Regreso a Twin Peaks (III): el turno de Frost
(AVISO SPOILERS: Este post es una continuación de las entregas anteriores. Hoy analizamos el bloque de episodios 3×09-3×13 de la tercera temporada de «Twin Peaks». Para leer el análisis de los episodios 3×01-3×04 pasad por aquí y para leer el análisis de los episodios 3×05-3×08 pinchad aquí.)
Como esta resurrección sólo vamos a vivirla una vez en nuestra existencia, seguimos sin querer dejar pasar la oportunidad de escribir sobre las sensaciones que nos está dejando la tercera temporada de nuestra «Twin Peaks», con todo lo que ello conlleva. Hoy continuamos nuestras andanzas con el comentario de los cinco episodios siguientes, episodios que por norma general han despertado más reacciones negativas que todo su recorrido anterior y donde se ha notado, por mucho que algunos y algunas sigamos disfrutándola, un descenso en su brillantez (salvando algunas muy notables entregas) y un tono bastante más comedido.
Si por algo se han caracterizado estas entregas, por mucho que el sello de Lynch siga siendo evidente e imborrable, es por hacer más notable la presencia de Mark Frost, especialmente en todo lo relacionado (como se hará alusión unas cuantas veces en esta entrada) a The Secret History of Twin Peaks, la novela que el mismo guionista publicó los meses previos a la serie evento. Y quizás a estas alturas nos habíamos emborrachado tanto del hombre de «Terciopelo azul» y sus referencias y expresiones artísticas, que por contraste ahora nos hemos desinflado ligeramente.
«The Return: Part 9» sirve de apertura a una tanda de episodios con un Lynch más moderado y que tiende más a recrearse en los orígenes, como anteriormente lo hicieran los episodios cuatro y siete. Más alejado del surrealismo, los ruidos eléctricos, las hormigas en pantalla y los rallones de escena, vuelve a los crímenes y se centra, sobre todo, en empezar a encajar piezas de manera magistral y en continuar tramas que la audiencia de poca fe consideraba abandonadas a su suerte. ¿No es magnífico ese interrogatorio a William Hastings donde éste se derrumba (y lleva a cabo posiblemente la mejor actuación de su carrera en un par de minutos) y nos confirma que ese cadáver sin cabeza y lleno de incoherencias es el del Major Briggs? Veinticinco años en la logia negra, en ese otro plano del que seguimos desconociendo tanto y cada vez nos fascina más. ¿Que Ruth (ahora muerta) y él conocían todo esto debido a la pasión por lo desconocido que ambos compartían? No en vano, la trama de supuestos avistamientos OVNI que inunda las páginas de La historia secreta de Twin Peaks tiene a Briggs como pieza clave. Por no hablar de que el blog de Ruth y William es real y probablemente esté preñado de pistas en las que zambullirse. Me reitero en la idea de que el universo de «Twin Peaks» se está expandiendo hasta límites inabarcables y eso es maravilloso.
Sumemos a esto que casi por primera vez habiendo llegado al ecuador de este revival sentimos que Twin Peaks y Buckhorn están realmente conectadas, que los personajes que mueven las tramas de ambos lugares arraigados y malditos se acercan cada vez más sin llegar a tocarse. Que Lady Leño vuelve a tener algo que decir mientras se aferra a su vástago de madera. Que la esposa de Briggs lleva más de dos décadas esperando a esos hombres para que encuentren la cápsula oculta en el sillón. «This is the chair». Una cápsula que se abre por la magia de Bobby y que desvela una fecha, desvela unas coordenadas que seguramente acaben por llevarnos a los bosques más profundos escritos por Frost, y desvela un «two Coopers» que deja lugar a pocas interpretaciones. Piezas que encajan, ideas que estallan dentro del mismo recipiente.
Y qué puzzle más bonito. De esa Diane corrupta hasta las cejas que comparte mensajes con el Evil Cooper y cigarrillos con Gordon Cole mientras Tammy mira estática y con ganas de gritar «¡corten!». De esos zapatos rojos que evocan a Audrey Horne y que suponemos otra píldora al despertar de Dougie Jones que no llega. De los interrogatorios tontos y las tazas de damn good coffee y los cabezazos de Johnny. Del excursionista inmóvil y del «I’m not your foot». De la detención de Ike y el escenón tan típico como disparatado y fuera de contexto que protagonizan Andy y Lucy por escoger un sillón horroroso no queriendo faltarse al respeto. De las mujeres de Au Revoir Simone que vuelven con «A Violent yet Flammable World» para cerrar el episodio. «I know, fuck you Albert».
