carente de alma y valentía. Valentía, no obstante, le ha sobrado para ponerse al frente de este proyecto, pues a pesar de contar con un generoso, aunque no desorbitado, presupuesto (60 millones de dólares) y de un reparto estelar, las posibilidades de pegarse un buen batacazo eran considerables. Y no ha sido así.
La taquilla ha respondido y la opinión del público, que al fin y al cabo es la que cuenta, está siendo muy favorable y entusiasta, mientras que la crítica se ha mostrado mucho más dividida, especialmente con la labor de Hooper tras la cámara. Y yo, quién me lo iba a decir, esta vez me alineo del lado del director. Habrá quien piense que, al menos en el plano visual y de la espectacularidad, una película necesariamente ganará por goleada a una obra teatral/musical que siempre, siempre, tendrá sus limitaciones. En el caso de “Los Miserables”, al menos el montaje que yo vi en 2010, estas supuestas restricciones escénicas están tan asombrosamente bien aprovechadas, llegan a jugar tanto a su favor, que aquí casi nos encontraríamos con el caso contrario: cómo hacer que, a la hora de hacer la traslación a la gran pantalla, la obra pierda lo menos posible, se deje menos de su esencia y su gancho por el camino. Así, Hooper opta por un recurso que a muchos ha irritado pero que, a mi parecer, era la única forma que tenía de ganarle la partida a la versión teatral: los primeros planos.
No, no hay grandes ni espectaculares coreografías en “Los Miserables”, salvo en algunos breves números colectivos que, además, no son precisamente los que más brillan. El cineasta, a pesar de que en algunos momentos no resiste la tentación y acaba entregándonos unos cuantos planos imposibles y endosándonos algunos veloces movimientos de cámara que parecen filmados por Baz Luhrmann, al final acaba jugándosela a la carta de sus actores. Hooper opta, en otra decisión arriesgadísima, por capturar las interpretaciones vocales de su elenco en directo, en el momento de la filmación, sin recurrir a play-backs o posteriores regrabaciones en estudio. Pero cuando tienes a dos inconmensurables intérpretes como Hugh Jackman o Anne Hathaway a tu servicio, tienes media partida, o tres cuartos, ganada.
El actor australiano, que antes de ser una estrellaza en Hollywood ya se labró una solidísima y reconocida carrera sobre las tablas en su país natal, Londres y Broadway, convierte sin duda a su Jean Valjean en lo mejor de la función, mientras que a ella, espléndida, le bastan apenas veinte minutos para dejar una huella imborrable en el espectador. El arranque de “Los Miserables”, su primera media hora, es extraordinario, de lo mejor que hemos visto este año. Jackman y Hathaway cantan bien, muy bien, y aunque está claro que no poseen ni la voz, ni el oficio, ni los recursos de un tenor o una soprano, lo suplen con toneladas de pasión y sentimiento. El llamado a ser el momento álgido de la película, ese famosísimo “I Dreamed A Dream” cantado por Fantine, acaba incluso superando todo lo imaginable, con una Hathaway aguantando un largo y cercanísimo plano secuencia, cantando desde las vísceras y demostrando cómo se gana un Oscar en cuatro minutos y medio. Estremecedor. Una escena para la historia. A Jackman también le sobran momentos de lucimiento (“Valjean’s Soliloquy”, “Who Am I?” o inlcuso la nueva «Suddenly»), para desgracia del otro gran pilar de la cinta, un esforzado Russell Crowe encargado de dar vida al Inspector Javert que, si bien aporta su imponente presencia, entrega la interpretación vocal menos lucida de todo el conjunto.
El resto del reparto está poco menos que impecable. Sacha Baron Cohen y Helena Bonham Carter son perfectos para dar vida a los Thénardier, la pareja de sinvergüenzas encargada de aportar la nota humorística a la cinta, mientras que la joven debutante Samantha Barks se mete de nuevo en la piel de Éponine, como ya hiciese durante más de un año en el West End londinense, y es sin duda el mayor y más feliz descubrimiento (ese tremendo «On My Own») de un film en el que también destacan los pequeños Isabelle Allen (Cosette niña) y Daniel Huttlestone (Gavroche), especialmente este último, brillante a sus once años. La pareja de enamorados encarnada por Eddie Redmayne (Marius) y Amanda Seyfried (Cosette) sale ciertamente perjudicada en un guión que, por momentos, parece querer pasar de puntillas por su historia de amor. Él, no obstante, es otra grata sorpresa y está fantástico cuando puede, mientras que ella pasa un tanto más inadvertida.
El libreto de William Nicholson tampoco da quizás todo el empaque que debería a ese grupo de revolucionarios encabezado por Enjolras (Aaron Tveit) y Marius, y la rebelión se nos muestra un tanto deslucida, aunque es cierto que muchos de los problemas más visibles del film son, en parte, heredados de un musical que termina siendo adaptado casi al pie de la letra y que también se resiente un tanto en su segundo acto. Esto hace que la película acabe acusando en exceso sus 157 minutos de metraje y no sea todo lo redonda que podría haber sido, aunque recobra nuevos bríos en sus últimos minutos, con el ‘reencuentro’ de Valjean con Fantine y el Obispo de Dignecon y, sobre todo, esa “Do You Hear the People Sing?” final que, a un servidor, siempre le pondrá la piel de gallina y que hoy, incluso, se antoja más oportuna que nunca. Evitaré caer en la tentación de comparar la situación actual con los eventos narrados en «Los Miserables», pero sí defenderé la vigencia de la historia concebida inicialmente por Víctor Hugo y preservada y amplificada por todas y cada una de sus versiones posteriores, ésta incluida. Una historia de dignidad, orgullo y lucha. Una historia de amor, redención y esperanza. Una historia, en definitiva, necesaria, universal y eterna.
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Increible el post deRodrigo Martín, que yo, Francisco Javier Fernandez encontré en su muro! Sinceramente esta película que encierra a Hugh Jackman y Russell Crowe en la misma pantalla, ha sido nada menos que un incentivo para ir al cine para disfrutar del espectáculo.
Javier Fernandez
Yo, reconociendo ser un absoluto neófito en todo lo que rodea a este musical, quedé un tanto decepcionado. No dudo de la calidad del musical original, pero creo que en la traslación a la pantalla se ha quedado un tanto cojo. A mi si me irrita un tanto la profusión de primeros planos, tan inanes narrativamente la mayoría de ellos, al igual que la falta de ritmo y el desmesurado metraje (un buen recorte de media hora le habría venido de perlas). Sin embargo, he de reconocer viritudes como algunas escenas espectaculares, la brillantez de una Hathaway perfecta y estremecedora, el oficio de un Crowe perfecto (su voz es la menos virtuosa pero me parece más real y sincera que la de otros), el cachondeo que proporcionan Baron Cohen y Bonham Carter (que ya brillaron en la muy superior ‘Sweeney Todd’) y el talento de la Seyfried.
La película me ha encantado desde todos los puntos de vista. Fotografía, actuación, ritmo, vestuario, etc. Tiene interpretaciones estupendas, canciones muy emocionantes pero podría haber sido más majestuosa.
En resumen, es una buena película para ver.