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«Historia de un clan»: dulce hogar… a veces

16/09/2016

Historia de un clan familia Puccio

(ALERTA SPOILER: El siguiente texto desvela importantes sucesos de la trama de «Historia de un clan», aunque esta vez los más impacientes pueden saciar su curiosidad sin problema: la historia de los Puccio es sobradamente conocida y el suspense es absolutamente accesorio para disfrutar de esta serie).

Existe un extraño fenómeno que se repite con cierta periodicidad. Se trata de ese por el cual, después de muchos años de que el mito no apareciera en la gran pantalla, ese eficaz ‘blockbuster’ que es «Robin Hood, príncipe de los ladrones» llevara en 1991 al mayor de los ostracismos a su coetánea «Robin Hood, el magnífico». O aquel por el cual la «Truman Capote» del oscarizado Philip Seymour Hoffman dejara en el olvido al magnífico Toby Jones de ‘Historia de un crimen’ cuando nadie hasta ese momento había reparado en introducir la vida del escritor estadounidense en el cine. Algo parecido ocurrió allá por 1992, en plenos fastos del V Centenario del descubrimiento de América, aunque esta vez nadie se acuerda ni de la lujosa «1492: La conquista del paraíso» de Ridley Scott ni de la malhadada «Cristobal Colón: el descubrimiento». El caso más reciente se ha dado con una de las historias criminales más célebres de Argentina: la de la familia Puccio. Una bicoca para la ficción que no había sido desarrollada hasta que a finales de 2915 coincidieron «El clan», la magnífica película de Pablo Trapero que ya comentáramos aquí coincidiendo con su estreno, e «Historia de un clan», una ambiciosa serie televisiva emitida por la poderosa Telefé.

Tras la intensa experiencia que supuso el visionado del filme, un servidor ya se había apuntado la serie en la agenda pero logró vencer a la impaciencia y decidió esperar unos meses para ‘descontaminar’ su cerebro y poder examinar con justicia la ficción producida dirigida por Luis Ortega. Y he de admitir que la primera impresión fue más bien negativa. Los dos primeros capítulos recogían prácticamente los mismos hechos que el filme pero sin la espectacularidad y energía de éste y, además, en un sorprendente ‘flash forward’, se ventilaba sin demasiados aspavientos la que suponía la escena cumbre (ese impresionante plano secuencia) de la obra de Trapero. La condición de ‘hermano pobre’ se cernía sobre ella de forma inminente. Y, hete aquí, que, a partir del tercer episodio, «Historia de un clan» parece quitarse los complejos, venirse arriba, encontrar su propia personalidad y, finalmente, convertirse en la modélica producción que, sin duda, es.

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El triunfo de «Historia de un clan» consiste en explotar aquello a lo que el filme -por su limitada duración- no podía llegar. De esta manera, mientras que Trapero optaba por la espectacularidad a lo Scorsese, por los personajes de deslumbrante carisma y por aportar una metafórica lectura política, con constantes alusiones al contexto histórico del tortuoso paso argentino de la dictadura militar a la democracia, nuestra versión televisiva deja todo lo accesorio a un lado y se concentra en lo que verdaderamente le interesa: analizar todos los recovecos de una de las unidades familiares más singulares de la ficción reciente, alcanzado una gran profundidad justo en el ámbito en el que el largometraje se quedaba corto.

No se asomen por esta serie si quieren veracidad: la trama no tiene rubor alguno en ‘olvidar’ completamente a uno de los hijos del clan y adelantar la presencia de otro. No se asomen si buscan espectacularidad: estamos ante una producción fundamentalmente austera y sus escasas escenas de acción no pretenden el deleite visual del espectador. No se asomen si quieren intriga: el guión es consciente de que la historia es de absoluto dominio público en Argentina y no se esfuerza ni un ápice en ocultar el destino de sus personajes. Pero si pretenden disfrutar un excelente estudio de personajes y un verdadero tratado de la moralidad humana, entren sin llamar, están ustedes en su casa.

