‘El clan’: Argentina en un sótano
Parece decidido el cine latinoamericano a estrujarnos el corazón aún más después de lo maltrecho que nos lo han dejado hechos tan despreciables como los recientes atentados en París y el éxodo de refugiados de guerras tan crueles como las de Siria. Apenas hace unas semanas, ‘El club’, del chileno Pablo Larraín y analizada en estas páginas, ya nos dejó sin respiración al contar la cotidianeidad de la vida en común de unos sacerdotes retirados por abusos sexuales a menores. Un relato muy similar nos presenta ahora el argentino Pablo Trapero con la muy premiada ‘El clan’, León de Plata al Mejor Director en Venecia y nominada del país de Maradona a los Oscar y a los Goya. En este caso, el filme relata el celebérrimo en aquellas tierras ‘caso Puccio’, la escalofriante forma de engordar su riqueza de un destacado y acomodado funcionario de la Inteligencia de la dictadura militar: secuestrar y mantener retenidos en su propia casa a miembros de adineradas familias, con las que negocia abultados rescates, mientras su familia, cómplice, ayuda a o, al menos, permite ese deleznable comportamiento.
Sin embargo, pese a sus evidentes similitudes, ‘El club’ y ‘El clan’ son casi antagónicas en su forma. Mientras que el filme de Larraín deja el terror casi en sordina hasta el estallido final, haciendo que nos penetre sutilmente mediante su pausado ritmo y su lóbrega ambientación a través del subconsciente, de esa manera muda con la que el frío nos cala hasta los huesos en el más crudo invierno; ‘El clan’ lo hace de manera mucho más directa y dinámica, mostrando los hechos en primer plano aunque sin dejar de ofrecernos el contraplano doméstico.
Los hermanos Almodóvar han vuelto a dar en la diana, logrando la proeza de producir por segundo año consecutivo la película argentina más taquillera de la historia al superar el tremendo fenómeno de su ‘Relatos salvajes’ del curso pasado, al apostar por Trapero. El realizador siempre ha mostrado un gran poderío visual, desde sus fulgurantes inicios con ‘Mundo grúa’ y ‘El bonoarense’ hasta su relativo estancamiento con filmes como el muy correcto ‘Carancho’, pero por fin ha vuelto a encontrar la trama que esté a la altura de su talento -ya fue un aviso su muy reivindicable anterior obra ‘Elefante blanco‘- . En ‘El clan’. Trapero filma con brío y nervio, muy pegado a los actores y un gran uso de la cámara en mano, aportando vigor y luciéndose en determinados momentos como ese memorable ‘highlight’ que es el plano secuencia final.
Exceptuando unos ‘flashforwards’ dispersos que nos van anticipando la conclusión de la trama, ‘El clan’ narra cronológicamente los sucesos más destacados de la sinpar familia, dando tanta importancia a los hechos delictivos en sí como a su vida cotidiana. De hecho, no son pocas veces las que el espectador reacciona con un sentimiento culpable tras sorprenderse emocionado por los triunfos deportivos y amorosos del ‘heredero’ y ayudante del progenitor, Alejandro; al asistir congratulado por felices comidas familiares o al interesarse por los avances académicos de la benjamina, Adriana. El espectador se suma pues a la ficticia perfección urdida por el patriarca Arquímedes sobre su clan, solo roto en ocasiones por las tímidas referencias a ausencias significativas de hijos y por los ruidos de los secuestrados, que le despiertan de su diabólico sueño. La evolución de la trama recae en gran parte en Alejandro, que se erige en protagonista al soportar el peso de la gran duda: ¿continuar la ‘tradición’ familiar y disfrutar de la posición económica que ello comporta o huir de un horror que le obliga incluso a proporcionar ‘candidatos apetecibles’ de entre sus conocidos?
Pero quizás el gran acierto de Trapero, en su función de guionista, es dotar a su filme de más de un nivel de interpretación y brindar, de una manera similar a la que lo hacía ‘La isla mínima’ en el caso español, una interesante visión de la transición argentina. La trama arranca con la capitulación en la guerra de las Malvinas, lo que es el principio del resquebrajamiento del sistema militar en la que hombres como Arquímedes Puccio estaban llamados a ‘heredar la tierra’. Según se va avanzando hacia la democracia e incluso tras su implantación con la llegada al poder de Raúl Alfonsín, asistimos a la escalofriante permisividad de los altos mandos hacia las ‘travesuras’ criminales de sus subordinados, mostrando como el cambio de régimen no conllevó necesariamente el cambio en la élite dirigente. El sótano de la casa de los Puccio en la que permanecen cautivas sus víctimas parece querer simbolizar a todo el pueblo argentino: separado, recluido y sometido a las mayores penurias, mientras que en el piso de arriba la clase pudiente disfruta de las mayores comodidades y da una imagen de respetable normalidad.
Huelga decir que el edificio levantado por Trapero se agrietaría sin remedio si no contara como cimiento con un elenco adecuado que diera verdad a tan complejos personajes. A fe que el riesgo ha dado un formidable resultado. Pocos de los que hemos visto a Guillermo Francella en sus numerosas comedias le hubiéramos imaginado dando vida a un personaje tan tenebroso como Arquímedes Puccio. Es cierto que ya nos dio un aviso en el drama con formidable secundario en ‘El secreto de sus ojos’, pero no estábamos preparados para esta exhibición de maldad contenida. Francella está perfecto como respetable hombre de familia y aplicado y discreto hombre de Estado, pero brilla especialmente en sus momentos de cólera, huyendo de fáciles aspavientos y centrándose en la mirada, una mirada intensa y fría como el hielo que acongoja al más pintado. Más sutil si cabe es la labor de Lili Popovich como presunta madre amantísima que, sin embargo, sabe perfectamente lo que le conviene al negocio familiar, mostrando solo en escasas pero decisivas ocasiones su verdadera y horrible cara. Completan el reparto un grupo de eficaces actores jóvenes, entre los que destaca, obviamente, el protagónico Peter Lanzani, en su primer gran papel cinematográfico tras su exitosa carrera como ídolo adolescente musical.
Tan fielmente recoge Trapero esa cotidianeidad que en algunos momentos la trama atraviesa por algún punto muerto que otro, no logrando la febril intensidad de los mejores trabajos de un Martin Scorsese del que el argentino parece haber aprendido unas cuantas lecciones (fíjense, si no, en el uso de canciones pop rock) ni llegando al nivel de potencia soterrada de la mencionada ‘El club’. Esto no es óbice, sin embargo, para desmerecer a un filme con muchas más virtudes que defectos (destacando un vibrante tramo final), que se nos presenta como una de las propuestas más interesantes de una cartelera actual bien cargada de atractivos títulos y como una nueva muestra del alto nivel del presente cine argentino. Productores españoles, tomen nota: ¡cuántas grandes películas como ésta se podrían hacer con nuestra nutrida crónica negra!
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