«Drácula» de NBC: en tierra de nadie
¿Qué motivos pueden esgrimirse para resucitar por enésima vez a un personaje clásico del que se han perpetrado mil y una versiones y que es conocido por todo dios que tenga más de cuatro años? Un showrunner inteligente probablemente intente vender el producto asegurando que se trata de una aproximación distinta y nunca vista anteriormente, o de una actualización adecuada a nuestros tiempos, o simplemente, que lo que tiene entre manos es la interpretación definitiva de un mito. El responsable de programación de una cadena de televisión le escuchará atentamente, pero para sus adentros calculará rápidamente a qué tipo de público irá dirigido ese producto, si hay un mercado razonablemente favorable y si, en definitiva, puede alcanzar un buen índice de audiencia. En el caso de “Drácula”, ignoro qué habría sido de ella en las manos de la BBC o de HBO, pero bajo los auspicios de la NBC la nueva revisión del Príncipe de las Tinieblas parece quedarse en una incómoda tierra de nadie. Por una parte, no estamos ante una sobresaliente recontextualización del personaje en el siglo XXI como sí lo es el “Sherlock” protagonizado por Benedict Cumberbatch (otro caracter con cientos de revisiones a sus espaldas), aunque hay que admitir que algunas de sus modificaciones en la historia original pueden ser sorprendentes, e incluso cuestionadas por los más puristas (no sin razón, ya profundizaremos después); otras, sin embargo, parecen simples caprichos para hacerse notar. Por otro lado, por lo que hemos visto hasta ahora, aunque el interés parece ir in crescendo no alcanza el nivel de qualité capaz de saciar el paladar de los consumidores de los productos adultos más exquisitos de AMC, Showtime o HBO, pero lo cierto es que su ritmo, tramas y tono tampoco son los más óptimos para enganchar al apetitoso público juvenil. La propia NBC debe ser consciente de la indefinición de su serie y por eso la ha relegado al páramo de los viernes por la noche, uno de los peores días para el consumo televisivo.
Y no será porque la coyuntura no es favorable. El actual boom vampírico que comenzaron “Crepúsculo” en el cine y “True Blood” en televisión ha tenido continuidad con “The Vampire Diaries”, “The Originals” o “Being Human”, por lo que subirse al carro recuperando al vampiro primigenio, al padre espiritual de todos ellos, en principio no parece una mala maniobra comercial. El problema con el Conde Drácula es que ha sido tan explotado por el cine, se le ha prostituido tanto, se le ha metido en tantos fregados de la peor calaña, ha protagonizado tantas aberraciones cinematográficas que a estas alturas cuesta tomárselo en serio. Da mucha pereza. ¿Drácula, otra vez? ¿En serio? Venga, ya… Y lo cierto es que a pesar de haber sido objeto de innumerables adaptaciones, el personaje original, aquel que escribió Bram Stoker en 1897, casi nunca ha sido capturado por la cámara con total fidelidad. Es paradójico que probablemente sea el “Nosferatu, el vampiro” (1922) de Murnau, una adaptación ilegal y mal disimulada de la novela, la obra que mejor refleja su espíritu y la que más se acerca a la descripción del vampiro que hizo el escritor irlandés, un viejo cadavérico de orejas puntiagudas y aspecto realmente repulsivo. Posteriormente, Bela Lugosi y Christopher Lee, los responsables de las representaciones más icónicas y reconocibles de Drácula, le añadieron el porte aristocrático, los modales exquisitos y la capa, pero su versión ya no era tanto la de Stoker como la de la obra teatral de Hamilton Deane y John L.Balderston sobre la que se basarían –más o menos fielmente- las películas más emblemáticas del Conde, desde la de 1931 de Tod Browning hasta la de John Badham de 1979, pasando por la de Terence Fisher en 1958. (Aquí podéis visitar nuestra galería sobre los distintos rostros que ha tenido Drácula en cine y TV a lo largo de la historia).
