Que nos devuelvan «Doctor Who»
(AVISO: En este post se va a hablar de la octava temporada de Doctor Who, no sigáis leyendo si aún no habéis visto el último episodio emitido, «Death in Heaven»)
Si nos preguntaran por nuestra temporada favorita de la Doctor Who moderna, todos empezaríamos a valorar grandes episodios, a pensar en nuestro Doctor predilecto y a rememorar momentos que han hecho historia para los seguidores de la serie. Sería difícil elegir y probablemente las respuestas serían muy diversas. Sin embargo, me atrevo a afirmar que el noventa por ciento (por aquello de dejar un margen de error inútil) tendría bastante claro que no es la octava. Es más, ese noventa por ciento esparciría gasolina sobre ella si lo obligaran a quemar un bloque de episodios. Todo dramatismo, por supuesto, pero realmente Doctor Who nunca ha sido menos Doctor Who de lo que lo ha sido estos tres últimos meses.
Hace exactamente ese tiempo escribía un post preguntándome cómo sería la vida después de los palitos de pescado con natillas, repasando lo mejor de la etapa anterior y sobre todo, celebrando que la serie volvía. Nadie imaginó que con semejante elección de intérprete a la cabeza todo iba a desdibujarse tanto, y es que, a día de hoy y después de haber asimiliado el cierre de temporada, aún me pregunto si los guionistas han visto la temporada anterior o han partido de cero como en un primer día de colegio.
El caso es que «Deep Breath», la carta de presentación de Peter Capaldi como Doctor, me dejó con buen sabor de boca y unas primeras impresiones estupendas contrarias a las de una buena parte de la audiencia. ¿Un dinosaurio en el Londres victoriano? No podía salir mal. Además, esas criaturas siniestramente mecánicas llevaban impreso el sello de Moffat (la parte buena del sello) por todas partes y nos abrieron una nueva trama (la de Missy) que parecía ser trazada para un golpe final. En cuanto al Doctor, creí que me había ganado desde el principio con ese aire de hombre perdido tan triste y tan cómico a la vez, con sus cuestiones sobre su propia identidad. El síndrome de Rose que Clara estaba sufriendo al contemplar un rostro diferente llegó a agudizarse demasiado en setenta minutos, para qué negarlo, pero al fin y al cabo el guión dejaba un largo rastro de mensajes para los seguidores. Y el final, ese final, esa llamada de teléfono de Eleven que, queramos o no reconocerlo, nos obligó a soltar unas lagrimitas.
It’s me. It’s me, Clara. The Doctor. I’m phoning you from Trenzalore. From before I changed. I mean it’s all still to happen for me but it’s coming. Oh, it’s coming. Not long now. I can feel it.
Si hablo en pasado de esas buenas impresiones es porque evidentemente luego vino todo lo demás y todo lo demás es un caos borroso. Cuando pienso en «Into the Dalek» y en las ganas que tenía de ver el episodio, por ejemplo, sólo quiero gritar y preguntar por qué se malgastó una ocasión de oro. Viajamos dentro de un dalek, situamos al Doctor en el corazón de su peor enemigo, ¿cómo es posible que se desperdiciara tal idea? ¿Cómo es posible romper la identidad de un personaje que ha resistido más de cincuenta años en tan sólo cuarenta minutos? ¿Cómo es posible que un episodio en el que el duodécimo (sí, duodécimo) se bate con Robin Hood resulte tan prescindible? ¿Y convertir una entrega como «Kill the Moon» en un descarado debate sobre el aborto? Moffat nunca me molesta más que cuando trata de ser moralista.
Claro, que el problema no sólo yace en los episodios que no han estado a la altura, esto es algo que ocurre a menudo y carece de importancia cuando la balanza se inclina más hacia las virtudes. El problema, el gran problema, es que las identidades de los dos personajes principales a ratos parecen pasadas por una trituradora. Después de ese primer contacto más o menos en la línea del programa hemos compartido nuestro tiempo con un Doctor completamente desdibujado y aún por definir, una sensación que no pasa de largo relativamente hasta la recta final de la temporada. Un Doctor que detesta a los soldados, alguien a quien los series humanos resultan, de repente, insignificantes y estúpidos («I think you look like giants», dijo Tenth), que ya no se desvive por evitar una muerte. ¡Un Doctor que no abraza y que no tiene coletilla propia aún! (Shut up no cuenta). Un talento desperdiciado.
