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Luces y sombras de «El Ministerio del Tiempo»

06/11/2017

El Ministerio del Tiempo Aura Garrido Hugo Silva Nacho Fresneda

No lo vamos a negar. La relación entre el Cadillac y «El Ministerio del Tiempo» ha sido más bien distante. Nunca hemos sido detractores de una de las ficciones españolas más importantes de todos los tiempos ni hemos ignorado su asombrosa repercusión en redes sociales, pero nunca nos habíamos decidido a dar el paso de analizarla. Lo cierto es que, ante la avalancha de estrenos interesantes con que nos asola la televisión reciente, son mayoría en este blog los redactores que han preferido centrarse en otras opciones, pero siempre ha quedado alguno que ha continuado disfrutando/sufriendo sus ascensos/descensos durante su ajetreada existencia.

Por fin, el momento ha llegado. Una vez concluida la tercera temporada y con su continuidad prácticamente descartada, al menos a corto plazo, hemos decidido hacer balance y mojarnos sobre la ambiciosa producción de TVE, que ya tiene asegurado su billete para la posteridad, no sólo por su mayor o menor calidad, sino por ser claro testimonio del ‘cambio de régimen’ de la ficción televisiva española. Enmarcada en una de las factorías de ficción más inmovilistas del pais, el ente público; «El Ministerio del Tiempo» parecía constituir -pese a su anunciada modernidad y sus elevadas ambiciones- un nuevo contrapeso de TVE para contener la pujanza que ya iban teniendo allá por 2015 las novedades que traían a la ficción las revolucionarias plataformas de ‘streaming’. Sin embargo, el nuevo producto se empezó a llevar muy bien con esas nuevas vías y acabó mutando en un extraño híbrido de transición. El sorprendente resultado fue que su emisión convencional fue declinando drásticamente en audiencia -algo a lo que contribuyeron notablemente sus continuos cambios de día y sus retrasos en los comienzos de temporada- mientras que el posterior visionado de sus capítulos en la web y aplicaciones de RTVE crecieron exponencialmente, evidenciando claramente el cambio de paradigma del espectador. Ese estátus de pionera en el nuevo mercado audiovisual no hizo más que confirmarse con su triunfo absoluto y enorme prestigio en las redes sociales. La paradoja final resultó ser el hecho de que su continuidad no fuera posible hasta que el ‘antiguo régimen’ -TVE- y el ‘nuevo’ –Netflix– llegaran a una histórica alianza de producción y explotación conjunta.Ministerio del Tiempo

En nuestra modesta opinión, «El Ministerio del Tiempo» tiene un buen número de virtudes pero, a la vez, disentimos del fervor que despierta entre sus acólitos más acérrimos y creemos que su liderazgo de la ficción televisiva española en estos últimos años ha tenido algo que ver con ese viejo refrán que reza «en el país de los ciegos…el tuerto es el rey», careciendo de una gran competencia real que sí parece estar floreciendo en estos tiempos de la mano de Movistar y producciones como «La zona» o «La peste». Por ello, antes que hacer un exhaustivo repaso de las tres temporadas, hemos preferido dejar patente cuáles son los elementos que más nos han gustado de la serie y los que nos han generado dudas sobre ella, en definitiva, las luces y las sombras de «El Ministerio del Tiempo».

LAS RESPLANDECIENTES LUCES

Una idea excepcional

La premisa inicial de cualquier serie siempre es importante. En «El Ministerio del Tiempo» lo es aún más, es su misma esencia. Si otras ficciones utilizan esa idea inicial como una excusa para arrancar y luego continuar por otros derroteros, en el caso de la producción de TVE supone un molde inalterable en el que encuadrarse…y bien que hace. La premisa pergeñada por los hermanos Pablo y Javier Olivares es simplemente brillante: la existencia de un ministerio secreto que se dedica a ‘corregir’ los desajustes que se van produciendo en la historia ‘oficial’ de España da pie a un sinfín de posibilidades al aunar ciencia ficción, divulgación histórica, recreaciones de las más variadas épocas y personajes, comedia de situación, romanticismo…Casi imposible conseguir más cosas con una sola idea, ya que no sólo ha supuesto un punto y aparte en la ficción española, sino que también se ha convertido en un referente a nivel internacional, como bien hemos podido comprobar en las ‘adaptaciones’ -cuando no burdas imitaciones- que han ido surgiendo  a lo largo y ancho del mundo.