Como aquí hemos venido a dejar constancia de lo que esta aventura única nos hace sentir, haré gala de toda la honestidad posible y reconoceré que, en un principio y antes de digerirlo en condiciones, «The Return: Part 10» me pareció el episodio más moderado hasta la fecha. En un principio. Y ni siquiera lo pensé como una crítica negativa, ni siquiera fue declararlo un episodio mediocre, sino considerarlo una entrega de notable bajo en un universo de notables altos y sobresalientes. Es más de lo que ninguna serie en emisión podría decir en este momento. Estuvo ahí, de manera subjetiva, al menos, la sensación de que había cosas dichas que significaban menos, de bache en la avanzada. Pero más tarde le encontré una virtud a esta décima parte que no pasé por alto: florece en sus detalles.
Se recrea en la violencia y el desangelo de ese Richard Horne que es una bestia sin escrúpulos, que roba a su abuela mientras el juguete más lynchiano de la historia repite un «hello Johnny, how are you today?» que nos taladra el cerebro, que agrede a una testigo de su crimen mientras pretende que el agente más despreciable del pueblo le salve el culo. Y esa violencia lo impregna todo, desde Becky siendo una víctima de su marido en una caravana destartalada protagonizando una pesadilla de planos de tazas rojas y lágrimas, hasta una Candie más dormida que Dale Cooper (las teorías sobre ella ya nos inundan, dicho sea de paso) abriéndole una brecha a Rodney para convertirse en reina del drama de los casinos en una escena completamente propia del director, de esos juegos de sadismo y deseo loco que ya se dibujaban en «Terciopelo azul». Y toda esta barbarie humana contrasta con el humor que desprende el matrimonio Jones, porque a Dougie le quedarán un par de neuronas pero Janey no deseaba a su marido de esa manera, intuimos, desde hace siglos. Miren el cuadro, la seducción de los zapatos rojos que vuelve a llevarnos a Audrey y el polvo espectacular que tampoco despierta a Cooper. Quién dijo que follar no es como montar en bicicleta.
Y mientras, en Dakota del Sur, David Lynch nos regala un boceto y Gordon Cole abre una puerta para ver a Laura Palmer. Y las noticias locales emiten una primera plana del rostro perdido de Dougie Jones que llega hasta Las Vegas y sus conejitas rosas que funcionan como una caricatura del sexismo personificada. Y sigue habiendo palas doradas que vender mientras el bosque oscurece de manera espesa y Hawk y Lady Leño mantienen una conversación maravillosa en la distancia sin descolgar el teléfono, antes de temblar un poco cuando nuestra memoria viaja al Club Silencio con una Rebekah del Rio que ya no entona «Llorando», sino «No Stars», enfundada en un vestido como el suelo de la habitación roja, con la misma melancolía que la embargara en «Mulholland Drive». Pensándolo bien, el episodio es brillante en cada matiz.
Ahora el círculo está casi completo. Mira y escucha el sueño del espacio y el tiempo. Todo sale ahora, fluyendo como un río. Aquello que es y no es. Hawk, Laura es la elegida.
Todo espectador estará de acuerdo en que la joya de la corona en lo que se refiera a estos últimos episodios viene con «The Return: Part 11». Una entrega que utiliza sin pudor un buen puñado de recursos cinematográficos y donde conviven lo bello y lo bizarro, lo trágico y lo absurdo. Como un delirio lento pero real en un plano que nunca termina pero cambia de escenario y protagonistas. De esos niños que encuentran a la mujer agredida por Richard Horne mientras juegan al béisbol como en un filme de terror noventero pasamos a una Becky desencajada como en los clásicos modernos de Lynch, como esas mujeres interpretadas por Naomi Watts, Laura Dern o incluso Isabella Rossellini. Una Becky que sujeta un arma despechada y furiosa por la violencia y las infidelidades del hombre al que se ata, que no detiene el vehículo ni cuando su madre corre peligro de ser lanzada desde el capó como en una entrega de acción que juega con lo absurdo y magníficamente filmada. Y juega de nuevo ese pequeño papel de salvador un bonachón Carl Rodd, muy presente en esta nueva «Twin Peaks».
