«Les doy un año»: Hasta que la suerte los separe
Tras lograr el éxito siendo la mano derecha del gran Sacha Baron Cohen en filmes como ‘Ali G anda suelto’, ‘Borat’ y ‘Bruno’, el guionista británico Dan Mazer aseguró jocosamente que necesitaba madurar y por ello se puso a trabajar en la escritura y dirección de la ahora recién estrenada en España, ‘Les doy un año’, o su particular visión de la comedia romántica. No se apuren, esto no ha sido un caso comparable al reblandecido Kevin Smith de ‘Una chica de Jersey’. Mazer confirma que su madurez aún está lejos con un filme en el que intenta dinamitar desde los cimientos las convenciones clásicas de este exitoso género añadiendo mucha incorrección por el camino.
Si el esquema habitual de una película de estas características consiste en un arranque con una chica decepcionada tras su último fracaso sentimental engullendo un litro de helado mientras ve ‘Dirty Dancing’ o similar, un cuerpo argumental en el que conoce a un chico majo pero en el que no piensa sexualmente y un final en el que el chico majo se convierte de repente en Adonis, conquista a la chica y acaban casándose y comiendo perdices, Mazer le da la vuelta al calcetín (que en su caso será maloliente y con agujeros) y comienza el metraje de ‘Les doy un año’ con el enlace entre Josh (Rafe Spall) y Nat (Rose Byrne).
Josh y Nat, en un arrebato de recién enamorados, se han casado apenas seis meses después de conocerse. La boda, repleta de momentos vergonzantes, ya ha dado pistas de la tensión que va a marcar la relación entre los flamantes marido y mujer. Josh es un escritor que intenta escribir, sin mucha fortuna, su segunda novela y conocido por su carácter desenfadado, amante de la comodidad, de los placeres sencillos y del humor más básico, mientras que Nat, por el contrario, es ordenada, trabajadora, distinguida, pulcra y ambiciosa. Estas diferencias se irán mostrando de forma cada vez más clara, circunstancia que no ayudan nada a resolver sus respectivas y antagónicas familias, ni la aparición tanto de Guy (Simon ‘El Mentalista’ Baker), un atractivo empresario que entabla negociaciones con la empresa de Nat, y Chloe (Anna Faris), una antigua novia de Josh. Es inevitable que apenas nueve meses después el fruto del enlace sea…¿un niño?…¡nada más lejos!…la cita con una peculiar consejera matrimonial, desde cuya consulta se recordarán, mediante ‘flashbacks’, los diversos fracasos del matrimonio.
Gran premisa para haber realizado la sátira definitiva sobre el género. Y por momentos parece que lo va a ser, pero el Mazer adulto que escribe con ligereza y gusto sobre el ansia de los treintañeros por una pareja definitiva, que describe los indicios más mínimos de que una relación hace aguas y que hace especial incidencia en el miedo a la reacción de la sociedad a su fracaso se ve poseído con demasiado frecuencia por el Mazer adolescente, amante de la comicidad más básica y pasada de vueltas, resultando de la mezcla un filme absolutamente desequilibrado y esquizofrénico, en el que los cambios de tono (cuya homogeneidad siempre es una de las claves para una gran película) son constantes y en el que su credibilidad interna se ve seriamente afectada.
Así, a ideas tan afortunadas como la historia que va proporcionando un picante sujetador o lo embarazoso que puede resultar un título como ‘Octopussy’ en el juego de las las películas se les van contraponiendo secuencias tan desafortunadas como el ridículo de Josh en una fiesta de la empresa de Nat y varias de las que se dan con las familias de ambos. Un personaje como Dan, el deslenguado amigo de Josh, hubiera sido mítico si se le hubieran puesto límites pero se queda simplemente en pesado. Incluso el cuarteto protagonista sufre este desequilibrio, saliendo airosa Faris con su adorable Chloe de un duelo actoral en el que el resto de las interpretaciones son muy desiguales: Baker poco puede hacer, salvo aportar presencia, con un personaje excesivamente plano, la encantadora Byrne presenta bastante más empaque para el drama que para la comedia y a Spall le es imposible dar con el punto de un personaje carentes de toda coherencia y que va dando tumbos durante todo el metraje.
Mazer ya había combinado en ‘Borat’ y ‘Bruno’ sutiles cargas de profundidad con humor desbarrado de manera mucho más afortunada, dado que dos personajes tan singulares como los encarnados por Baron Cohen proporcionaban un sólido andamiaje que lo soportaban perfectamente. Como habéis podido leer, no sucede lo mismo en ‘Les doy un año’. Aún así, consigue dejar por el camino un buen puñado de ideas interesantes que hacen creer a un servidor que, con guiones un poco más trabajados, tenemos a un cineasta al que seguir. No sea que en el futuro nos de alguna que otra sorpresa. Le doy un par de años.