«Todo el dinero del mundo»: el secuestro de la dignidad
Sí, has acertado, en las próximas líneas vamos a hablar de esa película en la que Kevin Spacey ha sido sustituido de urgencia por Christopher Plummer para encarnar a John Paul Getty. No cabe duda de que «Todo el dinero del mundo» quedará para la historia como uno de los ejemplos más paradigmáticos de uno de los mayores escándalos que ha vivido Hollywood en las últimas décadas, El hecho de haber contado entre sus créditos con Spacey -el mayor implicado en la polémica generada por las acusaciones de acoso sexual, Harvey Weinstein mediante, al acumular múltiples demandas e investigaciones a cargo de Scotland Yard- y el de la rápida reacción de sus productores a la hora de denigrar al protagonista de «House of Cards» para incorporar a Plummer aseguran al filme su futura omnipresencia en futuros libros y artículos sobre el tema y la posibilidad de formar parte de las preguntas de próximas ediciones de Trivial Pursuit.
Pero no sería justo quedarnos ahí cuando un veterano de la talla de Ridley Scott ha mostrado un arrojo y una rapidez de reflejos impropia de su edad, pero sólo comparable a la que han demostrado en los últimos tiempos -con mayor o peor suerte- dos cuasi contemporáneos suyos como Clint Eastwood o Steven Spielberg, por lo que pasaremos a centrarnos en lo que la película en sí misma nos ofrece, no sin antes apuntar que con ese fulgurante cambio de casting -y sin ver más que unas pocas imágenes promocionales de una actuación de Spacey que seguramente quede para siempre inédita- el filme no ha empeorado, más bien muy al contrario: una vez presenciada se nos hace prácticamente impensable imaginar a otro actor que no sea Plummer en la piel de Getty y parece una opción bastante más apetecible que ese Spacey metamorfoseado completamente por el maquillaje.
Cuando nos sentamos a disfrutar de la más que prometedora adaptación del libro de John Pearson que cuenta la historia del mediático secuestro en 1973 a cargo de la temible ‘Ndrangheta italiana de John Paul Getty IIII, nieto del famoso magnate -el sujeto más rico del mundo en esos momentos- , todo apunta a una frenética y apasionante trama a través de distintos países y tiempos históricos. Eléctrico arranque -bellísimo ese prólogo en blanco y negro en Roma que nos hace recordar a nuestro querido Fellini- en el que destaca una dirección artística simplemente apabullante.
No obstante, toda esa cascada desbocada se remansa pronto una vez presentados los necesarios antecedentes, quedando a cargo de la intentona de rescate la madre del raptado (Michelle Williams), ante el prolongado viaje tóxico en el que se halla inmerso su exmarido, hijo de un multimillonario Getty que ha hecho gala de su inhumanidad al rechazar pagar la ‘limosna’ de 17 millones de dólares requeridos para la liberación con la peregrina excusa de que si abona esa cantidad pronto tendrá otros cuantos familiares secuestrados para volver a recibir su correspondiente recompensa. El magnate sólo aportará la incorporación a la negociación de un subalterno suyo, antiguo espía de la CIA: Fletcher Chase (Mark Whalberg), que acabará siendo un apoyo vital para la desamparada madre. Paralelamente, asistiremos al calvario del adolescente heredero en manos de una pandilla de mafiosos -algo ineptos, todo hay que decirlo- en un recóndito paraje del sur de Italia.
Scott rueda con brío y su característico oficio, pero es saboteado constantemente en este prolongado segmento por demasiados factores. El más importante de ellos es el mejorable guión firmado por David Scarpa, que presenta un deficiente desarrollo de personajes como Cinquanta (Romain Duris) -el principal interlocutor de los captores y el que tiene un contacto más directo con el rehén- y un primogénito de Getty que prácticamente desaparece durante toda la trama; que mantiene un tono monocorde que ni siquiera sabe aprovechar el evidente potencial cómico de algunos aspectos, especialmente aportados por los peculiares secuestradores; y que, sobre todo, se dilata exageradamente, extendiéndose inoportunamente en hechos poco relevantes. Puede que las prisas por el ya sobrevenido cambio de casting no permitieran centrarse suficientemente en la sala de montaje, pero parece claro que, con al menos 20 minutos menos de sus 133 totales, el filme apenas habría perdido detalles relevantes y habría ganado un potosí en dinamismo.