Toda la escena del motel es un thriller arrollador en sí misma, perdida en planos frenéticos que recorren sus pasillos, en gritos y disparos, en una pareja que se esconde a sabiendas de la suerte que corre, en esos inquilinos marcianos que protestan. Y todo ello antecede a una escena familiar que sólo es un paréntesis antes de otra psicosis. Nos maravilla la confirmación de que el padre de Becky sea el propio Bobby Briggs porque, en mi experiencia particular no es un personaje con el que llegara a empatizar en la serie clásica, pero ha sufrido una evolución loable y es de lo mejorcito del regreso. Tanto, que hasta nos rompe un poco el alma ver a Shelly seducida por un mafioso prestidigitador. Y hablamos de psicosis, claro, porque cómo definir los minutos que suceden tras el tiro accidental que hace pedazos la luna del Double R Dinner. De nuevo exquisitamente cinematográficos. El atasco, el tráfico, las luces y el ruido ensordecedor de un millón de cláxons, el niño que mira como un adulto sádico, esa niña que parece vomitar ectoplasma de la logia dentro del vehículo y que se nos antoja poseída.
Pero si una escena ha llegado a volarnos la cabeza por encima del resto en esta entrega, esa es la que tiene lugar en Buckhorn, con toda la caballería como protagonista. De nuevo esa parcelita abandonada que no en vano nos trae a la memoria cualquier instalación secreta del Área 51 que no se debe traspasar, aunque Hastings lo hizo y se encontró cara a cara con Briggs. A cinco o seis metros de esa verja casi puede uno moverse en un plano distinto, es por eso que, de no haber sido por Albert, a Gordon bien se lo podría haber tragado ese agujero negro en el cielo, conector con la logia, puerta maldita a esa tienda. Y uno de esos vagabundos oscuros consigue arrastrarse fuera ante la mirada impasible de una Diane que permite que a William le estalle la cabeza.
Habría cosas interesantísimas que comentar, de nuevo, sobre esa tienda de los horrores donde habitan los demonios de la logia negra, porque son cuantiosas las teorías surgidas de estos vagabundos sombríos que se mueven como lo que son: seres de otro mundo. Un mundo de tinieblas. En primer lugar, uno de los planos que se pueden observar a través de ese agujero negro, donde se apilan en unas escaleras, nos lleva a pensar en el que un día fue el hogar de Laura Palmer. ¿Es posible que de alguna retorcida manera sigan allí? En segundo lugar, ya comentamos en posts anteriores que esta tienda aparecía en «Fuego camina conmigo», concretamente en el «Missing Pieces», pero os voy a dejar un par de escenas para que saquéis vuestras propias conclusiones (esta última asociación de ideas no es mía, conste en acta), porque todo es brillante y sentimos que llevan un siglo diciéndolo todo. Ved primero esta escena y empapaos de ella, para después revisar esta otra, el célebre momento en que Mike y Leland se encuentran cara a cara en ese cruce de carretera.
Es de recibo volver a esa parcelita conectora de planos existenciales literales porque por fin aparece el cuerpo de Ruth, un cadáver con unas coordenadas en el brazo que captan la atención de una Diane sedienta de nicotina y que rechaza la cafeína, como también es de recibo volver a Twin Peaks, donde un mapa del pueblo que localiza la logia nos vuelve a llevar a la novela de Frost, «hay fuego allí a donde vas». Y atención a ese esbozo de la madre negra que resulta difícil pasar por alto. Me mantengo firme en la idea de que Hawk va a desentrañar todo esto antes que el propio Gordon.
Como colofón a un episodio mayúsculo tenemos la trama de Dougie Jones, enviado por su jefe para saldar cuentas con la mafia que regenta ese casino en Las Vegas y siendo salvado por una tarta de cerezas gracias, de nuevo, a la aparición de Mike. Los sueños en esta serie nunca son sueños y la victoria sabe a frutas como el mal sabe a papilla de maíz. Un cierre espectacular que se percibe entrañable con esa señora mayor a la que Mr. Jackpott cambió la suerte y que se despide con una pieza musical maravillosa, «Heartbreaking», firmada por el propio Badalamenti.
