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«Joker: Folie à deux»: la broma asesina

15/10/2024

 

 

«Joker» (2019) dejó una marca indeleble en la cultura popular por su representación cruda y desquiciante de la mente de Arthur Fleck, un hombre marginado y mentalmente enfermo que se convierte de la noche a la mañana en el criminal más famoso y perseguido. La película fue alabada por su estilo visual, su inquietante atmósfera y, sobre todo, por la actuación de Joaquin Phoenix. Desde su exitosa presentación en el Festival de Venecia, la pregunta recurrente siempre había sido si tendría una secuela. La respuesta por parte de su director (Todd Phillips) y su actor principal (Joaquin Phoenix) siempre fue negativa. Cinco años y mil millones de dólares en taquilla después, aquí estamos analizando la recién estrenada secuela. Película a la que las expectativas y las polémicas rodearon a partes iguales desde el mismo instante en el que se anunció su producción. Aumentando exponencialmente las mismas cuando se confirmó que sería un musical.

Desde un principio, Todd Phillips estuvo en contra de la idealización del personaje de Arthur por parte de la sociedad. Su película nada tenía que ver con un príncipe payaso que se rebela contra el sistema que lo creó. Aún así, algunos enarbolaron la imagen del personaje a la hora de ensalzar actitudes antisistema que nada tiene que ver con una sociedad moderna y civilizada. Por lo que ahora tenía una oportunidad de dejar bien claro que el foco de atención de su película es y siempre ha sido Arthur. Haciendo al personaje bajar a la realidad de nuestros días, humanizándolo de todas las formas posibles. De hecho, la más que predecible reacción de buena parte del público, es una baza que Phillips utiliza a su favor para dar un giro radical a la fórmula. La secuela no es simplemente una continuación de la historia de Fleck; es una reinvención que desafía las expectativas del público. Esta segunda entrega es ahora un musical oscuro, extraño y experimental que se adentra aún más en la psique fracturada de Arthur Fleck; mientras introduce a un personaje clave en su evolución: Harleen Quinzel, interpretada por Lady Gaga en una más que evidente referencia al personaje de Harley Quinn. Este enfoque no solo reta a las bases tradicionales del género; sino que remarca las preguntas que Phillips planteó en la primera película sobre la salud mental, la violencia y la naturaleza de la identidad. Preguntas que quedaron en gran parte eclipsadas aquel año por el peso y atención que concentraba un Joker sólo identificable en los últimos instantes del film.

 

-«Tú…tú, cerdo asqueroso…¿cómo te has atrevido?. ¡No puede morir!…¡Misery Chastain no puede morir!.
-En el siglo XIX morían muchas mujeres al dar a luz; pero lo importante es su espíritu…y su espíritu sigue vivo.
-¡No quiero su espíritu!. ¡La quiero a ella y tú la has matado! (…) creí que eras bueno; pero no lo eres. No eres mejor que los otros.
(Misery, 1990)

¿Es posible que una parte de nuestra sociedad ya se haya convertido en una Annie Wilkes?, ¿en alguien capaz de romperle los tobillos a quien osa dirigir nuestros pasos por terrenos no explorados?. Esta descarnada actitud que algunos están esgrimiendo hacia «Joker: Folie à deux» tampoco dista mucho de ese «si no has entendido la película, es culpa tuya» que hace uso de la presión social, los comportamientos controladores, obsesivos e intransigentes para conseguir empujar al resto de nosotros hacia ciertos ideales (inalcanzables siempre) de éxito, belleza o corrección moral. Ambos son extremos separados por un fino alambre en el que nos toca bailar y sobre el que sólo nosotros decidimos cuándo, cómo y hacia qué lado nos caemos. Quizás por ello cada vez es más complicado plantear alternativas a esas dos caras de la misma moneda. A pesar de ello, en las siguientes líneas intentaremos reflexionar sobre lo que es «Joker: Folie à deux» y lo que no es.
Con suerte, por el camino quizás encontremos una duda razonable ante tantos juicios extremos.

