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«Narcos»: el barco sigue navegando sin el Patrón

23/10/2017

Narcos Pedro Pascal

(ALERTA SPOILER: El siguiente post hace una revisión general de la tercera temporada de «Narcos» sin entrar a desentrañar sus aspectos argumentales, aunque trata por encima algún detalle clave de la trama…Ustedes mismos)

Pocas veces una temporada que acabara tan en alto dejó a sus espectadores tan alicaídos. «Narcos» finalizaba su segunda entrega con la consabida y más que prevista muerte de Pablo Escobar, el Patrón, el narcotraficante más famoso de la historia, y los seguidores, satisfechos por la competente plasmación de tamaño acontecimiento histórico, no pudieron evitar preguntarse: ¿Y ahora qué?

No era simplemente el adiós de un gran personaje ni el final de una adictiva trama, «Narcos» tenía que decidir en ese momentos nada menos que su propia esencia: ¿convertirse en una franquicia para albergar historias autoconclusivas en torno al ‘all star’ de los capos de la droga, pudiendo dar lugar así a la anhelada llegada del Chapo Guzmán a su universo o, bien, optar por el formato de serie tradicional, continuando la trama donde se había quedado?

Narcos Cartel cali

Cuando se hizo público que la serie de Netflix había optado por la segunda opción e iba a dedicar la tercera temporada a contar la etapa dorada del Cartel de Cali, aprovechando así personajes y tramas de una segunda temporada en la que este grupo ya fue presentado en sociedad, no pudimos más que sentirnos decepcionados. Habiendo comenzado su andadura con un titán como Escobar,  creíamos que «Narcos» no parecía tener más remedio que, al menos, igualar la apuesta y basarse en un personaje de parecido calado, como el del huidizo capo mexicano. Todo lo demás parecía conducir directamente a la irrelevancia.

Tras un correcto primer capítulo, una mera puesta en situación de cara al posterior desarrollo de los hechos; el plano segundo episodio parece confirmar nuestros peores temores y, de no ser por nuestra ya prolongada relación con la serie, podría habernos hecho abandonar prematuramente.

La diferencia es palmaria: del imbatible carisma y la naturaleza polifacética de la figura del Patrón pasamos al de Cali, un cartel extremadamente eficiente e inteligente, que también se llena sus bolsillos a manos llenas, que tiene una red de seguridad que ni la KGB, que es impecablemente discreta y cuyo poder ha llegado al extremo de concretar un acuerdo secreto con el Gobierno colombiano para desaparecer como organización en un plazo de seis meses a cambio de la inmunidad de sus miembros y sus capitales. Sí, todo perfecto, ¿pero dónde coño está la emoción aquí?

Narcos embajador usa

Gran parte del encanto de las correrías de Escobar, más allá de la tremenda personalidad del mencionado, era la imprevisibilidad que le daba un carácter tan impulsivo como ególatra, Algo parecido a lo que acontecía en la cuadriculada máquina de matar que era el régimen nazi cuando se enfrentaba a las peregrinas ocurrencias de Adolf Hitler. Por contra, el cerebral funcionamiento del cartel de Cali apenas deja opción a lo espontáneo, al menos al comienzo de la trama. La pareja de ‘jefazos’ que forman los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez son los grandes protagonistas y resultan mucho más monocordes que su antiguo rival de Medellín, quedando el carisma para personajes más secundarios, que bien merecido un desarrollo mucho mayor, como el psicópata jefe de la delegación neoyorqina ‘Chepe’ Santacruz y ese gran ‘Pacho’ Herrera que aúna sofisticación y sensibilidad homosexual con la más implacable brutalidad y que interpreta un espléndido Alberto Ammann.

Narcos Chepe

La ausencia del Patrón casi hace olvidar otra casi tan importante, la de Steve Murphy (el papel que dio a conocer a Boyd Holbrook), el agente de la DEA que nos introdujo en los entresijos de la guerra contra la droga en Colombia. No es que fuera un personaje memorable, no escapando a cierta funcionalidad, pero su adiós deja muy huérfano al frente de la ley a su compañero Javier Peña (ese Pedro Pascal cada vez más cerca del estrellato), que apenas encuentra apoyo en sus nuevos colegas a la hora de cargar con el peso de la trama. De esta manera, aquel Peña canalla, rebelde y romántico que era un contrapunto perfecto de Murphy, toma ahora un rumbo mucho más formal y centrado casi exclusivamente en la investigación, lo que merma mucho su encanto.

