Detrás de la máscara: una oda al «slasher»
Llega Halloween un año más, y con él, decoración festiva de color naranja y máscaras de todo tipo. Telarañas, calabazas, sábanas flotantes, calderos de hielo seco, sangre falsa. Por más que algunos quieran alzar el puño al cielo para gritar a las nubes como Abe Simpson, acoger una fiesta donde todo es terror, diversión y caramelos, por mucho que sus orígenes sean tan diferentes, no deja de ser la sal de la vida. Es una fecha, además, muy especial y propicia en la blogosfera, donde se habla de series y episodios terroríficos de manera incansable, de cine con el que atiborrarse de palomitas. Aquí, en el Cadillac, ya os acompañamos un par de años con especiales sobre Edgar Allan Poe o sobre el cine de terror clásico de la Universal. Y hoy, para recuperar tradiciones, os traemos un post sobre uno de los subgéneros que más horas de diversión sádica nos han proporcionado: el slasher.
Para sus admiradores más fervientes, esta introducción podría resultar algo carente de sentido, pero me tomaré unos minutos para explicar brevemente qué es el slasher por si algún aficionado que acabe de iniciarse en la materia o incluso algún profano se anima con la lectura de este post. El slasher es un subgénero del cine de terror que se caracteriza por tener a un asesino serial como pieza central, alguien con unos traumas infantiles, ganas de venganza o simplemente una psique infernal y carente de empatía. Dicho asesino persigue a sus víctimas, normalmente jóvenes estereotipados sin vigilancia parental o adulta, sin más pretensión que la de acabar con sus víctimas de manera rápida y sin demasiados rituales, habitualmente con un arma de hoja (cuchillos, sierras, machetes, etc…)
Los límites de este subgénero son difíciles de definir (llegando incluso a debates sobre qué películas encajan o no dentro), particularmente con el transcurrir del tiempo, al irse dando lugar a muestras más innovadoras y experimentales. No es estrictamente necesario, por ejemplo, que las víctimas del asesino (enmascarado en la mayoría de ocasiones, que no todas) sean jóvenes y tampoco han de cumplirse al 100% todas las reglas de ese decálogo no escrito del asesino slasher. ¿Cuáles son, pues, dichas reglas? La primera es que la chica más promiscua (entiéndase promiscua desde un prisma sexista donde cualquiera con seguridad y autoestima no se niega a sí misma disfrutar del sexo) es quien muere antes por aquello de pagar por el pecado cometido. Que en cada grupo de amigos tiene que haber un deportista con un ego supremo, un chico más comprensivo y respetuoso y un freak al que o bien le encanta ir fumado o no cesa de hacer chistes para ser el payasete de la pandilla. Por último, tendríamos a la chica virgen que no necesariamente es virgen (aunque lo sea con frecuencia), pero se caracteriza por ser un personaje centrado, responsable, consecuente y cauteloso. Además, ésta última es siempre la final girl, una figura importantísima dentro del cine slasher, la chica que consigue sobrevivir.
Cualquier amante del cine que haya dejado atrás las malditas pretensiones que más nos ciegan es consciente de la belleza de un ciclo de cine de Ingmar Bergman en una filmoteca, del placer del cine independiente que se proyecta en muchos festivales, de la necesidad de conocer a los y las cineastas que cambiaron la historia. Sin embargo, al alcanzar una madurez uno llega a comprender que el término «placer culpable» es una desfachatez cargada de egolatría que implica que uno es tan superior que ha de sentirse culpable o avergonzado por disfrutar de algo que es a todos accesible y que le viene pequeño. El verdadero amante del séptimo arte se enamora del expresionismo de Murnau y al mismo tiempo es capaz de valorar en su contexto el conjunto de filmes que protagoniza un loco con un machete que persigue a adolescentes interpretados por actores de treinta años. Y eso también es cine, satisfactorio e igualmente digno de análisis.
