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Los recortes impulsan a «El Ministerio del Tiempo»

05/07/2020

El titular que precede estas líneas podría ser el sueño húmedo de cualquier neoliberal, pero no necesariamente deseable en el terreno económico. Sin embargo, en el terreno de la ficción sí que a menudo es muy aconsejable esa vieja máxima que dice que menos es más. Así ha sucedido en la cuarta (¿y última?) temporada de, quizás, la ficción más emblemática que se produce en una televisión en abierto española: la irreductible «El Ministerio del Tiempo» (de la que aquí pueden leer un extenso análisis de sus tres primeras temporadas)

De nuevo desarrollada tras una larga incertidumbre, con la inestimable ayuda de HBO (en lugar de Netflix, que colaboró en la tercera temporada) y las sempiternas dudas sobre su viabilidad, el gran ‘fáctotum’ de la serie, Javier Olivares, tomó la acertada decisión de concentrar la entrega en apenas 8 capítulos (los mismos que en la inaugural) de 60 minutos de duración cada uno (10 menos de los habituales), paliando así uno de los puntos más flojos de la producción de TVE: la excesiva dispersión y la existencia de demasiados momentos de relleno.

Este ‘lifting’ ha permitido a Olivares realizar una estricta destilación de los numerosos componentes de la obra para acabar ofreciéndonos su dosis más estrictamente esencial, sin apenas añadidos que la desvirtúen. La mejor noticia es que este proceso no ha implicado la supresión de ninguno de la amplia variedad de elementos sustanciales y diferenciales de la serie, sino que simplemente aparecen de una forma mucho más concentrada.

La vuelta de Julián (Rodolfo Sancho), uno de los personajes más carismáticos de la historia del Ministerio, desde su presunta muerte fue vendida como el gran gancho mediático de la nueva temporada. En verdad, este regreso (resuelto de manera un tanto forzada y de aquella manera) capitalizó tanto el mini-episodio especial para la web previo a la emisión como el primer capítulo; pero, aún provocando una de las tramas recurrentes de esta cuarta entrega, no ha sido en absoluto protagonista de ella. Y es que en esta ocasión se ha tomado la buena decisión de no utilizar a todos los agentes en cada misión, lo que seguramente ha venido bien para cuadrar las apretadas agendas de los intérpretes implicados pero también ha servido para profundizar mejor en cada uno de los personajes y focalizar mejor la acción de cada capítulo.

El de Pacino (Hugo Silva) ha resultado ser el triunfador de una hipotética pugna por cuota de pantalla entre los distintos personajes de la obra, mientras que Julián ha ido apareciendo con cuentagotas y se ha visto notablemente reducida la presencia de Alonso de Entrerríos (Nacho Fresneda) y la Lola Mendieta joven encarnada por Macarena García. Mientras, a la recordadísima Amelia Folch (Aura Garrido) únicamente pudimos verla en un breve cameo y se incorporó al equipo, con protagonismo muy desigual, Carolina Bravo, encarnada por una muy correcta Manuela Vellés. Entre los siempre carismáticos gestores del Ministerio, han resultado especialmente beneficiados en el metraje tanto un Salvador (Jaime Blanch) más interesante que nunca como una Irene (Cayetana Guillén Cuervo) que definitivamente ha dejado la oficina para incorporarse a las misiones a tiempo completo. Tampoco tiene motivo de queja el habitualmente irascible Velázquez, al que ha vuelto a dar vida con especial gracia Julián Villagrán y que ha visto crecer notablemente su protagonismo.

En muchas ocasiones, su atractiva premisa de salida le había permitido a «El Ministerio del Tiempo» servirse de la Historia para construir sus tramas. Sin embargo, seguramente la faceta más acertada de la serie era cuando actuaba en el sentido contrario, es decir, cuando se servía de sus tramas para contar la Historia, incluso, aún mejor, para reconstruirla y recontextualizarla. En este sentido, nunca el Ministerio había utilizado con tanto acierto esta segunda posibilidad como en esta temporada para servirnos algunas de las secuencias más inspiradas de su ya largo recorrido.

