El «Superman» de Richard Donner: el arte de volar
Hace unos días recibí un correo electrónico de Kinépolis invitándome a participar en un concurso para asistir al preestreno de “El hombre de acero”, la esperada revisión del icónico superhéroe de DC de la mano de Zack Snyder y Christopher Nolan. Para optar a la entrada debía responder antes a una simple pregunta: “¿Qué representa para ti la S de Superman?”. Me lo pensé durante unos instantes (se supone que la respuesta debía ser original), rebuscando en la memoria de la infancia para tratar de comprender, efectivamente, qué había significado la S para mí. Recordé las fiestas de cumpleaños que se celebraban en casa de uno de los amiguetes de la pandilla, el primero de nosotros que tuvo un reproductor de vídeo en los albores de la era del Beta y el VHS, y cómo su padre solía alquilar para fecha tan señalada una película de Superman, que siempre era la misma, la de 1978 (aunque como la portada variaba de un videoclub a otro él creía que eran distintas), pero tanto la primera vez como las siguientes inevitablemente todos –que tendríamos 5, 6, 7 años– terminábamos embobados con las fantásticas aventuras de ese superhombre vestido de rojo y azul que hacía cosas que nunca habíamos visto hacer a nadie. También recordé una de las primeras veces que fui al cine, de nuevo con la pandilla y por supuesto con la supervisión paterna. Era un cine de barrio y ponían “Superman II”. A tan tierna edad esa combinación era todo un acontecimiento, un espectáculo asombroso que un niño difícilmente puede olvidar. Era imposible no salir de allí con el corazón en la boca y creyendo que uno podía salvar al mundo y patearle el culo a los malos, mientras la antológica fanfarria de John Williams resonaba en la cabeza. Y, de repente, ahí estaba la respuesta. La S, o Superman, que para el caso es lo mismo, era el sueño de un niño que descubría que era posible volar, al menos en ese lugar lleno de magia e ilusión que entonces era una sala de cine.
Y no nos engañemos, nunca, jamás, nadie ha volado en una pantalla de cine como lo hacía Christopher Reeve. Da igual que hayan pasado 35 años y los FX hayan envejecido, que en ese tiempo hayamos visto surcar los cielos con mucha más rapidez a Iron-Man, a Spider-Man, a Thor, a la Antorcha Humana o incluso a otro Superman. Nadie lo ha vuelto a hacer con el porte, la elegancia, la confianza y la convicción de Reeve. Pero sobre todo, nadie nos ha vuelto a persuadir de que el simple hecho de elevarse por los aires era un suceso maravilloso, un truco de magia imposible, y Reeve, con esa sonrisa que lanzaba a la cámara al final de sus películas con el globo terráqueo al fondo, nos transmitía justamente eso. Para mi generación, los que nacimos en la segunda mitad de los 70, solo ha habido un Superman posible, ni siquiera el de los cómics era el auténtico, y mucho me temo que esa fue una de las razones (aunque evidentemente no la única) por la que no tragamos la versión de Bryan Singer de 2006. Y lo siento por el tal Brandon Routh, que al fin y al cabo no tenía culpa de nada y bastante hizo aceptando el desafío, pero el recuerdo de Reeve era una losa demasiada pesada que aquella película timorata y continuista no pudo soportar. Espero que, una vez roto el melón, Henry Cavill tenga más suerte y encuentre su propio camino. Sin embargo, cuando hablamos del “Superman definitivo” a veces olvidamos que tanta importancia tuvo Reeve como el tipo que se empeñó en que ese sueño fuese posible, alguien que puso toneladas de pasión y entusiasmo para llevar al celuloide al superhéroe por antonomasia tal y como debía ser. Sí, no os equivocáis, me refiero al bueno de Richard Donner.
El cineasta canadiense acababa de tener un gran éxito con “La profecía” (1976) cuando llegó a su mesa la propuesta de Alexander Salkind y su hijo Ilya para llevar a la gran pantalla el personaje nacido en 1938 de las mentes de Joel Shuster y Jerry Siegel. Los productores, que habían obtenido los derechos tras duras negociaciones con DC/Warner, habían barajado antes otras alternativas, entre ellas la de un joven Steven Spielberg que tras el pelotazo de “Tiburón” prefirió entregarse a sus “Encuentros en la tercera fase” y la del británico Guy Hamilton, responsable de varias películas de James Bond, pero el proyecto terminó en manos de Donner, que se las vio y se las deseó para imponer su visión de lo que debía ser Superman. No era la primera vez que el héroe más popular del mundo del cómic saltaba a la pantalla, ya que Columbia Pictures produjo en 1948 unos seriales que se proyectaban en las sesiones matinales de los cines y, posteriormente, entre 1952 y 1958 llegaría a la televisión “Adventures of Superman”, con George Reeves como protagonista, pero sí era la primera vez en la que el género superheróico iba a ser tratado con todos los galones de una producción de Hollywood, reparto de campanillas y abultado presupuesto incluido.
