«Los odiosos ocho»: Reservoir wolves
(ALERTA SPOILER: En El Cadillac Negro no solemos avisar de posibles spoilers en las críticas de cine; pero tampoco queremos que alguien ponga precio a nuestras cabezas. Así que, si aún no has visto la última producción de Tarantino, ya puedes estar cogiendo la primera diligencia que te lleve a la sala de cine. De regreso, recuerda que aquí te estamos esperando. ¡Patea la puerta para entrar!)
El proyecto de llevar a la pantalla «Los odiosos ocho» (The Hateful Eight) estuvo a punto de ser cancelado cuando se filtró en las redes un primer borrador del guión que estaba escribiendo Quentin Tarantino, en un momento en el que apenas seis personas habían tenido la oportunidad de leerlo. Quentin se planteó entonces adaptar dicho guión para poder simplemente publicarlo como un libro y arrancar algún otro proyecto… pero una lectura escenificada del guión en un acto benéfico, con la colaboración de algunos de los actores que finalmente protagonizarían el título que hoy analizamos, acabó por convencer al director de la necesidad de rodar el film. Así que, tras varias modificaciones y un final reescrito, el 7 de enero de 2015 arrancaba oficialmente el rodaje de su octavo título con una idea principal en mente: Ambición. La que se observa en todos los rincones de esta producción. Rodada en película tradicional de 70mm, dividida en dos actos con un intermedio entre ambas (aunque la versión mayoritariamente exhibida es la digital, de un solo acto y con menos metraje) y contando además con Ennio Morricone para componer la banda sonora, tras nada menos que 40 años sin regresar al western. Dejando patente, con todos estos aspectos formales, el deseo de Tarantino por recuperar a lo grande las más clásicas tradiciones del género.
Tres años después de su último título («Django desencadenado«) y tras 90 días de rodaje, Quentin Tarantino regresa nuevamente a las pantallas con «Los odiosos ocho», avanzando en su deseo de ver cumplido el sueño de poder contar con una trilogía del género cinematográfico que más adora. Ya en las dos entregas de «Kill Bill» se observaba una influencia del western más significativa que en sus anteriores títulos y, en sus siguientes películas, el acercamiento y la influencia se tornaba cada vez más intenta y palpable. Con «Django desencadenado», Tarantino realizaba una relectura del western (concretamente, del spaguetti western); pero seguía pendiente de realizar un homenaje a algunas de sus influencias en el género, como lo fueron las clásicas series de televisión «Bonanza» y «El gran Chaparral«. Según el propio Tarantino, el origen de «Los odiosos ocho» (genial contraste con esa pieza maestra del género que es «Los siete magníficos«) surgía de la idea de juntar en una única localización a aquellos malhechores que aparecían en algunos de aquellos viejos episodios, armados, sin posibilidad de salir, sin ningún Michael Landon de por medio que pudiera realizar alguna heroicidad y ver qué pasaba. De hecho, «Los odiosos ocho» surgió como una secuela pura de «Django desencadenado»; pero en plena escritura, Quentin se percató de que el misterio tras cada personaje no era homogéneo al conocer el pasado de uno de ellos, además de que Django atraería desde un principio la atención del espectador sobre el resto de personajes. Así que eliminó de la ecuación a Django e introdujo al personaje que interpreta Samuel L. Jackson. Aislados en un remoto lugar azotado por una ventisca, acabarán reunidos un grupo de extraños llenos de secretos. Un cazarrecompensas, una prisionera, un ex-soldado de caballería, un verdugo, un general confederado, un sheriff, un mexicano y un ganadero protagonizarán esta violenta historia que, partiendo de un montaje teatral, irá demoliendo sus convenciones mientras acumula tensión y misterio (en un juego muy al estilo de «Diez negritos» de Agatha Christie), que acabará explotando en un desatado espectáculo de sangre y violencia. Así pues, ¡que empiece el juego!
