Regreso a «Twin Peaks»: el testamento de Lynch
(AVISO SPOILERS: Hoy nos zambullimos de lleno con ilusión y fascinados en el universo de «Twin Peaks» con todo lujo de detalles. Si aún no has visto los cuatro episodios que, de momento, ha ofrecido su regreso, vuelve después de haberlos disfrutado.)
No es la primera ocasión en la que declaro abiertamente sentir predilección por la década de los 90 y no es ésta una elección caprichosa. Esos años marcaron mi infancia y mi temprana adolescencia de manera particular en el terreno audiovisual, llenándolas de entregas cinematográficas y series de televisión de las que, más que en el futuro ojo crítico, se instalan en el corazón y en las hormiguitas en el estómago que hoy día conlleva la nostalgia. Porque es nostalgia, esa ilusión que se instaló en todos nosotros cuando fuimos conocedores de la vuelta de algunos de los productos más míticos y definitorios de aquel tiempo. Y hoy, lectores y lectoras de este rincón tan nuestro, hemos venido a hablar del producto con mayúsculas. Bienvenidos de nuevo a «Twin Peaks».
A estas alturas de la película se nos antoja algo carente de sentido el volver a caminar sobre el impacto y la relevancia que esta serie de televisión llegó a tener, pero lo cierto es que están ahí, tan presentes como siempre. «Twin Peaks» fue importante porque todos los hogares del mundo se preguntaron semanalmente quién mató a Laura Palmer. Fue importante porque influiría de manera directa en muchos programas posteriores, tanto en el terreno policial como en el sobrenatural. Lo fue, a título personal, porque la serie de mi vida, que llegaría tres años más tarde, nació, entre otras, del desangelo y la oscuridad de esta. Por ser un producto excepcional con una atmósfera única, con ideas fruto de una increíble locura creativa, con unos personajes irrepetibles. Y por último, pero no menos relevante, fue importante por suponer la incursión de uno de los mejores cineastas de la historia en la pequeña pantalla, ya que su posterior «Hotel Room» sería muchísimo menos accesible a todos los niveles.
Through the darkness of future past
the magician longs to see
One chants out between two worlds
Fire walk with me
Lo que había de esperar con el anuncio de un retorno de tal envergadura era increíblemente ambiguo. Tengo clavadas en la memoria las palabras que escribí cuando Showtime, la cadena que ha acogido la serie y ha dado a Lynch y Frost total libertad creativa (y cómo se agradece), confirmó la noticia: «sería un error sigloveintiunizarla». Porque, ¿cómo iban a hacerlo? Nadie quería un «Twin Peaks» que se hubiera movido en el tiempo, con unos avances que robarían la esencia de su raigambre. ¿De qué punto iban a partir? Hacía un cuarto de siglo que un Dale Cooper que ya no era Dale Cooper (porque el real quedó atrapado en la Logia Negra) destrozaba un espejo a delirantes cabezazos. Y aún temíamos algo peor: ¿y si su vuelta cuenta con un elenco totalmente nuevo como en una partida de cero y se olvidan de los personajes que añoramos? Llegamos a pensar, conforme más palpable se hacía la cercanía de la fecha, que sería un mero ejercicio de nostalgia y homenaje que, para bien o para mal, estábamos dispuestos a disfrutar hasta las últimas consecuencias. Pero ahí estaban ambos guionistas, silenciosos, que no silenciados, gestando lo que hace una semana fue un parto exquisito.
«Hello Agent Cooper. I’ll see you again in 25 years. Meanwhile…». La cabaña. Un Cooper silencioso y trajeado y una Laura Palmer que habla a través de una inexistente cinta trillada. Blanco y negro mareante en el suelo. Pesadas cortinas rojas. Volvemos a donde lo dejamos, a una promesa de una chica muerta a la que en vida nadie quiso oír. Veinticinco años. Una cámara recorre los pasillos del instituto donde algunos compañeros la lloraron y se detiene al llegar a su foto en la vitrina. Nos acercamos… y sí, hemos vuelto. Angelo Badalamenti se encarga de hacerlo realidad. La cabecera ha cambiado pero tenemos la sensación colectiva de que es la misma de siempre. El tema que lleva casi treinta años siendo un mito sigue ahí, la tipografía sigue ahí. Simplemente, hoy día tiene nulo sentido un opening de tres minutos si puedes hacerlo en uno y medio respetando la esencia de la serie con una sucesión de imágenes más que representativa. Queremos procesar muchas cosas, pero a estas alturas las lágrimas ya han hecho acto de presencia.
