«Doctor Who»: después de los palitos de pescado con natillas
(AVISO: Se recomienda no cruzar la línea sin haber visto al menos las siete temporadas del renacimiento de Doctor Who, así como el último episodio especial emitido, «The Time of The Doctor». Este post, como diría la gran River Song, contiene… ¡SPOILERS!)
El 23 de agosto vuelve Doctor Who y todos los seguidores de este loco que viaja por el tiempo y el espacio en su cabina azul se afilan los dientes. Además estamos de estreno. Cerrada una etapa muy celebrada por el público con Matt Smith como el undécimo Doctor y Steven Moffat como showrunner del programa, no podemos negar que afrontamos la llegada de Peter Capaldi con tantas ganas e ilusión como miedo, ya que tras cada regeneración siempre quedamos un poco descolocados. Sea como sea, esta serie siempre es una opción absolutamente maravillosa para correr con el viento a favor, huir de la rutina y escapar de los demonios.
Ya desde su nacimiento en 1963 se concibió como lo que es, un producto de ciencia ficción y (mucha) fantasía para toda la familia, un producto que invita a soñar, lleno de cientos de lugares que visitar, cientos de especies por conocer, cientos de cuándos por vivir. Optimista como ella sola, ofrece en cada episodio una aventura que rara vez llegará a decepcionarmos. La aventura (las aventuras) del último de los Señores del tiempo, de un planeta precioso llamado Gallifrey que ya no existe. Tiene un nombre pero no se nos ha revelado. Se llamó a sí mismo Doctor y es todo lo que importa. Siempre acompañado por los mejores, siempre viajando en su Tardis, que más que una nave espacial es un personaje que contiene un universo en sí misma… «it’s bigger on the inside!».
Hablaba de la importancia del paso de Matt Smith por la historia de Doctor Who, y es que muchos de sus seguidores actuales, un buen porcentaje de ellos fans acérrimos, empezaron sus andanzas por este viaje espacio-temporal con Eleven al volante. Tiene todo el sentido del mundo, en realidad. Si analizamos a gran escala y pensamos en la demanda general de la audiencia, Moffat ha sabido vender la moto al espectador del siglo XXI, y además lo ha hecho de escándalo, ofreciendo justo lo que éste quiere.
La vuelta del Doctor en 2005, en cambio, llegó de la mano de Russell T. Davies, quien ofreció una etapa de la serie muy valorada y preferida por algunos (entre los que me incluyo) con menos presupuesto, menos pretensiones, medios muy limitados y doctores que sabían sonreír y abrazar de verdad. Las cuatro primeras temporadas tienen un aire muy noventero que a los más nostálgicos nos sedujo sin piedad. Sí, me reitero en que no presenciamos precisamente un despliegue de medios, y reconozco que incluso en los primeros episodios uno llega a pensar que casi (casi) hay criaturillas de cartón piedra. No por ello se disfruta menos de su visionado, quizá esta entrada humilde dote de un encanto muy particular a los comienzos del renacimiendo de Doctor Who. Cabría añadir también que lo que llamamos «etapa Davies» cuenta con la imponente presencia de dos doctores (Ninth y Tenth) magníficos, una mitología fantástica y una banda sonora maravillosa que acompaña muy bien a los tintes épicos de muchos de los episodios. Aunque cabe decir que toda la serie tiene una de las mejores bandas sonoras televisivas que he escuchado nunca.
Durante los cinco años en los que Davies se encargó de acercar al Doctor a nuestros hogares, Steven Moffat firmó unos episodios magníficos. Recordemos aquel duplo «The Empty Child»/ «The Doctor Dances» que, cuando aún teníamos pequeñas dudas, terminó de enamorarnos de la serie introduciéndonos al gran Jack Harkness y contándonos una historia absolutamente brillante sucedida en plena Segunda Guerra Mundial. Más tarde llegó «The Girl in the Fireplace», maravillosamente triste, bellamente siniestro (como siempre) y directo al corazón de Madame de Pompadour. ¿Y qué hay de «Silence in the Library»/ «Forest of the Dead»? Carta de presentación de un personaje importantísimo como es nuestra River Song. Pero si un episodio destaca por encima del resto en esta serie, si un episodio ha causado absoluto revuelo y ha llegado a convertirse prácticamente en un icono desde su emisión, ese es el célebre «Blink».
They’re coming. The angels are coming for you, but listen, your life could depend on this: don’t blink. Don’t even blink. Blink and you’re dead. They are fast, faster than you could believe. Don’t turn your back, don’t look away, and DON’T BLINK! Good luck.
(Ya vienen. Los ángeles vienen a por ti, pero escucha, tu vida podría depender de ello: no parpadees. Ni siquiera parpadees. Parpadea y estás muerto. Son rápidos, más rápidos de lo que podrías creer. No les des la espalda, no apartes la mirada, y ¡NO PARPADEES! Buena suerte.)
