Te echaremos de menos, Scott Weiland
Odio decir eso tan manido de «se veía venir» -aparte de que revela una repugnante intención de superioridad moral- pero es verdad que, cuando nuestro despertar ha coincidido con la terrible noticia del fallecimiento de Scott Weiland, seguramente pocos de sus seguidores nos hemos sentido demasiado extrañados. Weiland llevaba más de dos décadas viviendo en el alambre con una adicción a las drogas que iba y venía pero siempre acababa estando presente y ha tenido que ser un maldito autobús de gira -la que hacía con su nuevo proyecto en solitario junto a los llamados The Wildabouts- su último hogar, el que le despide para siempre a unos tan tempranos 48 años.
Paradójicamente hace sólo una semana mi compañero Sergio analizaba los últimos documentales sobre otros dos mitos recientes caídos demasiado pronto: Kurt Cobain y Amy Winehouse. Weiland tuvo una vida mucho más prolongada que los del terrible ‘club de los 27’ y su caso se asemeja más al del icónico cantante de Alice in Chains y Mad Season Layne Staley, aunque el vocalista de Stone Temple Pilots fue mucho más activo hasta su final y no lo dejó todo por su adicción como hiciera Staley, sino que fue cargando con ella a medida que no paraba de probar suerte con los más variados proyectos.
Aunque vuelva a ser un tópico, ahora lo que nos queda es seguir disfrutando de su música, es el mejor homenaje que le podemos hacer, porque, mucho más allá de sus numerosos escándalos y su tumultuosa existencia, si algo nos deja Weiland es buena, buenísima música y esto es lo que este post de urgencia va a tratar a partir de ahora.
Y si con algo se va a relacionar a Weiland es, sin duda, con Stone Temple Pilots, por mucho que éstos decidieran expulsarle finalmente en 2013, tras una multitud de idas y venidas, para sustituirlo por el Linkin Park Chester Bennington, que hace bien poco anunciaba su marcha de la banda. Al grupo de San Diego siempre le pesó como una losa su fulgurante salida comercial en los primeros años 90 una vez que los ‘cinco grandes’ del grunge (Nirvana, Pearl Jam, Soundgarden, Alice in Chains y Screaming Trees) ya habían mostrado sobradamente sus credenciales y abierto una veta comercial que revolucionaría la música de esa década. Vistos por muchos como una copia aventajada de los méritos de sus predecesores y bajo la sospecha de ser un ‘invento’ de alguna discográfica para rentabilizar esa nueva ola, tuvieron que pasar años para que algunos de ellos se quitaran la venda y pudieran reconocer en su debut multiventas, ‘Core’ (1992), un gran disco como así lo era. Cierto es que los californianos contaban con muchos puntos en común -una voz mesiánica como la de Weiland, esas típicas estructuras lento-rápido tan predominantes en las canciones de la época, esas letras existencialmente depresivas- y que no tenían una personalidad propia tan acusada como las bandas anteriormente citadas, pero también lo es que poco se le puede reprochar a un grupo que debuta editando temas ya tan definitivos como ‘Sex Type Thing’, ‘Wicked Garden’, ‘Creep’, ‘Plush’ o la fenomenal coda que significaba ‘Where the River Goes’.