En ese sentido, el “Drácula” de la NBC también se pasa alegremente por la entrepierna la novela original, y toma como referencia el principal hallazgo de la obra maestra de Francis Ford Coppola de 1992, para un servidor la mejor película jamás realizada sobre el Señor de la Noche, cuyo único defecto quizás sea introducir el nombre de Bram Stoker en su título. Y es que aunque la versión del director de “El padrino” era razonablemente fiel a la letra (o al menos más fiel que ninguna otra adaptación) se permitía la audacia de traicionar su espíritu añadiendo una trágica historia de amor que estaba completamente ausente en las páginas de la novela y que conectaba directamente con la figura histórica que sirvió de inspiración al personaje literario, Vlad Tepes “el Empalador”. El Drácula de Gary Oldman era un monstruo sanguinario, sí, pero también una criatura desesperadamente romántica y digna de compasión que había viajado a través de océanos de tiempo para reencontrarse con su amada. Aquello fue un ejemplo brillante de cómo una relectura de un clásico puede aportar nuevos matices respetando su esencia.
No es de extrañar que el nuevo “Drácula” se apropie del concepto del amor reencarnado y lo convierta en uno de los motores principales de su historia. Su otra gran baza consiste en alterar la motivación primordial de su protagonista, que aquí no es otra que la venganza. Así pues, tras volver a la vida a finales del siglo XIX, el vampiro desembarca en la sociedad victoriana londinense bajo la identidad falsa de Alexander Grayson, un empresario americano que pretende instaurar una revolucionaria tecnología, la electricidad inalámbrica, aunque su auténtico objetivo es vengarse de aquellos que mataron a su mujer y le convirtieron en lo que es, la Orden del Dragón, una siniestra y centenaria sociedad secreta que controla en la sombra todo el tinglado político-económico de la época. La compleja partida de ajedrez que se desarrolla entre ambas partes y las maquinaciones de Grayson para atraer a Mina a su órbita serán el eje central de la trama. En ese sentido, el Drácula de Jonathan Rhys Meyers es más un antihéroe romántico y subversivo que un demonio implacable sediento de sangre. Más que al vampiro de Stoker, el protagonista de esta serie se asemeja a un cruce entre el Gatsby de Scott Fitzgerald, V de Vendetta y el Eric Northmann de “True Blood”. En otras palabras, se podría decir que Drácula es el bueno de la función. Quien tenga problemas para asimilar esa propuesta debería alejarse como del ajo de esta serie. Porque aún hay más.
Abraham Van Helsing -interpretado por Thomas Kretschmann, que curiosamente también fue el Conde en la reciente “Drácula 3D” (2012)- sigue siendo un reputado profesor, aunque, lejos de presentarse como la némesis del Príncipe de las Tinieblas, aquí es su mejor aliado puesto que por motivos personales comparte su sed de venganza contra la Orden (al menos hasta donde hemos visto). De hecho, es él quien despierta al vampiro de su sueño de siglos y experimenta con un suero que podría permitirle caminar bajo la luz del sol. Por su parte, R.M. Renfield (Nonso Anozie) ya no es un recluso del hospital psiquiátrico devorainsectos bajo la influencia de Drácula, sino un armario de tres puertas que ejerce de fiel asistente personal del no-muerto. Y cuando digo asistente me refiero a que lo mismo le plancha las camisas o le sirve el té como hace de psicólogo, chófer, espía, matón, portavoz y todo lo que haga falta. Una auténtica joya. El resto del elenco de secundarios lo forman Mina Murray (Jessica De Gouw, guapísima), el objeto del deseo del Conde, aquí reconvertida en brillante estudiante de medicina comprometida con Jonathan Harker (un Oliver Jackson-Cohen con la misma pinta de pavisoso que se gastaba Keanu Reeves en el mismo papel), quien pasa de ser el agente inmobiliario que visita a Drácula en Transilvania (por cierto, en esta versión queda eliminado ese segmento, el más sugestivo –y mi favorito- de la mayoría de las adaptaciones) a intrépido periodista que se pone al servicio de Grayson. Por su parte, Kate McGrath se mete en la piel de la aristócrata y mejor amiga (y algo más) de Mina, Lucy Westenra.
No es precisamente un elenco en estado de gracia, y la insípida labor interpretativa de todos ellos constituye sin duda uno de los eslabones más débiles de la serie, salvada parcialmente por la aportación de Victoria Smurfit como Lady Jane Wetherby, una expeditiva cazavampiros a las órdenes de la sociedad secreta que emprende una morbosa y peligrosa relación con el Hijo del Diablo, y por Jonathan Rhys-Meyers, que es quien tiene que lidiar con el rol más delicado y sin embargo es quien sale mejor parado. Y no es que el actor vaya a encabezar la lista de los Dráculas más memorables de la pantalla, pero su turbia mirada acuosa, su magnetismo físico y la furia contenida que se percibe en su expresión corporal compensan su juventud y aparente falta de estatura (su aceptable 1,78 queda lejos del 1,96 de Christopher Lee o el 1,93 de Langella, y tampoco alcanza el 1,85 de Lugosi). Conforme van transcurriendo los episodios se le nota más cómodo en el papel y eso beneficia a la serie, aunque es preocupante que se advierta mucha más química en su interactuación con Smurfit que con De Gouw.