Sería lógico comenzar poniendo el foco en el doble episodio que nos da la cálida bienvenida, una vez más, a este universo y que viene a ser toda una declaración de intenciones. Porque si tuviéramos que describir lo presenciado en estas dos horas utilizando una sola palabra, esa palabra sería «Lynch». Si a las últimas declaraciones del propio cineasta sobre el futuro incierto de su cine sumamos su expandido paréntesis en la última década, hemos de suponer y aceptar que esta segunda parte de «Twin Peaks» va a ser lo último que produzca en su carrera. Así, tras ver el estreno de Showtime, una tiene la sensación de estar ante nada más y nada menos que el testamento de su director más admirado y el que más ha marcado su vida como amante del séptimo arte. Porque este regreso no es un punto y aparte ni una vuelta completa al año 90. Es un compendio. Este regreso condensa toda su filmografía, su cine, sus cortometrajes, sus recursos, su estilo, su técnica cinematográfica. Ha volcado el alma para volver a manifestar una expresión que no tiene sentido contener. Hay tantas referencias, tantos homenajes, tantos detalles a tener en cuenta en este revival que, si ya supone un gozo para aquellos que en su día amaron la serie, para los que además atesoran cada pieza de su trabajo y cada momento evolutivo de su carrera, es directamente un orgasmo mental. Y físico.
En estos dos episodios de arranque existe un equilibrio entre el delirante desatino y ese jugar sin reglas de su discurso, esa parte que resulta una autoproclama, y el tono costumbrista que la serie mantuvo antaño con sus tintes de misterio dando un sabor curioso al carácter policial. Contamos, por una parte, con esa caja de cristal maldita, conector de realidades, portadora de horrores al margen de la lógica. Contamos con la Logia Negra en la que Cooper yace, paciente y envejecido, y de la que es hora de salir. El mal ya no existe sólo dentro de los márgenes de Twin Peaks, sino que habita ahora, también, en Buckhorn (Dakota del Sur), donde tiene lugar un crimen horrible (exquisitos guiños a «Terciopelo Azul» con ese trocito de oreja, las similitudes con los planos de «Carretera Perdida» e incluso emulando con ese cadáver en la cama a «Mulholland Drive»), donde el tiempo se ha estancado y donde sus habitantes mantienen diálogos tan faltos de coherencia como era de esperar. Un lugar donde ni siquiera la segunda década del 2000 nos va a obligar a usar el teléfono ni a mejorar el vestuario, qué se habrá creído esa dichosa década. Un lugar donde, como detalle insignificante, habita ese némesis oscuro de Dale Cooper que un día nació de las entrañas de la Logia Negra, un falso Cooper que, tanto él como los pintorescos personajes con los que se codea, parece salido de la mismísima «Corazón Salvaje» aunque no seamos capaces de imaginarlo emulando a Elvis Presley con «Love Me Tender» sobre un descapotable. Un falso Cooper que no tiene intención de volver a cruzar bajo las cortinas de esa cabaña cuya localización temporal y espacial jamás llegaremos a conocer, y ni siquiera lo deseamos.
Nos pesará en estos dieciocho episodios la ausencia del Hombre de otro lugar que gestó el mal rollo más visceral con sus bailecitos en slow motion y en modo rewind, pero sigue habiendo en esa logia algo escalofriante y que se escapa a todas las definiciones, algo frenético y que siempre tiene prisa, un elemento de confusión constante y que se esconde en los diálogos de una Laura Palmer mucho más mayor, en las palabras de Mike, en las advertencias de una suerte de arbusto obscenamente humano que a su vez bien podría haber caído de otro planeta y que nos recuerda de manera inmediata al bebé de «Cabeza borradora» que solía provocarnos cefaleas, a ese árbol de cuyo vientre nacía una mujer en el cortometraje «The Grandmother».