Al igual que hiciera en su debut en 1992 (y en títulos posteriores), Tarantino divide la estructura de la historia en distintos capítulos que permiten mantener la trama en la mente del espectador de una manera más global. Tal y como ocurría en «Django desencadenado», la acción de «Los odiosos ocho» transcurre pocos años después de la guerra de Secesión. Mientras contemplamos los agrestes y nevados parajes de Wyoming (realmente, Colorado), emerge en pantalla la talla en madera de un Cristo crucificado, al mismo tiempo que vemos acercarse una diligencia y escuchamos las siniestras primeras notas que nos va anticipando la tensión que iremos experimentando a cada minuto del film. Es en este momento en el que se produce el primer fundido en negro para anunciarnos el nombre del primero de los cinco capítulos que compondrán esta historia: Última parada a Red Rock.
-¿Tienes sitio para uno más?
La diligencia, dirigida por O.B. Jackson (James Parks) se detiene cuando, en mitad de ninguna parte y a punto de ser alcanzado por una ventisca, un cazador de recompensas sin caballo y sentado sobre tres cadáveres helados espera pacientemente a que alguien le ayude a llegar a Red Rock. Es el mayor Marquis Warren (Samuel L. Jackson), un ex-soldado de la Caballería de EE.UU.; actualmente, ayudante de la corte de justicia… eufemismo para definir a un cazarrecompensas. El problema es que el ocupante de la diligencia, John ‘el verdugo’ Ruth (Kurt Russell), pagó una fortuna para realizar el viaje con la única compañía de su detenida, Daisy Domergue (Jennifer Jason Leigh) una delincuente por cuya cabeza se ofrecen 10.000 dólares. El hecho de que ambos cazarrecompensas compartieran mesa varios meses atrás en Chattanoga facilita que alguien tan desconfiado como Ruth se decida a compartir su diligencia con Warren.
-No pueden saber que duermo, si no cierro los ojos.
Ruth es un tipo cruel que no tiene el menor conflicto en llevar a una mujer a la horca. No sólo la lleva para que la ahorquen, sino que está deseando oír como su cuello se rompe bajo el abrazo de la soga. Warren, sin embargo, nunca lleva prisioneros vivos para que los ahorquen. Según él, es un problema añadido trasladar a hombres vivos, desesperados por huir de la horca y capaces de cualquier cosa. Ruth, se ha ganado su fama porque, cuando pone ‘vivo o muerto’ en una recompensa, sólo él resiste la tentación de dar un tiro por la espalda a los fugitivos de la ley. Cuando Ruth te atrapa, no mueres de un balazo por la espalda… cuando Ruth te atrapa, te cuelgan. Ruth no pierde oportunidad de golpear a Daisy ante cualquier improperio o salida de tono que haga. Mientras ella sangra, ambos hombres ríen; pero cuando Daisy sonríe, a Warren se le borra la sonrisa de la cara. Esa mujer oculta algo. Tras un pequeño accidente en el que están involucrados John, Daisy y una carta escrita por el mismísimo Abraham Lincoln, observamos atónitos como otro hombre se aproxima a pie a la diligencia pidiendo ayuda.
-Cuando los negros tienen miedo, los blancos se sienten seguros.
El desesperado desconocido resulta ser Chris Mannix (Walton Goggins recién llegado de «Justified«), quien afirma ser el nuevo sheriff de Red Rock, a falta de poder llegar allí y jurar su cargo. Así pues, la persona que tiene que pagar a estos dos cazarrecompensas por los fugitivos que han capturado, se encuentra delante de ellos, helándose el culo en medio metro de nieve y sin caballo (se rompió una pata y lo sacrificó). Obviamente, y a pesar de que ninguno acaba de creerse que un tipo como Mannix pueda ser elegido por nadie para nada, deciden acogerle en el interior de la diligencia y continuar el resto del camino juntos, mientras la ventisca ya les pisa los talones. A través de Mannix sabemos que, irónicamente, una recompensa persigue también al mayor Warren desde que este huyó de un campo de prisioneros de los confederados durante la guerra, en cuya huida perdieron la vida 47 soldados de ambos bandos (motivo por el cual fue también expulsado del cuerpo de caballería).
-Para mí, no importa lo que hiciste. Cuando te cuelgue, no obtendré satisfacción de tu muerte. Es mi trabajo.