Para la historia de la televisión española quedarán ya fragmentos tan excelentes -y de tremenda viralidad en las redes sociales- como la gozosa recreación del «Un dos, tres» en pleno siglo XVI en «El laberinto del tiempo», un sensacional capítulo que reconstruía el primer encuentro entre Pedro Almodóvar y Antonio Banderas en plena eclosión tanto de la Movida madrileña como del incipiente SIDA. No podemos dejar en el tintero a ese Velázquez oyendo ‘trap’ mientras se recrea en la visión de sus Meninas en el Museo del Prado ni, por supuesto, a ese García Lorca emocionado al presenciar como Camarón de la Isla canta sus versos en «La leyenda del tiempo». Esa brutal frase con la que concluye el capítulo -«Entonces he ganado yo, ellos no» deja un nudo en la garganta difícil de aflojar.

Párrafo aparte merece «El tiempo vuela», el mejor episodio de la tanda y, seguramente, en el ‘top 5’ de toda la serie, merecedor de exhibirse en todos los colegios del país. Aparte de una preciosa trama centrada en los recuerdos de Salvador (¡qué bonita esa remembranza de «Up»!), el gran protagonista es Emilio Herrera, uno de los más grandes científicos que ha dado España -inventor, entre otras muchas cosas, de una escafandra que sería vital para la posterior llegada del hombre a la Luna-, al que se le dedica un sentidísimo homenaje que en su alcance no se queda en honrar a tan respetable figura, sino que se extiende a todos aquellos grandes nombres de este país cuyo recuerdo ha quedado sepultado por el paso del tiempo, en beneficio de otras figuras mucho menos reivindicables. Ahí es nada, un episodio televisivo que deja tanto poso como para reflexionar sobre la naturaleza de toda una nación.

En un acelerón pre-final de aúpa, a este magno capítulo le siguió otro, el séptimo y penúltimo, «Pretérito imperfecto», de semejante perfección pero opuesta orientación. Si en aquel la emotividad era la tónica, en éste lo es la comedia de enredo más desenfadada. Muchos y buenos han sido los momentos en que el humor ha protagonizado «El Ministerio del Tiempo», pero nunca se había sostenido un tono tan hilarante durante un episodio completo. La suplantación de Fernando VII por parte de un actor en horas bajas -espectacular Juanjo Cucalón interpretándose a sí mismo en un juego metaficcional de lo más inspirado- supone una de las cimas cómicas de la ficción de este funesto año, a la altura de cualquiera de los grandes maestros del género que puedan ustedes recordar.

Exceptuando la crepuscular y preciosa subtrama que protagoniza Salvador, quizás el único punto medianamente flaco de este cuarto ejercicio del Ministerio ha sido la modesta entidad de las historias -bastante coincidentes- de Julián y Pacino, capaces de subvertir la ‘regla de oro’ de no alterar el pasado por el único motivo realmente justificador: el amor. Hay corrección en estos dramas románticos, pero se echa de menos algo más de desgarro, de fuerza, para que los capítulos centrados en estos avatares hubieran podido siquiera llegar a rozar el nivel de los anteriormente comentados.

«Días de futuro pasado», un capítulo final que nos lleva desde un desolador presente a una distopía futurista protagonizada por el Anacronópete (otro precioso y reivindicativo homenaje de un pionero de la literatura de ciencia ficción española como fue Enrique Gaspar y Rimbau), pasando por una fugaz acción en el siglo XIX -sin que falten referencias directísimas a clásicos cinematográficos como «Blade Runner» y «Los intocables de Eliott Ness» (o «El acorazado Potemkin», según prefieran)- peca quizás de demasiado atropellado, de querer abarcar demasiadas cosas a un tiempo…Sin embargo, acaba mereciendo mucho la pena por el emotivo tramo final, una elegía-homenaje-despedida a todos los personajes de la serie.

En estos tiempos inciertos, cerra de nuevo sus puertas el Ministerio con aires de despedida final pero sin que -como es ya lo acostumbrado- sepamos a ciencia cierta si volveremos a contar con una nueva entrega de la serie o si tenemos que resignarnos a dejar de contar con todo un emblema de la edad moderna de la televisión. Sea como fuere, «El Ministerio del Tiempo» no ha podido dejarnos mejor sabor de boca, entregándonos la que ya es su temporada más certera e inspirada, la que mejor ha colmado sus aspiraciones iniciales, la que más secuencias lega para la historia; la que nos dejará, en definitiva, un recuerdo imborrable. Gracias por tanto.

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2 comentarios leave one →
  1. Mercedes Godoy permalink
    22/07/2020 4:58

    Muy buen artículo. Lo único que me extraña es que no hace mención alguna de Ernesto y Angustias; ¿a que se deberá esto?

Trackbacks

  1. “Patria”: el ayer no termina nunca | El Cadillac Negro

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