Pero no es él el único personaje desdibujado, ya que como decía al principio, los guionistas parecen haber saltado por encima de sus propias normas o estar escribiendo para otra serie. Clara, la chica imposible que murió una y otra vez por salvar al Doctor, como se nos mostró en «The Name of the Doctor», ya no es tan imposible ni tan especial, al parecer. Ahora sólo es una chica curiosa que viaja con un Señor del tiempo porque la vida es simplemente aburrida y el tiempo es demasiado lineal como para no saltar a la Tardis día tras día. Esa desvirtuación del personaje está estrechamente relacionada con su romance con Danny Pink, un secundario con el que al menos yo no he llegado a tener química. Hasta da cierta rabia verla cambiar de esa manera. Clara Oswald, que hizo grandes cosas, de repente necesita que ese hombre la proteja y le otorgue el permiso necesario para viajar. Además, para qué andarnos con rodeos, se ha vuelto insoportable (al menos una buena parte del tiempo que pasa en pantalla).
Sé que este artículo parece diseñado para desmontar sin piedad la conspiración de los guionistas de Doctor Who, y bueno, puede que sea parte de la intención, pero también hay que tener en cuenta que a lo largo de la temporada nos han ofrecido algunos episodios bastante disfrutables cuyas tramas y desarrollos han sabido estar a la altura. Que luego no hayan funcionado otras cosas es otro tema. «Listen», por ejemplo, ha sido la entrega oscura de este año. En todas las temporadas Moffat cuela algún horror fantasy que normalmente es fantástico. Quizá el de este año sea el menos destacable de todos ellos, para nada al nivel de «Blink», «The Girl in the Fireplace» o «The Empty Child», pero, aunque algo falto de coherencia, no deja de ser interesantísimo en lo que plantea. Además, el primer monólogo de Capaldi lo confirma como el actorazo que en realidad es.
Tampoco olvidemos «Time Heist», que destaca por mantener una concordancia con el Doctor de siempre, un Doctor que hacía malabares por salvar a una especie, «Mummy on the Orient Express», que recuerda mucho a grandes episodios de la serie o «Flatline», tan magnífico que casi consigue devolverme la ilusión que Doctor Who me ha brindado siempre.
El cierre de temporada (que llega de la mano de «Dark Water» y «Death in Heaven»), sin embargo, ha sido un poco agridulce. Muy entretenido, sí, pero con demasiados Deux ex machina sueltos, por mucho que «el amor sea una promesa». Ha sido una salida ingeniosa lo de devolver a «The Master» en una versión femenina para resolver el misterio de ese paraíso mortal gobernado por una mujer pomposa. El infierno, nada menos, que nos ha dejado unos cuantos diálogos nada faltos de angustia. La otra vida, que juega a crear su propia versión del cine zombie utilizando a los cybermen como recurso.
Quizá lo más importante de esta doble finale es lo que aún no hemos visto, las futuras posibilidades. Clara ha perdido a Danny Pink a pesar de que conoció a sus descendientes y supo que parte de la respuesta estaba en ese hombre. Quizá, aunque sea pronto para decirlo, aún haya una posibilidad, o bien de recuperar al personaje (algo que no termina de entusiasmar a la mayoría, una mayoría en la que me incluyo) o bien de hacer realidad ese futuro que presenciamos en «Listen» porque la Señorita Oswald esté embarazada. También conviene recordar que los rumores sobre Jenna Coleman abandonando Doctor Who tras el especial de Navidad son lo suficientemente ruidosos como para tomarlos en consideración, y teniendo en cuenta cómo se ha cerrado la octava temporada, es muy probable que sean ciertos.
La cuestión es que todo se ha cerrado con un par de mentiras piadosas llenas de buena voluntad que en realidad van a hacer más daño que bien a ambas partes. Clara ha preferido no contar al Doctor que su novio no ha vuelto de entre los muertos porque ha devuelto la vida que un día quitó. Lo ha hecho porque el Doctor, deseando una vida normal para una companion a la que sin duda adora aunque su regeneración no lo demuestre a menudo, ha preferido decirle que Gallifrey está bien y que toca volver al hogar. Les queda un tiempo de vagar solos, me temo.
No pretendo dejarlo todo inundado de aguas tan oscuras como las de esa suerte de submundo. Esta serie siempre me ha parecido una manera preciosa de atacar un mal día, de llenarnos de sueños, una oda a la imaginación y unas gafas especiales con las que mirar a las posibilidades que el universo puede ofrecer con ojos de niño. Es sólo que sin lugar a dudas algo no ha funcionado este año. Puede que sea la evidente falta de química entre Doctor y companion, o que el cambio de rostro se ha llevado a cabo con menor maestría que en las anteriores ocasiones. Incluso puede que guiones y escenarios hayan resultado considerablemente menos imaginativos que en las entregas previas. Sé que tengo la impresión de pisar terreno inestable, de final cercano, y que un día cualquiera revisionando un episodio de años anteriores sólo deseé que nos devolvieran Doctor Who. Ni siquiera existe una muletilla ocurrente con la que cerrar este post.
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