Rammstein: desde el Infierno
Lo de Rammstein no tiene nombre. Podría usar cientos de adjetivos para definirlos y aún así creo que no acabaría haciéndoles justicia. Podríamos decir, simplemente, que son la banda de rock/metal de mayor éxito internacional de la historia de Alemania, con permiso de Scorpions. Vale, es posible que la grandeza que alcanzaron estos últimos en los años 80 sea difícil de igualar, pero lo que han logrado los otros seis muchachotes germanos no deja de ser otro hito monumental. Dejémoslo en que ambos triunfaron en dos épocas muy distintas y que en realidad, salvo su nacionalidad, son difícilmente comparables: si los autores de “Rock You Like A Hurricane” hubiesen emergido en los años 90, aún con todo su catálogo de temazos a cuestas, tristemente no se habrían comido un colín, mientras que si Rammstein, como grupo, hubiese nacido un par de décadas antes… bueno, en realidad todos sabemos que eso es imposible. La banda liderada por Till Lindemann es hija de nuestros tiempos, los convulsos años del cambio de siglo y milenio, y de hecho hoy, casi 20 años después de su fundación, sigue siendo rabiosamente moderna, extrema y escandalosa. El haber logrado triunfar en todo el planeta, y de qué manera, con una propuesta tan radical como la suya (metal industrial cantado en un idioma tan jodidamente duro como el alemán) es una hazaña sin precedentes que difícilmente nadie volverá a repetir.
La clave del éxito de Rammstein quizás esté precisamente en que nunca, jamás, han renunciado a sus señas de identidad, ni en lo musical, ni en lo estético, ni menos aún en sus inagotables ganas de provocar al personal. En cuanto a lo primero, y como me comentaba Nacho, mi compañero de fatigas en la noche del pasado domingo, lo suyo es sota, caballo y rey. Riffs abrasivos y machacones, ritmos marciales y troglodíticos y estribillos que te taladran como una Black&Decker y te golpean como un martillo pilón. Tan simple y, a la vez, tan efectivo. En cuanto a lo segundo, asistir a un concierto de Rammstein es sumergirse en un mundo apocalíptico, infernal y distópico en donde el fuego, la pirotecnia y el humor macabro son los protagonistas principales. Y en cuanto a lo tercero… pues ahí están títulos como “Mein Teil”, que recrea el célebre y escabroso episodio del ‘Caníbal de Rotemburgo’, “Mann gegen Mann”, una canción contra la homofobia que muchos quisieron entenderla como todo lo contrario (ese grito de ‘Schwulah’ (‘Maricón’) justo después del segundo estribillo), “Ich tu dir weh”, de temática sadomasoquista, “Te quiero puta!” o “Pussy”, y creo que aquí sobran todas las explicaciones, y un larguísimo etcétera. Tampoco faltan los que les han acusado de ser abiertamente neonazis, cuando son justamente lo opuesto, ni los que llevan casi una década proclamando que se llevan a matar y que van a separarse, cuando viendo las entrevistas o los jugosos ‘making of’ de sus vídeos uno tiene la sensación de que en realidad siguen siendo una piña. Y es que no deja de ser otra cuestión admirable el hecho de que no hayan tenido un solo cambio de formación en toda su carrera, algo poco habitual en este mundillo, y sigan al pie del cañón los mismos seis colegas de siempre. Quién sabe, en realidad, lo que sucede en el seno de un grupo, pero todas las señales externas apuntan a que los Rammstein que se presentaron el domingo en el Palacio de los Deportes de Madrid atraviesan uno de sus mejores momentos y están más fuertes que nunca.
Más datos: la banda lleva desde noviembre de 2011 recorriendo casi sin descanso Europa y Norte América defendiendo en directo su recopilatorio “Made in Germany 1995-2011”, gira que prácticamente empalmó con la de presentación de su último álbum de estudio, “Liebe ist für alle da” (2009). Más de cuatro años casi ininterrumpidamente en la carretera y reventando estadios, pabellones y recintos de festivales allá donde pisan. Desconozco si agotaron las entradas para el concierto en la capital española, pero lo cierto es que dentro daba la sensación de que no cabía un alfiler. Un éxito que también repitieron en Barcelona, Lisboa y Barakaldo, las tres fechas precedentes que han servido de pistoletazo de salida de esta nueva manga del tour, bautizada “Wir halten das Tempo” (“Mantenemos el ritmo”). Y es que, a pesar de que el público peninsular ha tenido numerosas oportunidades de disfrutarles en vivo en los últimos tiempos, parece que no se cansa de ellos y su tirón y capacidad de convocatoria es más grande que nunca. En mi caso, era la segunda vez que les veía, la primera fue en ese mismo recinto en noviembre de 2009, pero Nacho fue uno de los afortunados, o visionarios, que asistió a su primer concierto en Madrid, en la extinta sala Canciller II, en mayo de 1998. Y aunque el local que acogió aquel recital podría caber en el escenario de su actual gira, parece ser que aquellos Rammstein ofrecieron ya un espectáculo que no tendría mucho que envidiar al que puede presenciarse en la actualidad. Quizás a una escala menor, pero igual de intenso, salvaje y abrasador. Pero hay muchas ganas de hincarles el diente en esta ocasión porque vienen con un recopilatorio debajo del brazo y, seamos sinceros, aunque es lógico y comprensible que las bandas nos cuelen cuatro o cinco temas nuevos de su último trabajo de turno, todos preferimos que nos endosen sus clásicos de toda la vida. Por eso a mí me encantan las giras de grandes éxitos y de reunión. Y si las expectativas estaban muy altas, Rammstein no defraudaron ni un ápice. Si acaso echamos de menos dos o tres temas más para redondear la función, pero el ritmo fue tan endiablado desde el inicio que hasta eso se les perdona.