Con este currículum, casi era de esperar que cuando todos los episodios corrieran a cargo de Moffat íbamos a presenciar un desfile de originalidad y macabra belleza, esa belleza siniestra tan bien ejemplificada en los ángeles llorones, las criaturas más celebres que han nacido de su trabajo. Ángeles que matan de la forma más poética y también más horrible, enviándote a vivir al pasado para que estés muerto en el presente. Sin embargo, esa genialidad esperada ha llegado de manera bastante ambigua, arrastrando tras de sí dos grandes ejércitos, uno de admiradores fervientes y otro de detractores extremos. Dos posiciones en las que, personalmente, no me gusta situarme. Me quedo en medio, disfrutando lo que a mi parecer es más que disfrutable y criticando lo que de manera justificada es criticable.
La «etapa Moffat» tiene sus pros y sus contras. Simplemente convierte la serie en un producto (como he mencionado ya) más para el espectador del siglo XXI, más para todos aquellos que se pirran por Lost, Orphan Black o Fringe que para aquellos que aún tienen su corazoncito en Twilight Zone, Twin Peaks o The X-Files. Creo que son muy buenos ejemplos en ambos casos. No es que esto sea algo malo ni bueno, desde luego. Simplemente es, a secas. Pero si de algo negativo podemos hablar es de su pretenciosidad, que viene de la mano del gran ego del showrunner. Llegan las temporadas con más presupuesto y mejores efectos especiales, pero también llega la hora de saltarse una regla primordial en esta serie: la del «todo vale». Y es que para ricitos también vale todo, pero se empeña una y otra vez en tratar de demostrar que en «su» Doctor Who jamás quedará un cabo suelto porque la trama es absolutamente brillante y todo tiene lógica. No es así, por supuesto. Su mitología se convierte a veces en una maraña que no desenreda ni el más sabio de los gatos sin soltar una carcajada, unas teorías colisionan en coherencia con otras y persiste en tratar de hacer lógico lo que lleva años sin serlo.
Pero que nadie se lleve a engaño por el párrafo anterior, también hay cosas absolutamente maravillosas en esta etapa y a ratos pesan bastante más las virtudes que los defectos, de no ser así, yo no estaría escribiendo esto, con la clara intención de despedir y homenajear a Eleven antes de que llegue el nuevo Doctor. En primer lugar, estas temporadas tienen un aire de cuento (un cuento nada falto de tinieblas y monstruos de pesadilla, pero un cuento) que las hace mágicas a su manera y son increíblemente imaginativas. Cuando encontramos un parque de atracciones abandonado en la luna, todo es posible. Basta decir que incluso Neil Gaiman se puso al frente de un par de episodios. ¿Y qué hay de los personajes? Esas companions tan especiales, con esas historias tan ambiciosas y tan complejas. Todo eso también es parte de la esencia. De hecho, me reitero en que todos los aspectos negativos no lo serían tanto si Steven Moffat fuera menos narcisista, pero hay que reconocerle el saber imprimir un carácter único a su trabajo, con todo lo que ello conlleva.
La verdad es que tardé un poco en hacerme al undécimo Doctor, quizá porque acababa de despedir a mi Doctor favorito (un Doctor carismático y muy humano impecablemente interpretado por David Tennant), quizá porque la serie había dado un giro de 180º y parecía que pisaba un territorio extraño. Sin embargo, Matt Smith supo ganarme en cuatro o cinco episodios, haciendo gala de una actuación magnífica y dando vida a un loco en su caja que, en realidad, era muchísimo más que eso. Una sensación que no hizo más que acrecentarse con el paso de las entregas, cuando empezaron a desfilar ante mí maravillas de la talla de “The Time of the Angels”, “Amy’s Choice”, “Vincent and the Doctor” o “The Pandorica Opens”. Desde entonces, sólo tengo cosas bonitas que decir acerca de Eleven.
¿Y qué hay de Amelia? La gran Amy Pond, la chica que no podía ser, quizá la mejor companion que el Doctor ha llevado en su Tardis en los años modernos. No es mi favorita (ésta es Donna Noble) pero trato de ser objetiva. Amy es compleja pero también es un rayo de sol, una niña pelirroja lo suficientemente valiente como para dormir cerca de una grieta que hubiera asustado al más intrépido de los adultos, una chica que esperó y esperó, «the first face this face saw». Ha sido tan, tan especial… Tan especial como su relación con Rory, quien esperó dos mil años por ella, a quien olvidó por culpa de esa grieta en el tejido de la realidad, quien regresó convertido en centurión y… a quien también tuvo que esperar.