El plan era rodar dos películas del tirón durante 18 meses de trabajo que sirvieran como base para levantar una franquicia al estilo del agente 007, pero Donner tuvo que luchar a brazo partido contra las intenciones de los Salkind de seguir la senda del Batman “camp” de los 60 y lidiar con continuas trifulcas y desavenencias a costa de un presupuesto que, según los productores, el director se empeñaba en sobrepasar. Donner reescribió con la ayuda de Tom Mankiewicz el guión de David y Leslie Newman sobre una historia del prestigioso Mario Puzo (“El Padrino”) que no escatimaba en elementos humorísticos y paródicos para preservar la verosimilitud y seriedad con la que estaba convencido que había que acercarse al personaje, el mito americano por excelencia. Si “Superman: la película” sigue siendo aún hoy el canon del género, la vara de medir las posteriores adaptaciones de superhéroes de las viñetas, lo es sin ningún género de dudas gracias a la tozudez, el cariño y el respeto que imprimió Donner, quien elevó así un tipo de cine hasta entonces proscrito a la serie B a otra categoría. (Podéis ver un documental sobre la filmación de la película aquí).
Gran parte de la culpa de los rigores presupuestarios con los que tuvo que convivir Donner se debieron al despilfarro de los Salkind a la hora de contratar a grandes estrellas y secundarios de lujo. El mítico Marlon Brando llegó a embolsarse 4 millones de dólares de la época por dos semanas de trabajo (aunque su sola presencia en el reparto le confería una aura de respetabilidad al proyecto), mientras que figuras como Gene Hackman, Glenn Ford o Terence Stamp tampoco trabajaron precisamente gratis, así que ya en 1978, cuando aún no se había terminado de rodar la fotografía principal de la segunda película, se le ordenó a Donner que focalizase todos sus esfuerzos en la postproducción de la primera para tener listo el estreno de cara a las Navidades. Si “Superman” resultaba ser un éxito ya habría tiempo para finalizar la secuela.
Y vaya si triunfó. “Superman” fue el segundo filme más taquillero de 1978 en EE.UU (solo por detrás de “Grease”) y amasó la friolera de 300 millones de dólares en taquilla a nivel mundial, pero sobre todo se convirtió en un clásico atemporal del cine estadounidense, una de esos colosales espectáculos que, como “Ben-Hur” o “Los diez mandamientos”, serían disfrutados por varias generaciones de espectadores. Ya desde sus galácticos créditos iniciales –que ocupan cinco largos minutos– al son de la emblemática partitura de John Williams (en una época en la que el genial compositor creaba melodías memorables como churros) se nos lanza la promesa de que algo extraordinario va a ocurrir.
El primer acto de la cinta se ubica en el gélido y misterioso planeta Krypton, un prodigio de dirección artística en blanco y azul cortesía de John Barry, y aquí sobresale la presencia de un magnético Brando en la piel de Jor-El, brillante científico al que sus paisanos desoyen cuando predice la inminente destrucción de su mundo a causa de la peligrosa proximidad del sol rojo que les da la vida. Para salvar a su bebé antes de que sea demasiado tarde le envía en una pequeña nave a la Tierra, donde disfrutará de unos poderes sobrenaturales que inevitablemente le diferenciarán y separarán del resto de la especie humana. Es un segmento imbuido del espíritu de la mejor Sci-Fi, en el que se respira la inevitabilidad de un destino aciago para una civilización tecnológicamente muy avanzada pero que es incapaz de hacer frente a su propio ocaso.