La finalidad de este post no es la de sentar cátedra ni contar a los pasajeros del Cadillac cuáles son los mejores slasher que se han producido a lo largo de los años, sino hablaros de mis favoritos a través de una selección de diez cintas que podría visionar y revisionar en bucle. Como siempre, os animo a dejar vuestras propias listas y aportaciones. Y recordad: «vuelvo enseguida» o «¿quién hay ahí?» no son frases inteligentes a pronunciar en voz alta si queréis sobrevivir a esta entrada. Que Randy Meeks os guíe.
«The whore. She’s corrupted. She dies first.
The athlete.
The scholar.
The fool.
All supper and die at the hands of whatever horror they have raised. Leaving the last to live or die as fate decides.
The virgin.»
1.Psicosis, Alfred Hitchcock (1960)
«Psicosis» no necesita presentaciones. La historia de Norman Bates y su madre, de un motel que esconde secretos innombrables, de Marion gritando (y muriendo a cuchillo) en la ducha. Este clásico de Hitchcock, adaptación de la novela homónima de Robert Bloch, es una de las mejores cintas de terror de la historia del cine. Desde luego, soy consciente de que a estas alturas muchos se llevarán las manos a la cabeza con irritación mientras se preguntan qué hace esta película encabezando una lista de cine slasher, pero tenemos razones y respuestas.
En primer lugar, la mayor parte de los estudios han optado por considerarla el ejemplo más temprano de este subgénero (junto a «El fotógrafo del pánico»), y desde luego no puede obviarse su condición de antecesora a todo lo que habría de llegar y lo larga que es la sombra de su legado. Son muchos los elementos que le son propios y que después se convertirían en características de este tipo de cine, como un asesino legendario cuya máscara era su actuación, un pasado de traumas o un nombre que resonará por los siglos de los siglos. Y en segundo lugar, puede que la «Psicosis» original no sea una muestra clarísima del slasher, pero con toda rotundidad, las tres siguientes entregas de Norman Bates que conformarían una saga, lo son.
Casi sesenta años después, esta historia sigue siendo escalofriante. Cuántas escenas icónicas nos dejó el maestro y qué derroche de talento el de Anthony Perkins. No hay un sólo momento de suspense, ya sea en vida real o ficticia, en el que a día de hoy no encaje la composición de Herrmann.
2.Halloween, John Carpenter (1978)
A la tierna edad de seis años, una noche de Halloween, el pequeño Michael Myers asesina a su familia con un cuchillo de cocina tras la careta de payaso de su disfraz. Quince años más tarde, después de huir del psiquiátrico en el que ha vivido interno, volverá a su hogar. Pocos títulos hay más representativos que el clásico de John Carpenter en la noche de brujas. Mi slasher preferido, mi psicokiller predilecto del género.
No hay absolutamente nada desdeñable en esta cinta de terror, en esa atmósfera tan sobrecogedora e inquietante, en esa fotografía tan oscura, en esa perpetua sensación de peligro que el espectador siente al otro lado de la pantalla. Porque «Halloween» es oscura como una noche sin estrellas, en su fondo y superficie, metáfora y literalidad, y Michael Myers un stalker escalofriante que asoma tras el seto, se esconde entre tus sábanas tendidas, te mira tras la puerta con la respiración pesada. Siempre acunado por una banda sonora increíblemente mítica en la que es imposible no pensar cuando se habla de la entrega.
Qué bien ha envejecido y qué fortuna poder afirmar con rotundidad que no pierde nada en cada revisión. Además, estamos de suerte. Si Jamie Lee Curtis, la mejor scream queen de todos los tiempos, volviera a finales de los noventa para el veinte aniversario, el próximo 2018 regresará a una nueva entrega de la saga para conmemorar con nosotros cuarenta años de Laurie Strode y de un Michael Myers inmortal. «Halloween» nunca ha brillado tanto como en las escasas ocasiones (tres filmes y medio) en que han estado juntos.