You know when sometimes you meet someone so beautiful and then you actually talk to them and five minutes later they’re as dull as a brick? Then there’s other people, when you meet them you think, «Not bad. They’re okay.» And then you get to know them and… and their face just sort of becomes them. Like their personality’s written all over it. And they just turn into something so beautiful. Rory’s the most beautiful man I’ve ever met.(¿Sabes cuando a veces conoces a alguien precioso y entonces hablas con él, y cinco minutos después es más lerdo que un ladrillo? Y luego están esas personas, que cuando conoces piensas: «no están mal, están bien». Y entonces los conoces y… de algún modo su rostro se convierte en ellos. Como si su personalidad estuviera escrita por toda su cara. Y se convierten en algo precioso. Rory es el hombre más precioso que he conocido nunca.)
Los Pond y el Doctor llegaron a formar un equipo más que pintoresco, que nos hizo reír, nos emocionó y nos embarcó en un puñado de aventuras que realmente valieron la pena. La verdad es que los echo mucho de menos, para qué engañarnos. Aún se me eriza la piel recordando muchos de los grandes momentos que protagonizaron, salvando el universo, siempre contra todo con una sonrisa en los labios y un puñado de cosas bonitas por decir. Fue difícil despedirlos en «The Angels Take Manhattan», aunque a día de hoy no se me ocurre una mejor manera de decir adiós a dos personajes como Amy y Rory, con una vida llena de errores espacio-temporales. Se los llevaron ellos, los ángeles de piedra, justo cuando creían estar a salvo, justo cuando acababan de saltar de un edificio, «juntos o nada». A uno lo arrastraron al pasado, otra se dejó ir al mismo lugar para crear junto al centurión su propio «cuándo». Y el Doctor, «hombre andrajoso», el amigo imaginario que nunca lo fue de aquella niña sentada en su maletita, se quedó temporalmente solo y roto, sin los Pond, sin la primera cara que su cara vió.
Hello, old friend. And here we are. You and me, on the last page. By the time you read these words, Rory and I will be long gone. So know that we lived well and were very happy. And above all else, know that we will love you always. Sometimes I do worry about you though. I think once we’re gone you won’t be coming back here for a while. And you might be alone, which you should never be. Don’t be alone, Doctor. And do one more thing for me. There’s a little girl waiting in a garden. She’s going to wait a long while, so she’s going to need a lot of hope. Go to her. Tell her a story. Tell her that if she’s patient, the days are coming that she’ll never forget. Tell her she’ll go to see and fight pirates. She’ll fall in love with a man who’ll wait two thousand years to keep her safe. Tell her she’ll give hope to the greatest painter who ever lived. And save a whale in outer space. Tell her, this is the story of Amelia Pond. And this is how it ends.
(Hola, viejo amigo. Y aquí estamos. Tú y yo, en la última página. Para cuando leas esto, Rory y yo nos habremos ido hace mucho. Queremos que sepas que vivimos bien y fuimos muy felices. Y sobre todo, que te querremos siempre. Aunque a veces me preocupo por ti. Creo que una vez que nos vayamos no volverás aquí, y estarás solo, nunca deberías estarlo. No estés solo, Doctor. Y haz una última cosa por mí. Hay una niña esperando en el jardín. Va a esperar por mucho tiempo, así que va a necesitar mucha esperanza. Ve a verla. Cuéntale una historia. Dile que si es paciente vendrán días que nunca olvidará. Dile que irá a luchar contra los piratas. Que se enamorará de un hombre que esperará dos mil años para mantenerla a salvo. Que le dará esperanza al mejor pintor que haya existido. Y que salvó a una ballena en el espacio exterior. Dile que esta es la historia de Amelia Pond. Y así es cómo termina.)
Pero de todas las trastadas de Moffat, River Song es mi favorita. Mitad Señora del tiempo (por concebirse en la Tardis), mitad humana, la hija de Amy y Rory ha llegado a ser uno de mis personajes femeninos favoritos de la ciencia ficción. Nunca la guerra había tenido tanta clase. River nos enamora a base de besos lanzados, guiños, golpes de melena casi felinos y una astucia y osadía fuera de lo común, además de un continuo flirteo con el Doctor totalmente aplicable a aquello que decíamos de niños, «los que se pelean, se desean». Qué bien encaja como esposa del Doctor. De hecho… creo que es lo único que nos encaja. Nos vuelve locos, la queremos en pantalla el mayor tiempo posible, pero su historia no tiene (casi) ninguna lógica fuera de la cabeza de Stevie. El mayor atractivo de la relación que Eleven y River mantienen es el hecho de que sigan encontrándose en el tiempo y que sus líneas temporales sean contrarias. Prueba de ello, en realidad River murió durante la cuarta temporada de la serie, justo el día en que el Doctor la conoció por primera vez. Ojalá haya una manera de que vuelva en episodios venideros (creo que así será), pero tengo la impresión de que la principal etapa del personaje en la serie ya ha pasado. Nos quedamos con episodios de la talla de «Silence in the Library», «The Big Bang», «Let’s Kill Hitler», «The Imposible Astronaut» o «A Good Man Goes to War». Spoilers!