 

 

El guion de esta secuela de «Joker» vuelve a ser responsabilidad de Todd Phillips y Scott Silver; pero esta vez apuestan por escribir una trama notablemente más sencilla que la anterior. Tanto que llega a convertirse en el mayor de sus problemas. Tras una pequeña introducción en forma de corto animado (que encierra más importancia de la que pueda aparentar); la historia arranca dos años después de los acontecimientos sucedidos en «Joker», con un Arthur Fleck encerrado en Arkham mientras espera a ser juzgado por los cinco asesinatos cometidos (seis en realidad). Juicio al que su abogada (Catherine Keener) apuesta por llevar una defensa basada en el trastorno de doble personalidad que sufre Arthur. Es en dicha institución donde Arthur comienza unas clases de música cuyos responsables idearon a modo de terapia para los reclusos. Y en esas clases será donde entre en contacto con Harleen Quinzel, otra (aparente) reclusa de Arkham por haber incendiado el edificio donde vivían sus padres. Mientras se acerca la fecha del juicio, Harleen y Arthur establecerán una relación que se desarrollará tanto en un entorno real, como onírico. Formando una pareja sentimental que habrá protagonizado muchos titulares en la prensa para cuando llegue el día de presentarse ante el juez. Anticipando lo que será un proceso judicial lleno de expectación mediática y movilización de las masas.

 

 

Con esta idea inicial, «Joker: Folie à Deux» dirige toda nuestra atención hacia una historia que tocará temas tan importantes actualmente como los desequilibrios psicológicos, la inestabilidad emocional, la crisis de identidad y la ausencia de responsabilidad. Dejando para un segundo plano tanto la alianza entre Arthur Fleck y Harleen Quinzel, como el caos y la violencia que ambos puedan generar.
Cabe destacar que, mientras en «Joker» (2019) la sociedad jugaba un papel clave a la hora de representar la opresión y el abandono social, en esta secuela el papel de la población de Gotham es residual. Todo gira en torno a Arthur y Harleen. Para mayor simplicidad, el film se centra exclusivamente en el comportamiento que ambos personajes muestran en básicamente dos lugares: Arkham y los juzgados; además de los esporádicos escenarios oníricos donde se desarrollarán algunos de los números musicales. Esta restricción en los espacios físicos donde se desarrollará la trama añade una buscada sensación de claustrofobia; pero conlleva también un notable hastío debido al arrastre reiterativo de la trama entre tan escasos escenarios. Además, a diferencia de la primera película que desarrollaba su acción en una realidad reconocible, «Joker: Folie à Deux» permite que los personajes se evadan a través de la música a escenarios oníricos alejados de su realidad. Abandonando y recuperando de forma intermitente la continuidad narrativa y generando con ello una desconexión en el espectador.

El núcleo del éxito de «Joker» en 2019 fue, sin duda, la actuación monumental de Joaquin Phoenix galardonada con un Oscar. Quien ofrece ahora nuevamente una actuación visceral que captura la complejidad del personaje. Su representación del Joker, tanto física como psicológica, sigue siendo uno de los aspectos más inquietantes y destacadas de la película. En esta entrega, lo vemos no sólo luchar contra su sombra, sino también intentando sobrevivir emocionalmente a la relación que forma con Harleen Quinzel.
La interpretación de Lady Gaga ha sido especialmente analizada estos días, debido a las grandes expectativas que generan sus carreras musicales e interpretativas. Ella aporta al personaje de Harleen una química tremendamente efectiva con Arthur; mezclando en su justa medida obsesión, locura y fragilidad. Tener la oportunidad de ver en pantalla a dos actores con estilos tan distintos como Joaquin Phoenix y Lady Gaga, en unos papeles con tal intensidad y locura (compartida) es un punto que eleva al título por encima de las expectativas iniciales; pero el poso que deja tras ver el film es el de estar ante una oportunidad perdida. De hecho, uno se queda con la sensación general de que Phillips no ha sabido aprovechar ni el personaje de Harleen, ni todas las cualidades que Lady Gaga podía aportar a la cinta.