3.La matanza de Texas, Tobe Hooper (1974)
Tobe Hopper nos dejó hace tres meses escasos, genio del terror a plena luz del día. «La matanza de Texas» es una obra maestra del horror, su gran trabajo. Un retrato familiar digno de carnicería en la América profunda. Pocas cintas del momento hay más perversas que esta, ni más violentas, sin llegar a mostrar realmente nada explícito. Ese viaje de cinco jóvenes en una furgoneta destartalada que acaba en una persecución de Leatherface, motosierra en mano, ha pasado a ser parte de la memoria colectiva.
Son numerosos los factores que hacen de esta una obra realmente especial e indudablemente magnífica, partiendo de la técnica cinematográfica gestada en un empleo previo de Hopper como camarógrafo de documentales, pasando por el excelente uso y cuidado de los efectos sonoros (los gritos, el motor de la sierra, el chocar de los huesos) hasta llegar a unas interpretaciones encomiables. La afonía posterior al rodaje de Marilyn Burns probablemente hubiera merecido su propio comercial de Angileptol.
Canibalismo, aislamiento, sadismo… son muchos los temas que recorre esta cinta en apenas ochenta minutos de metraje que desde su nacimiento no se ha librado de la controversia, como muchas obras artísticas clave. Un clásico que merece el lugar en el podio al que ha logrado escalar con el paso de los años y cuya influencia continua hasta nuestros días.
4.Black Christmas, Bob Clark (1974)
Es Navidad y las jóvenes de una fraternidad celebran una fiesta antes de volver con sus familias, pero esa noche nada sale como esperan, ya que un desconocido se cuela en casa y empiezan a recibir llamadas telefónicas escalofriantes y obscenas. Es este un slasher maravilloso (y también un home invasion) que llegué a descubrir de manera tardía. Una película que, paradójicamente y perteneciendo al género al que pertenece, tiene un encanto extrañísimo, de un terror bañado en luces de colores y decoración festiva.
Son muchas las virtudes de «Black Christmas» y muchos los factores que lograron que se colara entre mis predilectas desde el primer contacto con ella. En primer lugar, el filme llega a dar miedo. Un miedo cuyos principales desencadenantes son una tensión muy lograda, planos fijos y escenas desde la perspectiva de un asesino delirante. Se crea una sensación de desasosiego permanente que no muchas llegan a conseguir. Y todo, absolutamente todo, está pasando delante de las narices de unos personajes que no logran verlo.
Aunque quizá lo que más llegó a conquistarme fue lo moderna que resulta cuarenta años después. Ya en aquel tiempo, en plena gestación del slasher, Bob Clark decidió saltarse todas las normas que lo regían, soltar las piezas y volverlas a recolocar a placer. Y qué personajes femeninos tan increíbles salieron de aquello, tan actuales y tan ligados a temas importantísimos. No exagero cuando recomiendo esta cinta que inexplicablemente goza de menos prestigio que sus hermanas, de manera ferviente y con apremio, a quien aún no haya disfrutado de ella.
5.Scream, Wes Craven (1997)
Para muchos treintañeros de hoy, los slasher mamarrachos de los noventa supusieron el nacimiento de una relación muy especial con el cine y un despertar del interés por el género. De entre todo el puñado de VHS que llegamos a alquilar en nuestro videoclub habitual, sólo uno de ellos llegó a mantenerse con una dignidad admirable al pasar los años, y ese es el que hoy nos trae aquí, el film noventero de culto de Wes Craven, que repetirá en esta lista con un clásico más obvio.
«Scream» queda muy lejos de todo ese desfile de películas con las que hoy echaríamos unas risas envueltos en la añoranza del mal gusto de nuestra adolescencia, y la mayor prueba de ello es lo bien que funciona y cómo llega a redimensionarse en una revisión en la edad adulta. Es un slasher, sí, uno que habla al mismo tiempo de todos los slasher y sobre todo hace las veces de sátira y homenaje al género. Un discurso contundente sobre el funcionamiento de las películas de terror y sus normas cargado de humor negro. Qué impactante sigue resultando ese comienzo en el que Drew Barrymore dura lo que una llamada telefónica. Qué reparto tan popular en la década.