Después de una companion como Amy, tan querida, en general, por el público, Clara Oswald llegó con unas expectativas altas por parte de la audiencia que parecían difíciles de cumplir, pero que sin lugar a dudas ha sabido superar con creces. La chica imposible, que murió por salvar al Doctor varias veces, siempre por salvar al Doctor. Quizá tenga demasiado aire de niña de cuento para mi gusto, pero eso no le resta valor, es sólo una cuestión subjetiva. Con una aparición de tan sólo una decena de episodios (una media temporada y tres especiales), su «run, you clever boy, and remember», se ha convertido ya en una de esas coletillas míticas que nos regala la serie. Aunque sus andanzas no terminan aquí, ya que, al menos durante una temporada más, acompañará al duodécimo en todas sus aventuras.
Y ha llegado el momento de hablar de la despedida, de ese «The Time of the Doctor» que tanto descontento provocó entre la gran masa de seguidores y que sorprendentemente a mí me dejó más que satisfecha sin ser ni siquiera especialmente defensora del trabajo de Moffat. Un especial que a mi parecer va muy bien con lo que ha sido la esencia de esta etapa, narrado como un cuento en el que el Doctor decide quedarse en un pueblecito llamado «Christmas» donde es imposible mentir, y al que todos sus enemigos han decidido atacar. Ángeles llorones, Cibermen, Daleks… hay villanos para todos. Un especial con un final precioso, en el que por supuesto presenciamos un fugaz regreso imaginario de Amy, la primera cara que el Doctor vió.
We all change,when you think about it. We are all different people all through our lives. And that’s okay, that’s good! You’ve gotta keep moving, so long as you remember all the people that you used to be. I will not forget one line of this, not one day. I swear. I will always remember when the Doctor was me.
(Todos cambiamos, si lo piensas. Somos diferentes personas a lo largo de nuestras vidas. Y eso está bien, ¡es bueno! Tienes que seguir avanzando, siempre y cuando recuerdes a todos los que fuiste. No voy a olvidar nada de esto, ni un sólo día. Lo juro. Siempre recordaré cuando fui el Doctor.)
Muy significativas estas últimas palabras, destinadas no sólo a ser la despedida de un gran personaje, sino también de un actor. «I will always remember when the Doctor was me». Palabras que enternecen cuando recordamos a Matt Smith llorando en la lectura del que sería su último guión a interpretar en la serie. Y como colofón, tenemos al mayor símbolo de esta regeneración, la pajarita, dejándose caer como cae la toalla, sólo que el acto no tiene nada de cobardía, sino de aceptación. Es el fin de otra pequeña era.
Menos de veinte días quedan ya para que Doctor Who regrese con Peter Capaldi a la cabeza y una Clara que está sufriendo el síndrome Rose al ver al Doctor en otro cuerpo, como podemos comprobar en el siguiente trailer. Lo que nos queda claro es que vienen días oscuros para el personaje, con el peso de demasiadas vivencias y errores en los hombros y una pequeña crisis de identidad. Si de algo estoy segura, es que por extraño que (como siempre) nos resulte el nuevo rostro, Capaldi nos habrá ganado con un par de aventuras.
Hay que ir preparando el equipaje para volver a subir a bordo de la Tardis porque el viaje ha sido muy bonito, pero sabemos que hay vida después de los palitos de pescado con natillas y hay que lanzarse a ella sin miedo para disfrutar. Geronimo!
Saludos:
Muchos somos los aficionados que esperamos la nueva temporada de Doctor Who.
En mi caso, descubrí la serie moderna por casualidad un día zapeando. Conocía la serie clásica por haber visto algún episodio en alguna televisión autonómica, el siglo pasado, pero fue volver a ver la Tardis y engancharme a ella, hasta hoy.
No sé cómo será el Doctor de Capaldi, pero supondrá un soplo de aire fresco tras una etapa, digamos, regularcilla. El pobre Matt Smith ha hecho lo que ha podido -no demasiado, en mi opinión- para llenar el hueco -enorme- que dejó David Tennant, y le dotaron de unos companions bastante potables (los Pond), pero las historias…
En cuanto a River Song, he de decir que el personaje me gustaba y creo que daba mucho juego, pero, en mi caso, chocaba con el obstáculo de que no soporto a la actriz que lo representa. Es algo visceral. No le resto profesionalidad ni talento a ella, pero no me la creo en ese personaje. Problema mío, seguramente.
En fin, espero que en un par de años veamos otra encarnación del Señor del Tiempo. A ver si esta vez se atreven a que sea una Doctora…
Juan Constantin