«Expectativas», de Bunbury: un mismo rumbo a un nuevo paso
Hace 20 años Enrique Bunbury arrancaba su carrera en solitario con “Radical Sonora”, un trabajo que en su doble objetivo de soltar amarras de manera abrupta con el legado de Héroes del Silencio y sonar rabiosamente contemporáneo se quedaba un poco en tierra de nadie. Porque si comparamos aquellas canciones con las muchas que vendrían después, constatamos que la huella heroica allí todavía era muy perceptible, si no tanto en la forma sí en el fondo. Y, ciertamente, aquel disco sonaba muy moderno en 1997 -de hecho yo siempre defendí que aquel fue un paso en la dirección adecuada en el momento preciso y con la actitud correcta- pero, visto con perspectiva, lo cierto es que su abigarrado rock electrónico era muy producto de su tiempo y envejeció rápidamente. Tanto este trabajo como el “Earthling” de su/nuestro amado Bowie se abrazaron sin mesura al sonido tecnológico del drum ‘n’ bass de la época y terminaron presos de la fecha de caducidad inmediata del género, más allá de la calidad de sus canciones. Tanto fue así que hasta el propio artista se olvidó frecuentemente de él en posteriores revisiones de su catálogo, como en la antología “Canciones 1996-2006”. Dos décadas después y muchas reinvenciones, giros estilísticos y mutaciones de por medio, la mayoría de ellas gozosas, casi siempre admirables cuanto menos (documentadas todas en este imprescindible post), el aragonés errante es ya una institución en sí mismo que nada tiene que demostrarle a nadie, pero en su nuevo álbum, “Expectativas”, hay algo que no ha cambiado respecto a 1997: su apuesta decidida por continuar el camino hacia adelante, sin vuelta atrás, y su pretensión de seguir sonando rabiosamente contemporáneo. Y quizás se deba a la experiencia acumulada en toda una trayectoria marcada por la inquietud y la búsqueda, pero en esta ocasión Bunbury ha sabido tomar el viento a favor, llegar a buen puerto y entregar uno de los discos más redondos, avanzados y mejor enfocados de su carrera, y por ende, de este 2017.
“Expectativas” es el disco que muchos necesitábamos, o al menos yo necesitaba, para renovar la fe en el chico que observaba el infinito, después de aquel “Palosanto” que personalmente recibí con cierta tibieza (impresión que quedó registrada aquí) y del que nunca llegué a prendarme del todo. Allí había varias perlas a reivindicar y una producción impecable pero también mucha dispersión y temas medianos que no llegaban a cuajar en una obra mayor. Entre aquel disco y el que ahora nos ocupa Bunbury publicó “MTV Unplugged. El libro de las mutaciones”, un desenfuchado para la otrora emblemática cadena musical que, como ya reseñamos en su momento, no era la manida maniobra comercial dedicada a cubrir el expediente y sí una imaginativa vuelta de tuerca a parte de su repertorio menos evidente, en cuyo mimo por el detalle y cuidado por el paisaje sonoro se intuye el germen de su trabajo de 2017.
Y es que la producción de “Expectativas” es, digámoslo ya, sencillamente apabullante. Aquí no estamos ante el brillante envoltorio inflado artificialmente del mentado “Radical Sonora”, sino frente a un minucioso trabajo que ensambla artesanía y tecnología con sofisticación y gusto exquisito y que suena a rock adulto (en el buen sentido del término) de aquí y ahora, pero al que podremos acudir dentro de 10 o 20 años sin que le veamos las costuras. Si al referirnos al debut en solitario del maño aludíamos a “Earthling”, no sería descabellado comparar lo último de Bunbury con la etapa final del Duque Blanco (más “The Next Day” que “Blackstar”, más que nada porque nada puede compararse con “Blackstar”), en su atinado diálogo entre clasicismo y modernidad. En ese sentido, no es casual que el saxo ocupe un espacio clave en el armazón musical de la obra (suena de una forma u otra en los once cortes), no tanto para embellecer sino para aportar nervio y tensión a un conjunto de canciones plagadas de detalles e inventiva y en las que fondo y forma caminan de la mano en perfecta armonía. Porque de poco serviría un sonido espectacular si no estuviera puesto al servicio de buenos temas, y en “Expectativas” éstos son abrumadora mayoría, sensación que las sucesivas escuchas no hace sino acrecentar. De hecho, este es su disco más compacto y cohesionado desde “Las Consecuencias”, trabajo con el que comparte una virtud, la de la concreción y la ausencia de relleno, que hay que reconocer que no siempre ha estado presente en el catálogo del maño.