La elección del cartel de Cali también supone un cambio de paradigma en la narrativa de la serie. La avalancha de acontecimientos en torno a Escobar que tenían que cubrir las dos primeras temporadas, así como las indispensables ramificaciones políticas y sociales de las andanzas de ese personaje, obligaban a un frenetismo en la trama, un atropello de acciones y situaciones que prácticamente se convirtieron en el santo y seña de «Narcos», con esa irónica ‘voz en off’ omnipresente, tratando de tapar todos los agujeros de la trama a los que no llegaba la narrativa convencional. Ese vértigo sufre un frenazo radical en esta tercera entrega: no es que de repente estemos ante una obra de Ingmar Bergman -el ritmo continúa siendo ágil-, pero ahora la acción está mucho más concentrada y las distintas secuencias pueden permitirse un tempo más convencional. La dichosa ‘voz en off’ sigue presente pero parece ser más un guiño a los fieles que una necesidad real de una trama que se detiene sólo lo imprescindible en los vericuetos políticos de una Colombia aparentemente más estable en esos momentos. Por su parte, Cali, la ciudad, tiene razones para sentirse claramente perjudicada. Mientras que prácticamente todos los seguidores de «Narcos» acabamos con un mapa mental de Medellín muy aproximado a la realidad ante los incontables paseos que dimos desde nuestros sofás por sus calles, habida cuenta de la extensa impregnación social que tuvo su cartel en la ciudad y sobre todo en sus sectores más humildes; de Cali podemos decir que continuamos desconociéndola casi por completo, exceptuando las calles adyacentes a las residencias de los hermanos Rodríguez.

Narcos Rodriguez

Lo expuesto en los anteriores párrafos parecería la constatación de un desastre, pero nada más lejos de la realidad. «Narcos» ha llegado a un grado de madurez en el que, al igual que los grandes equipos de fútbol, cuando no puede ganar por brillantez, lo hace por eficacia. Poco a poco, la serie se va encontrando a sí misma en cuanto el empeño quijotesco de Peña -y dos nuevos discípulos- comienza a abrir pequeñas pero crecientes brechas en el férreo entramado organizado entre los narcotraficantes y los gobiernos colombiano y estadounidense para mantener un podrido ‘status quo’ convenientemente maquillado para la opinión pública. Nuestro querido agente de la DEA se convierte así -en sintonía con los protagonistas de las epopeyas setenteras de directores como Alan J.Pakula- en la continuación natural de aquellas épicos héroes individuales en lucha con el todopoderoso sistema.

Un personaje clave en este proceso es el de Jorge Salcedo, que se acaba convirtiendo en todo un caballo de Troya en el cartel desde su puesto de jefe de seguridad del grupo. En medio de una vorágine de personas de ambiciones desmedidas e ínfulas de todo tipo, Salcedo se presenta como el representante del hombre común metido en un enredo que le supera. Rehén de la buena remuneración que obtiene en su delictivo empleo, Salcedo busca desesperadamente salir de ese peligroso mundo y regresar a la legalidad. Su sensatez y su permanente posición entre la espada y la pared sirven de banderín de identificación para el espectador y como principal generador del suspense que siempre necesita una serie de este tipo.

Narcos Jorge Salcedo Miguel Rodríguez

Ante las limitaciones que presenta la trama, «Narcos» se muestra inteligente y no se pierde en detalles, la usa casi exclusivamente para ir hilvanando sucesivas ‘set pieces’, el verdadero punto fuerte de esta tercera entrega. Los productores no han escatimado recursos y han mantenido la confianza en directores tan bregados en la serie como Andi Baiz y Josef Wladyka que, junto a nuevas incorporaciones como Gabriel Ripstein y Fernando Coimbra, demuestran verdadera enjundia en secuencias tan espectaculares como los sucesivos asaltos a la residencia de los hermanos Rodríguez, la excelente persecución que acoge Curaçao, la incursión selvática en los dominios de las FARC, el tiroteo en la discoteca y, sobre todo, esa espeluznante venganza de ‘Pacho’ en el último capítulo, desde ya uno de los mejores y más virtuosos momentos de toda la historia de la serie.

Narcos Alberto Ammann

Pese al drástico recorte en cuanto al retrato del contexto histórico, la serie sigue radiografiando con sapiencia el devenir de los tiempos. Baste contemplar el tratamiento de los personajes femeninos. Mientras que en anteriores entregas éstos eran casi en su mayoría meros floreros que adornaban a sus respectivos hombres, la situación cambia drásticamente en este retrato del ecuador de los años noventa. Las mujeres no sólo tienen personalidades fuertes y diversas sino que, aunque no las protagonicen, desencadenan gran parte de las acciones de los personajes masculinos.

Mucho menos satisfactoria es la representación española. Cuando los anuncios previos auguraban que «Narcos» casi pasaba a convertirse en una producción patria, al añadir a Ammann los nombres de Javier Cámara, Miguel Ángel Silvestre y Tristán Ulloa en el reparto, la verdad es que al final su presencia es muy tangencial. Los personajes de Cámara y Silvestre son claves en el funcionamiento financiero del cartel, pero su aparición en pantalla sólo les da protagonismo en un capítulo concreto a cada uno, no permitiéndoles brillar unos roles poco más que funcionales. Menor aún es el protagonismo de Ulloa en su encarnación del presidente Ernesto Samper, que no pasa del cameo..

Narcos Javier Camara

Aún reduciendo ligeramente sus prestaciones y ambiciones respecto a sus dos primeras temporadas, «Narcos» ha dado toda una muestra de solidez al haber conservado gran parte del rabioso entretenimiento y agudeza de análisis justo en el momento en el que las circunstancias parecían más adversas. Una vez superado este duro escollo, uno de los grandes emblemas de Netflix puede mirar hacia el futuro con optimismo, sobre todo cuando el primer avance de su continuidad resulta tan prometedor como ese capo interpretado por el siempre carismático José María Yazpik. Próximo destino: México.

Narcos Yazpik

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