«Joker»: risas y lágrimas
Escribía Chris Colfer en su saga «La tierra de las historias» que ‘un villano es una víctima cuya historia no ha sido contada’. Quizás esta frase sea la que mejor puede definir al personaje del Joker pues, a pesar de sus ochenta años de existencia, nunca quedaron claros de forma oficial los orígenes del personaje; llegando estos a ser parte del encanto del mismo. Un personaje nacido de las manos de Jerry Robinson y Bob Kane, al amparo de DC Comics y que (en su versión cinematográfica) ha tenido los rostros de Jack Nicholson, Heath Ledger, Jared Leto y el protagonista de nuestra crítica de hoy, Joaquin Phoenix.
A diferencia de Marvel/Disney, cuya hoja de ruta tuvieron clara desde el inicio de su universo cinemático diez años atrás, en el binomio DC/Warner no parecieron tener un rumbo concreto; a pesar de contar con personajes tanto o más atractivos que los de la casa de las ideas. Así, tras el referente que supuso la trilogía del caballero oscuro de Christopher Nolan, los personajes de DC fueron pasando uno tras otro por una suerte de travesía por el desierto mediante infructuosos intentos por emular un universo parejo al de la compañía del ratón. Muy de vez en cuando, de ese océano de aguas negras emergía un proyecto en el que DC decidía arriesgar, salirse de las férreas vías puramente comerciales y presentar un título basado en el talento y no tanto en la taquilla. Es en estos contados títulos, (teniendo a la estupenda «Wonder woman» de Patty Jenkins como su más claro exponente), donde DC ha sabido diferenciarse de la competencia y ganarse sobradamente el respaldo de crítica y público. Y es precisamente esta división «etiqueta negra» (como la propia DC denomina en sus comics) la que nos trae a nuestras salas «Joker«. Nueva adaptación dirigida por Todd Phillips (al amparo de Martin Scorsese) que literalmente ha barrido por cuantos certámenes ha pasado. Analicemos a continuación la carta de presentación de esta rara avis del panorama actual, sus argumentos, sus luces y sombras, junto con el lugar que ocupa dentro del cine de superhéroes.
Contaba el propio Todd Phillips que, tras el estreno de «Juego de armas«, intentó encontrar la forma de readaptar a los tiempos actuales alguna de sus tres películas favoritas (a saber, «Taxi driver«, «Alguien voló sobre el nido del cuco» y «Serpico«). Lógicamente, la parte de la industria que más fácilmente podría haber financiado un proyecto así, estaba muy ocupada con adaptaciones de superhéroes, por lo que una propuesta que no incluyera capas o poderes sobrehumanos era inmediatamente clasificada como enemigo para la taquilla. Por tanto, su única salida era combinar sus aspiraciones narrativas con un personaje de renombre y atractivo para el gran público. Aprovechando la difusa génesis del personaje del Joker, Todd firmó un libreto junto con Scott Silver que presentaron a Warner para financiarla, a su amigo Bradley Cooper (ambos se conocieron dirigiendo y protagonizando respectivamente la trilogía «Resacón«) y a Martin Scorsese para producirla entre ambos. El estudio vio con buenos ojos el limitado presupuesto del film (apenas 55 millones de dólares) y dio luz verde al proyecto. Por su parte, Scorsese puso al cargo de la producción a Emma Tillinger, quien le había acompañado desde «The Departed» y a gran parte del equipo técnico con el que lleva trabajando desde hace décadas. Pero aún faltaba por conseguir la parte más difícil de todas.
