«Corazones de acero»: malditos bastardos
Comienzan a llegar a las carteleras españolas aquellas películas que se batirán en duelo en la próxima gala de los Oscars, y también las que en algún momento se creyeron con opciones de luchar por los premios gordos pero que finalmente se tendrán que conformar, con suerte, con pillar alguna pedrea en los galardones técnicos. A esta última categoría presumiblemente pertenece (saldremos de dudas el próximo día 15) “Corazones de acero” -un saludo para el genio al que se le ocurrió tan brillante título en español, en detrimento del mucho más sugerente “Fury” original-, esfuerzo del estadounidense David Ayer por ingresar en la Primera División de Hollywood tras foguearse en policiacos urbanos eficaces pero de vuelo limitado como “Harsh Times” (2005), “Dueños de la calle” (2008) o “Sin tregua (End of Watch)” (2012). El género bélico es una prueba por la que suelen pasar muchos de los grandes directores de Hollywood, ya sea en busca de prestigio o para reafirmarlo, aunque en realidad desde que en 1998 se estrenaran las majestuosas y diametralmente opuestas “Salvar al Soldado Ryan” y “La delgada línea roja” nadie ha vuelto a tener nada que decir sobre el horror de la Segunda Guerra Mundial que no estuviera ya en esas dos obras maestras, a excepción quizás de Clint Eastwood en Iwo Jima o, desde un prisma totalmente distinto, Quentin Tarantino con la gozosa reescritura de la Historia que era “Malditos bastardos” (2009). Desde luego que no es Ayer quien vaya a aportar una mirada inédita sobre la mítica contienda, aunque al menos “Corazones de acero” posee músculo y contundencia suficiente no para pasar a la historia como un hito del género, pero sí para engrosar sin problemas la zona media del mismo.
Situada temporalmente en 1945, durante los últimos días del Tercer Reich antes de su total rendición, “Corazones de acero” se centra en las peripecias en el corazón de la Alemania nazi de una curtida brigada de cinco soldados americanos a bordo del ‘Fury’, un tanque de acero Sherman que aporta el toque distintivo u original de la cinta puesto que gran parte de la acción sucede en su interior. En otros tiempos este material habría servido como vehículo para una aventura idealista protagonizada por un grupo de valientes patriotas hermanados en un noble fin, pero Ayer, que demuestra haberse estudiado las lecciones de Spielberg y Malick, no glorifica a su escuadrón de la muerte, al menos no durante los dos primeros tercios de la cinta. La guerra en “Corazones de acero” es cruda, brutal y sucia; huele a barro mezclado con sangre, vómito y excremento. No hay heroísmo en el combate, solo muertos y supervivientes, y la línea que los separa es ciertamente estrecha. De hecho, nadie sale indemne del horror, algo que tendrá que aprender a marchas forzadas el novato Norman Ellison (Logan Lerman), el recién llegado al grupo del ‘Fury’, un joven sensible e inocente que se convierte en los ojos del espectador.
Repetimos que no hay nada en la visión del director de “Sabotage” que no hayamos visto antes, pero la atmósfera macilenta y descarnada, el realismo con el que se describen los distintos episodios, el detallismo en la puesta en escena, el excelente pulso en las escenas de acción que involucran al Sherman con otros tanques (aunque no dejan de ser desconcertantes esos disparos que parecen lásers de sci-fi), el hábil montaje y el buen uso de los efectos sonoros enmascaran la liviana trama sobre la que se sostiene la cinta. Es decir, el Ayer director está muy por encima del Ayer guionista, que además cae prácticamente en todos los estereotipos en el trazo de personajes y situaciones, y que tan solo brilla de verdad en el segmento central de la película, un interludio ajeno al fragor bélico inscrito en un escenario doméstico con dos mujeres alemanas que es un notable ejercicio de graduación de la tensión, al mismo tiempo que una constatación de que, una vez incubado, el virus de la violencia todo lo infecta sin remedio.
También es esa larga secuencia la que mejor sirve para el lucimiento de su quinteto de actores protagonistas que, en general, sobresalen por encima de lo escrito en el libreto, especialmente un Brad Pitt que, como casi siempre, es todo presencia y carisma, aunque su Don Wardaddy no deja de ser una versión “seria”, con cicatrices internas y externas, de su Aldo Raine de “Malditos Bastardos”. Posiblemente Pitt, también productor, se involucró en el proyecto como actor pensando en que podría tener opciones de ir a por la estatuilla dorada, pero la realidad es que aquí no maneja material para brillar en exceso pese a sentencias tan fulminantes como aquella de que “los ideales son pacíficos; la historia es violenta” o escenas como en la que impone su voluntad a la fuerza a uno de sus subalternos. Shia LaBeouf, John Bernthal y Michael Peña cumplen con sus roles asignados (el segundo de a bordo tan letal como profundamente religioso, el redneck violento y grillado, y el latino buenrollero), y solo el prometedor Lerman, protagonista de una evolución acaso demasiado forzada –la acción del filme se desarrolla durante 24 horas-, tiene más margen de maniobra.
Sin embargo, Ayer pierde la vena antirromántica y realista que había mantenido durante todo el metraje en un último tercio más artificial, en el que parece desdecir su discurso y glorificar el heroísmo yankee. La alucinada estética de este tramo, que remite en su juego de niebla y pirotecnia psicodélica a esa obra maestra absoluta que es “Apocalypse Now” (1979), no impide reconocer que Ayer opta por la conclusión fácil (o facilona), pero tampoco empaña de mala manera el resultado final de una cinta que en cualquier caso no iba a convertirse en un clásico, pero que queda como una competente muestra de cine de acción bélico. Ayer, eso sí, tendrá que seguir intentándolo para que nos lo tomemos verdaderamente en serio.