Joe Cocker y «Mad Dogs and Englishmen»: 58 días y 580 noches
(NOTA: Tristemente nos vemos obligados a rendir merecídisimo tributo a uno de los nuestros a causa de su fallecimiento. Hoy es el turno de Joe Cocker, un cantante soberano que aportó algunas de las interpretaciones más escalofriantes a eso que tanto nos gusta y se llama música. Recuperamos para ello un reciente post en el que analizábamos el que seguramente sea su mejor trabajo, aquel maravilloso disco llamado ‘Mad Dogs & Englishmen’, todo un trozo de arte y de vida que os invitamos a recordar si ya habéis gozado de él y a descubrir si no lo habéis hecho ya. Gracias por todo, Joe).
Probablemente nuestros lectores más jóvenes habrán arqueado las cejas y habrán pensado: «¿quién carajo es ese Joe Cocker del que habla hoy el Cadillac? No sería extraño, puesto que el último gran éxito de nuestro protagonista, esa versión parcialmente ‘reggae’ del ‘Summer in the City’ de Lovin’ Spoonful, data ya de 1994, ¡20 añazos! Seguramente, un treintañero medio le contestaría, con cierto aire de superioridad, que era un hombre barbudo de rasposa garganta que siempre gesticulaba mucho al cantar y al que le debemos ‘hitazos’ como la canción oficial de los bares de striptease, ‘You Can Leave Your Hat On’, una versión del gran Randy Newman que explotó al estar incluido en el tan ochentero filme ‘Nueve semanas y media’, o ‘Unchain my Heart’. Ese hombre que era un habitual de los programas de variedades hispanos de los sábados por la noche, formando junto a Bonnie Rait la particular cuota ‘rockera’ de aquellos espacios. Los que ya van por los cuarenta, con un aún mayor grado de altivez, apuntaran que era el que cantaba, junto a Jennifer Warnes, el tema central de la generacional ‘Oficial y caballero’, aquel baladón letal que era ‘Up where we belong’. Los más avispados de estos dos últimos grupos, con la autoestima ya lindando con la estratosfera, asegurarán que suya era la gloriosa versión de la ‘With a Little Help from my Friends’ beatleiana que abría cada capítulo de la añorada serie ‘Aquellos maravillosos años’. Solo los más adictos de la música, premios Nobel en eso de quererse a sí mismos, tirarán de esta última canción para glosar la excelencia de la carrera de Cocker entre finales de los años sesenta y principios de los setenta, una volcánica garganta británica especialista en colorear temas ajenos con acertadas pinceladas de soul, blues y rock y autor de unas cuantas grandes obras, entre ellas la que nos ocupa, ‘Mad Dogs & Englishmen’, definitivamente una de las más grandes obras maestras en directo de la historia del rock.
Los por aquel entonces fundamentales discos en vivo solían ser la guinda a una época especialmente inspirada de un grupo, el accésit que les daba un hueco en la historia, el premio a toda una trayectoria. Solo unos pocos (me acuerdo ahora, entre ellos, de los conciertos carcelarios de Johnny Cash) se dedicaban a documentar una época o hecho muy concreto de la carrera de un artista. Gracias a estos último quedaron grabados para la posteridad momentos irrepetibles y pocos momentos son tan irrepetibles como el que recoge ‘Mad Dogs & Englishmen’. Cocker se estaba tomando en Jamaica un tiempo de merecido relax allá por 1970 después de haber saboreado por primera vez las mieles del gran éxito el año anterior gracias a la edición de su disco ‘With a Little Help from my Friends’ (sí, acertásteis, aquel que incluía la famosa versión) y tomar al asalto festivales tan míticos como Woodstock. De repente, una llamada le interrumpió su dieta diaria de margaritas y buena hierba. Su ‘management’ había cerrado una gira americana inminente y tenía que ponerse en marcha rápidamente. Cansado de los conciertos y decidido a repensar su trayectoria tras un agotador año, Cocker aceptó a regañadientes la oferta ante la fulminante amenaza de que si no respondía afirmativamente se le iban a cerrar las puertas de EE.UU durante un buen tiempo.
