Rock in Rio: Lenny Kravitz triunfa en la jornada latina
Los caminos del destino son insondables. Resulta que apenas un día después de analizar en un post el decepcionante cartel de la edición madrileña de este año del Rock in Rio y tras haber decidido hace unos cuantos meses no ir al evento, me encuentro ante la oportunidad de ir a la jornada inaugural sin hacer mella en mi raída cartera. Bien, evitemos equívocos desde el principio: no soy seguidor habitual de ninguna de las bandas que tocaron (Maná, Macaco, La Oreja de Van Gogh y Maldita Nerea) y solo tengo conocimientos algo versados sobre la única estrella anglosajona de la jornada: Lenny Kravitz. No era un cartel atractivo para mis gustos pero siempre es bueno, de vez en cuando, salir de tu zona de seguridad (es decir, asistir por cuarta o quinta vez a un concierto de Wilco o The Cult) y comprobar cómo funcionan en directo y como se desarrollan los shows de grupos que únicamente conoces por haberlos pillado de vez en cuando por la radio o televisión. Aún más, cuando los vas a presenciar dentro del marco gigantesco del Rock in Rio, suponiendo una buena manera de tomarle el pulso a tan megalómano evento.
Rock in Rio Madrid apenas ha variado. Continúa albergando, además de su faceta musical, tiendas y «stands» promocionales, aunque en una cantidad menor, lo que se agradece (aunque supongo que el festival no estará de acuerdo), atracciones como la noria y la tirolina y sigue siendo ejemplar en cuanto a servicios como los abundantes baños, los autobuses gratuitos y la cómoda superficie de hierba artificial. En su jornada inaugural, presentó un respetable número de asistentes que seguramente haya dado esperanzas a la organización respecto al futuro.
Un servidor no llegó a tiempo al recinto para poder presenciar la actuación del ex El Canto del Loco El Pescao, aunque sí pudo escuchar una gran ovación por parte del escaso público presente a primera hora de la tarde cuando concluyó con su éxito «Buscando el Sol». No tardaron mucho en subirse al escenario Maldita Nerea. Uno de los últimos grupos españoles en subirse al carro de los habituales de la radiofórmula confesó que llegaba al festival tras haber tocado en la noche precedente en Cantabria y con poco tiempo para preparar el concierto. En efecto, se notó. Y mucho. Afectados por un sonido pésimo, al que no ayudó en nada un omnipresente viento que ya avanzada la noche dejó helado a una gran parte del público, el grupo murciano fue incapaz de remontar este contratiempo con una actitud escénica prácticamente inexistente y unas canciones de lo más elemental. Una oportunidad inexplicablemente desaprovechada para un grupo que no está como para rechazar caramelos de este tipo.
Mucho mejor fue el sonido que logró La Oreja de Van Gogh. Más allá de que se sea seguidor o detractor de sus canciones (adscríbanme al segundo grupo), hay que reconocer que el grupo donostiarra se mostró sólido, con ganas y supieron defender su repertorio (cada vez con más influencias electrónicas) con garra, algo a lo que ha ayudado en los últimos años la entrada de Leire Martínez, una vocalista tremendamente superior, tanto en voz como en carisma escénico, a su predecesora y también participante en esta edición del festival.
Macaco es una apuesta segura para este tipo de eventos. Su rítmica música (mezcla de pop, rock, rumba, hip hop, sonidos jamaicanos, funk, etc) y sus populistas estribillos son ideales para levantar a un público de lo más variopinto y arrancarle unos bailes. En este sentido, la banda se mostró certera e impecable, con alguna intervención electrizante de su guitarrista, y Dani volvió a dejar claro que es un buen «frontman», aunque podría dejar aparcada esa tendencia tan suya de querer ser el tío más «cool» del mundo. Lo único que alejó a los barceloneses del triunfo absoluto fue la tremenda irregularidad de su repertorio, pero esto es algo que no van a poder arreglar en un par de tardes.