Si con algo nos quedamos de aquellos visionados en la pubertad, es con los crímenes de Woodsboro, con Sidney Prescott, con el periodismo desalmado de Gale Weathers, el peligro de contestar al teléfono y con un antológico Ghostface al que encarnaron siempre asesinos diferentes como particularidad.
6.Los renegados del diablo, Rob Zombie (2005)
De manera opuesta a la gran horda de detractores con los que cuenta, habitualmente me encanta el cine de Rob Zombie. Es como un parque de atracciones extravagante de los horrores que por más que llegue a salirse de madre cuenta con una personalidad realmente propia, deliciosamente grotesco y un poquito videoclip porque para eso somos músicos. «Los renegados del diablo» es la secuela de «La casa de los mil cadáveres» y un caso notable en el que la segunda parte llegó, no sólo para superar a la primera entrega (tan disfrutable y delirante, por otra parte), sino para hacerlo con creces.
Es una cinta única a su manera, personalísima, visualmente exquisita, y sobre todo la muestra más evidente en esta lista de la influencia que dejó a su paso «La matanza de Texas». Enfermiza, salvaje, violenta. Estamos de vuelta en la América profunda de los setenta, en esta ocasión con la familia Firefly: homicidas sádicos y depravados que dedican su tiempo a secuestrar, torturar y asesinar, entre otras aficiones más controvertidas. Lo particular de esta entrega viene a ser la calidad de antihéroes de sus protagonistas que rompe con la dinámica del punto de vista de las víctimas en el que irrumpe un agresor. Hablamos, en esta ocasión, de cazadores siendo cazados. Una persecución, una road movie incluso, con la mejor selección de temas musicales que se viera en mucho tiempo en el género y un desenlace que es rock n’ roll en sí mismo.
Lo que Zombie ofrece como director de cine tiene mucho de amor por el audiovisual, valiente y expresivo, por más que sus éxtasis de luces coloristas desaten las ganas de hablar de vacíos de la crítica. A veces, el cine, es sólo eso. Más plástico y menos roca. Y ambos materiales terminan por sernos fundamentales.
7.Pesadilla en Elm Street, Wes Craven (1984)
«One, two, Freddy’s coming for you.
Three, four, better lock your door.
Five, six, grab your crucifix.
Seven, eight, gonna stay up late.
Nine, ten, never sleep again.»
Clásico de los clásicos de Wes Craven, «Pesadilla en Elm Street» llegaría en plenos ochenta en una segunda ola de slasher inmortales al que también pertenece el siguiente título de esta selección. Algunas de sus particularidades con respecto a otras entregas del género se materializan, en primer lugar, en el hecho de que Freddy Krueger no habite el plano «real» de los personajes, sino el onírico. Freddy mata en sueños pesadillescos por los que no querrías volver a dormir ni en un millón de años. Además, la película, sin llegar a salirse de los elementos más característicos, pasa por no tomarse demasiado en serio a sí misma y hacer acopio de un humor bastante peculiar que se agudizaría en las posteriores entregas de la saga, que, como manda la tradición, ya no firmaría su creador, y que quedarían en parodia.
Craven dio al asesino de su obra clave el nombre del abusón que solía atormentarlo en su niñez (y tiene sentido en su condición de ladrón de la inocencia) y dotó al contexto de los crímenes de elementos hiperbólicos propios del sueño: mareas y géiseres de sangre aguada, colchones encharcados que engullían adolescentes y vomitaban sin cansancio esta pringue roja, cuchillas que salen de entre la espuma en una bañera.
Todo es posible cuando Krueger mata. No lo olvidéis, si se os cruza, enfrentaos a él como a todas las cosas que no son reales. Puede que acabéis igualmente jodidos y huyendo entre el vapor de las calderas, pero al menos lo habréis intentado.