Se perciben los esfuerzos del showrunner Daniel Knauf, creador también de aquella puesta al día de “La parada de los monstruos” (1932) que fue la serie de la HBO “Carnivale”, por dotarle de una pátina de respetabilidad adulta a su producto. Eso se nota en unas tramas que prefieren cocinarse a fuego lento en detrimento del efectismo y la simplicidad que atraería al segmento adolescente, aunque el problema es que a veces no se sabe muy bien qué quiere ser de verdad y a qué público pretende dirigirse. Porque por momentos parece sentirse muy a gusto embutida en el corsé del drama decimonónico con tintes de thriller steampunk y en otras ocasiones parece verse obligada a pagar el peaje de las series en abierto deslizándose hacia la acción más cutre (especialmente desafortunada es la secuencia de pelea en los tejados a lo “300”) o hacia un erotismo de baja estofa. Sí que es muy loable la cuidadísima dirección artística, apartado en el que sí está al nivel de las grandes producciones de cable, en la recreación de ese Londres victoriano de calles neblinosas y poco iluminadas, fumaderos de opio, garitos de lucha clandestinos, imponentes mansiones y carruajes de caballos en convivencia con los primeros automóviles. El diseño de producción de la serie no tiene nada que envidiar al de referentes recientes de la estética de finales del siglo XIX como“From Hell” (2001), “El truco final (The Prestige)” (2006) o “Sherlock Holmes” (2009).
Con todo, “Drácula” es una opción a tener en cuenta si el espectador está buscando una alternativa que complemente su menú televisivo, que sirva como producto de evasión pero sin caer en el infantilismo o la puerilidad de las series más comercialoides, y que luzca una carrocería lustrosa y bien pulida sin importar que el motor no sea precisamente de última generación. Y, por supuesto, siempre que no se tengan prejuicios ante las variaciones y reinterpretaciones de tótems clásicos muy arraigados en la memoria colectiva. La serie de la NBC consta de diez episodios y es de suponer que, salvo catastrófica caída de las audiencias, podremos verlos todos (en el momento de escribir estas líneas se han emitido cuatro en EE.UU). Pese a que su día de emisión no es el más adecuado para atraer al público, su estreno obtuvo un rating decente, superior a los 5 millones de espectadores, aunque en las posteriores entregas se desmoronó y actualmente no alcanza los 3 millones de televidentes, por lo que lo que se antoja muy complicada la renovación para una segunda temporada. De momento esperaremos a la conclusión de esta tanda para saber si “Drácula” acaba saliendo de esa tierra de nadie en la que se encuentra para convertirse en algo más y si al final tendremos que lamentar que no haya continuidad.
Por fin leo a alguien que opina lo mismo que yo del Drácula de Coppola. Mucho mejor que la novela que para ser una obra cumbre del romanticismo adolece de falta de éste. Al humanizar Coppola a Drácula lo hace entendible, le da unos objetivos que podemos comprender y eso hace que empatice con el espectador. ¿Para qué si no se le ha pérdido nada en Londres? Si es el puto amo en los Cárpatos y está más allá de veleidades huamanas. Pero precisamente su humanidad, los sentimientos humanos y Myrna es lo único que, pese a sus vastos poderes, está fuera de su alcance. La película es tremenda visualmente (sé que esto se suele decir cuando no hay otra cosa a destacar, pero es que ya sólo por las escenas del principio merece la pena) y Gary Oldman es el mejor conde de la historia. A tomar por saco la Hammer y el Lugosi.
Alex estoy de acuerdo en todo lo que decís, lo único que si lees la novela de Stoker, verás que Drácula quería expandir su dominio fuera de Transilvania y hacia lo que era el eje del imperio occidental de aquel entonces, o sea Londres. En el libro original nunca tiene un romance con Mina. Eso se lo suman con el paso del tiempo y las películas y lo vuelven así un ser mucho más interesante con el cual es casi imposible no identificarse de algún modo.
