The National y Vampire Weekend: Gangs of New York
Desde Nueva York nos llegan los nuevos discos de The National y Vampire Weekend, dos bandas que poco tienen que ver entre sí, más allá de ser dos de los valores más sólidos y respetados del panorama alternativo actual, grupos con personalidad y sonido propio que disfrutan de una popularidad creciente y que podrían encabezar el cartel de cualquier festival “indie” que se precie. Sus respectivas trayectorias tampoco son comparables, porque mientras que Vampire Weekened alcanzaron el éxito y se convirtieron en los niños mimados de la crítica especializada ya con su debut homónimo de 2007, la de The National ha sido una carrera de fondo en la que cada paso, lento pero seguro, les ha llevado un poco más lejos que el anterior. En cualquier caso, tanto “Trouble will find me” como “Modern Vampires of the City” eran obras muy esperadas porque debían confirmar sus respectivos status y su condición de referencia en el pop-rock contemporáneo, y la prueba, en ambos casos, ha sido superada con éxito. Personalmente conecto más con la oscuridad melancólica de The National que con los alegres ritmos afro-caribeños de Vampire Weekend pero tengo que admitir que si los primeros han cumplido con las expectativas que tenía puestas en ellos, los segundos las han rebasado con creces.
“High Violet” (2010), el quinto disco de The National, suponía la culminación de un estilo que se había ido cociendo a fuego lento durante nueve años y en el que sus diversas influencias (Nick Cave, Joy Division, Leonard Cohen, Tindersticks) cristalizaban definitivamente en un discurso personal e intransferible. “Alligator” (2005) y “Boxer” (2007) ya habían sido obras notables, pero el romanticismo nocturno, la elegancia sofisticada y la intensidad dramática de su propuesta hallaban su versión más depurada, sobria y madura –en el buen sentido del término- en su disco de hace tres años. Desde ese punto de vista, era difícil que “Trouble will find me” fuese más allá. La banda de Cincinnati (aunque establecida en Brooklyn) solo podían aspirar a reinventarse radicalmente de arriba abajo, maniobra que nadie esperaba, o a hacer la mejor secuela posible de “High Violet”. La apuesta continuista era la más racional y el nuevo disco no es ni más ni menos que la lógica prolongación de las bondades de su antecesor, aunque aportando quizás algo más de luz (tenue, en todo caso). Y como ya sucedía entonces, “Trouble will find me” es un grower de manual, un trabajo repleto de pliegues, matices y secretos imposibles de descifrar en una primera escucha. Aquí hay canciones meándricas, progresiones melódicas escurridizas y estructuras cambiantes que evitan el lugar el común y que invitan a volver una y otra vez sobre ellas.
La hipnótica voz de barítono de Matt Berninger sigue siendo la más efectiva puerta de entrada a este microcosmos de historias urbanas de soledad, depresión y amores que se resquebrajan, pero el entramado instrumental moldeado por las dos parejas de hermanos de la banda (los Dessner y los Devenford) se presenta más equilibrado, delicado y sutil que nunca, dando a cada pieza exactamente lo que necesita para crear una atmósfera única. El single “Sea of love” es lo más parecido aquí a la vibrante energía de viejos favoritos como “Mr. November”, “Mistaken for strangers” o “Bloodbuzz Ohio”, porque el resto de temas rápidos renuncia a los ganchos explosivos estratégicamente colocados. Así, “Graceless” recorre con tensión contenida el camino que separa a Joy División de U2, “Humiliation” comienza cabalgando a lomos de Neu! para terminar abrazado a Echo & The Bunnymen y “Don’t swallow the cap” probablemente sea lo más puramente pop que han grabado nunca.
Sin embargo, es en las piezas más introspectivas donde The National parecen hoy por hoy más cómodos y seguros de sí mismos. Es en el evocador riff de guitarra sobre el que se construye “I need my girl”, en los arpegios sobrecogedores de “Fireproof”, en los espacios abiertos por el solitario piano de la sinuosa “Heavenfaced” o en la magia gótica de la coda de “This is the last time” donde el grupo de Berninger demuestra que la veteranía puede ser algo más que un grado. En rigor, “Trouble will find me” no golpea tan fuerte ni deja la huella del majestuoso “High violet” pero sería injusto exigir un estado de gracia perpetuo, máxime cuando lo que nos han entregado es otro trabajo que no baja del notable, y eso ya es mucho.