El punto donde la serie llega a caer más bajo hasta hoy, casi sin discusión alguna, llega en «The Return: Part 12». Es de reconocer que funciona como un compendio de escenas y podría considerarse un desfile de costumbrismo, pero un desfile porque sí, donde los momentos significativos escasean. Puede que esa apertura donde se recluta a Tammy y Diane para seguir con la misión Blue Rose sea más relevante por devolvernos (soy consciente de que esta es la enésima vez que se hace mención) al texto de Frost y al hecho de que la propia Tamara firme la recopilación y a esos supuestos avistamientos que por ninguna otra causa. Pero más allá de ahí todo se convierte en un coleccionar escenas resultonas con más forma que contenido y no de manera positiva. Un Sonny Jim que golpea a su padre con una pelota de beisbol, una Sarah Palmer que pierde los papeles mientras se abastece de vodka y zumo de tomate y nos deja entrever capacidades psíquicas de otro mundo (aunque, reconozco, las pequeñas briznas que nos ofrecen del personaje me fascinan) o una mujer francesa que se despide a cámara lenta, por mucho que queramos adornar la toma con chistes sobre la sordera de Cole.
Nunca he sido especialmente admiradora del personaje de Audrey Horne, me mantengo en una zona neutral. Pero siendo consciente de la gran expectación que ha despertado la que un día fuera muchacha de ensueño, me atrevo a decir que su aparición ha llegado tarde y mal, en una escena que llega a hacerse tediosa donde trata de convencer a un casi ex-marido de que la ayude a buscar a un tal Bill. No, no era la mejor manera y dinamita cualquier atisbo de magia de reencuentro. Pueden rescatarse algunas migajas significativas, en cambio. Está el hecho de que Diane haya dado con Twin Peaks gracias a las coordenadas en el brazo de Ruth, o la conversación de Truman y Ben mantienen sobre el nieto sádico de éste y la mujer agredida. Todo esto se hará disfrutable porque nos encanta «Twin Peaks», pero al finalizar el episodio, por mucho que vuelvan los Chromatics, no sentimos el hormigueo en el estómago del doble estreno.
«The Return: Part 13» supone una mejora con respecto a la entrega de la semana anterior, pero se sigue manteniendo en una suerte de limbo en el que tenemos la impresión de que la serie no está brillando en su máximo esplendor. La trama de Dougie Jones nos ofrece, por una parte, una buena dosis de humor. El hecho de que el personaje se haya convertido en el héroe definitivo dado su estado mental me sigue pareciendo hilarante. Esa conga de apertura, ese salvar la vida por quitar la caspa de los hombros de su compañero y hacerlo confesar sin mover un dedo bien podría funcionar como el clímax de lo absurdo. De repente es el empleado del mes, el mejor marido imaginable y un padrazo. Aunque sólo sea capaz de repetir el final de las frases.
Y de una magnífica interpretación de Kyle Maclachlan saltamos a otra, a ese Evil Cooper que sigue sin dejarse cazar y nos deja otro escenón en el camino. Toda esa tensión que se gesta desde un primer momento resulta magistral. No hay titubeos ni miedo, pero huele a sangre y sudor desde el otro lado de la pantalla. Ese pulso donde con sus propias manos destroza el cráneo de un hombre que a primera vista parece invencible y se erige jefe. La revelación de que es el propio Philip Jeffries (interpretado por Bowie en «Fuego camina conmigo»), en otro tiempo encargado de los casos Blue Rose que parece dejarlo impasible. No, Evil Cooper no llega a morir con el anillo de la logia en la mano para volver a la habitación roja, ya lo hace Ray por él.
Son cuantiosos los detalles que se aprecian en esta decimotercera parte: la ventana a la vida de Sarah Palmer que de nuevo nos fascina sin una razón aparente, la conversación entre Audrey y Charlie que nos deja entrever una falta de estabilidad mental y confusión en ésta, el encuentro entre Nadine y Jacobi, la reaparición de un Ed que sigue enamorado de Norma y un James Hurley que en honor a la serie original vuelve a marcarse un «Just You and I» en el Roadhouse despertando tanta nostalgia como odio por parte de la audiencia. Aunque Donna y Madie ya no estén para hacer los coros.
Nos volveremos a leer en cuatro semanas, porque esta aventura va llegando a su fin y sólo esperamos que todo vuelva a explotar de puro surrealismo, que vuelva a brotar la melancolía y siga habiendo madejas que desenredar. Este revival habrá formado parte de la historia de la televisión en un sentido muy diferente al que lo hizo la serie original, pero si algo tienen en común ambas es el funcionar como una revolución. Hay fuego allí donde vamos.
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