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«¿A quién te llevarías a una isla desierta?»: el desengaño total

08/05/2019

La mirilla de Netflix se está empeñando cada vez con más insistencia en buscar la diana en un más o menos definido sector de espectadores, una porción de dimensiones importantes no obstante, y sus producciones propias cada vez van dirigidas en un mayor porcentaje a un público joven ávido de consumo rápido de títulos (para así poder inundar sus storys con sus últimos visionados), títulos de enganche fácil pero fondo cuestionable, y esto es así en las series, la principal razón de ser de la plataforma a día de hoy, y también en las películas. Tras «7 años», en 2016, en lo que fue la primera producción española de Netflix, comentada en su día aquí, llegan de golpe a la plataforma de la N dos nuevos títulos que dejan a aquella película como, por ahora, la mejor aportación de Netflix a la cinematografía española, lo cual no es decir mucho bueno. Vamos a dejar de lado «A pesar de todo» para no sumergirnos en un torrente de improperios y descalificaciones para centrarnos en «¿A quién te llevarías a una isla desierta?», un título más interesante pero que a duras penas salva el aprobado.

Dirigida por Jota Linares, la cinta es una adaptación de la obra teatral que el propio Linares, junto a Paco Anaya, estrenó en Madrid en 2012, un texto que muestra el súbito desencanto de cuatro jóvenes que descubren de golpe cómo su aparentemente idílica vida y prometedor futuro no es para nada como ellos han pretendido creer. «¿A quién te llevarías a una isla desierta?» pone la mirada en los millennials, esa generación acostumbrada a recibir tantos halagos como menosprecios y azotes, y eso es lo que plantea la película, un sopapo de realidad en la cara de unos personajes que abren los ojos a un paisaje desolador, tanto por el escenario en el que se han visto obligados a vivir como por el castillo de naipes que han ido construyendo en él.

Los cuatro jóvenes protagonistas de la cinta, interpretados sobresalientemente por Jaime Lorente, Pol Monen, Andrea RosMaría Pedraza, se encuentran en un momento vital de sus vidas (permítanme la redudancia), un momento en el que tienen que dar el salto de la esperanza a la realidad y comprobar si todo eso que se habían ido labrando y en lo que habían vivido cómodamente con la ilusión de un futuro prometedor a la vuelta de la esquina es o no es algo realmente sólido. Así, durante buena parte del metraje asistimos a un baño de cotidianeidad, siguiendo a estos cuatro personajes bajo un calor abrasador reflejado en unos cuerpos permanentemente sudorosos y un tono de fotografía bien anaranjado. Y es ese contacto con la realidad lo más destacado y acertado del filme, comprobando que el director conoce a esta generación y que su guion no es parte de un diario robado. Y de repente, en el momento menos insospechado, crack, todo salta por los aires y la mierda acumulada debajo de la alfombra durante años comienza a surgir en un torrente de reproches, frustraciones y sentimientos ocultos.

Insisto en el buen espejo que sabe colocar Jota Linares para reflejar a esta generación, mejor representada si cabe por los cuatro actores, que hacen un esfuerzo muy loable por dar vida a unos personajes que según se van quitando máscaras van perdiendo la poca simpatía que se les podía haber cogido de antemano, y destacando especialmente a Andrea Ros, quien creo que vence por la mano el duelo interpretativo (si lo hubiera), siendo la que menos irritantemente lleva su ira, ya que el largo, extendido y casi interminable clímax de la película llega demasiado pronto y termina muy tarde, convirtiendo la pantalla en un continuo choque de trenes. Se podría plantear en este momento el tema de la teatralidad de la propuesta, el si realmente es necesaria una película que propone muy poco más que su original representación sobre las tablas, quedando buena parte de la acción reducida a cuatro paredes y siendo los instantes en que se sale de ellos meras anécdotas o escenas sin importancia (¿por qué parece que la vecina va a tener alguna relevancia y luego…?). Y es que ciertamente el único aporte de la película sobre su original es el del detalle de unos rostros desencajados, ya que la cámara no escatima en primeros planos para mostrar los efectos de la tormenta dentro de los personajes. Sería esta una polémica abierta a casi todas las adaptaciones cinematográficas de una obra de teatro (como la anteriormente citada «7 años), ahí queda la disyuntiva. Lo que sí es indudable es que Netflix, con su escaso bagage en su cacareada apuesta por el cine español, bien podría arriesgar un poco más y que se pudiera ver en la pantalla dónde realmente se ha gastado el dinero invertido.

Es posible que «¿A quién te llevarías a una isla desierta?» pretenda ser la radiografía de una generación perdida, frustrada casi antes de comenzar a volar, pero ciertamente en lo que deriva es en un combate de reproches sobre una poca creíble revelación que estalla de una manera tampoco muy plausible. Así, las buenas interpretaciones, físicas incluso, y los gritos e insultos llegan a provocar un ruido que, cuando desaparece, no te deja muy claro qué ha querido dar a entender. Al final no entendemos si se trata de la historia de unos necios mentirosos e insoportables o la de unos jóvenes a los que «los demás» les cortan las alas, de si el objetivo es ser dedo acusador o únicamente reflejo de una parte de la sociedad. Puede ser concebible que haya personas de esa generación millennial que sí compartan estas inquietudes y sí se vean reflejadas en lo que se cuenta en la pantalla, quizás ese segmento de población en el que parece que Netflix ha decidido centrar sus esfuerzos llegue a comprender las decisiones o no decisiones de estos personajes, pero el resto nos quedamos perdidos, entendiendo poco y empatizando menos, casi deseando que realmente se pierdan en una isla desierta.

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2 comentarios leave one →
  1. Anónimo permalink
    08/05/2019 12:27

    Coincido en todo con tu opinión.

  2. Cao Wen Toh permalink
    09/05/2019 8:01

    En España se cortan alas a las generaciones (llámense X, M, Baby Boom…) SINCE 1936.

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