Ante la necesidad de formar una nueva banda con urgencia, poco después de disolver su The Grease Band, Cocker no lo dudó y dio un telefonazo a su admirado colega Leon Russell, por entonces todo un gurú de la escena californiana; reivindicado en la actualidad tras su gran disco conjunto con Elton John, ‘The Union’, y de muy reciente debut en directo en España. Russell fue extremadamente eficiente en su cometido y tiró de su extensa agenda para ir reuniendo una de las bandas más gigantescas de la historia (en cantidad y calidad). Así, las cuatro extenuantes jornadas de ensayos en los estudios de A&M contaron, además de con Cocker y Russell, encargado de guitarra y piano; con Chris Stainton apoyando al órgano, la guitarra rítmica de Don Preston, el bajo de Carl Radle, un exhuberante equipo percusivo con ¡¡¡tres baterías!!!, entre ellos el grandioso Jim Keltner; una sección de viento en la que destacaba Bobby Keys, legendario colaborador de, entre muchos otros, The Rolling Stones, y un nutrido coro de diez componentes. Una vez concluidos los ensayos, el productor de Cocker, Denny Cordell, instó a Russell a hacer la selección definitiva de la banda para comenzar la gira, con peticiones tan razonables como reducir la percusión a un batería. Ni corto ni perezoso, Russell le espetó: «bien, ¿y quién va a ser el que le diga a los otros dos que no pueden venir?». De esta manera, 43 personas, contando técnicos de sonido, secretarias y miembros de un equipo de filmación pusieron rumbo hacia una de las giras más únicas de las historia.
Detroit tuvo el honor de acoger el estreno de un periplo que, en sus primeras fechas, vio como explosionaba todo el talento musical reunido en unos conciertos irrepetibles, unas borracheras de soul, blues y rock que estremecían al espectador. Cocker se contagió de este gran inicio y pensó que tal vez la coacción recibida podía no salir tan mal. Sin embargo, con el paso de las fechas, lo extenuante de la gira, con 48 fechas en apenas 58 días por toda la geografía estadounidense, la sensación de que Russell le había arrebatado por completo el control de la empresa y de sentirse un mero acompañante en lugar del actor principal y los perjuicios que sobre su salud generaban larguíiiisimas noches de desfase con la compañía de un buen puñado de adictos al alcohol y las más variadas sustancias (recuerden que estamos en 1970, en el apogeo del uso de todo tipo de estupefacientes), que hubieran necesitado un considerable aumento de plantilla en la Brigada de Narcóticos, hicieron que el virtuoso vocalista inglés deseara ya, sin ni siguiera llegar al ecuador del tour, concluir una aventura que estaba deviniendo en una severa depresión. Cocker odiaría esta etapa si no fuera porque, en una afortunada maniobra, se decidió documentar la parada estrella de los primeros compases de la gira: las actuaciones en el mítico Fillmore East neoyorquino. El álbum consiguiente no solo deparó unos cuantos singles de éxito al cantante, sino que consolidó definitivamente su carrera en EE.UU y, sobre todo, dejó registrada más de una hora de música legendaria.
Ante la acelerada preparación de la gira, el grupo tuvo que improvisar un repertorio de circunstancias que, paradójicamente, resulta perfecto, juntando versiones que ya cantaba Cocker en el pasado con canciones propias de Russell, un puñado de ‘standards’ de gran solera y alguna revisión de temas que estaban de actualidad. El vocalista británico se siente especialmente a gusto con ‘viejas conocidas suyas’ como su clásica versión del ‘Feelin’ Alright’ de Traffic, adornada con un coros gospel casi omnipresentes en todo el álbum y que también engalanan la ‘She Came in the Bathromm Window’ de The Beatles, que adquiere un agradecido baño soul. Previsible es también la aparición de ‘Let’s Go Get Stoned’, un lento y desgarrador blues de The Coasters popularizado por Ray Charles y James Brown que Cocker lleva hasta al cielo con una interpretación sublime; un nivel similar de maestría al del apoteósico final de fiesta que supone ‘Delta Lady’, marchoso y divertido rock’n’soul con el que termina por todo lo alto el álbum. Sin duda, una de las composiciones definitivas de Leon Russell, cuya pluma aporta otras joyas, no habituales en el repertorio de Cocker, como el desenfrenado soul ‘Give Peace a Chance’ (nada que ver con la de John Lennon) y ‘Superstar’, composición al alimón con los famosos colaboradores de Eric Clapton Delaney y Booney y que más tarde lanzarían al estrellato The Carpenters, que supone la antítesis del anterior tema. Lenta, íntima y con un estribillo devastador, Rita Coolidge, una de las coristas, toma la voz principal para regalarnos una versión estremecedora.
No cabe duda de que la banda tuvo buen tino a la hora reelaborar éxitos recientes. Con la perspectiva que nos dan los 44 años pasados desde entonces, comprobamos que la banda supo ver la atemporalidad de esas canciones, que ahora son indiscutibles clásicos de la historia de la música. Estos son el ‘Girl from the North Country’ de Bob Dylan, cantada a dúo entre Cocker y Russell en una versión muy mínima, con el único acompañamiento del piano, que no discute la supremacía de la original; ‘Bird on the Wire’ de Leonard Cohen, que respeta el intimismo de la versión del canadiense, dándole un toque diferente y muy gratificante merced a la aparición de coros gospel y una formidable interpretación de Cocker; y la apertura del trabajo en forma de ‘Honky Tonk Woman’, ralentizada al comienzo, hiperacelerada al final, siempre una fiesta de vientos soul que poco o nada tiene que envidiar al mítico himno de The Rolling Stones.