Ich tu dir weh
No muchos minutos después de la ‘actuación’ del DJ Joe Letz, que durante poco más de media hora se dedicó a pinchar remezclas de la propia banda, y casi a traición, aunque a la hora señalada, Rammstein irrumpen en el escenario con “Ich tu dir weh”, para mí, de lejos, el mejor tema de “Liebe ist für alle da”. Sin ningún tipo de intro ni pollas, unas cuantas ráfagas de batería detrás de un telón que no tarda en caer, las primeras explosiones de la noche y ya tenemos en escena a los guitarristas Richard Z. Kruspe y Paul Landers, al bajista Oliver Riedel, al batería Christoph Schneider y al teclista Christian ‘Flake’ Lorenz, vestido este último de pies a cabeza con un traje ignífugo, que la cosa promete desde el principio… La entrada del grandioso Till Lindemann nunca decepciona, y en esta ocasión le vemos descender lentamente en una plataforma vestido con un abrigo de pieles rosa, sí, rosa, y con el pelo teñido completamente de rubio platino. Un tema reciente pero con sabor a clásico da paso a un salvaje “Wollt ihr das Bett in Flammen sehen?”, precisamente la canción con la que se abría su primer álbum, “Herzeleid” (1995), y el estribillo incita a corear el nombre de la banda a las 15.000 almas que abarrotan el pabellón, que no tardan en ver al rudo vocalista convertido en una gigantesca bengala humana.
Feuer frei!
Sin tregua caen “Keine Lust”, temazo de “Reise, Reise” (2004), uno de mis discos favoritos del grupo, y “Sehnsucht”, canción que daba título a su segundo álbum de 1997. Con ese pelotazo que es “Asche zu Asche” el delirio ya es absoluto, pero las puertas del Infierno se abren definitivamente, y de par en par, con “Feuer frei!”, primer tema de la noche de su obra maestra “Mutter” (2001). Y aunque el numerito ya nos lo conozcamos, sigue acojonando ver a Lindemann, Kruspe y Landers convertidos en los tres dragones de Daenerys Targaryen, escupiendo largas llamaradas de fuego durante la parte final del tema. Y para que el show no decaiga, otro de los ‘highlights’ de la noche no tarda en llegar: “Mein Teil”, la otra joya de “Reise, Reise”, en donde el bueno de Flake comienza a sufrir las ‘iras’ de su amigo Till, convertido en un sanguinario cocinero que no duda en freír, lanzallamas en mano, al teclista/bufón, que ha interpretado toda la pieza dentro de una gigantesca olla.
Mein Teil
Como sus compatriotas Scorpions, Rammstein también saben ponerse tiernos y componer bonitas baladas… Venga, vale, es coña. “Ohne dich” es el primer tema relajado de la noche pero no es precisamente la canción que elegirías para ligarte a una tía (aunque haya parejas entre el público que aprovechen para darse unos besitos y unos achuchones), sino más bien… yo que sé, para ir al cementerio por la noche a desenterrar cadáveres. Ese rollo. Pero como tampoco es plan de ablandarse demasiado, a continuación “Wiener Blut” nos regala otro de los momentos más brutos de la noche, antes de llegar a “Du riechst so gut”, el primer éxito de su carrera. No deja de tener un punto demencial ver a 15.000 españolitos cantando a voz en grito en alemán. En mi caso lo hago como cuando cantaba en inglés con diez añitos, sin tener ni pajolera idea, pero no son pocos los que se saben la letra al dedillo y exhiben además, o al menos a mí así me lo parece, una dicción perfecta. La jefa Merkel estaría orgullosa, si no fuese porque la mitad de lo que sale por esas boquitas son auténticas barbaridades.