La ventisca acaba alcanzándoles irremediablemente antes de que puedan llegar a Red Rock, así que deciden pasar la noche en la última parada programada antes de llegar al destino. Con la llegada de la diligencia al local, decimos adiós a los amplios y nevados parajes de Wyoming y nos preparamos para recorrer las más de dos horas restantes en una sola localización interior, la mercería regentada por Minnie y Dave, quienes se han tenido que ausentar por un asunto familiar, dejando a Bob ‘el mexicano’ (Demián Bichir) al mando. Una mercería a la que, para poder entrar, hay que patear la puerta para vencer los clavos que la mantienen cerrada bajo la ventisca de ese infierno blanco. Componiendo así un momento humorístico recursivo con cada uno de los personajes que desde el exterior intentan entrar en la mercería, y con todos los que desde el interior acaban repitiendo las mismas frases (¡Patea la puerta! ¡Hay que clavarla! ¡Tienes martillo y clavos al lado! ¡Una no es suficiente, necesitas dos piezas de madera!). Dentro les esperan los tres personajes más que faltaban para completar nuestro octeto de odiosos. Recién llegados en la diligencia anterior, están Oswaldo Mobray (Tim Roth), el que será el verdugo de Daisy en Red Rock; el viejo general sureño Sanford Smithers (Bruce Dern), postrado en un sillón cercano a la chimenea, cuyo hijo (Chester Charles Smithers), murió hace unos años, al finalizar la guerra civil. El anciano militar viaja a Red Rock para escribir la lápida de su hijo en el cementerio. La leyenda del general (no hacía prisioneros de color) se forjó en la batalla de Baton Rouge, contienda donde también lucho Warren… pero en el bando contrario. Y, por último, Joe Gage (Michael Madsen), un ganadero que no se dirige exactamente a Red Rock, sino a un pueblo a nueve millas de éste para cuidar a su anciana madre durante la Navidad.
-¿Qué escribes, amigo?
-Lo único que estoy cualificado para escribir, la historia de mi vida.
-¿Estoy en ella?
-Acabas de entrar.
John Ruth, perro suficientemente viejo para saber que una coincidencia no es sólo una coincidencia y que las excusas que cada uno esgrime para estar aislados en el mismo lugar que él son demasiado rebuscadas, no duda en interrogar uno por uno a todos los que allí se alojan esa noche. Para intentar calmar un poco la tensión en el ambiente, Oswaldo Mobray recomienda no escenificar la batalla de Baton Rouge en el interior de la mercería, durante una tormenta de nieve… cuando eso es, precisamente, lo que todos estamos esperando que pase tarde o temprano. Nada más entrar Warren en el local, empezamos a tener la certeza de que algo no acaba de encajar en ese lugar: la política de Minnie de no llevar sombreros dentro de la mercería, poner a un mexicano al cargo del negocio o el caramelo tirado en el suelo serán pistas que no harán más que añadir misterio y tensión a la trama. A pesar de su aparente dureza, la ingenuidad de Ruth también saldrá a relucir durante la cena, cuando él sea el único que realmente creía que la carta que portaba Warren estaba escrita por el presidente de los Estados Unidos. Para justificar de alguna forma su mentira, Warren afirma que un negro sólo se siente seguro cuando los blancos a su alrededor están desarmados… y esa carta tiene el efecto de desarmarlos, como prueba el hecho de finalmente haber podido viajar en la diligencia de John Ruth.
-¿Conoció a mi hijo?
-Sé el día en que murió… ¿y usted?
-No.
-¿Quiere saber qué día era?
-Sí.
-El día que me conoció.
