‘A cambio de nada’: Aprobado justo en Ciencias Sociales
La prolongada gestación de ‘A cambio de nada’, ópera prima del actor Daniel Guzmán, es un ejemplo palmario de la situación que vive la industria española. El hecho de que un intérprete famoso, que ya cuenta con un Goya al mejor Cortometraje por ‘Sueños’ (2003), tenga que trabajar durante casi quince años para que vea la luz una película cuya modesta producción -salvo alguna secuencia aislada- no debería causar demasiados problemas tendría que ser contemplado por políticos, productores y otras instancias como un punto de no retorno a la hora de llevar a cabo un cambio ya no necesario, sino urgente. Vaya por delante pues, que ya solo por no rendirse y empecinarse a llevar a cabo su obra, contra viento y marea y teniendo que ausentarse de su mayor fuente de ingresos durante largas temporadas, Guzmán merece el mayor de los respetos. E incluso, más aún en mi caso particular, por ambientar su debut en escenarios madrileños tan reconocibles para un servidor. En este sentido, me alegro de la gran acogida dispensada al filme, e incluso de su gran triunfo en el Festival de Málaga, con cuatro premios incluyendo el de mejor película, pero, una vez presenciada, no puedo dejar de pensar que se está exagerando un poco bastante.
‘A cambio de nada’ no propone nada nuevo. La historia de un chico de 14 años que, estando en el centro del ring en el que luchan ferozmente sus padres divorciados, entra en un círculo vicioso de rebeldía infinita, dejando estudios y casa y buscando infructuosamente los caminos para seguir adelante con su vida. El eterno conflicto presente en el tortuoso y fascinante paso de la infancia a la juventud complicado ‘ad maximum’ por los conflictos parentales y el desfallecimiento de una sociedad comatosa. El traumático despertar a la vida real. Nada que no hayamos visto centenares de veces, especialmente en el cine europeo, desde los tiempos del Neorrealismo italiano o ‘Los cuatrocientos golpes’ de Truffaut. Si nos circunscribimos al cine español, ‘A cambio de nada’ encajaría perfectamente en ese renacer del cine social producido entre finales de los 90 y principios de siglo -no es asunto baladí que el proyecto comenzara a pergeñarse en aquella época- y su fórmula estaría compuesta aproximadamente en un 70% del dramatismo denunciatorio de ‘Barrio’ y ‘El Bola’ y en un 30% del costumbrismo amable de ‘Manolito Gafotas’.
Funcionando mucho mejor cuanto más se acerca al humor que cuando ahonda en un dramatismo algo forzado, el debut de Guzmán, razonablemente entretenido y agradable, queda estancado por ese ‘deja vu’ casi permanente que provoca y por un esquematismo excesivo (los personajes de los padres, por ejemplo, no pueden ser más planos), quedando muy lejos de la profundidad, el alcance y el lirismo de los mencionados filmes de Fernando León de Aranoa y Achero Mañas.
En un género trufado de interpretaciones inolvidables, poco ayuda el contar con un reparto tan descompensado, en el que conviven secundarios con tan tremendo bagaje como Luis Tosar o Miguel Rellán con actores cuyo amateurismo queda demasiado en evidencia y hace que corra un grave peligro un elemento imprescindible si se quiere hacer cine verista: la credibilidad. Sin ir más lejos, el protagonista principal, Miguel Herrán, es todo un acierto de casting en cuanto a presencia pero no es, ni mucho menos, una aparición tan desbordante como lo fuera en su día la de Juan José Ballesta ni logra hacerse del todo con el abultado cargamento de ingenuidad, inconsciencia, valentía y necesidad de cariño con el que cuenta Darío, su personaje.
Sin embargo, ‘A cambio de nada’ es capaz de hallar sus particulares bombonas de oxígeno: la primera en la perfectamente equilibrada relación de amistad entre Darío y su inseparable Luismi, éste sí un rol perfectamente trazado y con momentos realmente notables; un bonito juego de contrastes en la más pura tradición literaria española (y sí, con Don Quijote y Sancho mirando de reojo). La segunda es ese truhán, que no señor, fanático absoluto de Julio Iglesias que es Caralimpia, el peor ‘mentor’ posible para Darío pero su único lugar en el mundo. Otro aspirante a caballero andante que necesita inventarse otra realidad y tener un escudero al que contarla para que esté más cerca de cumplirse y poder abandonar así, aunque sea a ratitos, su evidente patetismo. Un gran personaje que, por momentos, amenaza con robar la función al resto de elementos de la obra.
Unos pocos asideros que hacen que el filme logre un aprobado justito en su superficial mirada a los abismos de una sociedad tan poco grata para los que la forman, que sea un digno representante de un género tan importante en la cinematografía nacional, pero al que le falta el talento y arrojo necesarios para alcanzar más nota y lograr ser un referente. Y menos para coleccionar unos premios que, más que glosarlo, lo que hacen es crear una sombra de dudas sobre el resto de contendientes.
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