8.Viernes 13, Sean S. Cunningham (1980)
Apelando a la honestidad, «Viernes 13» siempre me ha parecido una cinta algo menor a otras compañeras con las que comparte el Olimpo en el género, aunque no por ello menos importante. Esta película se ha colado entre mis slasher favoritos por derecho propio y a día de hoy es un producto de culto bien consagrado que no sólo cuenta con nada menos que diez secuelas (y bien dignas, que es más de lo que pueden decir muchas), lo que la convierte en una de las sagas más largas del terror, sino que ha llegado a ser una inspiración fundamental para muchas posteriores.
La gran conocida de Cunningham nos lleva al legendario campamento Crystal Lake donde todos los monitores empiezan a caer como moscas de la mano de un asesino en una noche de tormenta. Lo curioso de esta saga es que, aunque siempre será conocida por el gran Jason Voorhees de la máscara de hockey, todo un símbolo, éste no llegó a aparecer hasta sus secuelas, ya que el ejecutor del film original es otra persona que me evito mencionar para no sentirme culpable en el remoto y casi imposible caso de que alguien que esté leyendo este post no la haya visto. Que le pregunten a la infortunada Drew Barrimore.
Como defensa, diré que aunque mi entusiasmo personal por ella no alcanza las cotas tan altas de algunas entregas de las que ya se han mencionado aquí, no deja de ser una muestra muy elogiable dentro de este universo y tampoco deja de ser magnífica en lo que pretende ser. Con su buen puñado de virtudes, su incómoda atmósfera como augurio de los acontecimientos y la sensación de aislamiento que consigue su escenario, es un clásico al que volver de vez en cuando altamente disfrutable. Además, su sombra es más alargada que el machete de Jason (no pun intented).
9. La residencia, Narciso Ibáñez Serrador (1969)
Narciso Ibáñez Serrador es absolutamente imprescindible dentro del terror nacional gracias a sus fabulosas y sempiternas «Historias para no dormir» y a la excelencia cinematográfica de «¿Quién puede matar a un niño?». No abundan los ejemplos notables patrios en el slasher, pero hoy se cuela en esta pequeña recopilación un clásico sorprendentemente desconocido incluso para los amantes del género. «La residencia» nos sitúa en un internado para jovencitas regentado por la Señora Fourneur donde se respira represión y se hace uso de métodos poco ortodoxos para imponer disciplina. Un centro donde, un mal día de muchos, las chicas comienzan a desaparecer.
De manera semejante al film que abre este recorrido, no es esta una muestra de las más puras y que mejor encajen en el estereotipo, sino un germen, un símbolo de los inicios. Es, además, una hija directa de «Psicosis» donde resuenan ecos de Hitchcock y de obras literarias fundamentales. Otra de las muestras que sentarían las bases de las orgías de asesinos enmascarados que seguimos disfrutando a día de hoy y que parece haber pasado tan de puntillas por la historia del cine que me veo en la obligación de reivindicarla.
«La residencia» es el reflejo de un terror impecable, oscura, asfixiante en su fondo, de un escenario único donde se gesta una tensión digna del maestro. Un relato que se antoja perturbador interpretado a las mil maravillas y donde se ponen sobre la mesa temas peliagudos como el voyeurismo, el sadomasoquismo e incluso el incesto. Casi cincuenta años después, su final se sigue percibiendo como escalofriante.
10. Detrás de la máscara: El encumbramiento de Leslie Vernon, Scott Glosserman (2006)
El último hueco en el altar es para una cinta que también ha pasado más desapercibida de lo que debiera. «Detrás de la máscara», además de poner título a esta entrada, es un falso documental sobre un joven, Leslie Vernon, que se prepara para convertirse en un asesino de la talla de Michael Myers, Jason o Freddy (tenemos special guest) y contrata a un equipo de cine para documentar el proceso.