Por supuesto, nadie pasa por alto ese pueblo llamado Twin Peaks con el que se hace grata la despedida. Si hace veinticinco años Cooper adulara al detective Hawk nombrándolo responsable de su búsqueda en un caso hipotético, en 2017 ese diálogo se convierte en un pacto real. Será nuestra amantísima Señora del leño (a la que nos comprime el corazón ver en ese estado) la portadora de un críptico mensaje que desencadenará la búsqueda del agente, una búsqueda hilarante con unos Andy y Lucy que no han cambiado nada. Un desfile de rostros familiares que continua con una Sarah Palmer envuelta en el humo de los cigarrillos que consume compulsivamente mientras ve documentales sobre depredadores, la misma Sarah que un día gritó de manera desgarradora al teléfono cuando le comunicaron que su hija estaba muerta. Y no olvidemos que el Bang Bang Bar hace su aparición estelar para reafirmarnos en la idea de que, de nuevo, estamos en casa. Llega la hora de volver a llorar porque Shelly está preciosa y sigue sabiendo sonreír de verdad, aunque James le parezca cool, y porque los créditos de cierre vuelven a bañarse de esa música frágil y decadente que en otro tiempo relacionáramos con la voz de Julee Cruise y que esta vez corre a cargo de una maravillosa «Shadow» interpretada por Chromatics que se nos grabará a fuego.
Todos los elementos del Lynch más puro siguen presentes en esta Twin Peaks: los silencios interminables que no hay necesidad de llenar de manera gratuita, el ambiente sórdido, las escenas largas, las obsesiones de su autor y el absurdo de la mecánica de los días. Todo es increíblemente reconocible. Desde esos secundarios que más que secundarios son personajes casuales creados para disolverse en una nube radioactiva de pesadillas, una Madeline Zima devorada por una proyección sádica en la cámara de los horrores, ese escaparate a la América profunda que se retuerce por ser diferente de los lugares por los que va pasando el falso Cooper, un Matthew Lillard que desconoce haber cometido un crimen atroz y cree que está entre rejas por culpa de un sueño y nada es real (volvemos, de nuevo, al Bill Pullman de «Carretera perdida»). Y no menos importante es ese uso de los efectos que le es tan propio, esos efectos especiales tan plásticos, tan artificiales. A David Lynch no le interesa que sus efectos sean realistas ni se mimeticen con el entorno, sino que se conviertan en un recurso expresivo surrealista y se separen de los límites de lo tangible.
Observamos maravillados, como añadido, que la serie sigue en los noventa aunque no lo haga de manera literal. Esos pueblos donde el tiempo parece haberse detenido son, en esencia, la principal prueba del delito. Ese escaparate de personajes que resultan tan atemporales como anacrónicos aunque pueda sonar contradictorio. El pasado año regresó «The X-Files» a nuestras pantallas y el pasado lunes, tras presenciar el regreso del vástago de Lynch, pensé con cierta tristeza que ojalá el producto de Chris Carter hubiera vuelto tan fiel a sí mismo como lo ha hecho este. Son, evidentemente, dos casos muy dispares. Mulder y Scully, por paradójico que pueda resultar, viven en nuestra realidad, en nuestro tiempo y llevan (avatares vitales aparte) vidas más terrenales como funcionarios del gobierno. No podían, simplemente, pasar por alto todos los avances, y eso conllevaba perder el encanto de sus primeros años. «Twin Peaks» es tan especial y su universo es tan particular que podía permitirse quedarse relegada del resto del mundo, aunque el reto no fuera precisamente pequeño. Otra de las razones por las que aplaudir con ruido estridente su buen hacer.
Una vez exteriorizadas todas las impresiones que se nos quedaron enredadas en el nudo en la garganta del doble episodio de estreno, hemos de avanzar. Si en dicho episodio existe un equilibrio entre la «Twin Peaks» que conocemos, la inmersión en Buckhorn y las autorreferencias, las dos entregas restantes se sitúan a ambos extremos. La tercera parte es la más cinematográfica de todas ellas hasta el momento, hija del Lynch más hermético, del que apela a la alteración de los sentidos. Los primeros quince minutos son casi un frenesí alucinatorio, una pesadilla dantesca a medio tiempo, chirriante y magnífica. Una introducción, un paso de Dale Cooper de esa maligna realidad onírica al mundo terrenal con reminiscencias a «Inland Empire». Recuerda especialmente a esos sketches contenidos en el filme pertenecientes a la miniserie «Rabbits», la distribución del espacio, la sensación de suceso inminente que no llega, la puerta, el foco en la maldita puerta, ese resplandor. Vuelve a recordar, de nuevo, al corto «The Grandmother», el movimiento enfermizo de ese ser femenino que no puede ver, lo desgarrador, la prisa porque la madre de ese otro personaje que aparece en escena (y que es, nada más y nada menos, que Ronette Pulaski) «ya llega», que nos remite al hogar abusivo de la obra mencionada. Y por último, y de manera más evidente, se atraganta de homenajes a «Cabeza borradora».