La poca energía del relato y la casi inexistente intriga en torno al secuestro revelan que la verdadera pretensión del guionista es el de hacer un retrato lateral de un Getty que apenas aparece en unas pocas escenas pero cuya presencia ‘en off’ retumba durante todo el desarrollo. Se postulan, por tanto, como verdaderas salvadoras de este fragmento intermedio las apariciones en pantalla de Williams -¡Dios, qué soberbia actriz!- y de un fantástico Plummer que -pese a su pésima caracterización en los ‘flashbacks’- devora cada secuencia que encuentra a su paso, sin olvidar la estimable aportación del joven Charlie Plummer (sin relación familiar, que sepamos, con el protagonista de «Sonrisas y lágrimas»). Todos ellos suman mucho más que un Whalberg que vuelve por sus inexpresivos fueros para dejar desdibujado un personaje con muchas posibilidades.
«Todo el dinero del mundo» parece querer quemar las naves en su tramo final para recuperar el tiempo perdido pero apenas lo hace con cuentagotas. El progresivo desmadejamiento del secuestro deja una escena especialmente impactante por lo desagradable y algún momento inspirado, sobre todo cuando se relatan los peculiares procedimientos de la nueva familia mafiosa que se ha hecho cargo del raptado. Sin embargo, los excesos barrocos que nos depara Scott no consiguen que nos impresione demasiado el ocaso de un Getty que recuerda poderosamente a aquel mítico ‘Rosebud’ del Foster Kane que retratara tan magistralmente Orson Welles. Tampoco lo hace esa pretendida escena cumbre en un pequeño pueblo italiano, tan repleta de oportunas casualidades que acaba desarmando el suspense. Sólo nos queda en el recuerdo la previsible pero acertada moraleja de la inutilidad de poseer todo el dinero del mundo si no se tiene con quien compartirlo, disfrutarlo y usarlo responsablemente.
Que quede constancia de que lo hemos intentado, pero hay que rendirse a la evidencia: «Todo el dinero del mundo» será únicamente recordada por su relación con el ‘escándalo Weinstein’ y el movimiento #MeToo. Por lo demás, nos queda un sólo correcto intento de Scott por contar una de las historias más apasionantes de los años 70. Menos mal que muy pronto retomará el intento con el mismo caso Danny Boyle mediante una ambiciosa serie para FX titulada «Trust» y con Donald Sutherland, Hilary Swank y Brendan Fraser en el reparto. De ellos es ahora la responsabilidad de honrar como se merece al pobre John Paul Getty III.
Ridley Scott estaría considerado como el autor casual de una obra maestra de no haber firmado dos; el resto de su obra lo componen algunas cintas a lo sumo «correctas» cuando no unos bodrios infumables; hay directores a los que la holgura presupuestaria les viene mal, y él es uno de ellos.
Hola, Cao,
Es muy cierto que Scott ha ido dilapidando a lo largo de su carrera uno de los comienzos más espectaculares que haya tenido jamás un cineasta. Un servidor considera obras maestras tanto «Blade Runner» y «Alien» como la demasiado olvidada «Los duelistas». Sin embargo, es verdad que se ha ido ‘relajando’ con algunos títulos verdaderamente infumables (aún tengo pesadillas con esa «El reino de los cielos». Pero tampoco creo que haya que despreciar una trayectoria que nos ha ido dejando cosas tan estimulantes como la gran «Thelma y Louise» o las reivindicables «American Gangster» y «Black Hawk derribado». Ya no le corresponde un lugar entre los intocables, pero, aún así, yo prefiero cosas suyas tan correctas como «Marte» que con algunas cosas que nos regalan otros directores mejor considerados.
Un placer comentar contigo.