Desde que llegó a la conclusión de que el Joker era el vehículo idóneo para realizar el revival de sus añoradas películas, Todd Phillips solamente tuvo un nombre en su cabeza durante la escritura del guión: Joaquin Phoenix. Él era la única apuesta ganadora, el único capaz de poner al nuevo Joker a la misma altura que el legado dejado por Heath Ledger… y el único que había rechazado todas las propuestas que Marvel le puso anteriormente sobre la mesa (especialmente Hulk y Doctor Extraño). Sabían que a un actor ya consagrado como era el caso de Phoenix no le convencerían con talonarios, ni con contratos por varios años (ese fue el error de Marvel); por lo que tardaron dos meses en conseguir un sí basado exclusivamente en la historia, el tono rigurosamente realista, el estudio del personaje, la independencia respecto al universo DC y la promesa de que no habría secuelas. Con Joaquin Phoenix ya a bordo, el descenso a la locura comenzaba.
A diferencia de otros personajes, Arthur Fleck (Joaquin Phoenix) no ha tenido que reponerse al injusto despido de una gran corporación, ni superar la pérdida de un ser querido. Su vida ha sido un tormento desde que nació. Cada segundo de su existencia ha estado marcado por el rechazo, la exclusión y el dolor causado por los que le rodean. Es una persona quebrada que intenta sobrevivir a los continuos golpes con los que la vida le intenta hundir más y más en su trastorno mental. Porque sí, Arthur Fleck está enfermo. Sufre Epilepsia gelástica, un trastorno cerebral que surge como resultado de un tumor en el hipotálamo y que, entre otros síntomas, le produce esa risa vacía e inapropiada. La risa grupal, que siempre ha tenido un fuerte componente social a lo largo de la historia, en el caso de Fleck está descoordinada, contribuyendo aún más a su alienación. El único oasis en su vida es su anciana madre (Penny, una excelente Frances Conroy), fuente de falsas esperanzas y escasas alegrías; pero a la que cuida con profundo cariño. Ella no pierde ocasión que se le presenta para recordarle a su hijo que él llegó al mundo para repartir felicidad y alegría. Tarea en la que Arthur pone todo su empeño animando a los enfermos de las áreas infantiles en los hospitales y publicitando tiendas por la calle. Siempre con su disfraz de payaso. Siempre con una sonrisa en su cara. Siempre dibujada.
Aún así, el verdadero anhelo de Arthur es triunfar como comediante, tener su propio programa de televisión. Emular a su idolatrado presentador de televisión Murray Franklin (Robert DeNiro, en un fantástico guiño a su papel en «El rey de la comedia«), con el que tiene frecuentes fantasías en las que Murray le muestra su respeto y admiración. Y, aunque cada día Arthur afronta el pesado ascenso que tiene que realizar para mantenerse a flote socialmente (representado en esas interminables escaleras de la avenida Shakespeare), su vida continua en un constante e inexorable descenso. La opresión de una sociedad que le ridiculiza, su despido provocado por una (grave) imprudencia fortuita, los recortes en el ya deficiente sistema sanitario que terminan por cancelar sus sesiones de terapia y los altercados que inundan las calles de una caótica Gotham serán las últimas gotas de un vaso que terminará por derramarse una noche en el metro.
Si bien en este Joker begins, su protagonista es la última pieza de dominó que termina por desequilibrar ese status quo que vivían al límite las mal llamadas altas y bajas clases sociales, estando Arthur aún lejos de ser ese príncipe payaso que todos conocemos y al que su conversión al mal no responde esta vez a un trágico momento puntual (como sí ocurría en la versión de Nicholson y se intuía en la de Ledger); sí podemos distinguir claramente el primer momento en el que la personalidad del Joker ve la luz del día por primera vez (ese baile liberador en los baños públicos tras el triple homicidio en el metro), la disputa por el control que todavía mantienen ambas personalidades dentro de Arthur (durante la visita de Randall y Gary a su apartamento), el momento en el que hace pública su existencia (durante el trágico programa de Murray) y, finalmente, su transformación final en agente del caos en los minutos finales del film. Y es aquí donde radica uno de los puntos fuertes de la portentosa interpretación de Joaquin Phoenix pues, aún pudiendo distinguir cada una de estas fases en el desarrollo de su personaje, lo realmente admirable es la transición de una a otra, plagadas de infinidad de matices que componen un amplio arco de tonalidades grises, cada una de ellas sutilmente más oscura que su predecesora. Sin dar la sensación de que Phoenix componga dos personajes distintos. Resaltando en los momentos precisos las obvias diferencias entre ambos; pero dotándolos de las suficientes similitudes para difuminar esa línea divisoria. Coexistiendo uno en el otro hasta el punto de plantearnos cuánto del Joker habitaba ya en la personalidad de Arthur al inicio del film. Funcionando los 122 minutos de metraje como una constante contraposición visual entre la oprimida existencia de Arthur y la liberadora personalidad del Joker. Entre el pesado ascenso diario hacia la superficie y el gozoso descenso a la locura. Entre sus abucheos como comediante y su coronación como símbolo del movimiento social. Entre un personaje encerrado en su libertad y otro desatado en su reclusión.