el-ministerio-del-tiempo 2

Un reparto inteligente y ajustado

No son pocas las ocasiones en las que las ficciones españolas han  preferido suspender su credibilidad en aras de lograr un mayor impacto mediático colocando a intérpretes populares en personajes absolutamente inadecuados. También en este aspecto «El Ministerio del Tiempo» es una serie diferente…y ejemplar. Pocos repartos tan acertados ha visto una producción nacional. La obligatoria cuota de rostros mediáticos en una ficción emitida en el ‘prime time’ de una cadena generalista la cubren Rodolfo Sancho, en una primera instancia, y Hugo Silva posteriormente, además de la patina de prestigio popular que da Cayetana Guillén Cuervo, todos ellos defendiendo muy correctamente sus respectivos roles. Pero mucho menos previsible era la presencia en caracteres protagonistas de veteranos secundarios que bien merecían esta oportunidad: los Nacho Fresneda, Juan Gea, Jaime Blanch y Francesca Piñón suponen toda una bocanada de aire fresco y, a la vez que clavan sus personajes, son perfectamente adecuados para ellos. Tampoco conviene descuidar la aparición, ya sea como recurrentes o como invitados, de profesionales de la talla de Julián Villagrán (ese Velázquez tan gracioso como excesivo), Victor Clavijo, Pere Ponce, Natalia Millán, Pedro Casablanc y un larguísimo etcétera.

Ministerio del Tiempo Jaime Blanch

Aura Garrido

Si hay una persona beneficiada por la emisión de «El Ministerio del Tiempo» esa es Aura Garrido y por eso creemos que merece un párrafo aparte. Era un secreto a voces que Garrido era una de las actrices españolas más prometedoras tras verla en filmes como «Stockholm» o «El cuerpo», pero la serie de TVE la ha convertido ya en una de las grandes estrellas del firmamento nacional, a la espera de que los grandes protagónicos en cine avalen definitivamente esta afirmación. La intérprete madrileña se apodera absolutamente de esa Amelia Folch, un personaje estupendo que ella se encarga de elevar a los altares. Toda convicción, todo fuerza, Garrido llena de carisma y discreta belleza a todo un símbolo femenino: una pionera y brillante estudiante universitaria del siglo XIX que, una vez captada por el Ministerio, se convierte en la líder natural de la patrulla que conforma junto a Julián (Sancho), Pacino (Silva) y Alonso de Entrerríos (Fresneda). No cabe duda de que su ausencia en la segunda mitad de la tercera temporada se ha hecho notar ostensiblemente, pese a que un fichaje de relumbrón como Macarena García intentara suplirla, sin demasiado éxito.

Ministerio del Tiempo Aura Garrido

Una excelente factura cinematográfica

Si hay algún elemento en el que ha mejorado ostensiblemente la ficción nacional a raíz del ‘boom’ internacional de las series ese ha sido el de su factura. Huelga recordar aquella gran mayoría de producciones rodadas en platós baratos que no resistían la más mínima comparación con lo que nos llegaba de fuera. Ahora ese tipo de ‘look’ cutrón ha quedado definitivamente aparcado a comedias de situación muy determinadas. Ya no se concibe una producción ‘seria’ sin una estética ambiciosa y comparable al de una película. «El Ministerio del Tiempo» no ha sido para nada una excepción, ofreciendo una cuidadísima ambientación -con el mérito añadido de que la trama se desarrolle en las épocas más variadas- y una factura técnica encomiable, algo a lo que no son ajenos los directores habituales de la serie –Marc Vigil, Abigail Schaaff y Jorge Dorado– ni esos agradecidos realizadores invitados de contrastado prestigio como Koldo Serra, Oskar Santos, Javier Ruiz Caldera o Paco Plaza, que han sabido mantener la continuidad de la serie, enriqueciéndola con sus personales ópticas.

Ministerio del Tiempo 3

Las cimas del Ministerio: el díptico de Filipinas y Hitchcock

Dentro del buen nivel general de la serie, hay dos cimas que la elevan momentáneamente a la excelencia y nos hacen pensar lo grande que habría podido llegar a ser esta producción con un mayor grado de inspiración: el apasionante díptico sobre la guerra de Filipinas de la segunda temporada llamado «Tiempo de valientes» y el excepcional comienzo de la tercera entrega que supuso «Con el tiempo en los talones», un homenaje a Alfred Hitchcock que llegó incluso al título del capítulo. En «Tiempo de valientes», la trama de la serie prácticamente se detiene para trasladar la sapiencia médica de Julián a uno de los episodios más cruentos de la guerra de Filipinas de 1898: el sitio de Baler. La serie alcanza en dos capítulos soberanos sus mayores cotas de crueldad, fiereza y épica en un desgarrador drama que muy bien podría haber sido cinematográfico, antecediendo en meses a «1898. Los últimos de Filipinas». En el caso de «Con el tiempo en los talones», el listón vuelve a ponerse prácticamente inalcanzable al saber integrar virtuosamente una aventura convencional de la patrulla ministérica en la visita de Hithcock al Festival de San Sebastián de 1958 para presentar «Vértigo» con una ingente cantidad de guiños a la filmografía del genio británico, todo un prodigio de dirección artística. Su único inconveniente: crear unas expectativas desorbitadas respecto a una tercera temporada de prestaciones generales bastante más modestas. Estas dos cimas merecen ser disfrutadas por todo el mundo, por lo que invito a quienes no han sido seducidos por el Ministerio a que, al menos, disfruten por separado de estos capítulos. Lo agradecerán.