Aún duraron las críticas, aunque obligatoriamente mucho más amortiguadas, cuando Stone Temple Pilots lanzaron en 1994 su mejor obra, el excelente ‘Purple’. Cierto es que volvían a no salirse de las sonoridades clásicas de principios de esa década, pero no quedaba más que rendirse a un disco más compacto, más certero y mejor producido que su debut y, sobre todo, con canciones aún mejores. ‘Vasoline’ era perfecta en su concisión, mientras que brillaban tanto temas pesados como ‘Meatplow’ como espléndidos melódicos medios tiempos como ‘Interstate Love Song’, ‘Big Empty’ o ‘Lounge Fly’, en los que Weiland explotaba perfectamente su voz amplia y cálida, siendo ‘Purple’ la consolidación de un gran cantante, ya sin tener que mirar hacia referentes contemporáneos. La buena racha continuó en ‘Tiny Music…Songs from the Vatican Gift Shop’, que, sin embargo, véase la paradoja, recibió palos de la crítica por aventurarse en territorios no explorados antes por la banda, con una influencia palpable del pop de los 60, la psicodelia y toques lounge. El conjunto no podía compararse con la magnificencia de ‘Purple’, pero, no obstante, se agradecía la apertura de miras y dejaba unas cuantas gemas, algunas entre lo más granado de la carrera del grupo. A saber: perfectos singles como ‘Pop’s Love Suicide’, ‘Bing Bang Baby’ o ‘Trippin’ in a Hole in a Paper Heart’ y gozadas melódicas como ‘Lady Picture Show’ y ‘And So I Know’.
‘Tiny Music…’ supuso el final de Stone Temple Pilots como grupo con una carrera continuada. A partir de esa primera ruptura del grupo, con el resto de la banda ya harta de los excesos de Weiland y de los perjuicios que causaban al combo, su carrera se fue desarrollando a golpe de reuniones y disoluciones casi constantes dejando por el camino obras muy estimables de una formación que ya en esos momentos era considerada todo un clásico del rock. ‘No.4’ (1999) tuvo un gran reconocimiento en ventas ante la promoción desarrollada, pero lo más importante era que presentaba a unos Stone Temple Pilots en gran forma. Si bien sus temas potentes, aunque funcionaban como en el caso de ‘Heaven & Hot Rods’, aparecían demasiado genéricos, esto no sucedía con lo que se convirtió en la gran especialidad: los medios tiempos Delicioso pop rock era el que destilaban ‘Church on Tuesday’, la maravillosa ‘Sour Girl’ y ‘I Got You’. El gran colofón, sin embargo, era el último tema: ‘Atlanta’, una canción tan maravillosa como sutil y madura que, para un servidor, no es sólo la mejor contribución de la banda en su historia sino una de las mejores tonadas de los últimos 20 años. Muy correcto, aunque demasiado irregular era su sucesor, ‘Shangri-La Dee Da’ (2001), mientras que la enésima reunión nos dejó en 2010 ‘Stone Temple Pilots’, el último trabajo de la banda con Weiland, que congraciaba a grupo con fans y críticos en forma de un álbum muy sólido que parecía recopilar todas las facetas de la formación y que nos dejaba cosas tan apreciables como ‘Hickory Dickotomy’.
Poca tranquilidad encontró (o más bien aportó) Weiland en su segundo proyecto más importante, nada menos que uno de los supergrupos más célebres de los últimos tiempos: Velvet Revolver. Contra todo pronóstico, el triunvirato de exGuns N’Roses formado por Slash, Duff McKagan y Matt Sorum eligió al en ese momento exStone Temple Pilots para ejercer de cantante, y suplir a un presumible Axl Rose, por encima de candidatos que parecían mucho más destinados a ocupar ese puesto como Sebastian Bach o Josh Todd (Buckcherry). Sin embargo, Slash y cía. querían dar a su nuevo proyecto un enfoque comercial muy potente y optaron por un perfil más actual y moderno como Weiland, que despertara el interés de las nuevas generaciones, respecto al perfil más hard rock clásico de los anteriores. Y no cabe duda que Weiland se tomó en serio el empeño, desterrando cualquier herencia ‘grungie’ en su estátus de ‘frontman’ y convirtiéndose en una presencia, todo carisma, amenazante sobre el escenario, potenciando su faceta más ‘glammy’ y descocada. Aún recuerdo su movilidad permanente y su manía por filtrar su voz con un megáfono durante mi única cita con él en directo: durante la presentación en la madrileña La Riviera de su primer álbum.