De la nueva entrega de Vampire Weekend yo no esperaba demasiado, principalmente porque nunca me volvieron loco. Tanto “Vampire Weekend” como “Contra” (2010) fueron discos demasiado sobrevalorados por una prensa especializada siempre necesitada de encontrar the next big thing a toda costa. No niego que el disco de debut del grupo neoyorquino liderado por Ezra Koenig desprendiera descaro y vitalidad, ni que su coartada africana, tan deudora del “Graceland” de Paul Simon, tuviera su gracia, aunque la apariencia marisabidilla del cuarteto, como si fueran los más listos de la clase, me echaba un poco atrás –lo de calificar su música como “Upper West Side Soweto” era un tanto estomagante- y sus singles más famosos (“A-Punk” y “Cape Cod Kwassa Kwassa” ) me ponían un poco nervioso sin saber muy bien por qué. Cuestión de sensibilidades. En cualquier caso, me parecía un grupo al que merecía la pena seguir la pista (sobre todo por temas como “M79”, “Oxford Comma” o “Walcott”), pero en ningún caso uno al que ensalzar como si fuese el segundo advenimiento de Cristo. Su continuación, más refinada aunque muy similar en el fondo, no despejaba mis dudas, aunque sí terminaba de convencerme de que prefería a la banda cuando se alejaba del ska pintoresco-festivo de, por ejemplo, “Cousins” y se acercaba al pop más universal de “Giving up the gun”.
Agazapada al final de aquel segundo disco estaba “I think Ur a Contra”, una pieza más reflexiva y madura –otra vez en el buen sentido de la palabra- que bien puede considerarse el germen de “Modern Vampires of the City”, pues conecta directamente con el piano plácido y las bellas armonías de “Obvious bycicle”, el primer corte del nuevo álbum, un trabajo sorprendente porque presenta una versión más compleja, más profunda y más cohesionada de Vampire Weekend, un grupo que, en definitiva, es mucho mejor ahora. Y si para llegar aquí ha sido necesario sacrificar algo de su cacareada frescura y aparcar en cierto modo el colorido africanista que siempre les caracterizó, bienvenido sea el cambio.
Tampoco es que Koenig, Rostam Batmanglij, Chris Tomson y Chris Baio hayan renegado de sí mismos, y ahí están temas como la contagiosa “Unbelievers”, o las trotonas “Finger back” y “Worship you” –que suenan como lo haría Animal Collective si redujesen el consumo de psicotrópicos- , pero ahora se atreven a ir más allá de la jovialidad de su propuesta inicial con resultados impensables en sus inicios. “Hudson”, por ejemplo, es una oscura pieza de atmósfera siniestra salpicada por pinceladas de percusión electrónica y envuelta en unos coros celestiales, de matiz casi eclesiástico, que se repiten en “Step”, frágil melodía de polvo de estrellas dibujada sobre una base de hip hop y embellecida por un barroco arreglo de clavicordio; en la mayestática “Ya Hey”, imponente joya pop con sabor dub en la que Koenig ajusta cuentas con el mismísimo Dios; y en la angelical “Young Lion”, que parece un descarte de los Low más luminosos.
El single “Diane Young” es Elvis Presley en la era del Auto-Tune y “Hannah Hunt” recuerda en su minimalismo musical y en el emocionante crescendo a los mejores Hefner, mientras que “Don’t lie” y “Everlasting arms”, con sus lujosos y exuberantes arreglos orquestales y su contundencia rítmica, prueban que el sonido de la banda se ha enriquecido con una producción muy detallista y minuciosa, obra del propio Batmanglij con la colaboración de Ariel Rechtshaid. Ahora sí, con disco sobresaliente de verdad bajo el brazo, Vampire Weekend me han demostrado que no son un simple hype ni un invento de temporada perpetrado por modernos pedantorros, que ya pueden jugar en las grandes ligas y aspirar al título. No se me ocurre mejor elogio.