Ministerio del Tiempo Hitchcock

Acertadas píldoras de humor

El prometedor capítulo que nos presentó en sociedad la serie de los hermanos Olivares -que llevaba inserta esa jocosa utilización de la letra del «Maneras de vivir» de Leño- dio la apariencia que íbamos a asistir a no pocos momentos de humor, jugando con el contraste de introducir referentes populares de la España actual en otras épocas históricas. Esta saludable opción ha sido finalmente poco utilizada, a tenor de la creciente gravedad que han ido adquiriendo las tramas, pero ha resultado muy agradecida cuando ha aparecido. No podemos evitar sonreir al recordar el desenmascaramiento de un impostor debido a su desconocimiento de algunas de los chascarillos más populares de Chiquito de la Calzada, el afortunado cameo del incombustible Jordi Hurtado o el homenaje a Andrés Pajares y Fernando Esteso en un episodio reciente. Todas estas pequeñas chispas han resultado mucho más efectivas que la sobreexplotación del pobre Velazquez como elemento cómico. Mención aparte merece el tronchante y magnífico comienzo del capítulo con el que hemos despedido la serie.

Ministerio del Tiempo Jordi Hurtado

LAS SOMBRAS TENEBROSAS

Los dichosos 70 minutos

En esta transición que representa «El Ministerio del Tiempo», su factor más antiguo, el que lo ata a las ficciones tradicionales españolas son los dichosos 70 minutos de duración de cada capítulo. Antigualla sólo justificada comercialmente para ocupar la franja completa del ‘prime time’, esos 70 minutos son una pesada losa para la serie que, salvo en honrosas excepciones, evidencia casi siempre al menos 10/15 minutos de relleno que contribuyen a engordar demasiado capítulos muy necesitados de un ‘lifting’ de metraje,  con lo que nos ahorraríamos algunas subtramas innecesarias y escenas de situación perfectamente prescindibles.

Ministerio del Tiempo Velazquez

Un didactismo excesivo

No nos desagrada, es más nos complace especialmente que una producción destinada al ‘prime time’ se desmarque de la frivolidad imperante y nos sirva para instruirnos, a la vez que nos entretenemos, en una materia tan necesaria como la Historia de España. Sin embargo, este aspecto tan loado de la serie creemos que no es tratado de la mejor forma. Más que nada porque prácticamente en cada capítulo se pierden unos minutos preciosos en que, normalmente, los personajes de Irene,  Ernesto y Salvador nos presenten el contexto histórico en que se va a desarrollar la trama en una especie de intro que puede ser útil narrativamente pero que origina unas líneas de diálogo tremendamente impostadas que, de no ser porque no suelen extenderse demasiado, te sacarían del capítulo. Mucho más apetecible hubiera sido ir integrando naturalmente estos datos de situación a lo largo de la trama.

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El bajón de la tercera temporada

La misma idea original dio vuelo a la serie durante una primera temporada de buen nivel que se benefició tanto del efecto novedad como de una corta duración -ocho capítulos- que no permitió ni el cansancio ni la irregularidad. Este trampolín permitió aspirar a mayores ambiciones en una segunda entrega que deparó los mejores momentos de ‘El Ministerio del Tiempo’ (el ya comentado díptico sobre Filipinas), escapando de los lugares comunes y aprovechando circunstancias históricas menos evidentes que las habituales -destacando capítulos como el que nos presentó a Pacino, el centrado en la vampira del Raval y el ambientado en el Alcázar de Madrid- y ofreciendo inesperados oasis cómicos jugando con la interacción de los integrantes del Ministerio (esa boda en un castillo). Sin embargo, el hecho de aumentar hasta trece los episodios se evidencia dañino al mostrarse algunos de ellos planos y no muy inspirados, de claro relleno. El fulgurante comienzo de la tercera temporada que resultó ser el homenaje a Hitchcock, bien secundado con las aventuras en el Monasterio de Veruela, resultó ser un espejismo, siendo el engañoso preludio a su entrega menos inspirada, repleta de episodios correctos, sí, pero con una clara ausencia de chispa general, algo que corrigió parcialmente ese «Entre dos tiempos» final, que comienza con un ingenioso ejercicio de parodia de la propia serie para continuar con una distopía que llega a recordar por momentos a «Black Mirror».

