Nick Cave & the Bad Seeds: la mano derecha del diablo
Es muy difícil encontrar en la historia del rock trayectorias de largo recorrido que no hayan atravesado en algún momento por ciclos de zozobra, acomodamiento o irrelevancia. Incluso los más grandes, como Bob Dylan, Neil Young o Lou Reed, tuvieron aquellos años 80 que les pillaron con el paso cambiado a todos. Aún más infrecuente es mantener un permanente estado de inspiración cuando la producción es tan prolífica como para publicar una media de un disco cada dos años, sin apenas instantes de barbecho o de sequía creativa. El de Nick Cave es uno de esos casos para los que es complicado resolver cuál es la etapa artística por la que pasará a la posterioridad, tal es la cantidad de obras importantes que ha firmado durante más de 30 años de carrera. No hay un disco o grupo de discos que se pueda considerar fundamental sin desmerecer a tantos otros que se quedarían fuera. Un fan puede esgrimir sus razones por las que el indómito Nick Cave primerizo es superior a todo lo que vino después, y otro seguidor podría contraatacar con un puñado de motivos por los que los años 90 contienen las mayores cumbres de su historia, y un tercer incondicional del artista podría discutirle afirmando que su fase de madurez tiene poco que envidiar a los años de juventud. Y en este caso todas las opiniones son legítimas y sostenibles.
Por supuesto, la solidez y homogeneidad de la obra del rapsoda del sexo y la violencia, el crooner del lado oscuro, el enajenado predicador en llamas, el lunático yonqui de la decadencia, el chulazo favorito de Satán, no habría sido posible (o al menos no de la misma forma) sin el acompañamiento fiel de The Bad Seeds, ese colectivo maleable de francotiradores del rock que siempre han puesto banda sonora a las obsesiones de su líder. Capaces de morder como un doberman rabioso y acariciar como una amante entregada, de conjurar las tormentas abrasivas más intensas y moldear la belleza más íntima, de conectar tradición y vanguardia, las Malas Semillas han sido algo más que una simple banda de acompañamiento, y sus constantes cambios de formación han ayudado a Cave a evolucionar y a ejecutar con éxito cada una de sus piruetas artísticas. Ni siquiera cuando la coyuntura parecía demandar o favorecer la apertura de una carrera en solitario Cave ha querido prescindir de la banda porque, como él siempre ha dicho, “salir a cantar sabiendo que tienes detrás a esa jodida bestia es una sensación muy poderosa”. Aprovechando los recitales que el australiano tiene previstos para esta semana en Barcelona y Madrid (se anuncia en solitario, pero en realidad le acompaña una representación reducida de los Bad Seeds), en El Cadillac Negro queremos homenajear como se merece a esta leyenda de la música repasando su carrera de la mano de 15 canciones representativas (una por disco) de modo que la revisión también puede servir de guía a aquel que quiera introducirse por primera vez en su magno universo. Nos permitimos obviar las etapas de The Boys Next Door, The Birthday Party, Grinderman y los soundtracks para películas porque aquí venimos a hablar de Nick Cave & the Bad Seeds.
From Her to Eternity (“FROM HER TO ETERNITY”, 1984)
“From Her to Eternity”, el disco de debut de Nick Cave & the Bad Seeds, aún conserva la brutalidad de los nihilistas The Birthday Party pero también insinúa la sofisticación, todavía rudimentaria, que irá evolucionando en entregas posteriores. La banda, formada por Mick Harvey –que se hace cargo de guitarras, teclados y batería-, el carismático guitarrista Blixa Bargeld (Einstürzende Beubaten), Barry Adamson (ex Magazine) al bajo y Hugo Race (guitarra), suena primitivista, industrial y anárquica, tan agradable como unas uñas arañando la pizarra, y eso hace que este trabajo funcione como una experiencia claustrofóbica e insalubre que tiene poco que ver con cualquier otra cosa que se estuviese haciendo a mediados de los 80, incluso en el underground. En esta primera época Cave más que cantar regurgita palabras, las aúlla como un licántropo sediento de sangre a la luz de la luna (escuchen la corrosiva “Saint Huck”), pero exhibe una narrativa muy superior a la de su etapa anterior. “From Her to Eternity” sigue siendo a día de hoy una salvaje aberración arcana capaz de intimidar a los oídos más curtidos y experimentados. El tema titular es el mejor catálogo de los poderes de la formación primeriza de Nick Cave & the Bad Seeds. Un latido nervioso y discontinuo, los ruidos psicóticos de Bargeld y Harvey y unas paranoicas notas de piano sirven de andamiaje after-punk para un Cave siniestro y obsesionado con las lágrimas de la vecina del piso superior que caen sobre él.
