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The Quireboys y ‘Beautiful Curse’: rescate del trastero de los pequeños clásicos

17/12/2013

Quireboys-Beautiful-Curse-CD

En El Cadillac Negro solemos tratar las novedades de los grupos que acaparan la actualidad, aquellos que serán recordados como prototípicos de esta época; también solemos recordar los grandes momentos de las bandas legendarias; pero, es verdad que mucho menos habitualmente, nos gusta rebuscar más y revisar de vez en cuando ese cajón-desastre tan a menudo olvidado como es el de aquellas bandas que tuvieron cierto grado de fama en el pasado y que  continúan tozudamente con unas carreras mucho más subterráneas en el presente. Inasequibles al desaliento, saben que solo interesan a sus seguidores pretéritos y a los ‘die hard’ fans del rock clásico.

Pocos grupos se ajustan mejor a este canon que los británicos The Quireboys. Su fulgurante salto a la fama se produjo en 1990 con la salida de su primer álbum, ‘A Bit of what you Fancy’, un soberbio tratado de rock’n’roll festivo y pianístico que no inventaba nada, pero que, a rebufo de otros grandes, los Dogs D’Amour, recuperaban un estilo que sublimó Rod Stewart en los setenta (en solitario y con los Faces) y que reflotarían años más tarde los escandinavos Diamond Dogs. Aprovechando el comienzo del reinado al otro lado del Atlántico de otros maestros ‘revisionistas’ como The Black Crowes, formaron parte, junto a Thunder, de una de esas periódicas resurrecciones que se da en Gran Bretaña de ese hard rock del que fue un paraíso la Pérfida Albión en los setenta y que tanto olvidó después. Así las cosas, ‘A Bit of what you Fancy’ , uno de esos discos redondos, frescos, euforizantes que, nada más escucharlo, te hacen vestirte para salir a quemar la noche, parecía preconizar a una banda de las grandes. Sin embargo, la cruda realidad llegó en 1993, con uno de esos segundos discos malditos que suelen hundir a un grupo lanzado. No me entendáis mal, »Bitter Sweet and Twisted’ era un señor disco, más irregular que su precedente, sí, pero expandiendo su sonido hacia territorios más diversos y conteniendo algunos de los mejores temas de la formación, caso de esa inolvidable ‘King of New York’. Pero, ya fuera porque se lanzó en plena fiebre grunge, ya fuera porque sus seguidores esperaran un álbum más continuista y festivo, ya fuera porque su discográfica no les apoyara lo suficiente, el caso es que el álbum fue un fracaso de ventas que acabó con la banda original.

Pasado un tiempo razonable y con las expectativas domesticadas por la cruda realidad, The Quireboys protagonizaron en 2001 uno de los regresos más honestos que recuerda un servidor. Sin grandes alharacas promocionales, el carismático cantante Spike y compañia volvían porque, simplemente, no saber hacer otra cosa que música y así lo demostraron álbumes tan correctos como ‘This is Rock and Roll’ y ‘Well Oiled’. Aún es más, en 2008 el nivel superó con mucho la corrección y fueron capaces de hacer un disco de la talla de ‘Homewreckers & Heartbreakers’, un estupendo compendio del sonido clásico de la banda con un considerable grado de madurez, que dejó temas para el recuerdo como esa ‘Mona Lisa Smiled’, uno de esos grandes ‘hits’ que nunca lo llegaron a ser. Con este precedente, y el añadido del acústico ‘Halfpenny Dancer’ de 2009, un servidor estaba entre los pocos miles de personas que esperaban con verdadera expectación la rodaja de 2013 de la banda, ‘Beautiful Curse’.

The Quireboys

Lo primero que llama la atención es la cascadísima voz de Spike, que en cada inflexión hace aflorar los millones de cigarrillos y litros de alcohol ingerido a lo largo de una vida de una rock’n’roll star. Todo un contraste, por ejemplo, con un compañero de generación como Chris Robinson, que parece haber hecho un pacto con el diablo para gozar de unas capacidades vocales aún mejores que en sus inicios. Este factor ha podido ser determinante para acentuar una tendencia a la que ya apuntaban los trabajos anteriores del grupo: una progresiva ralentización, un claro favoritismo por los medios tiempos, un aire más ‘bluesero’ y maduro, una austeridad que hace pensar más en los álbumes de los grandes veteranos americanos más que en uno de la que fuera una magnífica ‘party band’. Como pasar de la refrescante inmediatez de una cerveza a los difíciles matices de un whisky premium.

No es que se hayan olvidado de rockear, no. Así lo demuestran la acelerada ‘For Crying out Loud’, la inicial ‘Too Much of a Good Thing’ y ‘King of Fools’, tres muy buenas canciones que nos hacen recordar los desinhibidos inicios de la banda. Pero, sin embargo, la tónica predominante la marcan medios tiempos desnudos, con sutiles acompañamientos de piano y Hammond, destacando el tema-título y el final, ‘I Died Laughing’, de entre un conjunto agradable, correcto, pero en el que echamos de menos mayor fuerza dramática, mayor desgarro; al igual que en dos baladas típicamente ‘Rod Stewart style’ como son ‘Mother Mary’ y ‘Don’t Fight it’. Con los años, The Quireboys han roto la barrera de los años setenta en su máquina del tiempo y han investigado en las raíces del sonido americano, algo que se demuestra en ‘Chain Smokin», un discreto boogie, y en ‘Homewreckers & Heartbreakers’ (homónima de su anterior disco), un blues que se va acelerando hasta llegar a un buen estribillo plenamente hard rockero. Nos logra sacar de este confortable pero algo soso aire de agradable corrección ‘Diamonds and Dirty Stones’, un arrebato funky en el ecuador del álbum, en la onda de aquellos (gozosos) intentos bailables de Stewart y los Stones, que aporta una dosis preciosa de frescura y desparpajo y se cuela sin problemas en el ‘top 3’ del listado de ‘Beautiful Curse’.

The Quireboys dan así un pequeño paso atrás, con el que volverán a sufrir el sueño de los justos en las primeras planas de la prensa musical. Sin embargo, la entidad de ‘Beautiful Curse’ es suficiente para animarnos a regresar más pronto que tarde a ese abandonado trastero de los pequeños clásicos.

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