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«Animales fantásticos»: y cuando nos hicimos adultos, la magia todavía estaba allí

28/11/2016

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Al 18 de noviembre le tocó ser testigo de uno de los blockbusters más esperados del año, con permiso de «Rogue One». Multitud de seguidores y amantes de una saga fantástica que, durante una década (tanto en ese papel que huele de maravilla como en la gran pantalla) construyó un universo mágico de proporciones míticas, tuvieron una cita en salas de cine de todo el mundo. La magia, precisamente, surge cuando dichas salas se llenan de un público que baila entre la veintena y la treintena, un público que se enamoró de las lecciones de Defensa contra las artes oscuras y los partidos de quidditch hace mucho tiempo y nunca quiso apartarlos porque son un salvavidas magnífico en medio del caos rutinario y el estrés del mundo real.

No podemos entrar en materia sin deternernos, brevemente, en esa expansión del universo mágico al que pertenece esta nueva aventura. Una expansión que pasa por el propio rincón web de Pottermore, por el guión impreso de Harry Potter y el legado maldito, por los libros de la biblioteca Hogwarts que se publicaron años atrás y con el nacimiento de una nueva saga que no se desliga de todo ello. Da la impresión de que todo ello es real, de que podemos irnos a trabajar por las mañanas perteneciendo a una de las cuatro famosas casas de la escuela de magia, practicar el deporte de los magos por excelencia (porque ya es posible), vestir sus galas y leer sus libros, saber que en cada parte del mundo la magia se vive y gestiona de diferente manera.

Newt Scamander, es , de momento, el protagonista de la primera entrega de «Animales Fantásticos» que, al parecer, contará con nada menos que cinco películas. Ignoramos por completo si lo que está por llegar girará en torno a su personaje, pero, sin hacer uso de spoilers ni entrar en demasiado detalle, podemos intuir que hay mucho en lo que centrarse y abarcar como para quedarnos ahí. Eddie Redmayne da vida (de manera acertada, ya que su para algunos trillada gestualización sienta de maravilla al mago de Hufflepuff) al autor de ese libro que durante años ha formado en materia de criaturas a los alumnos de primer año de Hogwarts y que con el tiempo ha llegado a hogares muggles: Animales fantásticos y dónde encontrarlos.

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Es un producto que ha sabido venderse desde primera hora, con un reparto en su mayoría conocido (Redmayne, Colin Farrell, Ezra Miller…), bajo la dirección de David Yates (quien ya había firmado la mitad de las entregas de la versión cinematográfica de Harry Potter) y con la incursión de la propia J.K. Rowling como guionista. Y lo cierto es que ha funcionado, que siendo capaces de dejar los prejuicios en la puerta es difícil no verse cautivado por las numerosas referencias a su trabajo previo, por la magia que impregna toda esta historia, por unos personajes a los que resulta fácil tomar cariño. Es, de algún modo, volver a ese mundo mágico que no llegamos a echar de menos porque siempre nos espera con las puertas abiertas y el corazón calentito.

Viajamos esta vez por vías más clásicas que los polvos flu hasta la Nueva York de 1926, donde Scamander pretende continuar con su investigación y ampliar su ya vasto conocimiento de las criaturas mágicas a las que dedica su vida casi por completo. Este cambio de contexto, tanto histórico como geográfico, ofrece al espectador posibilidades muy jugosas de conocimiento acerca de cómo se vive y gestiona la magia fuera del entorno ficcional que ya conocíamos. Nos encontramos con que en Estados Unidos cuentan con su propia jerga mágica, con unos procesos burocráticos y unas leyes diferentes, y con que aunque extrañamos muchísimo Hogwarts, en norteamérica las jóvenes promesas de la varita se educan en una escuela llamada Ilvermorny de la que nos encantaría saber más.

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El contexto histórico, en este caso, resulta también relevante porque en cierto modo marcará el tono de la película y el público al que va dirigida. Estamos hablando del Nueva York de los años 20 y de un período de posguerra donde la diferencia de clases se magnifica y la política es un animal que aterra. Hay monstruos en las calles que nada tienen que ver con la fantasía ni con la magizoología y que comunmente conocemos con los nombres de hambre, miedo, tiranía y opresión. Porque «Animales Fantásticos», encantadora, cautivadora, enternecedora e incluso ingenua en la trama más conocida, también es oscura, fría y descarnada en otros muchos aspectos.

¿A qué público va dirigida, realmente? Si volvemos al párrafo introductorio de este post hablo de la media de edad del espectador que se puede esperar en esta saga, y a ese espectador, precisamente, parece hablar de manera directa. El hechizo colorista conseguido gracias a unos efectos especiales intachables y un guión que parece hablar de tú a tú a la ilusión más infantil y pura nos indica que la actitud con la que ir a verla no ha de ser la de un crítico de cine polaco de autor. Por otra parte, no es este un filme para niños. La denuncia social y política, la crudeza en el reflejo de una juventud socialmente excluida y la caza de brujas ofrece una capa muy diferente con la que involucrarse en la historia a otro nivel. J. K. Rowling habla a una audiencia que a todas luces ya no va a cumplir los veinte, pero quiere seguir dejándose arrastrar por un caudal de luciérnagas púrpuras cuando este lado de la realidad aprieta y llega la necesidad de un paréntesis. Y eso es algo maravilloso.

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Aunque la recepción de «Animales Fantásticos» ha sido en general positiva, se ha percibido en ciertos sectores como innecesaria, boba y superficial. Si a estas alturas tenemos que convencernos los unos a los otros de la necesidad que supone la ficción en todas sus funciones (evasiva, de denuncia, didáctica…), más vale que nos encomendemos a Carroll. Es comprensible que algunos seguidores prefieran dejar el universo mágico como está, bien parcelado y archivado en la estantería, pero hay algo asombroso en su expansión para quien quiera seguir presenciándola, en el atractivo de conocer a magos y brujas de otros lugares. Hay algo asombroso en esas criaturas de ensueño, en sus delirios tornasol, en una banda sonora que invita a dejarse atrapar por un mundo que un día sólo fue imaginario. Sí, hay algo asombroso en escuchar diez segundos del Hedwig’s Theme y sonreír como si de repente no tuviéramos que pensar en la duración de un contrato, en la cuantía de una factura o en las obligaciones que esperan al salir de la sala de cine. Como si algunos no hubiéramos llegado a la treintena.

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