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Tupelo (“THE FIRSTBORN IS DEAD”, 1985)
Cave se lleva a los chicos al frío y decadente Berlín pre-caída del muro y allí gestarán varios trabajos, siendo paradójicamente el primero de ellos, “The Firstborn is Dead”, su aproximación más directa al espíritu del sur de EE.UU. El resultado no se parece en nada al blues aséptico de la época, sino que está férreamente emparentado con la violencia soterrada, los cantos espirituales negros y el gótico rural de William Faulkner o Robert Johnson. El grupo, asentado como cuarteto ya sin Race, acomete embestidas impetuosas como “Train Long-Suffering” o el cover del “Wanted Man” de Dylan popularizado por Johnny Cash, aquí en su versión definitiva, pero se muestra igualmente impresionante en números más lentos y arrastrados como el estremecedor drama carcelario “Knocking On Joe”. Sin embargo, el tema definitorio es “Tupelo”, una parábola oscura de resonancias bíblicas que narra el nacimiento de Elvis la noche en que una devastadora tormenta barrió el pueblo de Tupelo. Los Bad Seeds reconvierten un pantanoso riff de John Lee Hooker en un imponente tren que amenaza constantemente con descarrilar mientras Cave se viste con sus mejores galas de reverendo apocalíptico surgido de las fraguas del infierno.
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The Singer (“KICKING AGAINST THE PRICKS”, 1986)
No es muy frecuente que el tercer disco de un artista sea una colección de versiones, pero sería un error considerar “Kicking Against the Pricks” como un álbum menor en la carrera de Nick Cave & the Bad Seeds puesto que es aquí donde la banda amplía su paleta sonora y coloca la primera piedra de la versatilidad musical que desde entonces siempre le acompañaría. Mucho más accesible que sus predecesores, el disco es una especie de recorrido por la música estadounidense del siglo XX, y en sus surcos caben desde el blues cavernícola de John Lee Hooker (“I’m Gonna Kill That Woman”) hasta el melodrama desatado de Roy Orbison (“Running Scared”), pasando por Leadbelly, Jimi Hendrix o Lou Reed. En última instancia, “Kicking Against the Pricks” es un tributo de Nick Cave a sus ídolos, y también presenta por primera vez la faceta de crooner romántico («Something’s Gotten Hold of My Heart”, “By the Time I Get to Phoenix”) que desarrollaría en el futuro. “The Singer”, respetuoso cover del “The Folk Singer” interpretado por Johnny Cash, quizás no sea lo mejor del lote –más destacan la revisión del “All Tomorrow’s Parties” de The Velvet Underground o la transfiguración de “Hey Joe”-, pero sí simboliza perfectamente la nueva faceta de un Cave más tradicionalista (además de que fue el single del disco). “Kicking Against the Pricks” supuso también la entrada en el combo del fantástico Thomas Wydler en la batería, tarea que sigue desempeñando en la actualidad, siendo el miembro de los Bad Seeds más veterano.