Pero la crema de la crema se encuentra entre los ‘oldies’ recreados. Y no hay mayor ‘oldie’ que ‘Cry me a River’, que ve metamorfoseado su clásico dramatismo, el que respetaron en su día Aerosmith, en una muy lograda fiesta gospel, idéntico tono lúdico al utilizado en ‘Space Captain’, un pedazo de soul con coros y vientos gigantescos. y en una de las joyas de la corona, la ‘The Letter’ de The Box Tops, que, entre sus innumerables aciertos, tiene el mayor en una interpretación colosal de nuestro barbudo vocalista.
Parece ser que el mayor grado de consenso entre los numerosos componentes del combo se produjo en Ray Charles. Además de la ya mencionada ‘Let’s Go Get Stoned’, la gigantesca obra del genio ciego también se vio representada en ‘Sticks and Stones’, composición original de Titus Turner, un soul hipervitaminado, y en »I’ll Drown on my Own Tears’, inicio del ‘Blue Medley’ que también integran ‘When Something is Wrong with my Baby’, popularizada por Sam & Dave, y el ‘I’ve Been Loving you Too Long’ de Ottis Redding. Tres composiciones enormes que forman el momento más ‘bluesy’ e íntimo del concierto y que son interpretadas con una sutileza y un ‘feeling’ tales que probablemente suponga el fragmento álgido dentro de una obra especialmente abundante en ellos.
Los que fuimos niños en los años ochenta y crecimos musicalmente en los antitéticos noventa siempre hemos tenido bajo comprensible sospecha a estrellas como Rod Stewart, Phil Collins, Stevie Wonder o al mismo Joe Cocker. No obstante, si conseguimos dejar nuestros prejuicios aparte y nos sumergimos en sus trayectorias de los sesenta y setenta nos encontraremos un cofre repleto de obras maestras. Sin duda, ‘Mad Dogs & Englishmen’ es una de ellas.
¡Oh! ¡Qué grandes! Tanto Mister Cocker como la sorpresa que me he llevado con este homenaje a uno de los mejores momentos de la historia de la música popular. Eres un crack.
Me alegra saber que Joe Cocker se acuerda de aquella gira, pues de su memorable actuación en Woodstock dijo no recordar nada de nada; probablemente, gracias a que un tipo que pasaba por ahí compartió con él una bárbara cantidad de ácido justo antes de comenzar el show.
¡Feeling alright!
Gracias, Arzu!
Sabía que te iba a gustar, por eso me reservé la sorpresa.
No sabía esa anécdota en Woodstock, ya es putada estar allí, romper con todo y…no acordarte!!!
En fin, Cocker seguro que recuerda bien ‘Mad Dogs…’, de hecho, nunca más volvió a meterse en semejante percal. Pero es lo que más me gusta de este disco, aparte de ser musicalmente brutal, es que es una fotografía de un momento único e irrepetible.
Pronto habrá otro perfil de un disco clásico, aunque creo que será menos de tu gusto que éste. Ya me comentas.
Un saludo!
Tengo entendido que además de ese «amigo» cargado de ácido, le adelantaron su actuación unas cuantas horas antes de lo previsto pues con el chaparrón que cayó se suponía que actuaría mucho más tarde de su hora fijada. Por lo cual la actuación coincide con el punto alto del colocón. Contaba el propio Cocker que veía al publico como un reloj de arena.😫
Joe Cocker es increíble!!!
Reblogueó esto en Ecos Del Callejony comentado:
Coincidieron en el momento justo y el lugar exacto. Una gira de versiones que por fortuna se grabó y hoy día podemos disfrutar todo lo que queramos en nuestra televisión. Escribiendo un nuevo post sobre esta gira me encontré este post que lo dice todo, disfrutadlo y poned las canciones a toda caña!!!
Muy buena reseña. Yo me considero de los últimos, no un Nobel pero llevo escuchando este concierto desde hace muchos años. Joe Cocker es uno de los grandes, irrepetibles de la música. Sólo pensar que hizo sombra a Hendrix,Joplin,the Who o cualquiera que actuase en Woodstock lo dice todo. Me ha encantado tu post.
Hola, Cilocybe.
Muchas gracias por los elogios. Tienes más razón que un santo respecto al tristemente desaparecido Cocker. Sus años de éxito masivo le pasaron demasiada factura entre los seguidores rockeros, pero en sus primeros tiempos Cocker era un coloso comparable a los titanes que citas y lo de Woodstock es de traca.
Yo siempre he estado a la espera de que acabara homenajeándose a sí mismo con un disco en el que retomara sus raíces a lo grande (con Rick Rubin o T.Bone Burnett de productor, con grandes invitados, etc.) y el mundo se le rindiera como merecía. Al final no será posible, pero en nosotros queda que su nombre siga bien alto.
Un saludo y un placer comentar contigo.