«¿Para que tanta leche de viaje si no se le ha…?» quería decir. Vamos, que la motivación del Drácula de la novela de extender sus dominios fuera de su reino siempre me ha parecido una chorrada.
Hola Alex, celebro encontrarme con otro fanático del Drácula de Coppola. A mí visualmente me parece una maravilla absoluta. Ese barroquismo sensorial, el uso de los colores, las sombras fantasmagóricas, los alucinantes decorados, los trucajes de la vieja escuela (y no olvidemos que en su época ya se usaba el ordenador con resultados magníficos -Terminator 2-, pero aquí no hay ni rastro de él ni falta que hace), la convierten en una experiencia insólita e inolvidable. Pero es que además de su exquisita forma, su fondo también supera y trasciende al de la novela que adapta. Para mí es el Drácula definitivo, sin menospreciar esfuerzos anteriores. Un saludo!
REALMENTE, ES LA PRIMERA VEZ, QUE LA HISTORIA DE DRACULA, NOS ATRAPO A FLIA Y A MI. ES UN DRACULA, CON SENTIMIENTOS. ESPERO QUE HAYA SEGUNDA TEMPORADA, QUE LE ENCUENTREN LA VUELTA, COMO OTRAS TANTAS HISTORIAS, QUE EL AMOR TRIUNFA, QUE MINA LO AYUDE CON LA CURA DE PODER CAMINAR BAJO EL SOL Y QUE LOS DOS SEAN FELICES PARA SIEMPRE, COMO EN CREPUSCULO. QUE SEA UNA HISTORIA DIFERENTE, ANSIO QUE PRONTO EMPIECEN CON LA PROXIMA TEMPORADA!!!!!! EXCELENTE, ATRAPANTE, ROMANTICA.
Vi toda la temporada porque me gusta Jonathan Rhys Meyers y adoro la figura de Drácula, la presente,quien la presente, pero realmente la serie me pareció la mar de descabellada. Y el final de la temporada me decepcionó por completo. Le dedicaron sólo un par de minutos a la resolución de los dos conflictos más importantes que eran, la relación de Drácula con su cazadora y con su amada. Igual me resultó divertida, en general y si hubiera otra temporada la veo, pero creo que la pifiaron mucho con el guión. Adhiero a lo que comentan sobre la película de Coppola, pienso también que es el vampiro definitivo.Lo pensé en aquel momento y lo pienso ahora, después de esa peli, no hay mucho que agregar sobre la leyenda del conde. Salvo que se animen a indagar en su historia y ahí se encontrarían con un genocida sádico que nada tuvo de romántico. Veremos qué pasa… Gracias por el espacio!!
No tenía pensado volver a escribir sobre «Drácula», pero ya que muchos estáis llegando a este post (escrito tras los cuatro primeros episodios) ahora que ha terminado la temporada, aprovecharé para decir que desde el parón de diciembre la serie se me vino abajo escandalosamente. Todos los apuntes que se habían esbozado durante su primer tramo quedaron en agua de borrajas. La venganza de Grayson contra la Orden del Dragón ha terminado siendo un mal chiste, las actitudes de los personajes son de una incoherencia intolerable, Van Helsing es la nada hecha personaje (Peter Cushing se estará removiendo en su tumba), de Harker mejor no hablar y los flashbacks han sido repetitivos e insustanciales hasta la náusea. Lo único a lo que agarrarse ha sido la relación entre Drácula y Mina, y tampoco es que eso haya sido el colmo de la fascinación. Del último episodio ya no esperaba que fuese a arreglar gran cosa y de hecho no lo hizo, simplemente recolocó a sus personajes en las posiciones que siempre han ocupado en la mitología de Drácula a la espera de una segunda temporada que puede que no llegue nunca, y ni falta que hace.
A mí me ha gustado para ser una serie. Lástima que no vaya a haber una segunda temporada. A Jonathan Rhys Meyers le venía el papel como un guante.
Iba por buen camino pero definitivamente no logró impresionar al espectador. En general me parece que la historia de Drácula es maravillosa es uno de los clásicos de la literatura, sin embargo hay muchas versiones que para bien o para mal han logrado atraer la atención del público, cada una con sus puntos a favor y en contra, al final del día es cuestión de ser tolerante y quedarte con la versión que más te guste.