Pocos argumentos más sugerentes puede haber que el que proporciona la historia del clan Puccio, una familia aparentemente convencional y muy bien considerada que, sin embargo, escondía un terrible secreto. Aprovechando la convulsa coyuntura social y el desgobierno del país, el patriarca y líder de la familia, Arquímedes Puccio, planea junto a tres viejos conocidos el secuestro de un hijo de una rica familia que les sirva para hacerse un buen dinero, un plan para el que no duda en involucrar a sus dos hijos, Alex y Daniel, pero que, sin embargo, oculta tanto a su esposa como a sus dos hijas, algo bastante censurable, sobre todo, si piensas ‘alojar’ a tu secuestrado en tu propio domicilio.

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Una vez iniciada esta primera operación, la cámara se convierte en una ‘voyeur’ que vaga sin descanso por la casa y los exteriores que transitan los personajes, descubriéndonos paulatinamente sus reacciones a esta insospechada circunstancia, sus profundas aspiraciones, sus secretas motivaciones, especialmente en los musicados fragmentos iniciales de los capítulos, algunos de ellos verdadera poesía, otros verdaderamente oscuros e inquietantes, todos ellos suponiendo una verdadera ‘marca registrada’ de la serie.

Alex se convierte en nuestro principal guía a lo largo de la trama. No es de extrañar, puesto que se trata del personaje sin duda más rico en matices y el ‘faro moral’, al ser el único que aloja verdaderas dudas del tortuoso camino que está tomando la familia, el único con el que el espectador se puede identificar mínimamente. Guapo, muy prometedor jugador de rugby, con una bella novia con la que proyecta casarse, Alex es todo un triunfador y, por tanto, el que más tiene que perder con el plan, máxime cuando el rehén inaugural del grupo se trata de uno de sus compañeros de equipo, al que él mismo proporciona en bandeja de plata para que sea retenido a la fuerza. Mucho menos interesado en los beneficios económicos de la operación que sus compinches, la lealtad al padre parecer ser el único motivo plausible de su intervención en una barbaridad de la que no tarda en arrepentirse, fruto de lo cual cometerá un error flagrante que complicará decisivamente el devenir de los hechos. A partir de ahí, su constante sentimiento de culpa dará un vuelco a su vida y nos proporcionará algunos de los momentos más estremecedores de la obra.

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El desarrollo del primer secuestro, que abarca aproximadamente la mitad de los 10 capítulos totales, se sigue con creciente tensión y deleite. Es, sin embargo, a su conclusión, cuando comienza lo más interesante de «Historia de un clan». Una vez obtenida la inyección económica esperada veremos la verdadera cara de los personajes. Es en ese plácida ‘periodo de entreguerras’ cuando el patriarca Arquímedes gozará junto a su esposa de las mieles de su nueva acomodada situación con un largo viaje a Europa. Satisfechas las ansias de mundo de Epifania -una madre únicamente preocupada por mantener la respetabilidad de su familia- , Arquímedes siente un estremecedor vacío que se extiende a toda la casa. La ociosidad parece reverdecer los conflictos enquistados en el clan y ve claro el camino a seguir. Simplemente, Arquímedes necesita la adrenalina, la sensación de mando, que le provocan sus secuestros para mantenerse vivo. Su personalidad victimista le hará crear teorías absurdas para justificar lo injustificable, sabe que ya no va a parar, que no puede hacerlo. Ahí van a estar con él otros parias que, sencillamente, no tienen nada mejor que hacer en la vida: ni ese estremecedor Coronel Franco -de tan oscuro pasado como desolador presente, tal y como se encarga de mostrar uno de los mejores capítulos- , ni el libidinoso Labarde ni el más insustancial Rojas. Mas deplorable aún es el hijo mayor, Daniel, un absoluto inútil que acoge con cada vez mayor fervor sus nuevos ‘quehaceres’ consciente de que suponen la opción más cómoda para vivir y que acaba convirtiéndose en el más despiadado de los criminales.