De esta forma, cuando alcanzamos los noventa minutos de metraje, el mayor Warren está dispuesto a cobrarse la deuda pendiente que tenía con Sandford. Dejando un arma al alcance del general y con las torpes notas de «Noche de paz» sonando de fondo con el mexicano al piano, el mayor Marquis inicia un contundente relato (verdad o no, dependerá del espectador) que, antes de empezar, ya sabemos que acabará mal (y que recuerda ineludiblemente al que Samuel L. Jackson también soltaba años atrás al pobre Bret en «Pulp Fiction«). En dicho relato, el hijo del general camina desnudo por la montaña nevada, suplicando clemencia a Warren tras haber intentado infructuosamente capturarle para cobrar la recompensa que el ejercito confederado había establecido por su cabeza. Warren cuenta al asombrado anciano como su hijo era consciente del destino que le esperaba. Jamás saldría de esa montaña, nunca regresaría a casa con los suyos. Sin embargo, el joven Sandford ya ni siquiera rogaba por su vida. Todo lo que ansiaba era sentir por unos instantes el calor de una manta que mitigara el terrible frío que tenía.
-No juzgue a su hijo con demasiada dureza, General.
Nunca ha sentido el frío que su muchacho sintió ese día.
Se sorprendería de lo que un hombre, con ese frío, haría por un manta.
¿Quiere saber lo que hizo su muchacho?
En ese preciso instante, y a pesar de la gélida ventisca que se precipita ya sobre ellos, en la mercería de Minnie se abren las puertas del mismísimo infierno.
Desde este punto hasta el final de la historia, ese universo de Tarantino plagado de personajes cuya máxima es ‘mata o muere’ crecerá en número gracias a estos ocho odiosos. Creados con el mismo talento que tiene para construir de la nada grandes historias, para componer asombrosas escenas (destacando aquellas en las que alguien va a morir), para incrementar la tensión con maestría y, por encima de todo, para escribir. Nadie crea diálogos como lo hace Tarantino. Nadie. Quentin es, desde hace tiempo, ese director que acaba finalmente representando a toda una generación de cineastas con la que es coetáneo, quien acaba dando nombre a todos ellos. Capaz de ver, oír y sentir cada fotograma que filma, que coloca la cámara en el único angulo correcto. Genio absoluto a la hora de crear, de plagiar y de matar. Elevando como nadie la forma hasta que ésta alcanza el mismo nivel que el contenido.
Todo espectador familiarizado con sus películas observa ya con naturalidad asistir a títulos con una duración quizás desmesurada y, además, en una tendencia constantemente creciente. Sin embargo, siempre está sucediendo algo en la pantalla que bien merece el tiempo que le estás dedicando. En este caso, esa atención del espectador se gana por partida doble porque, limitar el rodaje a un único escenario, hace que constantemente estén pasando acciones importantes tanto en primer plano, como fuera de foco. Aunque no podamos disfrutarlo, seguramente el hecho de contar además con una película de gran formato (rodada en 70mm, como antiguas superproducciones del tipo de «Ben-Hur» o «La caída del imperio romano» y que no se utilizaba en una gran producción desde «Un horizonte muy lejano«) haya contribuido enormemente a poder disfrutar de los espectaculares paisajes nevados por los que la diligencia va transitando… pero, es aún más efectivo cuando la trama se concentra en la mercería, aumentando la claustrofobia y permitiendo que todos los personajes compartan plano simultáneamente, aunque no formen (o sí y lo ignoremos en ese momento) parte activa de ella.