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Stranger than Kindness (“YOUR FUNERAL, MY TRIAL”, 1986)
Durante la grabación de “Your Funeral, My Trial” el consumo de heroína y diversos estupefacientes se salía de madre, Cave se separaba de la que hasta ese momento había sido su chica y musa, Anita Lane, y Adamson estaba a punto de abandonar el barco. Sin embargo, es el primer disco en el que las Malas Semillas –prácticamente reducidos de nuevo a cuarteto- funcionan plenamente conscientes de sus habilidades, liman sus aristas más ásperas sin perder su capacidad de impacto y consolidan las distintas facetas ensayadas en los discos anteriores. Es lógico que para muchos sea el disco más emblemático de la primera etapa de la banda. Publicado inicialmente como un doble EP, “Your Funeral, My Trial” conjuga la vertiente lánguida y sombría del australiano, plasmada en pequeñas joyas como la preciosa “Sad Waters” o el tema homónimo con su magnífica melodía circular de piano, y la más potente, presente en la sucia “Hard on for Love” o en su relectura del “Long Time Man” de Tim Rose. Con todo, los highlights hay que buscarlos en esa puesta al día de la parada de los monstruos que es “The Carny” o en la atmosférica “Stranger than Kindness”. Compuesto por Bargeld y Anita Lane, este tema es un prodigio de minimalismo oscuro envuelto en capas de guitarras flotantes, percusión ahogada y soledad depresiva. La lóbrega esencia de la canción fue capturada en clave electrónica por Fever Ray en su versión de 2009.
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The Mercy Seat (“TENDER PREY”, 1988)
Último disco de la banda grabado en Berlín, durante los peores momentos de la adicción de Cave a la heroína, “Tender Prey” es un trabajo puente que bien puede entenderse como el final de un ciclo o el inicio de otro, puesto que aquí se recogen musical y temáticamente elementos del pasado y de lo que aún estaba por venir. El resultado es el disco más ecléctico de Nick Cave & the Bad Seeds hasta ese momento, y también una buena puerta de entrada para iniciarse en su discografía. Con el guitarrista Kid Congo Powers (the Cramps) y el multiinstrumentista Roland Wolf como nuevos miembros de la alineación, Nick Cave & the Bad Seeds entregan un inspirado lote de canciones que basculan entre el cabaret malévolo de “Up Jumped the Devil” y el folk ebrio de “A New Morning”, pasando por el punk gospel de “Deanna”, el piano bar ingrávido de “Watching Alice” o la desbocada “City of Refugee”. Pero la gran joya de la corona es “The Mercy Seat”, la canción con la que Cave reclama por derecho su lugar en el panteón de los más grandes compositores de todos los tiempos. La narración de los últimos minutos de un criminal condenado a muerte en espera de la silla eléctrica viene encadenada a un angustioso, feroz y enfermizo crescendo de siete minutos atiborrados de una intensidad que se va haciendo insoportable, con toda la banda invocando el armageddon. La banda ha interpretado el tema en directo desde distintos ángulos (de la versión apisonadora de la gira de “Tender Prey” al tratamiento más acústico de los últimos tiempos) y ha sido objeto de numerosas relecturas de todo pelaje y condición (The Red Paintings, Camille O’Sullivan, Unter Null, Goethes Erben, Omnia) aunque la más memorable es la de Johnny Cash, que la versionó en su “American III: Solitary Man” (2000). Cuando Cave escuchó su tema en la voz del Hombre de Negro le confesó a Rick Rubin que ya podía morirse tranquilo.
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The Ship Song (“THE GOOD SON”, 1990)
Cave se muda a San Pablo (Brasil) tratando de huir de su galopante drogodependencia y en el proceso se enamora de Viviane Carneiro. Quizás como resultado de ese giro vital “The Good Son” se convierte en toda una vuelta de tuerca en su trayectoria, pues el australiano se transmuta en crooner decadente, empieza a vestir trajes caros y prefiere entonar canciones de amor al piano antes que desgañitarse ante la audiencia, para desconcierto de sus fieles más integristas. Incomprendido por muchos en su momento, “The Good Son” ha soportado insultantemente bien la prueba del paso del tiempo, hasta convertirse en un clásico incontestable. La vertiente más experimental, la estridencia dañina de las Malas Semillas, queda desterrada en beneficio de la claridad melódica, el piano sentimental, los xilófonos embellecedores y las orquestaciones románticas que envuelven una colección de baladas y medios tiempos casi perfecta (sólo baja un poco el nivel en “The Witness Song”, precisamente el tema más acelerado) que de todas formas tampoco renuncia a las brumas misteriosas características de la banda. Es el disco de la sublime “The Weeping Song”, dueto para los anales con su inseparable Blixa Bargeld, y sobre todo de la eterna “The Ship Song”, ese himno emocionante de estribillo pluscuamperfecto con una de las letras más apasionadas de Cave (“Come sail your ships around me/ And burn your bridges down/ We make a little history baby/ Every time you come around/ Come loose your dogs upon me/ And let your hair hang down/ You are a little mystery to me/ Every time you come around”). Artistas como Gene, Concrete Blonde, Heather Nova, Inmaculate Fools, Lissie, Eddie Veder o Martha Wainwright se han atrevido con ella, y también existe una versión multitudinaria auspiciada por la Sydney Opera House.