Una misteriosa ambigüedad es la gran nota común de las mujeres de la familia. Ocupantes de una jaula, de oro pero jaula, que ha tejido a su alrededor el tirano Arquímedes, cada una de ellas trata de sobrellevar esa situación como puede. Epifania intenta enmascarar una evidente insatisfacción matrimonial con su obsesión en presentar a su familia como perfecta, algo a lo que no ayudan precisamente las evasiones de sus hijas: la ‘prohibida’ relación de Silvia con una joven monja y las ansias de estrenar su sexualidad por parte de la adolescente Adriana. Todas ellas parecen ajenas a las delictivas actividades de sus familiares, pero el inteligente guión, sin decir nada explícitamente, nos introduce dudas más que razonables sobre ese extraño desconocimiento de lo ocurrido en su propia casa, una presunta pasividad que aterra más que cualquier tipo de acción que tomaran al respecto. Se salva de la quema femenina Mónica, la novia de Alejandro, quien, siempre bajo el prisma cegador de su amor, es la que nos reconcilia con actitudes razonablemente humanas.

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Otro de los puntos en los que «Historia de un clan» iguala o incluso mejora, a su película ‘homóloga’ es en el reparto. Y eso no hay en ella una composición tan espectacular e inquietante como la que hizo el gran Guillermo Francella para interpretar a Arquimedes Puccio. El tono más seco y realista de la versión televisiva no se permite estas florituras y nuestro patriarca es una elección mucho más obvia y sencilla. Aquí no hay grandes transformaciones, Alejandro Awada sobrecoge menos porque se le ve venir desde lejos, su hosco rostro ya no presagia nada bueno desde el principio. No sobrecoge de inmediato como Francella, pero no cabe duda de que el paso de los capítulos no hace más que beneficiarle y acaba saliendo muy bien parado del reto. En el resto de posibles comparaciones, «Historia de un clan» sale absolutamente indemne: Chino Darín, mucho más allá de ser reciente carne de la prensa amarilla española, simplemente está hecho del material con el que se hacen las estrellas; físico, carisma, un gran talento y, claro, los genes legados por su padre Ricardo le acompañan. Por otra parte, la agradecida vuelta a nuestras pantallas de Cecilia Roth dota de una sensualidad y unos nuevos matices a una Epifania claramente reforzada en la versión catódica. El resto del elenco funciona en el mismo elevado nivel, destacando la brutal composición realizada por el veterano cómico Tristán para dar vida a un rol tan antipático como el Coronel y a otro comediante, Pablo Cedrón, que recrea a la perfección a ese mar de dudas y turbiedad que es Labarde.

La sólida base que supone esa primera parte de la serie permite a la segunda volar muy alto. Los siguientes secuestros, con un nuevo compinche más en la banda especialmente odioso por a su aparente bonhomía, funcionan para el espectador como un agujero negro. Nos queremos resistir a entrar en ese repertorio de comportamientos ya no criminalmnte razonables sino desesperados, rozando la locura; queremos evitar chapotear en ese lodazal humano,  pero es imposible no ser absorbidos hacia lo más profundo y seguir queriendo ver cómo ese oscuro clan se va precipitando inevitablemente al abismo que ellos mismos parecen desear.

Puede que la coda que narra el posterior destino de los personajes haga algo anticlimático su final, pero no por ello «Historia de un clan» deja de ser no sólo una excepción a la regla  -no quedando ni mucho menos a la sombra de su filme gemelo y siendo perfectamente complementaria y necesaria para los fans de la obra de Trapero- sino también una de las producciones más tensas, profundas y adictivas de los últimos meses. No viene de EE.UU, ni siquiera llega desde el Reino Unido, procede de una Argentina que entra con todos los honores en la élite de la ficción televisiva actual.

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