Con todo el público ya presente -había ido creciendo poco a poco durante la tarde- , llegó la primera de las dos grandes estrellas de la jornada: el estadounidense Lenny Kravitz, el único invitado anglosajón a la fiesta latina. Era, sin duda, mi plato fuerte particular del día aunque tampoco esperaba nada espectacular. Mi relación con Kravitz se reduce a admirar sus arrolladores inicios justo cuando, en las postrimerías de los noventa y en el comienzo del presente siglo, su carrera declinaba artisticamente a pasos agigantados mientras que su éxito comercial crecía como nunca ante el gran suceso que supuso su disco «5». Ese bajón de calidad me hizo abandonarle y solo le he recuperado a muy pequeñas dosis a lo largo de los años, en los que los escasos fogonazos de su pretérito esplendor eran enterrados por demasiadas canciones intrascendentes. Su directo, pese a presentar siempre una gran banda y deleitar con sus primeros clásicos, acusaban en exceso el culto a su propia personalidad que Kravitz se regalaba y una tendencia a romper el ritmo del concierto con aburridos interludios. Sin embargo, la escucha de su último trabajo, «Black and White America», un disco excesivamente largo que, sin embargo, suponía un agradecido regreso a sus sonoridades más negroides y vibrante, me hizo albergar esperanzas sobre su presencia en el recinto de Arganda del Rey. Gracias al Dios del rock, mis sospechas no estaban equivocadas. Kravitz se mostró mucho más centrado en disfrutar con la música y dejar las poses a un lado, la banda se mostró a la vez contundente y capaz de proporcionar matices y la dirección sonora del concierto es ahora mucho más rockera. Un gran comienzo, con su súper clásico «Always on the Run», su celebérrima versión de Guess Who «American Woman» y «Mr. Cab Driver» como destacadas, dio paso a un tramo medio de intensidad creciente en el que se pudo comprobar lo bien que encajan dentro del repertorio algunas de sus últimas canciones como «Black and White America», «Stand» o «Rock Star City Life» pero en el que la definitiva subida de nivel la propició una versión fantástica de ese felizmente recuperado clásico que es «Believe». Ese medio tiempo tan precioso y tan Lennon que se incluía en «Are you Gonna Go My Way» entrará, a buen seguro, entre los grandes momentos en directo de este año para un servidor. Con los ánimos encendidos, el show se fue encaminando a su final con inevitables hits como «Where are we Runnin’?» y «Fly Away» hasta llegar al sempiterno y siempre deseable «Are You Gonna Go My Way». Todo hubiera estado perfecto, pese a algún olvidable fragmento instrumental. Pero no, cuando buena parte del público se encaminaba hacia las barras, Kravitz no podía renunciar a su correspondiente baño de masas y dio el primer bis en lo que iba de festival. Un bis poco afortunado y por momentos aburrido que sirvió principalmente para que nuestro protagonista pudiese saludar de cerca a su público. Aún necesita mejorar, señor Kravitz, pero progresa muy adecuadamente.
Como el otro plato fuerte se presentaban los mexicanos Maná. Los aztecas y su éxito, excepción hecha de canciones pegadizas como «Clavado en un bar», siempre han supuesto un misterio indescifrable para mi. Y ahora lo es más. Asistir a un concierto de Maná es asistir a un espectáculo situado absolutamente fuera del tiempo en el que se combinan sin rubor, y ante la aclamación general de un numeroso público, temas tan elementales que podrían haber sido sacados de un álbum infantil («Latinoamérica», ¡qué canción!), vanas pretensiones rockeras (¿cómo calificar ese fragmento instrumental que remitía al heavy metal más anticuado y carpetovetónico?); una parte acústica en la que, sentados en su sofá (ese elemento tan desfasado y que tanto rechazo causó cuando Guns’n’Roses visitaron Madrid en 1993), invitan a una espectadora a cantar con ellos temas tradicionales mexicanos; un discreto batería loco por destacar, una escenografía tan espectacular a veces como cursi en la mayoria, etc. En fin, una experiencia difícil de olvidar.
Y con un balance tan extremadamente variado e irregular (muy significativo de lo que es Rock in Rio actualmente) concluyo una primera jornada que, no obstante, salvó los muebles dignamente frente a lo que presagiaban los pájaros de mal agüero. El partido definitivo se juega el próximo fin de semana.
Lenny Kravitz, grandísimo artista ignorado por la comunidad ortodoxa Heavy y Rockera. Me hubiese gustado ir a un Rock in Rio; pero viendo el cartel ¿quién puede tomarse en serio el festival?
qué buenos eran sus 4-5 primeros discos, especialmente los 3 primeros
Ya te digo, Sergio. Lo malo de Kravitz no es que en los últimos años apenas haya salido de la mediocridad, sino la comparación con sus buenos viejos tiempos. Vamos, que yo creo que si quisiera y se pusiera a ello podría volver a ser un grande. Ay, me recuerda tanto en esto a Red Hot Chili Peppers…