Todo lo que a estas alturas podamos querer destacar de la capacidad interpretativa de Joaquin Phoenix, tras tantos personajes rotos y desconectados de la realidad a sus espaldas, resultaría redundante. Su transformación física para dar a Arthur el aspecto desnutrido y enfermizo que exigía, su melancólica mirada llena de sueños rotos, su tono quebrado y agudo, esa estudiada risa que acaba siendo fuente de incomodidades en el espectador. Todo el complejo proceso que le llevó a crear un personaje bien alejado de la larga sombra de Heath Ledger, encontrando el punto exacto en el que su personaje podía crecer por si mismo, sin referentes que pudieran contaminar su genuina interpretación. Consiguiendo que el espectador empatice con Arthur, sin percatarnos que es el Joker quien nos está contando esta historia (con las consecuencias narrativas que ello conlleva). Phoenix ha conseguido una vez más construir una inmejorable tarjeta de visita en la próxima ceremonia de los premios Óscar. De conseguirla, (y apostamos que así será), sería su cuarto intento y quizás el más cercano de todos a lograr la dorada estatuilla.
Y decimos «quizás» porque al mismo tiempo que el film empezaba a ganar premios en distintos certámenes (con el León de oro de Venecia como el mayor logro hasta el momento), comenzaba también una ola de críticas a su supuesta influencia en futuribles actos violentos, que podría frenar sus expectativas de cara a la gala del próximo mes de febrero. Situación bastante ridícula a todas luces porque, en primer lugar, «Joker» no sería ni de lejos la película más violenta en recibir un premio de la Academia. «La naranja mecánica«, «Taxi driver» o la ganadora de cinco óscars «El silencio de los corderos» superan por mucho la violencia que podemos encontrar en el título de Phillips. Y, en segundo lugar, detrás de estas quejas están las frecuentes cuestiones sobre los modelos de conducta que ciertas formas de arte parecen introducir en la sociedad. Cuestiones estas a todas luces tan ridículas como su cíclica propagación a través de los medios. Ninguna forma de arte lleva asociada ninguna responsabilidad moral para con su audiencia. De hecho, ese pacto entre el espectador y el autor por el cual se suspende de forma temporal cualquier relación con la realidad (por muy realista que pretenda ser la obra), es la base de cualquier forma de arte. Resulta bochornoso que la propia Warner haya tenido que explicar que «Joker» es ficción; cuando cualquier persona desequilibrada seguirá encontrando un motivo por el cual realizar sus cruentos actos. El verdadero problema es que nosotros demos validez a sus argumentos y, mucho peor aún, a sus forzadas justificaciones. De hecho, un título como «Joker» debería más bien tomarse como un aviso a la sociedad para que reflexione sobre cuestiones de nuestra vida que, objetivamente, son desde hace tiempo motivo de injusticias y enfrentamientos entre nosotros. La forma tan delicada y aterradora con la que «Joker» explora esas miserias (que tenemos alrededor nuestro todos los días, aunque no queramos verlas) consigue que la línea que separa ambos lados de la pantalla se haga cada vez más fina y difícil de diferenciar, sí; pero la frontera sigue existiendo… para quien quiera verla.