Tras veinticinco años encerrado en esa habitación que desafía hasta la deshonra toda lógica espacio- temporal, es de suponer que Cooper desea poder estirar las piernas. No será especialmente afortunada su vuelta a la Tierra, sin embargo. Obviando todas sus desventuras en el plano surrealista, cuando por fin pisa suelo tiene que enfrentarse a un par de vicisitudes de peso. La primera es que ha sustituido a un tal Dougie que, apenas en tres minutos, nos deja claro que era una buena prenda (cabe mencionar el anillo de «Fuego camina conmigo»). La segunda es que esto al propio Cooper le da exactamente igual porque no recuerda ni que para mear hay que bajar una cremallera. Las situaciones que esto desencadenará van a ser hilarantes, había subestimado la vis cómica de Kyle MacLachlan. Podríamos quedarnos a vivir en ese casino en el que después de su himno («HelloooOOOooo»), Mr. Jackpot se hace con una fortuna sin ser consciente siquiera. Y a su némesis, ese falso Cooper que trata de huir de su destino, tampoco le está yendo de maravilla, desde que vomitara la crema de maíz de la logia, ha cambiado su suerte.
La breve vuelta al universo que ya conocemos se sustentará en dos pilares principales. Por una parte tenemos la maravillosamente absurda búsqueda de Hawk, que podría estar relacionada con una caja de conejitos de chocolate. O no. La cuestión es que hace casi tres décadas, Dale se dirigía a través de su grabadora a esa Diane a la que nunca llegamos a conocer con las siguientes palabras: «Diane, I’m holding in my hand a small box of chocolate bunnies». Por otra parte, Gordon, el detective interpretado por el propio Lynch, más sordo que una tapia y con una foto del mismísimo Kafka decorando su despacho, organiza un equipo de búsqueda con la intención de encontrar a Cooper, aunque está más cerca del falso que del real. Paradójicamente, creo que el método de Hawk nos llevará a la verdad antes. Si Jacobi puede dedicar la tarde a pintar palas doradas, los conejitos de chocolate pueden contener una verdad universal. Y volvamos, nuevamente, antes de pasar a la última entrega que hemos tenido la oportunidad de ver, al Bang Bang Bar y al número musical que parece que va a cerrar la serie de manera religiosa a lo largo de esta temporada, un «Mississippi» de The Cactus Blossoms que se mueve en un country melódico que casi nos recuerda a los Beatles.
«The Return: Part 4» es la otra cara de la moneda, el «Twin Peaks» más reconocible y que más se esfuerza por volver a los orígenes. Una vuelta al costumbrismo, al humor más absurdo forjado en los diálogos, a los silencios incómodos y a los personajes con expresiones confusas y de escarnio. Como una noche en un motel de mala muerte pero en el que sin embargo uno puede llegar a sentirse como en casa. Adoramos a esa Lucy que pierde la consciencia ante una llamada desde el teléfono móvil que casi parece un invento del mismísimo Lucifer (de nuevo, ese estancarse del tiempo) tanto como al Andy que le explica el concepto pacientemente. Y qué decir de Wally. El sexo entre estos dos personajes sólo podía invocar a alguien como él, un filósofo del disparate al que el rostro de Michael Cera sienta de maravilla.
El momento más emotivo del episodio también tendrá lugar en esa comisaría que huele a madera y hojas de pino desde el otro lado de la pantalla, un momento en el que casi ocurre un milagro sin un dios de por medio, porque, seamos honestos, jamás en nuestra existencia habíamos pensado que, en ninguna realidad posible, Bobby Briggs nos representaría a todos. Pero sucede. Un Bobby que ya no es un joven chulesco de veinte años sino un hombre cansado en mitad de la cuarentena se encuentra cara a cara con la foto de Laura Palmer, «Laura’s Theme» suena por primera vez en este regreso y él se echa a llorar, como nosotros. «Man, brings back some memories». Y Lynch nos está hablando a todos.
