Querido Severus:
«La muerte no es más que un viaje, semejante al que realizan dos amigos al separarse para atravesar los mares. Como aún se necesitan, ellos siguen viviendo el uno en el otro y se aman en una realidad omnipresente. En dicho divino espejo se ven cara a cara, y su conversación fluye con pureza y libertad. Tal es el consuelo de los amigos: aunque se diga que han muerto, su amistad y su compañía no desaparecen, porque estas son inmortales.» (William Penn, More Fruits of Solitude)
Alan Rickman, el actor británico de la presencia solemne, se ha marchado hoy por culpa del cáncer, el Avada Kedabra del mundo muggle, el azote de la vida real. Qué absurdo, qué triste y qué falto de lógica es tener que caer en la obviedad, tener que matizar que ha fallecido un hombre de carne y hueso y tener que recordar en todo momento que ha habido más de un papel importante a lo largo de su carrera cinematógrafica, porque eso es precisamente lo que muchos seguidores de una saga que casi da miedo nombrar están teniendo que hacer hoy. Efectivamente, Rickman ha sido un gran intérprete y ha dejado algo para todos. Sweeney Todd, Jungla de cristal, Robin Hood, Love Actually o las adaptaciones cinematográficas de El perfume y Sentido y Sensibilidad son sólo ejemplos de sus apariciones más conocidas en el séptimo arte. Pero para muchas y muchos, para un sector importante de la población mundial, hoy se ha ido el hombre que dió vida a uno de los personajes principales en la saga fantástica de J. K Rowling.
Lectores del Cadillac: hoy ha muerto Severus Snape. Otra vez. Es precisamente en él, en el mago ambiguo de piel nívea y cabello más oscuro que el carbón, en quien hemos pensado los seguidores más acérrimos de Harry Potter. Seguidores de todas las edades y nacionalidades que han sentido la marcha de Rickman como una pérdida colectiva, una grieta en el mundo de ficción al que se acaba recurriendo cuando los días pesan mucho. Porque es precisamente eso lo que representa. Parece que está de más, que en un mundo que no funciona, donde los problemas a nivel global e individual nos atan de pies y manos, lloremos la partida de un actor, un trabajador del universo cinematográfico que no era nuestro compañero, ni familiar, ni amigo. Pero es que todo es relativo, ¿acaso no encarnó durante toda una década a mi personaje favorito por excelencia de una serie literaria que en innumerables ocasiones ha sido un salvavidas?
Eso ha sido Alan Rickman, un rostro, el rostro de un personaje maravilloso y rico en matices, el rostro de un personaje atormentado por el pasado y la pérdida, del príncipe mestizo, del profesor de pociones que pasó media vida en las mazmorras. Snape murió al final de la saga dando una última muestra de fidelidad y haciendo, de nuevo, un gran sacrificio, pero a nosotros nos sigue acompañando cada vez que abrimos alguno de los siete volúmenes y nos perdemos en el papel. Sabemos que, esté donde esté, compartirá sus conocimientos sobre las artes oscuras. Del mismo modo, el gran talento del actor que le otorgó expresiones, muecas y llantos, que le dió voz, nos acompañará siempre en el visionado de su versión cinematográfica. Y será inevitable. Cada vez que leamos esta historia, cada vez que volvamos a ella, será ese rostro el que acuda a nuestras mentes y el que jamás se borrará de nuestra memoria. Porque, entre sus muchos logros, consiguió ser el mejor Severus que pudimos imaginar.
Estas palabras son mías pero representan a todo aquel que aún cree en la magia gracias a una escritora británica y al universo de fantasía que creó, nacen de la emoción, del nudo en la garganta que hace unas horas me produjo el leer la noticia. Porque pasarán los años, recordaremos esa expresión solemne de Rickman y cuando alguien nos pregunte si todavía seguimos con esas, nuestra respuesta será invariable: «SIEMPRE».