La película se siente admirablemente cómoda en su condición de sátira y, como el clásico noventero de Wes Craven («Scream»), se convierte en un discurso, aún más detallado y meticuloso, del funcionamiento del cine slasher. Glosserman dirige una entrega que tiene algo de paródico pero en un sentido completamente diferente al que encontramos en adolescentadas como «Scary Movie». «Detrás de la máscara» no sólo respeta al género, sino que llega a convertirse en una entrega del mismo y lo toma en serio, llevando al espectador de la mano en un paseo por la preparación de los escenarios, la elección de las víctimas y la construcción del asesino. Nos enseña que lo que vemos a menudo se aleja de la idea de un loco corriendo con un arma detrás de jóvenes aleatorios.
That boy is about to seek revenge over the town that murdered him. He knows this, he says, because he himself is the heir apparent to that throne of terror so long held by the likes of Voorhees, Myers and Krueger. This man’s name is Leslie Vernon.
Huelga mencionar que en una selección tan reducida muchas otras muestras del género quedan en el tintero, pero no serán pasto de los lodos del olvido. Vamos a despedirnos haciendo un breve repaso por otras películas que no han sido comentadas y del mismo modo son dignas receptoras de nuestra atención, bien por su calidad, bien por su impacto posterior, bien por formar parte de la historia que ha configurado a este tipo de cine o bien porque formaron parte de nuestro crecimiento.
De vuelta a la gestación del slasher, además del título que abre este ranking, cabe destacar la ya mencionada «El fotógrafo del pánico» (1960), un largometraje de Michael Powell cuyo valor se extiende más allá de su condición de madre, la historia de un joven traumatizado en la infancia que vive para fotografiar la muerte en los ojos de sus víctimas. O films tempranos de Dario Argento como «Rojo oscuro» (1975).
Existe una edad dorada del subgénero que comprende las décadas de los setenta y ochenta donde se condensan los ejemplos más conocidos y célebres, un nido de cine de culto al que pertenecen buena parte de mis elegidas, pero al que se suman además muestras como «Prom Night» (1980), «Campamento sangriento» (1983), «Terror Train» (1980) o la famosísima «Muñeco diabólico» (1988), que nos regalaría al eterno Chucky.
Años más tarde, para deleite de la generación a la que pertenezco y durante la década de los noventa y primeros años de la década del 2000, se produciría un renacimiento del slasher con películas que a día de hoy pueden resultar risibles (dejando a un lado producciones como la que ya ha salido hoy a colación) pero que en otro tiempo, reitero, fueron la razón por la que nos interesaríamos, no sólo por las horror movies sino por el cine en general. Volvemos a nombrar, por supuesto, «Scream» y sus secuelas, pero nos extendemos en las bondades del reparto más de moda de aquellos años en «Sé lo que hicísteis el último verano» (1997) y su hombre del garfio, la cadena de infortunios de «Destino final» (2000) o las muertes anunciadas y previsibles de «Leyenda urbana» (1998). ¿Y qué hay de aquel «Halloween H20» (1998) que supuso la primera toma de contacto de muchos adolescentes con Michael Myers?
Por último, contamos con algunos casos más recientes en el muestrario. Desde la paródica y relativamente satírica «The Final Girls» (2015), pasando por la aclamada por muchos y desairada por otros «Tú eres el siguiente» (2011) o «Wolf Creek» (2005) hasta la estupenda «Cabin in the Woods» que casi se ha convertido en un film de culto que se confirmará con el tiempo.
No desdeñemos nunca esta pequeña parcela del cine de horror que tanto nos ha dado, que tan magnífica opción a las tardes palomiteras y los días otoñales de lluvia supone. No desdeñemos a un género que aún no está muerto y que con toda seguridad, aún guarda un buen puñado de sorpresas sangrientas en el bolsillo. Con el slasher, el final nunca llega.
No, please don’t kill me, Mr. Ghostface, I wanna be in the sequel!
No me canso de ver una y otra vez Psicosis. Una obra maestra.