 

 

Mientras en el primer título todo giraba en torno a los acontecimientos que dirigen los pasos de Arthur a maquillarse y cometer actos violentos; en esta secuela se remarca su deseo de borrar ese maquillaje de su cara y mostrar al mundo la persona que realmente es. Y es en ese intento por destacar lo anodino y frágil del personaje de Arthur donde creo firmemente que «Joker: Folie à Deux» tropieza. En su intento por ser distinta, por ser cualquier cosa menos previsible; acaba por no destacar en nada. Ante tan enorme presupuesto (doscientos millones de dólares, cuatro veces más que «Joker»), con semejante talento en cualquier aspecto técnico, contando con una de las mejores parejas de actores de su tiempo y siendo una de ellas, además, una cantante de fama y talento mundial; no podemos catalogar a «Joker: Folie à Deux» como una mala película; pero sí fallida. Es imposible pensar que esta película se haya realizado sin ganas, sin empeño y aún más sin talento. Otra cosa muy distinta es que hayan entregado la película que el estudio y una inmensa mayoría de espectadores querían ver.

 


Uno de los mayores desafíos de esta secuela es el radical cambio de tono que propone. Aquellos que quedaron cautivados por la intensidad emocional y la crítica social de «Joker» se sentirán desconcertados o incluso decepcionados por el giro hacia el musical y los elementos surrealistas que ahora componen la secuela. Este cambio requiere una disposición diferente por parte del espectador para funcionar plenamente, que debe aceptar la lógica interna de la película y sumergirse en un relato que no pretende ser coherente en el sentido tradicional. Pero no aceptar esta propuesta nunca debería ser un impedimento para entender una historia, si está bien planteada.
Además, la película enfrenta el desafío de equilibrar las expectativas comerciales con su inclinación hacia lo artístico. Donde Phillips decanta claramente la balanza hacia una visión más artística, aún sabiendo que esto entraña un notable riesgo en una industria donde las secuelas tienden a repetir fórmulas exitosas. Se arriesga al alejarnos de las convenciones del cine de superhéroes y entregarnos una película que explora los confines de la locura. Los números musicales, aunque terminan siendo una carga para el desarrollo de la trama, son técnicamente impecables y añaden una dimensión estética y emocional a la película que rara vez veremos en este tipo de historias. La elección de introducir elementos musicales no solo añade un tono surrealista, sino que también subraya la desconexión de los personajes con la realidad, componiendo una puerta de salida hacia una visión onírica a la que huir; pero más veces de las deseadas, los momentos musicales acaban convertidos en una mera pausa en la historia, a la que luego cuesta volver a engancharse. Derivando así en un ritmo muy desigual.
No obstante, lo más doloroso ha sido contemplar una película que, en conjunto, falla a la hora de elegir el camino por el que llevarnos a la meta que se ha propuesto.
Supone una alegría el intentar una visión alternativa alejada de la sempiterna formula algorítmica que parece inundar toda la industria audiovisual. La osadía de Phillips al querer innovar dentro de un género completamente saturado; pero la cinta acaba destacando más por su estilo visual, que por adentrarse completamente en las cuestiones que plantea.

 

 

Aún así, el logro más destacable de ‘Joker: Folie à Deux’ consiste en humanizar hasta el límite al villano más famoso de una franquicia de superhéroes. Un gesto que conlleva una actitud inconformista respecto a la actual industria. De hecho, el punto álgido de esta propuesta lo alcanza al presentar a un Joker que se cuestiona el sentido de seguir participando en el caos que le rodea. Entregarnos una película que, cuanto mayores sean las críticas a su falta de acción y violencia, irónicamente más sentido le estamos dando a su existencia. Concentrar en Harleen Quinzel a gran parte de ese público que entiende que disparar a alguien en directo es el único espectáculo que la sociedad demanda y que, cuando llega a la conclusión de que el Joker nunca estuvo en esta cinta (que todo era acerca de un tal Arthur), abandona la sala.
La historia de Arthur nunca dio para más. Siempre fue una mirada dirigida a la vida de una pobre y patética persona a la que todo el mundo pisoteó cuando intentó dar amor y al que idolatraron cuando se pintó la cara y nos entregó nuestro show favorito: violencia.

Esta cinta no es más que la despedida con la que esta mísera persona finaliza su viaje a la deriva. El último chiste sin gracia que tenía anotado en su libreta. La amarga risa que siempre acompaña a un cuchillo.
Una broma asesina.

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