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Jack the Ripper (“HENRY’S DREAM”, 1992)
“Henry’s Dream” es el regreso al redil de Cave tras su balsámica incursión en las aguas del romanticismo melodramático, aunque The Bad Seeds no volverán a sonar nunca exactamente como en su primera etapa. Los colmillos seguirán ahí, pero ya no lucirán tan retorcidos y ponzoñosos como en sus primeros discos. A pesar de ello, el de 1992 es un trabajo violento, intenso y trágico atravesado por la lujuria, la muerte y los pecados irredentos que se acumulan en piezas tan valiosas como las dantescas “Papa Won’t Leave You, Henry” y «I Had a Dream Joe», la fabulosa e infravalorada “Loom of the Land” o ese otro baladón que podría haber estado en el LP anterior, “Straight to You”. Cave nunca quedó satisfecho con la producción de David Briggs, colaborador habitual de Neil Young, que aplicó un barniz brillante a un denso torrente sonoro compuesto por guitarras acústicas feroces, ritmos robustos y cuerdas épicas al que se incorporaban Conway Savage al piano y Martyn Casey al bajo, miembros permanentes de la banda desde entonces. Sin ser una obra tan personal ni contener tantas piezas memorables como las inmediatamente anteriores, “Henry’ Dream” es un disco compacto con algunos exabruptos formidables, especialmente “Jack the Ripper”, un belicoso blues-punk con el olor del azufre y el sabor de la sangre en la boca. El cover de los canadienses Japandroids también tiene su punto.
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Red Right Hand (“LET LOVE IN”, 1994)
De vuelta al Reino Unido llegamos a la que bien puede pasar por la obra cumbre del australiano; el disco que contiene todos los Nick Cave anteriores, presentes y futuros; en el que mejor se acoplan la furia descontrolada y la belleza tenebrosa, el rock más galvánico y primario (“Jangling Jack”, “Thirsty Dog”) y la delicadeza espiritual (“Nobody’s Baby Now”), el tremendismo telúrico (“Loverman”) y la mística vaquera (“I Let Love In”). Cave vuelve a escribir sobre deseo, tentación y duda pero ahora con más agudeza y calado emocional, mientras que The Bad Seeds se muestran en la cúspide de su capacidad expresiva, trenzando atmósferas tensas y sembrando el terreno con minas apocalípticas de largo alcance. Pero si “Let Love In” es un trabajo redondo se debe también a que está atestado de temas magistrales. Por ejemplo, “Do You Love Me?” es un clásico absoluto de la banda, con su bajo serpenteante, su sugerente fraseo de piano, sus guitarras afligidas y su demoledor estribillo, aunque si hablamos de clásicos la palma se la termina llevando “Red Right Hand”, espectral blues de cadencia siniestra en el que Cave parece preludiar como en un susurro sordo y escalofriante el advenimiento del diablo. La ya mítica campanada que enfatiza cada final de estrofa ha servido de banda sonora a innumerables ficciones en cine y TV (desde la saga de “Scream” a los títulos de crédito de nuestra admirada “Peaky Blinders”, pasando por “Expediente-X”, o “Dos tontos muy tontos”) y ha inspirado numerosas versiones de artistas como Arctic Monkeys, Giant Sand, Pete Yorn, FIDLAR o PJ Harvey.