Con la llegada de la aeronave de Kal-El a Smallville, una pequeña localidad rural del Medio Oeste estadounidense, se inicia el soberbio segundo acto de la película, en el que es fácil rastrear las huellas de John Ford, de Victor Fleming, de George Stevens, del mejor clasicismo americano. Kal-El es acogido por un matrimonio de granjeros, los Kent, que le criarán como si fuera su hijo mientras él va descubriendo y aprendiendo a controlar sus poderes. Los instantes en los que se encadenan la conversación del joven Clark (interpretado por Jeff East) con su padre adoptivo (Glenn Ford), el posterior fallecimiento de éste a causa de un ataque al corazón y la despedida de la madre en un campo de trigo son de una limpia sensibilidad y una belleza realmente emotivas. Clark emprende viaje al norte, donde descubre (o crea) la Fortaleza de la Soledad, otro sensacional logro estético de esplendor cristalino, y se reencuentra con la proyección de su auténtico padre, que le explica quién es y qué se espera de él. El simbolismo religioso es evidente y no es difícil reconocer a Dios enviando a su único hijo a salvar a la humanidad en las figuras de Jor-El y Kal-El. 50 minutos después, por fin podemos ver a Christopher Reeve como Superman en todo su esplendor emprendiendo por primera vez el vuelo en un momento climático. Se podrán contar los orígenes del héroe de otra forma, se podrá poner más énfasis en ciertos aspectos, lucirá en pantalla con la magnificencia propia del CGI del siglo XXI, pero me atrevo a pronosticar que la versión de Snyder difícilmente mejorará la excepcional primera hora del Superman de Donner.
Ya en Metrópolis (o bien se podría decir Nueva York) nos damos cuenta de por qué el por entonces desconocido Christopher Reeve es uno de los mayores aciertos de casting de la historia. Es Reeve quien logra que nos traguemos que unas simples gafas bastan para esconder al último hijo de Krypton bajo el disfraz de Clark Kent. Interpreta a Superman de la única forma posible, como un símbolo más que como un hombre, le confiere una presencia y una integridad que traspasa la pantalla; te crees totalmente que es alguien que ha venido a nuestro mundo “para luchar por la verdad, la justicia y (ejem…) el modo de vida americano”. Para convertirse en Kent, el tímido y apocado periodista que trabaja en el “Daily Planet”, cambia completamente los gestos, la expresión corporal y la voz convirtiéndose en una suerte de Cary Grant torpón rebosante de gracia y que, importante, no deja de guiñar un ojo a la audiencia, que es perfectamente consciente de que todo es una pantomima. Ese dualismo nos regala momentos de alta comedia, lejos todavía del humor tontorrón de entregas venideras, aunque para que Superman/Clark Kent termine de funcionar es necesario el contrapeso de Lois Lane, la brillante reportera interpretada por Margot Kidder, y Donner acierta al colocar la historia de amor entre estos dos en un primer plano. De acuerdo en que Kidder no es la chica más mona ni la más adorable, es más, tiene un innegable punto vulgar, pero hay que reconocer que le otorga autenticidad, viveza y desparpajo a su personaje, pero lo más decisivo es que su interpretación desprende una genuina fascinación por Superman. Hay verdadera química entre ambos y por eso la legendaria escena del vuelo nocturno por el cielo de Manhattan mientras suena la versión orquestal de “Can you read my mind?” es de un romanticismo mágico muy difícil de encontrar en un “blockbuster” contemporáneo, como bien sabe Bryan Singer, que quiso revivir ese hechizo en su “Superman returns” limitándose a plagiar burdamente la secuencia.
Y como todo superhéroe tiene que tener su antagonista, el villano de la función es Lex Luthor, archienemigo por excelencia del Hombre de Acero, una mente criminal brillante y amoral que pondrá en jaque al protagonista y a todo el país con su delirante plan consistente en destruir California. Es por este flanco por donde “Superman: la película” más flaquea, porque aunque el Luthor de Gene Hackman es egomaníaco, presuntuoso y posee un cerebro perverso y privilegiado (tiene que serlo para descubrir tan fácilmente que la kryptonita es el talón de Aquiles del Hombre del Mañana), nunca termina de dar la sensación de que semejante fantoche represente una amenaza letal para el héroe, especialmente porque su banda se reduce a dos elementos tan ineficaces como Otis (Ned Beatty) y la señorita Teschmacher (Valerie Pernine) y la mayoría de escenas del trío funcionan como contrapunto cómico y bufonesco que nos recuerda que, después de todo, esto sigue siendo un espectáculo para todos los públicos, y especialmente para los críos.
El “Superman” de Donner también fue un hito en el campo de los efectos especiales (ganó un Oscar especial creado específicamente para la ocasión) y, aunque pueden lucir obsoletos si se comparan con las virguerías digitales de los FX actuales, yo quiero pensar que los cromas, los cables, las maquetas y los trucos artesanales aún conservan un encanto y una fisicidad que en muchos sentidos la moderna tecnología no ha sido capaz de recrear. Secuencias como la del rescate del helicóptero o todo el segmento del terremoto mantienen toda su emoción intacta y siguen funcionando a día de hoy.