Que la obra se inicie con la magnífica “La ceremonia de la confusión” ya es toda una declaración de intenciones, tanto en lo musical, con los Santos Inocentes desplegando una apocalíptica colcha sonora de guitarras, sintetizadores y fraseos de free jazz sobre una sección rítmica robusta, como en lo temático, apuntando al caos y la alienación de un mundo cada vez más atiborrado de las voces frívolas e insolentes de la policía de lo correcto que solo alimentan ruido, mentiras y odio. Desde “Palosanto” el Bunbury letrista ha virado en cronista airado de los tiempos enrarecidos que vivimos, apostando por cantar rock’n’ roll donde conviene estar callado, pero si entonces se sumaba con actitud de combate a la llamada a un despertar colectivo ahora parece asumir con hastío y desencanto que quizás haya males que duren para siempre. En “La actitud correcta”, un adictivo número de neo-glam rock saturado que podría emparentar con los últimos Queens of the Stone Age, los dardos apuntan con claridad meridiana hacia la banalidad y la escasa originalidad que campan a sus anchas por la escena musical, aunque los más malévolos podrían ver aquí un irónico autorretrato del propio autor. “Cuna de Caín” es otro exponente de ese rock casi pictórico en el que las capas y los arreglos sutiles y dispares se superponen sobre una fantástica canción de desarrollo más complejo de lo que parece a simple vista. Líricamente, según palabras del mismo Bunbury, se refiere a una relación imposible entre dos personas, pero la más urgente actualidad se ha empecinado en conferirle otro significado, pese a que jure y perjure en las entrevistas promocionales que no la compuso con el conflicto catalán en la cabeza. Un claro ejemplo de cómo la obra a veces escapa a las intenciones de su creador. El crudo bofetón sin anestesia a la inoperante clase política de “En bandeja de plata” apuntala un primer tercio marcadamente rockero, sin rastro ya del gen latino (tampoco en el resto del álbum), en esta ocasión con una de las composiciones más trepidantes, intrincadas y contundentes que ha firmado en mucho tiempo, también una de mis favoritas y una baza segura para presentarse con la firme intención de caldear el ambiente en la gira venidera. Incluso me atrevo a apuntar que si Héroes de Silencio estuviesen en activo en 2017 igual no sonarían muy distinto a esto.
El tempo se relaja con “Parecemos tontos” y su delicado sabor soulero en otra elaborada composición que depara algunas de las mejores líneas (“Qué ruido hace un hombre que se quiebra en soledad/ Qué cobijo encontrará en la sombra de un mal pensamiento”), también alguna que otra más sonrojante (“Nos bañamos en el mar, la mar de bien”), y probablemente la interpretación más apasionada de Bunbury, que en todo el álbum se exhibe dominante y en plenitud de facultades. “Lugares comunes, frases hechas”, otro exabrupto contra las opiniones de saldo que pululan por doquier en este mundo feliz, nos arrastra al hedonismo de la pista de baile y, aunque es un corte muy disfrutable y seguramente el más fresco y comercial del lote, tengo la sensación de que si le hubiese dado un par de vueltas más podía haberse convertido en el temazo que amaga con llegar a ser. Incluso se termina súbitamente justo en el momento en el que Arcade Fire le habrían aplicado el subidón definitivo, aunque quizás la intención fuese precisamente no llevar demasiado lejos el mimetismo con los canadienses. En “Al filo de un cuchillo” el esqueleto sonoro orgánico recubierto de contrachapado digital se solapa con la oscuridad dramática de la melodía y la letra mientras se avista en el horizonte a Depeche Mode; otro grower que se engrandece con las escuchas. Un inicio marcial que recuerda inevitablemente a la PJ Harvey de “The Hope Six Demolition Project” presenta otra de mis favoritas instantáneas del disco, la arrolladora “Bartleby (mis dominios)”, vigoroso tema que se me antoja redondo en todos sus elementos y que conceptualmente supone un cambio de tercio al abanderar el libre albedrío (el célebre “preferiría no hacerlo” del relato “Bartleby, el escribiente” de Melville) y proclamarse servidor de nadie como alternativa plausible ante la injusticia de un sistema abusivo y corrupto.