El agente Cooper, por otra parte, sigue suplantando a un hombre sin saberlo, viviendo tras la puerta roja mientras todos a su alrededor actúan como si, aunque parezca un poco marciano, fuera normal que tras desaparecer dos días alguien volviera a casa con cuatro tallas menos, un look diferente y sin sus capacidades funcionales más básicas. Por mucho que ahora esté casado con la diosa Naomi Watts, el único contacto con su realidad anterior a la logia sigue estando en el café (que ya no es tan damn good) y los búhos lo siguen vigilando hasta en la cocina (atención al tarro de galletas). Hasta cuándo va a seguir en ese estado es un misterio de proporciones tan monumentales como el asesino de Laura en otro tiempo, pero aunque es doloroso que siga viviendo entre esos dos planos y acaricie el espejo con amargo desconocimiento, nos está regalando momentos descacharrantes.
Y delicioso es también volver a ver a Gordon y Albert juntos en esta búsqueda en Dakota del Sur y dándose cuenta, después de esa toma de contacto, de que algo extraño está ocurriendo con Dale Cooper, dirigiéndose al público, de nuevo, con un «I don’t understand this situation at all». La rosa azul de «Fuego camina conmigo», ese código de Cole para las misiones más pintorescas y faltas de explicación, vuelve a aparecer por segundo episodio consecutivo. Y cómo olvidarnos de la maravillosa conversación que mantiene con la Denise de David Duchovny sobre lo apasionante de no utilizar las siglas de FBI y sobre su derecho a ser quien realmente es y a que lo personal no influya nunca en ninguna reputación profesional.
Voy a decir adiós con el languidecer exquisito de Au Revoir Simone y el «Lark» que cierra, de nuevo en el Bang Bang Bar, la última entrega que veremos hasta dentro de una semana. Hace unos días la vuelta de esta serie era una excusa perfecta para acumular ilusiones y morriña, pero todo apunta a que podemos encontrarnos ante un filme sublime de dieciocho horas que casi con toda probabilidad será la última broma de un genio. Si lo que está por venir mantiene el nivel de calidad, si seguimos paseando por ese pueblo donde no ha pasado el tiempo y a la vez encerrándonos en un homenaje a las obsesiones del autor, esto va a ser algo histórico y, sin rodeos, uno de los mejores productos que habremos visto en los últimos años. Un producto lleno de demonios, de personajes tan fuera de lugar con respecto a su entorno que se convierten en un grito de guerra por el derecho a ser diferentes, un cúmulo de sueños mientras estamos despiertos. Gracias por tanto, Lynch.
La mejor review que he leído hasta ahora, felicidades. Molaría que fuerais analizándola capítulo a capítulo, pero eso lo dejo en vuestras manos. Maravillosa Twin Peaks.
¡Muchas gracias por leernos y comentar! Twin Peaks ha vuelto tan maravillosa, como bien dices, que dejaremos que sea ella quien nos marque el ritmo. ¡Un saludo!
Como ya comenté, es un (otro) articulazo sobre una de las series y cosas más importantes para muchos de nosotros. Al igual que en la macrotesis sobre Expediente X, la autora lo saca todo de dentro y eso se nota. Enhorabuena una vez más.
Como siempre el blog, manteniendo un altísimo nivel en sus análisis. Veo difícil agregar algo mas ante lo certero de Irene, aunque solo agregaría que en toda esta ensalada de sensaciones, hay que darle también un gran merito a Mark Frost por contribuir desde el guion con Lynch en esta locura, la serie le debe mucho a él también. Así que solo resta disfrutar los próximos capítulos con desvergonzada delicia y sin contemplaciones para adentrarse en el mundo de estos dos monstruos como lo son Lynch y Frost
Brutal review Irene, un gustazo leer a alguien que escribe tan bien y con tanta pasión y rigor sobre ese genio que es David Lynch.
Igual me emociono demasiado y me tachan de esnob, pero creo que, si en esta nueva entrega predomina el tono Lynch sobre Frost, y lo hace de una manera tan maravillosa como hasta ahora, estaremos hablando de una de las obras cumbre del surrealismo, no ya de la historia del cine y la TV sino del arte contemporáneo en general. Yo no quiero respuestas, ni ríos de tinta de teorías y especulaciones mas propias de Lost… yo quiero alterarme los sentidos, sentir miedo, angustia, fascinación, llegar al subconsciente… y en eso no hay nadie como Lynch.
Lynch, sí se merece el Nobel de Literatura, sin discusión alguna.