Du hast
Pocas bandas pueden, a esas alturas del concierto, descargar de un tirón tres cañonazos como la incenciaria “Benzin”, única pieza rescatada del infravalorado “Rosenrot” (2005) y en la que un supuesto espontáneo es calcinado sobre el escenario, la inmensa “Links 2-3-4”, que consigue que el pabellón sea un mar compuesto por 30.000 puños en alto, y “Du hast”, ese ‘hitazo’ y momento cumbre de la noche, que casi deja pequeño lo vivido unos minutos antes con “Du riechst so gut”. Cuando el fuego comienza a brotar por doquier, uno se alegra de tener cerca y bien localizada una salida de emergencia. Alguien debería decirles que este recinto ya ardió hasta los cimientos hace unos cuantos años. Estamos, en cualquier caso, entrando en la recta final, se respira (entre el humo) en el ambiente. Con el salvaje “Bück dich” presenciamos otro de los momentos más delirantes de la velada, con el pobre Flake medio desnudo y ataviado con una máscara sadomaso siendo paseado como un perrito por el escenario. Cuando pensamos que la ‘humillación’ no podría ser mayor, el enclenque teclista acaba siendo sodomizado por Lindemann, elevados ambos varios pies sobre el público… que no tarda en recibir una torrencial descarga de, imagino y espero, agua proveniente de la manguera que el fornido vocalista se ha sacado de la entrepierna. Todo muy educativo, sí. “Ich will” es otro tema concebido para enervar a las masas, de hecho dan como ganas de invadir algún país, el que sea, da igual, y termina siendo el número perfecto para que la banda abandone por primera vez el escenario.
Sonne
El tiempo que los seis músicos pasan entre bastidores lo aprovechan sus ‘pipas’ (como me apuntaba Nacho, deben tener un ejército) para situar un piano en el centro del escenario que, en las manos de Flake, sirve como único acompañamiento para que Lindemann interprete una versión desnuda y muy, muy tétrica de “Meinz Herz brennt”. La verdad es que tiene su punto y el momento está cargado de un enorme dramatismo, pero a mí la versión de toda la vida del tema de apertura de “Mutter” (que doce años después por fin tiene videoclip y es, simple y llanamente, acojonante…) me parece tan espectacular que me da un poco de rabia el cambio. Menos mal que “Sonne” borra de un plumazo cualquier atisbo de decepción. ¿El mejor maldito tema de su maldita carrera? Probablemente, y confirma lo que ya muchos sabíamos: que en el global de su discografía, “Mutter” acaba ganando por goleada. El logo en forma de cruz del grupo comienza a arder y el Apocalipsis se desata, definitivamente, en el Palacio de los Deportes de Madrid un domingo 21 de abril apenas pasadas las diez y media de la noche. ¿Puede haber aún algo más después de eso? Pues sí. Aún nos queda “Pussy”, un tema que es tan malote y zafio que acaba molando. «You got a pussy / I have a dick / So what’s the problem / Let’s do it quick». Pura poesía. La imagen de Lindemann subido a un pene gigante eyaculando toneladas de espuma y confetti sobre el respetable (sí, aquello por momentos parece un cumpleaños de los hijos de Ana Mato) creo que no la olvidaremos en la vida. Y así, con al menos la mitad de las cabezas de la pista cubiertas totalmente de blanco, la banda al completo se arrodilla, se lleva la mano al corazón como muestra de agradecimiento y se despide por boca de su cantante: «Madrid, de puta madre. Increíble». Suena sincero y no hace falta decir más.
Pussy
Poco más de hora y cuarenta minutos de espectáculo y, aunque casi todo el mundo esté exhausto, hubiese acogido de buena gana al menos un par de temas más. Y había dónde escoger: “Mutter”, “Rosenrot”, “Engel”, “Amerika”, “Mann gegen Mann”… De hecho estas tres últimas se han caído del setlist habitual de su gira norteamericana, en donde tenían un ‘escenario B’ sobre el que interpretaban tres canciones a mitad del show. Aún así, todos nos marchamos contentos por el conciertazo que acabamos de presenciar, y por salir vivos de allí. Uno se los imagina, de hecho, volviendo a Alemania y encontrándose con el típico vecino capullo que les suelta aquello de «¿Entonces habéis estado en España? ¿Y la gente por ahí qué tal? Muy hecha polvo, ¿no?». Y cualquiera de ellos respondiendo algo así como «Pues llenamos allí donde fuimos, y eso que las entradas no eran precisamente baratas… Y si algo puedo asegurarte, es que se les veía jodidamente felices».
Till Lindemann es un pirotécnico calificado. Después de un accidente en Treptow en Berlín el 27 de septiembre de 1996 donde un soporte del escenario cayó en llamas sobre el público, Rammstein comenzó a utilizar profesionales especializados en pirotecnia y Lindemann estudió y se entrenó con ellos.Cada uno de sus compañeros en Rammstein ha sido específicamente instruido en el uso del equipo pirotécnico que utiliza en el escenario. Su compañero Christoph Schneider asegura que «Till se quema constantemente, pero le gusta el dolor».