Al igual que pasaba con «El caballero oscuro«, «Joker» es hija de su época. Si en aquella sociedad post-11S, las acobardadas y manipulables masas estaban a merced de la voluntad del Joker… en esta, asistimos al levantamiento de una sociedad oprimida por la cruda lucha de clases y el abandono por parte del corrupto poder político. En ese sentido, una de las mejores muestras del trabajo que hay detrás de «Joker», para adaptarlo a los tiempos que vivimos, se centra en el personaje de Thomas Wayne (Brett Cullen, quien también formó parte del reparto de «The dark knight rises«). El millonario filántropo que, en otras adaptaciones, facilitaba los medios para conseguir una sociedad igualitaria que cuidase de sus miembros más desfavorecidos; es ahora una suerte de rico egocéntrico con ínfulas de poder político, claras muestras de desprecio hacia aquellos que no comparten sus ideales y ciertas sospechas de haber realizado abusos en el pasado sobre personas a su servicio (sólo le falta una gorra con el lema de campaña «make Gotham great again«). Componiendo un drástico giro respecto a títulos anteriores y, probablemente, uno de los puntos más controvertidos respecto al canon conceptual de Batman. En su defensa diré que, cuando tu verdadera intención con esta producción es enarbolar el estandarte del realismo, no te queda más que preguntarte: ¿de verdad algún millonario va a mover un dedo para salvarnos?
También la inclusión de la familia Wayne puede ser visto como el punto más negativo de esta producción. La historia de «Joker» es tan sólida y bien estructurada que las referencias a la familia Wayne sobraban. Entendemos que, aunque son conexiones innecesarias, esto no es más que uno de los pagos que Phillips tuvo que realizar para conseguir la financiación de un proyecto tan peculiar; reforzando la vena comercial del film mediante referencias no muy sutiles a Batman y llamando directamente Joker a la película.
«Joker» consigue ser la película disruptiva y provocadora que Phillips ideó teniendo en mente «Taxi driver». Un film que te altera, que te remueve la conciencia y provoca que salgas de la sala con una presión en el pecho. Es loable el riesgo asumido por las partes implicadas a la hora de dar luz verde a un proyecto tan opuesto a la corriente actual.
«Joker» habla de la falsa inclusión social de hoy en día, de la inadaptación, de la lucha de clases, de la corrupción política… pero lo que realmente conmueve es la forma en la que nos pone delante de un espejo para que veamos el lado mas terrible de la soledad. Uno de los más contradictorios males de esta sociedad nuestra tan individualista. Esa soledad que, paso a paso, va haciéndose con nuestras vidas, irónicamente en los tiempos en los que más medios tenemos para comunicarnos con los demás y sentir que formamos parte de una comunidad. Fue nuestra la decisión de usar ese conglomerado de posibilidades para mostrar una imagen ficticia de nosotros mismos, para ocultar nuestras lágrimas tras una sonriente máscara, con la que sólo conseguimos llenar de falsedad unos medios que pudieron habernos servido para unirnos. Al fin y al cabo, hemos transformado este mundo en un circo y todos, tarde o temprano, acabaremos convertidos en payasos… ¿verdad?
Magnífica reseña. Una verdadera joya que me tomó totalmente por sorpresa, cuando estaba ya saturado del cine de comics y los intentos petulantes de hacer películas «oscuras». Joaquin Phoenix en su mejor trabajo, junto con The Master. Brutal.
Muchas gracias, Heraldo.
Joaquin Phoenix tiene muchas papeletas este año para triunfar en la próxima ceremonia de los premios Óscar. y, efectivamente, en «Joker» vuelve a regalarnos una de esas interpretaciones a las que ya nos tiene mal acostumbrados, tal y como pasaba en «The Master».
Un saludo.