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Henry Lee (“MURDER BALLADS”, 1996)
“Murder Ballads” supone la culminación de otra etapa en la trayectoria del artista australiano y su punto de mayor popularidad hasta ese momento, a pesar de tratarse de una cruda colección de relatos repletos de asesinatos, forajidos y personajes marginales (se cuentan hasta 64 muertes). Cave escarba en el folclore de la América profunda y en las viejas historias tradicionales para dar forma a un trabajo malsano y negro que bien podría clasificarse como death folk. No todos los temas rayan a la misma altura, pero sus numerosas cumbres justifican que este trabajo vuelva a considerarse esencial. “Song of Joy” posee una belleza lúgubre sencillamente escalofriante, su apropiación de la popular “Stagger Lee” es como un motherfucker liándola parda en un saloon del viejo Oeste, y el mórbido dueto con la estrella pop Kylie Minogue en “Where the Wild Roses Grow”, además de suponer el mayor hit de Cave en las listas de éxitos, es el canon de lo que debe ser una murder ballad con la Bella y la Bestia como protagonistas. A pesar del incuestionable magnetismo de este último tema, nosotros nos quedamos con el otro dueto del álbum, el que se marca con la diosa alternativa PJ Harvey, más significativo aunque solo sea por la turbulenta relación sentimental que mantendrían ambos y que concluiría como el rosario de la Aurora. Basada en otra canción folk tradicional, “Henry Lee” es una turbadora nana de desenlace fatalmente trágico en el que, para variar, el crimen lo comete la mujer. Cave y la de Dorset exhiben una química indudable (no hay más que ver las chispas que saltan en el vídeo) y enlazan sus voces con una emoción estremecedora. El disco supone el debut en el combo del batería y percusionista Jim Sclavunos, que se repartirá roles con Wydler, e incluye nuevas aportaciones del violinista Warren Ellis, que ya intervino brevemente en el disco previo, aunque sin ser todavía reconocido como miembro oficial de la banda.
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Into My Arms (“THE BOATMAN’S CALL”, 1997)
“The Boatman’s Call” abre un nuevo ciclo en la carrera de Nick Cave & the Bad Seeds, escorándose hacia una calmada austeridad musical y un lirismo confesional que le emparenta más que nunca con el maestro Leonard Cohen. El fin del matrimonio del australiano con la brasileña Viviane Carneiro y la ruptura del breve romance con PJ Harvey empujan a Cave a sentarse al piano y desnudarse espiritual y emocionalmente para hacer pura poesía del desamor, la pérdida y la tristeza. La llamada del barquero lleva el sello de disco de autor, y bien podría haber sido el primer álbum en solitario del artista, pero los Bad Seeds siguen ahí, vistiendo las canciones con ropajes tan discretos como exquisitos. Puede que aquí esté el germen de las futuras deserciones de Bargeld y Harvey, pero las Malas Semillas nunca habían sonado tan sutiles y delicadas, con Warren Ellis definitivamente incorporado a la banda, probando que podían adaptarse a cualquier registro que necesitara su líder. La hermosura se desparrama entre los surcos de canciones tan íntimas y emotivas como “Lime Tree Arbour”, “(Are You) The One that I’ve Been Waiting For?” o “Brompton Oratory”, aunque si hay una canción de amor perfecta en su sencillez y delicadeza esa es “Into My Arms”. “I don’t believe in an interventionist God/ But I know, darling, that you do/ But if I did I would kneel down and ask Him/ Not to intervene when it came to you/ Not to touch a hair on your head/ To leave you as you are/ And if He felt He had to direct you/ Then direct you into my arms / Into my arms, O Lord/ Into my arms”. Cave hizo una sentida interpretación de la canción en el funeral de su gran amigo, el cantante de INXS Michael Hutchence, y artistas como Lisa Mitchell, Paloma Faith o Eddie Front también se han enamorado del tema sin cambiarle apenas una coma.
