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Kafka y el amanecer de Gregorio Samsa

02/03/2015

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Todo individuo que guarde unas inquietudes fantasea con la idea de hacer algo que perdure en el tiempo y en la memoria de otros. El arte es un legado. La palabra escrita, cuando ha conseguido cambiar o alterar mínimamente la existencia del lector (de miles de lectores a lo largo de décadas y décadas), pasa a ser historia. Con el céntésimo aniversario tan reciente de esa obra maestra literaria que es La metamorfosis de Franz Kafka, célebre e importante a todos los niveles como pocas, podemos hablar de perdurabilidad con propiedad. Una perdurabilidad que traspasa lo físico, que se esconde en nuestras ediciones ajadas, en las estanterías de todas las librerías del mundo con olor a papel nuevo, en el imprescindible reservado de todas las bibliotecas, pero, sobre todo, en el espacio que muchos hemos reservado en nuestro hemisferio derecho para las obras que nos ayudaron a despertar como un día despertó Gregorio Samsa.

Kafka es mucho más que uno de los autores estandarte del siglo XX, mucho más que una influencia para toda la literatura existencialista posterior. Kafka ha llegado a convertirse en un concepto. Hablamos de situaciones kafkianas cuando los acontecimientos se complican y retuercen en exceso, cuando no vemos final a una pesadilla cotidiana e incluso cuando la vulgaridad de la burocracia nos saca de nuestras casillas. Lo kafkiano resulta más mundano que surrealista, con frecuencia.

Toda la bibliografía del autor sigue siendo un siglo después objeto de estudio y continúa abierta a múltiples interpretaciones por parte de críticos literatios y estudiosos. Es sabido, incluso por quien aún no se ha adentrado en el fascinante y vasto terreno de su obra, que el trabajo de Kafka está cargado de surrealismo y navega por innumerables cuestiones existencialistas, que la desesperación que impregna sus textos es una crítica al sistema y, en un sentido mucho más individualista, al comportamiento y la actuación del ser humano, a sus motivaciones.

¿Es La metamorfosis su mejor obra? Es esta una cuestión bastante subjetiva aunque desde el punto de vista literario podría tener lugar un extenso debate tratando de dar respuesta. Tal vez ni siquiera sea la más representativa. Pero desde luego, si tenemos en cuenta la repercusión posterior a un nivel más personal, el número de lectores que a lo largo del tiempo han ido haciéndola de algún modo suya, Kafka siempre será el creador de aquel pobre desgraciado que un día despertó siendo un insecto.

Puede que al leer esto estéis pensando en esa soberbia novela que es El proceso, tan aplicable al funcionamiento del mundo real, incluso tal vez habéis recordado la esencia que guarda esa inacabada El castillo. Si me preguntan, si por alguna absurda razón me viera obligada a escoger entre las posibilidades que ofrece su trabajo, existen muchas posibilidades de que acabara decantándome por En la colonia penitenciaria, esa novela breve que gira en torno a un aparato de tortura y ejecución del que, a cada página que pasamos, sabemos un poco más.

Hoy, por supuesto, hacemos referencia a La metamorfosis. Porque acaba de cumplir cien años y en el Cadillac no queremos dejar pasar la oportunidad de rendirle un pequeñísimo homenaje, porque ha pasado a la historia como una pieza clave para todo aquel que se interesa por la literatura duradera e influyente, por las letras que no sólo ofrecen una evasión rápida bajo la sombrilla y que invitan a indagar, entender e interpretar. Una lectura que ha ganado amantes de diversas edades.

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Una mañana, tras un sueño intranquilo, Gregorio Samsa se despertó convertido en un monstruoso insecto.

Directamente y sin anestesia, poniendo todas las cartas sobre la mesa. Así comienza esta novela corta de 1915 que con los años no ha hecho más que crecer en la memoria cultural. Su protagonista, el célebre e inmortal Gregorio Samsa, es un comerciante que mantiene a su familia y que un día cualquiera amanece convertido en un insecto gigante. Dicha mañana supone el punto de inflexión definitivo en la vida de Gregorio, el momento en que todas las revelaciones comenzarán a desfilar ante sus ojos.

La metamorfosis de Kafka es la obra literaria de culto por excelencia, una de esas novelas que inspiran a jóvenes de todo el mundo cuando comienza a despertar su interés por la cultura y el pensamiento. Quizá el secreto de esto yace en las posibilidades que ofrece dentro de su escueta complejidad, en su abanico de interpretaciones. Es fácil verse en Gregorio Samsa cuando uno deja de plasmar mentalmente una escena en la que cuelga sin esperanza del pomo de la puerta. Y es que el despertar de Gregorio, esa pesadilla que se trunca para continuar, lo es todo. Un amanecer (nublado, seguramente, el peor gris de la historia) tras una noche inquieta e impertinente que representa el rey de todos los cambios.

La inquietud, mencionada casi de pasada, no deja de ser una inquietud similar a la que el lector que está asumiendo su propio rol en la historia pueda sentir durante la jornada previa a cualquier decisión vital o ante cualquier representación fundamental en este teatro de la vida. Una representación que bien puede llamarse entrevista de trabajo, prueba médica, cita temiblemente desastrosa o examen.

Aún más importante es el significado de esa metamorfosis. Un significado claramente marcado por el autor pero voluble a manos de quien, literalmente, sostiene la historia delante de sus ojos. Ese cambio y progresiva decadencia de Gregorio, su incapacidad para comunicarse desde el fatídico amanecer, nos ha servido a todos de escenario para recrear nuestras propias historias de desastre, nuestras evoluciones, nuestros miedos al rechazo, al silencio, a la pérdida de nuestra identidad. Kafka trató de retratar al individuo frente a un sistema social equivocado, pero todo arte es cuestión de tiempo y perspectiva. Más allá de la indefensión y la incertidumbre, del desconocimiento propio y la batalla día a día, el autor tejió un telón de egoísmo y conveniencia a través de la despreciable reacción de la familia de Gregorio una vez han perdido, más que a un hijo y a un hermano, su sustento.

Cien años después La metamorfosis sigue funcionando como un excepcional referente, influyendo en todos los lectores que tienen la suerte de chocar con historias de esta talla, llevándolos a realizar cuestiones incómodas que resultan muy necesarias. Es un símbolo de lo perdurable, una prueba de que, aunque algunos días resulte aterrador, amenecemos, y cada nuevo «yo» es una batalla que librar.

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