Si por algo destacan también sus producciones es por su impecable reparto. Tarantino es sinónimo de resurrección para muchas viejas (y no tan viejas) glorias de Hollywood, desde John Travolta y Pam Grier, hasta Robert Foster y Kurt Russell, pasando ahora por Jennifer Jason Leigh. Todos ellos acaban formando una familia que, como las buenas, siempre encuentran un motivo para reencontrarse. En el caso de «Los odiosos ocho», hay pocas novedades porque la gran mayoría ya formaban parte de ese elenco de actrices y actores que gozan de la absoluta confianza de Tarantino; destacando Tim Roth (componiendo un muy británico Oswaldo Mobray, que recuerda mucho en sus manierismos al germano Dr. King Schultz que interpretó Christoph Waltz en «Django desencadenado») que ya ha participado en cuatro films de Tarantino (incluyendo los tres primeros) y Samuel L. Jackson, en su sexta (e igual de brillante) colaboración con Tarantino. De igual forma, es imposible no rendirse ante la interpretación de Kurt Russell (pagaría ahora mismo mi entrada por una película que recuperara a John Ruth y al mayor Marquis compartieron ese bistec en Chattanoga), al que ya va a resultar complicado recordar sin tener esposado en su mano izquierda a Daisy Domergue; por no hablar de ese viejo diablo interpretado por Bruce Dern, al que el pasado le cobrará un caro peaje momentos antes de morir o ese sheriff electo de Red Rock con el que tanto nos hace dudar Walton Goggins. Entre las novedades, destaca con luz propia Jennifer Jason Leigh (maravillosa en esa escena tocando la guitarra… una leona relamiéndose antes de abalanzarse sobre las cebras) y que cuenta con una merecida nominación al oscar por este papel; a la que también se unen el mexicano Damién Bichir y Channing Tatum (en un papel que, principalmente, se desarrolla durante un flashback y del que mejor no contar mucho aquí y ahora). Todos ellos mentirosos, todos ellos lobos, gozando del tiempo necesario para ganarse un rincón en nuestra memoria… mientras Tarantino pone el agua a hervir.
Es más que probable que el film sea acusado de abusar de la sangre, de los insultos raciales y de un cruel sentido del humor (gran parte de ello es lo uno ya se espera cuando paga la entrada). De hecho, «Los odiosos ocho» opta muy seriamente a ser la película más sangrienta de las filmadas por Tarantino, (por algo cuenta con el especialista en efectos Greg Nicotero, el mismo hombre que nos deleita temporada tras temporada en «The Walking Dead«). Sin embargo, es bien seguro que lo que más connotación tendrá en los medios será su supuesta misoginia… y es en este apartado donde, personalmente, me voy a tirar a la piscina. El tiempo ya nos ha demostrado que mezclar ficción y realidad no suele ser un paso ni inteligente, ni justo. Y soy plenamente consciente de la sensibilidad que se debe tener siempre al tratar este delicado tema, por el repulsivo trato que una vergonzosa cantidad de mujeres reciben por parte de (directamente y sin paños calientes) escoria de nuestra sociedad. En un año 2015 en el que la mujer tomó un importante protagonismo en grandes superproducciones (y que en El Cadillac Negro no nos hemos cansado de alabar), el 2016 pudiera dar la impresión que empieza con un paso atrás en este aspecto; pero es precisamente todo lo contrario. Desde los primeros minutos vemos a una mujer desarmada siendo golpeada y vejada sin justificación, cierto. Pero, al final del film, cada personaje ha sido tratado de forma horrible, muriendo todos o en camino de ello; tal y como su comportamiento merece… y el personaje de Daisy Domergue es uno de los más perversos (cruel asesina, líder de una banda de criminales). La forma en la que es tratada en la película es una demostración de igualdad. Es un gran personaje en una historia plagado de ellos, sin importar que sea o no una mujer. Ninguno de ellos gozará de trato preferente por tener pene o vagina; de lo contrario, sólo conseguiríamos ver personas, en lugar de lo que son… personajes. Daisy Domergue supone una gran interpretación por parte de Jennifer Jason Leigh, por la que deseamos que pueda ganar un oscar el próximo mes. «Los odiosos ocho» es honesta en su escritura y en su rodaje. Abramos los ojos, en nuestra sociedad existe el racismo y la misoginia. Tarantino se limita a mostrar la porquería que nosotros mismos creamos. Lo más sencillo es culpar al director para no tener que mancharnos las manos y solucionar esta lacra de la que todos (salvo las víctimas) somos culpables, por acción u omisión. Mi resumen en este aspecto es bien sencillo, ninguna muestra de violencia que recibe Daisy tiene connotaciones sexuales y nunca la sufre simplemente porque sea una mujer.