Pero si hay algo que siempre ha chirriado en la película es la escena en la que un Superman enfurecido y desesperado decide viajar atrás en el tiempo volando frenéticamente alrededor de la Tierra para salvar de la muerte a Lois. De hecho, ese no era el final previsto por Donner, que se reservaba ese truco para la conclusión de la segunda parte, pero las presiones de los productores aquí sí surtieron efecto. Para los chavalines de nuestra época esa la prueba definitiva de que el poder de Superman sobrepasaba al de cualquier otro héroe, pero con el tiempo uno se da cuenta de que la jugada es insostenible e incoherente, solo asumible desde la más profunda suspensión de la credibilidad. Con todo, eso no empaña en absoluto las virtudes de una película que pese a los años transcurridos aún se mantiene fresca y lozana y que aunque dura 143 minutos se pasa en un suspiro merced al ritmo y fluidez que imprimió Donner.
Tras el éxito de “Superman: la película” y pese a no aguantar a los Salkind, Donner estaba dispuesto a terminar su trabajo en la franquicia completando la segunda parte, de la que ya tenía rodado el 75 por ciento del material, pero inesperadamente recibió una carta de los productores agradeciéndole los servicios prestados y anunciándole la rescisión de su contrato. En su lugar pusieron a Richard Lester, al que ya habían empleado como mediador con Donner en la fase final del rodaje de la primera película. Al director de “Robin y Marian” se le puede acusar de traicionar a un compañero y de ni siquiera ponerse en contacto con él para ofrecerle alguna explicación, pero lo cierto es que la situación tampoco debió de ser cómoda para él. Con la salida de Donner, “Superman II. La aventura continúa” (1980) se convirtió en una película distinta a la que debía de haber sido. Lester, un cineasta mucho más manejable que su antecesor, finalizó el trabajo de Donner, realizando algunos cambios para evitar posibles querellas e introduciendo esos elementos humorísticos que tanto demandaban los productores. Además, para abaratar costes se suprimieron todas las escenas previstas con Marlon Brando –que pretendía cobrar lo mismo que en el primer filme–, decisión que desvirtuaba en gran parte el sentido unitario del proyecto, mientras que John Williams fue sustituido por Ken Thorne, limitándose éste a copiar aplicadamente al maestro. Por su parte, Gene Hackman se negó a participar en el rodaje de Lester y se recurrió a un doble para completar las pocas secuencias en las que hacía falta.
En “Superman II” se libera a los tres terroristas kryptonianos –el General Zod de Terence Stamp, la Ursa de Sarah Douglas (a la que luego también veríamos en “V” y “Falcon Crest”) y el bruto Non– apresados por Jor-El en la Zona Fantasma en la primea secuencia de la cinta anterior y llegan a la Tierra, donde resultan una amenaza muy real para la humanidad. Paralelamente, Lois descubre la identidad secreta de Superman y éste renuncia a sus poderes por amor a ella, para darse cuenta después de su terrible error. Por su parte, Lex Luthor también escapa de su confinamiento y tiene sus propios planes para acabar con el héroe. El resultado fue una película aún disfrutable pero inevitablemente inferior a la anterior, por mucho que de niño fuese mi preferida, con algunas lagunas argumentales bastante llamativas. La taquilla, pese a no alcanzar las cifras de dos años antes, respondió muy satisfactoriamente. Mucho tiempo después, y tras numerosas campañas y solicitudes de fans a través de Internet, la Warner dio luz verde a Donner para que completase su versión de la película en el llamado “Superman II. The Richard Donner Cut” (2006), ofreciendo un resultado más sobrio y cercano al tono épico de la primera parte, aunque su valor intrínseco está en atisbar lo que podría haber sido la película si el cineasta hubiera tenido vía libre para llevar su plan hasta las últimas consecuencias.
El montaje de Donner incluye mucho material inédito y prescinde de más de la mitad de lo que rodó Lester, entre otras cosas, de las escenas cómicas más burdas y de la secuencia inicial en París (de modo que el misil que libera a Zod y sus secuaces es el que desvió Superman en la primera entrega), modifica ciertas partes, como aquella en la que Lois descubre a Superman (el torpe descuido de Clark en la chimenea en la versión de Lester es sustituido por una treta de la chica con una pistola de fogueo en la de Donner) o el final (el superbeso con el que Clark le borra la memoria a Lois desaparece en el nuevo montaje, en favor de un nuevo y redundante viaje en el tiempo para arreglar todos los desaguisados causados por los kryptonianos disidientes) e introduce otras nuevas que dan más coherencia a la historia y la redondean (la destrucción de la Fortaleza de la Soledad). Pero la versión de Donner destaca sobre todo por incluir todo el metraje con Brando, especialmente la emotiva escena en la que Jor-El se sacrifica para que su hijo, arrepentido y fracasado, recupere los poderes a los que previamente había renunciado, dando así pleno sentido a aquella profecía de la primera película, “El hijo se convierte en padre y el padre, en hijo”.