Sin embargo, la mezcla no acabó de funcionar. Si bien, el debut del macroproyecto, ‘Contraband’ (2004), era muy correcto y tenía buenas canciones (‘Fall to Pieces’, ‘Set me Free’, ‘Loving the Alien’), la mezcla del hard rock tradicional de herencia Guns con un estilo pretendidamente moderno se veía demasiado forzada y obligaba incluso a ocultar algunas de las mejores virtudes de sus componentes (¿¡dónde estaban los grandiosos solos de Slash!?). Peor fue la reválida, ‘Libertad’ (2007), un álbum en general más abierto de miras que contenía algún que otro buen tema obligado a coexistir con demasiadas medianías que terminaban de hacer el trabajo tan plomizo como excesivamente largo, provocando un bajón de ventas y, teniendo en cuenta el objeto abiertamente comercial del proyecto, la disolución definitiva pese a los rumores constantes de reactivación que hubo con posterioridad. Y, por supuesto, el comportamiento excesivo de Weiland fue de nuevo gran fuente de conflictos.
Nuestro protagonista fue aprovechando los espacios libres que le dejaban las sucesivas disoluciones o parones de sus bandas para irse labrando una pequeña carrera en solitario. Tenía todo a su favor para obtener una gran reputación volando por libre pero, desgraciadamente, su trayectoria tiene mucho más que ver con la irregularidad de un Chris Cornell que con la excelencia de otro ‘héroe de los 90’, el gran Mark Lanegan. ’12 Bar Blues’ (1998) fue un comienzo interesante y valiente, con Weiland dejando el rock a un lado para adentrarse en territorios más intimistas. Había estimulantes apuntes, referencias al lounge, al jazz y a la música brasileña pero no acababa de haber una cohesión que reforzara sus mejores momentos y acababa siendo demasiado desigual. Algo muy parecido les sucedía tanto a ‘»Happy» in Galoshes’ (2008) como a su última obra publicada, ‘Blaster’, en el que añadió a su propio nombre el de la banda que le acompañaba, The Wildabouts: unas cuantas interesantes canciones bien de orientación rock bien del power pop en el que se fue especializando acompañadas, sin demasiada coherencia, con forzados experimentos (con la electrónica y el funk bien presentes) y versiones bastante desconcertantes (esa ‘Fame’ de David Bowie con Paul Oakenfold o la reciente ’20th Century Boy’ de T-Rex). Obras interesantes para los más fanáticos, pero demasiado intrascendentes para impactar a oyentes casuales. Por no hablar de su inesperado disco navideño de 2011, ‘The Most Wonderful Time of the Year’.
Despedimos, pues, a un artista que tenía un talento suficiente para haber entrado en el panteón de los más grandes. Huelga decir que sus adicciones no solo acabaron provocando su temprano fallecimiento sino que fueron un constante obstáculo para llevar a su carrera a un estátus todavía más alto. Aun así, y esto explica su grandeza, hoy seguimos sus seguidores compungidos sabiendo ya a ciencia cierta que nunca más veremos sus espasmódicos contoneos en escena o que no podremos disfrutar de nuevas canciones en las que su voz envuelva como un manto mágico las andanadas de Dean de Leo, Robert de Leo y Eric Kretz. Para todos aquellos que crecimos en los 90 no sólo se nos va un gran músico, se nos va alguien tan preciado como aquel compañero de instituto que insistía en ponerte el nuevo volumen del ‘Makina Total’ o ese amigo con el que tomaste tu primera cerveza escondido en un corral del pueblo. Se nos va un pedacito de nuestra vida.
Gracias por todo, Scott, ya se te está echando de menos.
(Nota: Podéis disfrutar de una selección de las mejores canciones cantadas por Scott Weiland en nuestra Radio Cadillac y aquí)
A Scott Weiland lo vencieron demonios del abuso sexual en su niñez, que tuvo que callar por culpa de una sociedad patriarcal que silencia a víctimas masculinas. Predecible, pero trágico final de otro muñeco roto.
Muy buen aporte, Raúl, y muchas gracias por comentar.
Art