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. Oh My Lord (“NO MORE SHALL WE PART”, 2001)
Cuatro años separan “The Boatman’s Call” de “No More Shall We Part”, el mayor lapso de tiempo entre discos de Nick Cave hasta ese momento, periodo en el que el australiano logró estabilizar su vida personal al casarse con la que todavía sigue siendo su mujer, la modelo británica Susie Bick, y dejar atrás su adicción a la heroína y al alcohol. Compuesto en Brighton, es también el primer trabajo en el que Cave adopta su famoso método de encerrarse en una oficina de 9 a 6 para forzar la inspiración. “No More Shall We Part” es temáticamente un disco menos traumático y más reflexivo que el anterior, aunque musicalmente supone una continuación lógica de aquel. Predominan las baladas y los medios tiempos al piano pero esta vez la banda recobra protagonismo y el formato panorámico con texturas más ricas y detalladas. También es la obra en la que Cave canta mejor y se muestra más seguro como intérprete, aunque lo cierto es que a pesar de incluir cortes tan apreciables como “As I Sat Sadly By Your Side”, «And No More Shall We Part» o “Fifteen Feet of Pure White Snow” el disco se termina haciendo algo largo y monótono. El peligro y la energía incontrolada de antaño ha mutado en impecable profesionalidad, perfecta caligrafía y madurez bien entendida, y ahí ya queda en el gusto de cada uno aceptar esta nueva identidad de la banda o plantarse. De todas formas, donde hubo fuego quedan rescoldos y ahí está la enorme e inmerecidamente relegada “Oh My Lord” para corroborarlo; una monstruosidad atiborrada de épica vehemente en la que se luce el violín de un Warren Ellis que empieza a hacerse imprescindible. La irlandesa Camille O’Sullivan le hace justicia a esta maravilla con esta personal versión en directo.
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Bring It On (“NOCTURAMA”, 2002)
Existe el consenso generalizado de que “Nocturama” es el peor disco de Nick Cave & the Bad Seeds, una obra menor dentro de su trayectoria, y sin embargo, canción por canción, no se puede decir que sea un mal trabajo, si bien los picos de excelencia son más escasos y la mayor parte del material se inscribe en una confortable zona media en la que hay poco margen para la sorpresa. Se advierte cierto acomodo en una fórmula burócrata de tiempos lentos más algún fogonazo de intensidad rockera, como recuerdo por los viejos tiempos, pero en este contexto quedan un poco fuera de lugar aldabonazos como la desmesurada “Babe, I’m On Fire”, cuyos extenuantes 15 minutos podían haber sido reducidos perfectamente a la mitad sin perder nada de su impacto, incluso ganando más. En un disco que deja tan pocos instantes verdaderamente memorables destaca “Bring It On”, con Chris Bailey, vocalista de los paisanos The Saints, como invitado. Lo cierto es que como single para la radio el tema es perfecto, impregnado de la oscuridad romántica que se asocia fácilmente a Cave y rematado por un estribillo tan poderoso como efectivo. Los seriéfilos adictos a “Peaky Blinders” recordarán que suena en un culminante plano secuencia de su primera temporada. “Nocturama” es también el último disco en el que participará Blixa Bargeld, que nunca fue muy claro respecto a los motivos de su marcha pero a quien es fácil adivinar muy poco satisfecho con los derroteros por los que transitaba la banda en esos momentos.
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There She Goes, My Beautiful World (“ABATTOIR BLUES/ THE LYRE OF ORPHEUS”, 2004)
Cave consigue esquivar el anquilosamiento que se insinuaba a la vuelta de la esquina y lo hace doblando las apuestas, editando un doble disco-río excesivo en sus ambiciones, tanto literarias como musicales, pero enormemente caudaloso en cuanto a la cantidad de registros y recursos estilísticos exhibidos. Si “Let Love In” fue en los 90 el trabajo más representativo de Nick Cave & the Bad Seeds al hacer convivir en armonía las distintas facetas del personaje, “Abattoir Blues / The Lyre of Orpheus” desempeña el mismo papel en el siglo XXI, aunque dado su extenso minutaje no puede considerarse tan perfectamente redondo como aquel. Lejos de acusar la marcha de Bargeld, la banda, liderada ahora por un Warren Ellis que sirve igual para un roto que para un descosido y con el teclista James Johnston como nueva adquisición, parece renovada y dispuesta a quitarse las telarañas atacando rock, folk, pop, blues, funk y gospel con la autoridad que dan 20 años de carrera. Grabado en París y dividido en dos mitades -la primera más enérgica e impetuosa; la segunda más atmosférica y relajada-, este exuberante y ecléctico doble disco saber pasar de la crudeza desatada de “Get Ready for Love” al bucolismo pastoral de “Breathless” con una naturalidad pasmosa. “Nature Boy” certifica la nueva capacidad del australiano para crear singles con olor a hit, y “There She Goes, My Beautiful World”, un himno rock-góspel torrencial y absolutamente avasallador que contagia de una euforia incontrolable a cualquiera que la escuche, es quizás su mejor composición a nivel total en lo que llevamos de siglo.