Ministerio del Tiempo Macarena García

Ineficacia de las tramas secundarias

Esos 70 minutos por capítulo ya comentados dan pie a que haya que añadir a la trama central de los tres agentes y sus viajes por el tiempo subtramas secundarias que podrían dar profundidad a la serie, pero que, desafortunadamente, lo que provocan es que la acción se embarulle un tanto y se pierda la fluidez. La que protagoniza la ‘traidora’ Lola Mendieta (Natalia Millán) es la única que aporta verdaderos alicientes, siendo muchas menos satisfactorias las centradas en Susana Torres (Mar Saura), el Ángel Exterminador y los Hijos de Padilla.

Ministerio del Tiempo Natalia Millan

Desapariciones abruptas de los personajes

No es «El Ministerio del Tiempo» una de esas series en los que los personajes salen y entras como si viajaran por el Metro, es de hecho muy regular y uniforme en cuanto a la permanencia de su reparto. Por eso destaca lo abrupto y mal desarrollado de las desapariciones de algunos de sus protagonistas más destacados. El ejemplo más palpable es el de Julián (Sancho), un personaje esencial el primer tramo de la serie, que, pese a haber ido agotando gran parte de su atractivo, no se merecía un ‘mutis por el foro’ tan fugaz, en una secuencia en la que ni siquiera llegó a aparecer el propio actor. Y más teniendo en cuenta que se quedaba colgada para la eternidad una de las tramas sobre las que había depositadas más esperanzas… Cierto es que situaciones contractuales impedían su recuperación, pero se podía haber ido preparando una salida más digna. Lo que sí era conocido con antelación era el abandono de Amelia del Ministerio a mediados de la última temporada, y, aunque ella sí tuvo su oportunidad de decir adiós. la despedida fue demasiado fría y plana para lo que merecía el mejor rol de toda la obra.

Ministerio del Tiempo Aura Garrido Nacho Fresneda

El frío amor en los tiempos del Ministerio

Acción, aventura, historia, costumbrismo…son varios los temas y géneros en los que destaca «El Ministerio del Tiempo», pero desde luego uno de ellos no es el amor. Muy salvable es esa trágica historia intertemporal de Julián con su fallecida novia, pero su excesiva repetición la acabó agotando demasiado pronto, mientras que la que mantiene Alonso con esa Elena que es una especie de reencarnación de su esposa del pasado, pese a aparecer y desaparecer como el Guadiana, es la más creíble y mejor estructurada. Mucho menos afortunados son los comprensibles escarceos entre los agentes del Ministerio, en concreto los sucesivos de Julián y Pacino con Amelia. Sutil y muy espaciado en el tiempo el primero, parece que va a acabar teniendo una importancia fundamental, pero todo acaba con un chasco monumental con la desaparición de Julián…y si te he visto, no me acuerdo. Mucho más sexual e inmediata es el segundo, pero esa tensión que podría haber generado atractivos vericuetos va quedando apartada según van pasando los capítulos hasta quedar en una incomprensible nada.

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ÚLTIMO INFORME DEL MINISTERIO

El Ministerio parece así cerrar definitivamente sus puertas, después de haber hecho indiscutiblemente historia, pero dejando un sabor final un tanto agridulce. Sus fulgurantes comienzos quedarán para siempre en el recuerdo, su forma de cambiar los hábitos del espectador convencional se estudiará en las universidades y esa frescura que introdujo en el ente público ha creado una muy positiva escuela. Sin embargo, da la sensación de que, descensos de audiencia y vergonzante tratamiento de la cadena mediante, toda esa potencia se ha evaporado demasiado rápido y la serie no ha sabido rentabilizar adecuadamente ese caudal de prestigio que generó. Ni siquiera el espaldarazo que supuso el apoyo de Netflix de cara a esta última temporada sirvió para salir de esa cierta indiferencia en la que ha acabado cayendo. No la echaremos de menos con demasiado desconsuelo, pero estoy convencido de que a corto plazo tendremos mucho más que agradecer a esta fructífera semilla de lo que ahora llegamos a imaginar. Tiempo al tiempo.

Ministerio del Tiempo 5

3 comentarios leave one →
  1. 06/11/2017 12:59

    Fantástica reseña. Parece que te hayas metido en mi cabeza al escribirla. ¡Enhorabuena!

    • Alberto Loriente permalink*
      06/11/2017 23:27

      Mil gracias, me alegro de que hayamos coincidido tanto!

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