Que la visión de Donner era la acertada para Superman lo terminaban de corroborar las secuelas posteriores en las que ya sí que no tuvo ninguna participación. “Superman III” (1983) es enteramente de Lester y se nota para mal, porque por momentos parece una comedieta a mayor gloria de Richard Pryor con el Hombre de Acero como invitado especial, aunque es justo reconocer que la inolvidable secuencia del combate entre el Superman “oscuro” y Clark Kent forma parte de los mejores momentos de la saga. Y qué leches, ésta también me llevaron a verla al cine y por ello siempre tendré buen recuerdo de ella. De la execrable “Superman IV. En busca de la paz” (1987), en la que volvían a juntarse Reeve, Kidder y Hackman, sólo diré que incluso a la todavía impresionable edad de 11 años ya era consciente de la absoluta bazofia que estaban tratando de hacerme tragar, y eso que yo por entonces me tragaba casi cualquier cosa. Años después Reeve sufriría el fatal accidente que le postró en una silla de ruedas hasta su fallecimiento en 2004 y, aunque Kevin Smith y Tim Burton lo intentaron, nadie pudo volver a llevar al Hombre del Mañana a la gran pantalla hasta que en 2006 llegó Bryan Singer con su voluntariosa secuela/remake del Superman de Donner. Pero su fracaso demostró que era tarea vana tratar de imitar, aunque fuese con la coartada del homenaje, algo que ya está instalado para siempre en la memoria colectiva y que no admite comparaciones. De algún modo Singer le enseñó a Snyder lo que no debe hacer si quiere tener alguna oportunidad de que su visión prevalezca.
muy bien explicado y detallado. hermoso trabajo. mis felicitaciones.
Sr. García. Impresionante su presentación. Gracias!
Anónimos, seáis quien seáis, muchísimas gracias por vuestros elogios. Un saludo.
Magnifico artículo, un blog muy interesante y bien documentado.
Excelente articulo, muy bien analizado, la verdad me gustaría saber, desde tu punto de vista, porque Donner ha sido el punto de partida para varias adaptaciones, en una entrevista Nolan señaló que para su trilogia de Batman se baso en Donner, lo mismo que tom hiddleston, actor que interpretó a Loki y Bryan Singer para sus X men, manifestarón tener esa visión de Donner para sus cintas y papeles.
Hola Danny, muchas gracias por tu comentario. Lo cierto es que antes del «Superman» de Donner no se había intentado llevar a la gran pantalla un superhéroe del cómic con todos los medios y la ambición propias de una superproducción de Hollywood. Hasta ese momento su lugar eran los seriales matinales, y su mayor referente el Batman «camp» de Adam West en los 60. Donner sentó las bases de cómo acercarse con seriedad y respeto a este tipo de personajes, y casi todo lo que se hizo después mantiene una deuda (más o menos grande) con esa aproximación inicial. No me extraña que Nolan haya reconocido su influencia, especialmente en «Batman begins», pues su estructura es muy similar, aunque justo es reconocer que tanto él como Bryan Singer en sus «X-Men» supieron aportar su propio sello y hacer evolucionar el género hacia una estética y complejidad más adulta. Un saludo.
El “Superman” de Richard Donner INSUPERABLE
Richard Donner es norteamericano no es canadiense
«Superman» y «La profecía» me siguen pareciendo de largo los mejores trabajos de Richard Donner. Siempre he lamentado que los Salkind no le dejaran terminar su trabajo. La tercera y cuarta son infumables y se toman el personaje a broma, algo que Donner nunca hizo. Eso sí, como bien apuntas, esa pelea en la tercera entrega entre Superman y su yo maligno en el desguace es de lo mejorcito de la saga. Parece sacada de otra película.
Tanto «Superman returns» como la más reciente «El hombre de acero» me parecen dos despropósitos. Y no es por nostalgia, sino porque no hay de dónde agarrarlas.
muy bien explicado sin lugar a dudas el mejor superman de la historia siempre sera Christopher Reeve ya me vi man of esteel y no se puede comparar con la magia de donner.