De hecho, el último tramo del disco mira más hacia dentro que hacia fuera y el clima se torna más íntimo e introspectivo, como prueba “Mi libertad”, pieza de atmósfera sombría, ligeramente jazzística, ribeteada por pinceladas electrónicas, un solo de saxo refinado y contenedora de otra de esas líneas memorables (“La calle va por dentro y no tienes ni puta idea de rock ‘n’ roll”) que jalonan la obra. No es mal tema pero palidece ante la maravillosa “La constante”, la única genuina canción de amor de “Expectativas”, pero qué preciosidad de canción. Cualquier compositor de este país habría matado por firmar su bellísima melodía, su cadencia deliciosamente clásica y su emocionante letra (“Mi amor no será un problema jamás, el problema jamás”). Bunbury ha sostenido durante la promoción del disco que en los afectos sinceros e incondicionales, en el arte y en la contemplación se encuentra el antídoto ante el virus de la inmundicia que nos rodea, y en ese sentido la receta prescrita en una canción así se nos antoja el mejor bálsamo posible que nos podía regalar. Pero el artista se resiste a que la última línea de una obra como ésta albergue una nota tan optimista y para cerrar el telón vuelve a bajar la luz en “Supongo”, canción de desarrollo solemne y tenebroso, casi tétrico, que se detona en un expansivo estribillo de vocación catárquica en la que al final Bunbury admite que la única certeza ante todo este caos es la incertidumbre, el dudar quizás.
Asegura el músico zaragozano que para “Expectativas” compuso cerca de 50 canciones, de las cuales solo 25 llevó al estudio de grabación para quedarse finalmente con las once que hay en el plástico, un proceso de depuración que le ha sentado estupendamente al resultado final pero que también podría abrir la puerta a otro álbum en el que daría salida a parte de los temas descartados. Sin embargo, con Bunbury el futuro siempre es impredecible, y no sería la primera vez que el material que va al cajón en el cajón se queda. Y a veces, me permito añadir, esa la opción más adecuada. Sí podríamos apostar a que, sea cual sea el próximo destino, a este explorador solitario le veremos siempre en acto de servicio y a que el camino seguirá haciéndose hacia adelante. Un mismo rumbo a un nuevo paso.
GRACIAS
por poner tanta pasión en lo que escribes y ser tan claro sin ser pretencioso
yo incluso fui a un concierto de Bunbury pero fui por acompañar a una amiga, y me gustò
pero no es un artista que he llegado a entender, desde que he leído tu post,ahora bastante mas. thank you again.
larga vida al rock and rol
Pues muchas gracias a ti por tu comentario, franki, aunque si quieres entender de verdad a Bunbury solo tienes que sumergirte en su muy variada discografía. Un saludo.
Me ha encantado tu crítica. Yo también acabo de «descubrir» a Bunbury como solista con este disco. Supongo que nunca es tarde si la dicha es buena jeje. Yo era una fan total de Héroes y cuando se separaron y Enrique sacó Radical Sonora he de admitir que no entendí nada de aquello y dejé de prestarle atención y nunca ya me interesé por sus obras, alguna canción suelta pero nada más. Sin embargo este disco me ha cautivado totalmente, me encanta y hasta me he animado a sacar mi entrada para verle ahora en diciembre, cosa de la que creo que no me arrepentiré ( o eso espero jaja). Saludos!
Muchas gracias por tu comentario, Sandra. Me alegro de que hayas redescubierto a Bunbury con «Expectativas». Bien pensado, es quizás el disco suyo que mejor puede volver a conectar con los fans de Héroes que, como tú, se desentendieron de su carrera en solitario. En directo Bunbury no suele decepcionar, así que disfruta del concierto. Un saludo!
Jorge Luis, he escuchado varios discos de Bunbury, y hasta ahora no he conseguido engancharme del todo. El que más me ha gustado de los que he oído es Licenciado Cantinas, que, mira por donde, es un disco de versiones. Por eso me gustaría pedirte consejo, si no te importa: ¿qué disco de Bunbury aconsejas para adentrarse en su discografía, para intentar engancharse a su obra? Gracias.
Saludos, Mr Mustard; pues tendría que saber qué discos has escuchado de Bunbury y no te han enganchado del todo para saber cuál recomendarte, porque en una trayectoria tan dispar como la suya no hay una puerta de entrada evidente. Considero que este «Expectativas» tiene muchas papeletas para molarle a cualquiera que le guste el rock sin etiquetas, pero leyendo tu querencia por «Licenciado Cantinas» quizás te vaya más su etapa latino-mediterránea. Tengo la impresión de que su disco más popular y valorado es «Flamingos», aunque a mí el que más me gustaba de aquella fase era «Pequeño». Si prefieres al Bunbury más anglosajón, más pegado a un rock americano de raíz clásica, el más accesible sería «Hellville Deluxe», pero, como te digo, va en gustos. Como toma de contacto general también se puede probar con el recopilatorio «Canciones 1996-2006» (la edición doble), que en su momento resumía bastante bien su trayectoria (si exceptuamos «Radical Sonora»), aunque a estas alturas ya se ha quedado bastante incompleto.