Además de la violencia, otro elemento primordial en las películas de Tarantino han sido siempre sus formidables bandas sonoras. Capacitado con un enorme talento para emparejar armoniosamente lo que vemos con lo que oímos, Tarantino siempre había rechazado perder parte del control de sus producciones para entregarlo a un compositor que diseñara la banda sonora que debía acompañar a sus imágenes, prefiriendo siempre elegir entre una nutrida selección de grandes clásicos o rescatar canciones desconocidas para el gran público… hasta ahora. Si hablamos del western, es imposible no mencionar a una leyenda viva como es Ennio Morricone; responsable de inmortales temas repartidos por más de 500 películas. Tarantino siente auténtica devoción por él (le compara abiertamente con Mozart o Beethoven) y ya quiso en el pasado contar con su talento; pero tuvo que conformarse con reutilizar antiguos temas del maestro italiano (son los casos de «Malditos bastardos» y «Django desencadenado»). Finalmente, sí ha podido contar con él para componer la banda sonora de «Los odiosos ocho», utilizando incluso temas que originariamente creó para «La Cosa» (con el que este film de Tarantino comparte también elementos en común, como el entorno helado, el aislamiento forzado o la tensión que crea la presencia de un personaje que no dice ser quien realmente es) y que John Carpenter no utilizó en su momento. Aún así, Tarantino no ha podido evitar la tentación de utilizar canciones de Roy Orbison o The White Stripes entre los temas de Morricone; así como insertar diálogos entre los distintos cortes que componen su banda sonora. El conjunto acaba formando un efectivo score, aunque sin llegar a la excelencia de otros título de Tarantino como «Reservoir Dogs«, «Pulp Fiction» o ambos volúmenes de «Kill Bill«. Eso sí, ahora Quentin ya puede añadir un disco propio a su extensa colección de bandas sonoras compuestas por Morricone.
Rindiendo tributo a un género tan clásico como el western, utilizando un formato de película casi extinto, recuperando nuevamente a viejas glorias y utilizando los espacios limitados con la misma y asfixiante maestría que lo hacía Alfred Hitchcock, «Los odiosos ocho» termina por demostrar que (algunas veces) hacer las cosas a la antigua usanza es la mejor manera.
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Realmente salí del cine muy decepcionado. Con el tiempo he hido valorando el trabajazo que ha supuesto este filme, pero de lo que estoy seguro es que no es el mejor, y que de momento su mejor western seguirá siendo Django Desencadenado. La banda sonora me parece tediosa y demasiado repetitiva (quizás soy más fan de la selección de Tarantino que el excesivo protagonismo de Morricone, por mucho caché que tenga).
La historia puede ser plagada de detalles y de un tinte muy teatral (que no debatiremos ahora, pero no es mi favorito), pero creo que coincidiré con más de uno que sobran bastantes minutos. Empezando por los 2 primeros capítulos, que se podrían fusionar en uno.
Es interesante el giro argumental (del que se podía sospechar algo), pero lo que no me pareció original es que el mismo obligaba a Tarantino a recrearse, pues el flashback implicaba ya saber el qué pero no el cómo pasaba. El exceso de sangre a mí no me molestó y la fotografía (especialmente los primeros minutos de nieve) es deliciosa.
En definitiva, no me ha parecido un filme excelente, pero con el tiempo he sabido valorar un poco más que esa vez cuado salía del cine, también con ese impuesto mal doblaje español (que quizás contribuyó a mi enojo). Tarantino me sigue gustando, pero espero mucho más de su siguiente filme.
Sin duda la mejor y mas lograda película de Tarantino en cuanto al ambiente (muchas veces teatral), trabajo actoral (sublime) y sobre todo banda sonora. Claro, las opiniones son siempre personales y discutibles hasta cierto punto. Lamento que en Espana no se pueda, en general, ver la pelicula en version original. Pierde mucho – MUCHISSIMO- al ser doblada.
La lentitud percebida tambien creo es mas bien cultural, no tanto de la pelicula. La música de Morricone llena los espacios «vacíos» majestuosamente con el suspense y esperanza de lo que viene. Aburrido? Según quien. Los diálogos: Es Tarantino en su esencia mas pura y al menos yo no puedo concebir una película del maestro sin ellos. Para ellos ya existen muchos como men in Black, taken, rambo y tantos otros buenos en acción pero vacíos en contenido.
He expresado.
Ugh.