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. Dig, Lazarus, Dig!!! (“DIG, LAZARUS, DIG!!!”, 2008)
A punto de alcanzar la cincuentena Cave se autoinyectaba en 2006 una buena dosis del elixir de la eterna juventud con el proyecto Grinderman, formado junto a los Bad Seeds Ellis, Casey y Sclavunos, con los que recuperaba el rock primario y peligroso de sus inicios. Mucho de esa arrogancia amenazadora quedaría en su siguiente disco con los Bad Seeds al completo, “Dig, Lazarus, Dig!!!”, aunque en realidad el nuevo trabajo es más bien una prolongación del poderoso sonido de “Abattoir Blues”. Esta colección de canciones -la última en la que participa Mick Harvey, fiel compinche y mano derecha desde los tiempos de The Birthday Party- vuelve a exhibir músculo y groove con clase en sus momentos más enérgicos (“We Call Upon the Author”, “Midnight Man”, “Lie Down Here & Be My Girl”) y preciosismo atmosférico en las piezas íntimas (“Jesus of the Moon”, “Moonland”), con puntuales escapadas experimentales como la ochentera (según los parámetros de Nick Cave) “Night of the Lotus Eaters”. “Dig, Lazarus, Dig!!!”, se convirtió inopinadamente en el disco más vendido en la carrera de Cave, y probablemente tenga su parte de culpa el tema homónimo y primer single, un rock chulesco de riff contagioso y deje funk en el que el australiano reimagina en tono irónico el personaje bíbilico de Lázaro, convertido en el pobre Larry, resucitado muy a su pesar en pleno siglo XXI y expuesto a los placeres onanistas de las grandes urbes actuales antes de volverse a la tumba por su propio pie.
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Jubilee Street (“PUSH THE SKY AWAY, 2013)
Finiquitado el proyecto Grinderman tras facturar un segundo disco en 2010, Nick Cave vuelve a sorprender en su retorno a los Bad Seeds con un nuevo cambio de piel estilístico y tonal. “Push the Sky Away” presenta un sonido más introspectivo y minimalista pero no constituye un regreso al interiorismo melancólico de “The Boatman’s Boat” ya que la sensación de amenaza y de tensión sorda se adueña de todo el trabajo y lo impregna de un hipnotismo penetrante y cautivador. En el plano lírico, Cave escribe algunas de sus letras más enigmáticas y brillantes en mucho tiempo, inspirado por la wikipedia, los falsos mitos que circulan en internet y las chicas observadas a través de la ventana de su oficina. En muchos sentidos es su mejor disco de madurez, y en ello tiene mucho que ver la labor de Warren Ellis, ascendido a arquitecto del andamiaje sonoro de la banda tras la marcha de Harvey, que con sus loops y sus tensas atmósferas conduce a las Malas Semillas a otro nivel de profundidad emocional. En un trabajo sin apenas desperdicio los dos grandes highlights son “Higgs Boson Blues”, un blues deforme que se mueve como una boa constrictor perezosa pero letal, y especialmente “Jubilee Street”, letanía cocinada a fuego lento a la que gradualmente se van añadiendo capas de guitarra, cuerdas y un coro para alcanzar un clímax mayestático que deseas que no se acabe nunca y que en directo es incluso más orgásmica.
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Muy buen artículo, da gusto encontrar algo bien escrito, y desde el conocimiento. Y aunque conozco bien la discografía de Cave, me alegro de haber descubierto algunas joyitas como la apabullante versión de Camille O’Sullivan de ‘Oh my lord’.
Totalmente de acuerdo con lo dicho acerca de ‘Loom of the land’. Me encanta cómo modula la voz Nick Cave, unas veces cálida y cercana y otras tan depravada o desesperada. Y la historia: los amantes que tratan de huir del ambiente hostil de las tierras sureñas, huir del propio ‘Henry’s Dream’. Y de alguna forma es así cómo consigue hacer más patente que cualquier otro tema la ponzoñosa atmósfera del disco. En fin, sencillamente una de mis canciones favoritas.